miércoles, 24 de agosto de 2011

En Libia no está dicha la última palabra



Ayer, todos los medios daban como hecho que Gadafi había caído, acaso suicidado o fusilado.
La corresponsal de la CNN en "espagnol", munida de un casco y con un notorio guardaespaldas a su lado que portaba ametralladora, trasmitía (muy nerviosa) desde la entrada del famoso bunker del tirano con un fondo de disparos que contrastaba con la pantalla: cientos de personas iban y venían, algunas de ellos llevando a cuestas los frutos del saqueo: sillas, equipos de aire acondicionado, un jarrón. ¿O eran recuerdos de una vida mejor? Nadie molestaba a la reportera embebed, esa curiosa manera de denominar a quienes trasmiten lo que desean los altos mandos militares.
Pasando a Telesur, el enviado transmitía desde un hotel donde la prensa estaba sitiada.
En el piso de la CNN, la conductora Janiot no podía ocultar su entusiasmo, estado de ánimo que se fue apagando de a poco en el trascurso del día. Un columnista de la CNN recordó a la audiencia que el petróleo libio es tan abundante que  basta un pequeño pozo para extraerlo. "Puede sacarse a un dólar el barril", dijo. Barril de petróleo liviano que se cotiza a 120 dólares en el mercado.
¿Entonces Gadafi no seguiría el camino de Mussolini? ¿Las pantallas no mostrarán por ahora su cadáver colgando de una viga?
La misma señal luego reprodujo un largo monólogo del titular de la oposición libia. Si se lo escuchó atentamente, ni ellos mismos se creen la victoria. Pero eso sí, fue claro cuando pidió que la OTAN libere los primeros mil millones de dólares incautados al Estado Libio, "para pagar prótesis a los mutilados de guerra", dijo.
Otra vez será, Patricia. O al menos no será por ahora. Lo que sigue, una nota de Robert Fisk, que nunca fue pro-Gadafi, Aparece en Página 12 de hoy.


Potentados y tiranos


 Por Robert Fisk *
Los potentados y tiranos árabes sobrevivientes pasaron otra noche de insomnio. ¿En cuánto tiempo los liberadores de Trípoli se metamorfosearán en los liberadores de Damasco y Alepo y Homs? ¿O de Amman? ¿O de Jerusalén? ¿O de Bahrein o Riad? No es lo mismo, claro.
La primavera-verano-otoño árabe no sólo demostró que las viejas fronteras coloniales permanecen invioladas –espantoso tributo al imperialismo, supongo–, sino también que cada revolución tiene características propias. Ya lo dijo Saif Khadafi al principio de su propia caída: “Libia no es Túnez... será una guerra civil. Habrá baño de sangre en las calles”. Y así fue.
Miremos en la bola de cristal. Libia será una superpotencia de Medio Oriente –a menos que impongamos una ocupación económica como precio del bombardeo liberador de la OTAN– y menos africana, más árabe ahora que la obsesión de Khadafi con Africa central y austral ha desaparecido. Puede que infecte a Argelia y Marruecos con sus libertades. Los Estados del Golfo estarán felices –hasta cierto punto–, pues la mayoría consideraba a Khadafi mentalmente inestable y maligno. Pero destronar tiranos árabes es un juego peligroso cuando gobernantes árabes no electos se unen a él. ¿Quién recuerda ahora la guerra de 1977, cuando Anuar Sadat mandó sus bombarderos a pulverizar las bases aéreas de Khadafi, las mismas que la OTAN ha estado atacando en los meses pasados, luego que Israel advirtió al presidente egipcio que Khadafi planeaba asesinarlo? Sin embargo, la dictadura de Khadafi sobrevivió a Sadat 30 años.
Como todos los demás, Libia sufrió el cáncer del mundo árabe: la corrupción financiera... y moral. ¿Será diferente el porvenir? Hemos pasado demasiado tiempo ensalzando el valor de los combatientes por la libertad de Libia en sus recorridos por el desierto, y demasiado poco examinando la naturaleza de la bestia, el pegajoso Consejo Nacional de Transición (sic), cuyo supuesto líder, Mustafa Abdul Jalil, ha sido incapaz de explicar por qué sus camaradas –y tal vez él mismo– maquinaron el asesinato del comandante de su propio ejército el mes pasado. Ya Occidente ofrece lecciones de democracia a la Nueva Libia, aconsejando con indulgencia a sus líderes no electos cómo evitar el caos que causamos a los iraquíes cuando los liberamos hace ocho años. ¿Quién recibirá los sobornos en el nuevo régimen –democrático o no– cuando esté instalado?
Y así como todos los nuevos regímenes contienen personajes oscuros del pasado –tanto la Alemania de Adenauer como el Irak de Maliki–, Libia tendrá que hacer espacio a las tribus de los Khadafi. Las escenas del lunes en la Plaza Verde fueron dolorosamente similares a la frenética adoración exhibida en ese mismo lugar por Khadafi hace apenas unas semanas. Evoquemos, pues, el día en que un asistente preguntó a De Gaulle si las multitudes que lo aclamaban tras la liberación de Francia, en 1944, eran tan grandes como las que aplaudían a Pétain unas semanas antes. Se dice que De Gaulle respondió: “Ils sont les mêmes”: son las mismas.
No todas. ¿En cuánto tiempo el mundo llamará a la puerta del supuestamente moribundo Abdulbaset al Megrahi, autor del bombazo en Lockerbie –si en realidad él cometió ese crimen–, para descubrir el secreto de su longevidad y de sus actividades encubiertas en el régimen de Khadafi? ¿En cuánto tiempo los liberadores de Trípoli echarán mano a los archivos de los ministerios del Petróleo y de Relaciones Exteriores de Khadafi para averiguar los secretos de los idilios de Blair-Sarkozy-Berlusconi con el autor del Libro Verde? ¿O se les adelantarán los espías británicos o franceses?
¿Y cuánto tiempo pasará, debemos preguntar, antes de que el pueblo europeo exija saber por qué, si la OTAN ha tenido tanto éxito en Libia –como ahora aseguran Cameron y sus amigos–, no se puede usar contra las legiones de Assad en Siria, tomando a Chipre como base de lanzamiento de aviones, y devastar los 8 mil tanques y vehículos blindados que tienen sitiadas las ciudades de ese país? O debemos poner atención en los vecinos: Israel tiene la esperanza secreta (como de modo vergonzante la tuvo con Egipto) de que el dictador sobreviva, se convierta en su amigo y firme un acuerdo de paz definitivo sobre el Golán.
Israel, que ha sido tan sesgado e inmaduro en su respuesta al despertar árabe, tiene mucho que ponderar. ¿Por qué sus gobernantes no expresaron beneplácito con la revolución egipcia, abriendo los brazos a un pueblo que mostró que deseaba esa democracia de la que Tel Aviv tanto alardea, en vez de matar a cinco soldados egipcios en el más reciente tiroteo en Gaza?
Ben Alí y Mubarak se han ido; Saleh está más o menos fuera; Khadafi ha sido derrocado, Assad está en peligro, Abdalá de Jordania aún enfrenta a opositores, la minoritaria monarquía sunnita bahreiní se aferra en forma suicida a la esperanza de gobernar hasta la eternidad. Todos estos son sucesos de enorme importancia histórica a los que los israelíes han respondido con una especie de pasmada y hostil apatía. En el momento en que podría afirmar que sus vecinos árabes sólo buscan las libertades que sus ciudadanos ya poseen –que existe una hermandad democrática capaz de trascender las fronteras–, Israel calla, construye más colonias en tierra árabe y continúa deslegitimándose mientras acusa al mundo de intentar destruirlo.
En una hora tan crítica no es posible olvidar al imperio otomano. En la cúspide de su poder, se podía viajar de Marruecos a Constantinopla sin documentos migratorios. Si hubiera libertad en Siria y Jordania podríamos ir de Argelia a Turquía y de allí a Europa sin necesidad de visa. ¡El imperio otomano renacido! Excepto los árabes, claro: tengan por seguro que ellos sí seguirán necesitando visa.
Aún no llegamos allí. ¿Cuánto tiempo falta para que los chiítas de Bahrein y las desfallecientes masas sauditas, sentados encima de tanta riqueza pregunten por qué no pueden controlar sus propios países y presionen para derrocar a los petimetres que los gobiernan? Con qué semblante sombrío ha de haber escuchado Maher Assad, hermano de Bashar y comandante de la infame Cuarta Brigada siria, la última llamada telefónica de Al Jazeera a Mohammed Khadafi. Nos faltó sabiduría y previsión, lamentó Mohammed ante el mundo antes que el fuego de las armas le cortara la voz. ¡Están en la casa! Y luego: ¡Dios es grande! Y la línea murió.
Todo líder árabe no electo –o cualquier líder musulmán electo vía fraude– habrá reflexionado en esa voz. La sabiduría es sin duda una cualidad muy ausente en Medio Oriente; la previsión, una habilidad que los árabes y Occidente han desdeñado. Oriente y Occidente –si es posible hacer una división tan cruda– han perdido la capacidad de pensar en el porvenir. Las próximas 24 horas es todo lo que les importa. ¿Habrá protestas mañana en Hama? ¿Qué dirá Obama en el horario estelar de televisión? ¿Qué le dirá Cameron al mundo?
Las teorías del efecto dominó son un fraude. La primavera árabe durará años. Más vale que pensemos en ello. No hay un fin de la historia.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

domingo, 21 de agosto de 2011

Uy!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!


Sobre los plasmas baratos

Con el título "El capitalismo avanzado cede la posta al emergente", Clarín publica hoy una nota de Jorge Castro, lobista de la embajada norteamericana también conocida como La Casa, ex-trotskista de la Cuarta Internacional con activismo en la vieja sede de la Facultad de Filosofía y Letras en la avenida Independencia y mas tarde menemista de paladar negro en una parábola sin desperdicio.

La frase interesante de Castro es ésta, la que cierra el artículo:
"......hay un tercer factor más importante que el bajo crecimiento del mundo avanzado y el auge del emergente . Es el pleno despliegue del círculo virtuoso de aumento de la productividad y transformación tecnológica , que provoca la convergencia de movilidad (telefonía celular), redes sociales (Facebook, Twitter, etc.) y plataforma global de computación con eje en Internet (cloud computing), cuyo resultado, en tren de aceleración, es una verdadera explosión de crecimiento e innovación en el mundo entero. Quizá, por primera vez en la historia, ha surgido un sistema verdaderamente global , en el que ha desaparecido la noción de “centro y periferia”. Es un privilegio vivir en esta época".


Castro se siente cómodo frecuentando el lenguaje neomarxista. Nada nuevo en la historia argentina, si recordamos que a mediados de los años 50 del siglo pasado, Rogelio Frigerio (que había militado en el dinosáurico PC argentino) con el mismo lenguaje, llegó a la doble conclusión de que era primordial desarrollar la industria pesada, y que eso únicamente se podía lograr con capitales externos porque la tasa de inversión local era insuficiente.
(Alguien dijo que quien ha militado alguna vez en el PC es pecé toda su vida, como cumpliendo con un sacerdocio con el determinismo histórico, una idea que puede explicar tanto los procesos políticos como las historias personales. Se perfeccionaba la dependencia: Otro tiene el poder de explicarnos qué nos sucede y cómo podemos remediarlo).
En la misma época, Raúl Presbich había elaborado un proyecto para "reinsertar a la Argentina en el mundo" (¿suena familiar?) asumido como propio por la Revolución Libertadora, que Arturo Jauretche denunciaría publicando "Plan Prebisch: retorno al Coloniaje".
La reinsersión, en el sentido más brutal del término, significó que Argentina se incorporara a los acuerdos de Bretton Woods (FMI), que se abrieran las puertas a los capitales especulativos internacionales y que se creara el "Club  de París" para que los gobiernos centrales financiaran la clausura del ciclo peronista con el doble cerrojo de una democracia proscriptiva (decreto 4161) y un férreo control militar (Plan Conintes) de la sociedad, la famosa "seguridad" en términos actuales. 
La idea de que se debe recurrir a los capitales externos porque el ahorro local es insuficiente supone no tocar el poder económico-social interno, es decir, aceptar que gobiernen realmente los verdaderos factores de poder y contentarse con gestionar la dependencia. 
Comparar con lo que sucede en nuestro país desde 2003.


El autor asigna a EEUU el rol de motor y controlante mundial de la innovación tecnológica en los rubros pintados con color verde en el párrafo citado. En "Hegemonía y Contrahegemonía para otro mundo posible", el sociólogo brasileño Emir Sader señala que el poder imperial, del Centro, se asienta en tres patas: el control universal del aparato comunicacional, la amenaza del poder militar y la capacidad prácticamente infinita de innovación tecnológica
Sader ha escrito también que es un error frecuente creer que la crisis actual lleva al fin del neoliberalismo y de la hegemonía norteamericana porque:
 O maior equivoco desta visão é considerar que um modelo ou uma hegemonia ou um sistema social se termina sem que seja derrubado e/ou substituído por outro. Conforme o Sul do mundo ou outro bloco alternativo proponha alternativas e seja capaz de as construir. O neoliberalismo não terminou, se tempera com graus de apoio estatal. 
Se refiere, claro está, a la astronómica inyección estatal de emisión monetaria al sistema bancario de EEUU y Europa, lo que sugiere que el rol de los Estados tiene particularidades propias de la ubicación en el mundo real y que "la cuestión nacional" (escuchen, izquierdosos y progres) de ninguna manera está agotada.
Castro, lobista de La Casa, esconde el rastro porque la existencia de un centro y una periferia no ha desaparecido: en realidad se ha transformado, se ha perfeccionado, se ha diversificado y deslocalizado sin que por eso haya limitado su capacidad de dominio. 
Por eso, que importante ese acto de votar. 
Sería un ejercicio interesante analizar con esta perspectiva la cuestión de los créditos blandos para adquirir plasmas (argumento de la derrota en las PASO) respecto de la nueva ley de medios audiovisuales y el papel de contador Magnetto como líder microeconómico del poder concentrado, las módicas cuentas del almacenero adornadas o camufladas con los paradigmas del poder mundial. 
Estos tipos son sus personeros, gendarmes, cipayos, representantes, gerentes, voceros, virreyes, los que nos interpretan el mundo para que durmamos en paz, amén.
   
  

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