miércoles, 23 de abril de 2014

¿QUE ES EL CLUB DE PARIS?



Los argentinos pasan por ser inventores del dulce de leche y de las mesas de dinero. Como en tantas otras cosas, presumimos por equivocados.

El Club de Paris es una prestigiosa mesa de dinero multinacional integrada por los países industrializados que en su página oficial se define como “grupo informal de acreedores oficiales cuyo papel es encontrar soluciones coordinadas y sostenibles a las dificultades de pago experimentadas por los países deudores”.

En la fecha de su creación (1954) pasaba por ser una suerte de Fondo Monetario Internacional  (europeo) enfrentado al área dólar, pero como tantas otras cosas, con el paso del tiempo cambió su objetivo aunque siempre se enfocó sobre los países dependientes.

Para empezar, no es nada informal: se constituyó en 1956, con la hegemonía de Alemania y Francia, cuyos representantes suscribieron el Acta de París que luego fue tomada como propia por el G20. Su objetivo original: presionar a Argentina para que indemnizara a las 140 empresas alemanas, luego reducidas a 42, que habían sido incautadas durante la Segunda Guerra Mundial como bienes pertenecientes al enemigo. No obstante este hecho objetivo, en la mitología histórica argentina se repite que Perón tenía afinidad con Hitler debido a la leyenda armada por el líder del PC Vittorio Codovilla.

El PC argentino y el propio don Vittorio reportaban directamente a Stalin y a la política de la URSS.

Esas empresas industriales “confiscadas al enemigo” (así se denominaba el organismo en el que se habían agrupado) eran administradas por el Estado y luego de terminada la guerra mundial conformaron la DINIE, Dirección Nacional de Industrias del Estado.

La incautación es un mentís contundente a la supuesta afinidad de Perón con Hitler, que se alimentó por décadas incluyendo el menemismo y al canciller Di Tella. El hecho de que algunos nazis se afincaran en Argentina, escapando de Alemania, oculta que los principales científicos, técnicos y estrategas de Hitler pasaran con protección oficial a vivir tanto a los EEUU como a la URSS. Pero ese es otro tema.

El hecho es entonces, que el Club de París se constituyó en 1956, y mediante él se pagaron unos 400 millones de dólares en marcos alemanes, como indemnización por la nacionalización de empresas industriales varias (Ferrodinie, Metaldinie, Impa, etc.) que corrieron distinta suerte. Para entender por qué el Club de París se mantuvo en el tiempo, hay que remontarse varias décadas atrás, a 1930. 
Pero antes conviene agregar que Perón concibió a la DINIE como un núcleo de empresas metalúrgicas y petroquímicas que producían insumos básicos que antes se importaban. Y debe tenerse también en cuenta que el euro es la moneda europea desde 1994.


En la Argentina de 1930 se producen distintos hechos: es derrocado Yrigoyen, se inicia el período de “fraude patriótico” que luego se conocería como década infame, se radican en el país industrias norteamericanas de construcción y armado de camiones, neumáticos y producción de nafta y gasoil, se construyen miles de kilómetros de caminos paralelos a los ferrocarriles ingleses… El imperio británico retrocedía y avanzaba EEUU.


Es público y notorio que para ese entonces, la década del ’30, Gran Bretaña y EEUU apoyaban a Hitler por considerarlo una barrera eficaz contra el avance del socialismo soviético.



El fin de la guerra y la crisis del dólar



La segunda guerra mundial culminó luego de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, cuyos aviones B29 consagraron a EEUU como líder indiscutido de Occidente. La victoria daba derechos (al contrario de la tesis argentina posterior a la Guerra de la Triple Alianza) y por lo tanto el dólar se convirtió en la única divisa internacional.

En la URSS entretanto, había una visión totalmente diferente: fueron las tropas rusas las que arrasaron Berlín mientras Eisenhower estaba empantanado a 300 kms de distancia, en las Ardenas.



(En la imagen a la derecha, los integrantes del Club de París. Como se ve, el Primer Mundo)

Se impuso entonces la convertibilidad, pero no la del alumno Cavallo, sino la del dólar, a razón de 35 dólares por onza de oro (31,1034768 gramos). 
Sobre esa supuesta racionalidad se basaron los acuerdos de Bretton Woods (1944) que dieron nacimiento al FMI. En esa época, Lord Keynes había intentado impulsar un FMI donde también la libra esterlina tuviera valor como divisa internacional, pero el proyecto británico fue derrotado.

Por tanto, en 1954, armar el Club de Paris equivalía a desafiar la hegemonía del dólar mediante el uso de monedas como marco, yen, libra, liras, etc. Entretanto, a EEUU se le iban agotando las reservas de oro que sustentaban la convertibilidad a 35 dólares por onza de oro debido a: la derrota estrepitosa primero en Corea, luego en Vietnam, y el aumento del petróleo (1970), llevando a que EEUU se convirtiera en importador de hidrocarburos.

El barril de petróleo (144 litros) pasó de 3 a 10 dólares, y EEUU se quedó sin oro de las 20 mil toneladas que tenía atesoradas al fin de la guerra.

Es por eso que en 1971 Nixon decretó el fin de la convertibilidad y la libre flotación del dólar, con lo que aumentó relativamente el valor de otras monedas. Desde ese momento, el Club de Paris comenzó a convertirse en mesa de dinero, al que recurrían los países mas pobres cuando carecían de dólares y debían efectuar compras no reguladas internacionalmente, de corto plazo, como por ejemplo la adquisición de armamentos en mercados marginales o el pago de comisiones o coimas.


Argentina recurrió al Club para comprar jeeps Mercedes Benz para el Eército, patentes para el avión Pucará y cañones italianos para la guerra de Malvinas. Antes de ello, para pagar a la Motor Columbus con sede en Ginebra la estatización fraudulenta de la Ítalo, en francos suizos. 
Sudan, Haití, Angola, Burkina Faso, Nigeria, Egipto, Ruanda, se cuentan entre sus deudores más importantes. 
El último pago argentino se verifica en diciembre de 1989.

Con la crisis del dólar y la revaluación de otras divisas (sobre todo la moneda de China, principal acreedor de EEUU, cuya deuda externa astronómica se financia emitiendo dólares cada vez más devaluados), el Club de Paris se ha convertido en un garito.

Pero, claro, la deuda de Argentina está legitimada internacionalmente y por sucesivos gobiernos nacionales, porque no queda otra. 
La alternativa del no pago es una propuesta inviable, delirante y pueril que sólo puede enarbolar Carlos Wermus Altamira mientras lee el Financial Times en el Soviet del Café La Giralda. 
Al menos, don Carlos no hace tantos papelones como Tumini, quien ayer apareció a los abrazos con Prat-Gay (ex JP Morgan) demostrando otra vez que el entrismo da para todo, y que gran parte de la izquierda local puede abrazarse con los que hundieron la nación a cambio de unos segundos de rating en TN.
   

martes, 22 de abril de 2014

Piquetes, ocios, piqueteros y reguladores

 Escribe: Teodoro Boot desde Gualeguaychú

Uno de los fenómenos argentinos que más le cuesta entender a los extranjeros así como a numerosos compatriotas que viven en el exterior, y al parecer ahora a varios diputados del FPV, es el de las formas que cobró la protesta social luego de la década de precarización laboral del menemismo, la continuidad delarruista y el colapso final del 2001.
El corte, primero parcial y luego total de la ruta 135 por parte de los vecinos de Gualeguaychú provocó el encono de pueblo y gobierno uruguayos, imposibilita-
dos de entender por qué el gobierno argentino no procedía a despejar la ruta mediante el uso de la fuerza pública. Extranjeros y argentinos de visita también se asombran de que, grupos de diez o veinte porteños afectados por los cortes de luz, procedan a cortar, en diversos puntos, importantes avenidas de la ciudad, ante la pasividad de las autoridades.
Los argentinos que conservamos la memoria y los gobiernos que conservan la cordura, saben perfectamente de qué se trata, qué riesgos entraña disolver los piquetes y de qué manera el uso de las fuerza pública puede ser funcional a cualquier clase de provocación.
El nacimiento del corte de rutas como modo de protesta social fue simultáneo al proceso de entrega del patrimonio nacional, precarización laboral, desaparición de instituciones del Estado y debilitamiento de las organizaciones de la sociedad. Así, en General Mosconi y Cutral-Có, los miles de trabajadores despedidos de YPF encontraron en el corte de rutas el modo de hacer conocer su reclamo y hacerse visibles ellos mismos, ya sin empleo, sin sindicatos, sin empresa y en ciudades en vías de convertirse en fantasma. De igual forma, fue el modo de expresión de los excluidos del mundo del trabajo, de la seguridad social, de la salud y de la educación, agrupados en precarias organizaciones sociales pronto llamadas “piqueteras”, y acabó siendo el de la clase media en vías de extinción de finales de la década del 90.

La represión de estos piquetes cobró invariablemente numerosas vidas, reavivó la indignación, agregó motivos a la protesta y el baño de sangre provocado por la Policía Federal el 20 y 21 de diciembre llegó a costarle el gobierno a Fernando De la Rúa, así como al senador Duhalde, obligado a adelantar el llamado a elecciones luego de los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.

Contrariamente al gobierno de la Alianza, que inauguró su administración con la sangrienta represión del corte del puente Corrientes-Reconquista, desde un primer momento Néstor Kirchner tuvo el tino de no reprimir las protestas sociales, dejando que siguieran su impulso y fluyeran de acuerdo a su propia dinámica y necesidades. 

Simultáneamente, su gobierno se abocó a desmontar las causas de esas protestas, cuya legitimidad nadie pone en duda, cuestionándose en todo caso sus formas. 
Por ejemplo, que un sindicato recurra al corte de calles es una desproporción y un disparate, pues tiene otras formas, más institucionales y en general más efectivas de reclamar. Otro tanto podría decirse de los cortes de rutas por parte de los empresarios rurales, que no hacían visible su existencia ni la de sus organizaciones, ya de por sí ominosas, sino que, al impedir el tránsito de mercaderías buscaban hacer efectivo el boicot comercial que habían decretado. Los piquetes por cortes de luz son otra desproporción, inusitada en localidades habituadas a que el servicio eléctrico esté a cargo de una cooperativa y no del Estado, como ha sido tradicional y se conserva en la memoria de porteños y vecinos del Gran Buenos Aires, al parecer incapacitados de entender que hace ya más de veinte años Carlos Menem borró a Segba de un plumazo, partiéndola en siete empresas de generación, transporte y distribución de energía eléctrica, finalmente privatizadas. A no ser que se pretenda su renacionalización, los piquetes por cortes de luz son inconducentes y absurdos: fastidian a los vecinos, alarman a los funcionarios, pero no le mueven un pelo ni le quitan el sueño a los responsables de brindar el servicio.
Sin embargo, el corte de la vía pública es la primera reacción ante cualquier dificultad o reclamo, y es inútil argumentar en su contra: es un modo de protesta naturalizado por el uso, que eventualmente caerá en desuso siempre y cuando la sociedad consiga reconstruir y/o construir más adecuados sistemas de representación y resolución de conflictos. Que fastidian, no hay duda, si para eso se hacen, para volver a los demás solidarios, aunque sea a la fuerza, con los propios padecimientos. Es cuestión de tiempo y de políticas, adecuadas o inadecuadas, que esa forma de protesta desaparezca o se reavive.
Nada de esto, archisabido por cualquiera que no sea un reaccionario recalcitrante, no evitó que a un grupo de diputados oficialistas se le ocurriera “regular” los piquetes. Uno se pregunta: si la política sigue siendo la de no represión de la protesta social ¿de qué modo creen estos diputados que se podrá garantizar que el piquete se desarrolle dentro de los parámetros que se proponen fijar?
Presumiblemente, el corte total de una vía de tránsito será ilegal. ¿Cuál sería la diferencia? ¿No lo es ahora? ¿No puede acaso un juez ordenar la disolución del piquete?
La cuestión es siempre cuál es el modo de hacer cumplir esa disposición. ¿Creen los diputados que por el solo hecho de que ellos regulen el modo en que debe conducirse un piquete, bastará para que las protestas se desarrollen “de acuerdo a derecho”? ¿No hará falta la fuerza pública?
Ante esa eventualidad, la mayor parte de esos mismos diputados pondrá el grito en el cielo. Entonces, ¿por qué no se dejan de jorobar con tonterías, perdiendo y haciendo perder el tiempo y contribuyendo tan eficazmente a la confusión general?

Archivo del blog