viernes, 3 de septiembre de 2010

Corazón, qué te sucede /esta vida tan trajinada

Hoy podría haber contado la historia del Hotel Liberty, en Corrientes y Florida, de donde desaparecieron unos 40 militantes durante la dictadura, incluyendo al senador uruguayo Zelmar Michelini.
El periodista Juan Salinas denunció aquí que además, en alguna de sus habitaciones se reunió el equipo que habría asesinado al ex-presidente brasileño Joao Goulart.
Y de sus dueños, los Taub, también propietarios en 1973 de Brasilia, la agencia de cambios más grande del país. Y de lo que padecieron entre 1976 y 1983, recorriendo todas las cárceles y centros clandestinos del país, incluyendo Puesto Vasco y Pozo de Banfield. Que Luis Taub compartió celda con Isidoro Graiver en Villa Devoto.
Y del Consejo de Guerra que los condenó. Y del teniente coronel Muratorio, en aquel entonces campeón hípico internacional, que -dicen ellos- les exigió un millón de dólares a cambio de su libertad.Y de otras extorsiones.
Y de los auditores de la aeronáutica que lo defendieron en ese denominado Consejo de Guerra. Y de cómo otros personajes de la aeronáutica se fueron quedando con todos sus bienes, incluyendo el Hotel Liberty. Y de que Sanvul, la sociedad anónima a la que los Taub le transfirieron el establecimiento, se formó entonces por la unión de dos apellidos: Santuccione y Vulcano.
Y que Santuccione fue un brigadier, integrante de la AAA, jefe de policía de Mendoza, asesino de militantes populares.
En aquel entonces, el Liberty Hotel, donde se había armado una estructura de escuchas y delación, pudo ser rebautizado Matadero Hotel.





De cómo los Graiver no compraron Papel Prensa con plata de Montoneros

Leemos en Tiempo Argentino, con el título Digámosle nunca más al “algo habrán hecho” la siguiente nota firmada por Roberto Cavallero (las negritas son mías):

Clarín intenta instalar un remedo perverso de la Teoría de los Dos Demonios, ahora que sus accionistas buscan zafar de las sospechas por delitos de lesa humanidad.


En su edición de ayer, el diario Clarín, en un artículo sin firma publicado en su página 9, cita el libro Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA, que escribí junto a Marcelo Larraquy en 2000, para abonar la teoría de que David Graiver compró Papel Prensa con dinero de la organización guerrillera peronista, como si esto –de ser cierto– pudiera justificar el despojo accionario al que fue sometida la familia Graiver por parte de la dictadura en alianza con los diarios Clarín, La Nación y La Razón.
Me veo en la obligación de aclarar que en ninguna parte del libro se afirma que Papel Prensa fue comprado con dinero del secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born. Sí se dice, sobre la base de un trabajo de reconstrucción periodística y no judicial, que parte del rescate de la Operación Mellizas –como se conoció el operativo guerrillero–, fue entregado por Montoneros a Graiver para recibir una minuta mensual de intereses, pero no para comprar la empresa Papel Prensa, como pretende instalar Clarín en un remedo perverso de la Teoría de los Dos Demonios, ahora que sus accionistas buscan zafar de las sospechas por delitos de lesa humanidad.
Los que repiten esto, desde Patricia Bullrich Luro Pueyrredón hasta Elisa Carrió, integran un coro repentino que trata de practicarle respiración boca a boca a la más delirante hipótesis del represor Ramón Camps, quien torturó a toda la familia Graiver bajo el argumento de que eran la punta de lanza de un pacto sinárquico entre judíos y guerrilleros comunistas para apoderarse del país, en el marco de la Guerra Fría. Treinta mil argentinos desaparecieron en las garras del mesianismo fascista, como para tomárselo a chiste y con liviandad semejante. Hay un límite para todo: también para la frivolidad política.
Cada vez que se reinstala la “versión Camps” de los hechos, se revictimiza a todos los integrantes de una familia destrozada por la represión ilegal, y a otras miles de familias que atravesaron los mismos dolores. Juegan con fuego. Vuelve la picana a recorrer el cuerpo de Lidia Papaleo de Graiver, vuelve el torturador a violarla indefensa; vuelve Jorge Rubinstein a morir en el camastro electrificado de Puesto Vasco, vuelven los padres ancianos de Graiver a revolcarse en la tumba, todas y cada una de las veces que este coro dice lo que dice, sin evidencias, sin pruebas y sin vergüenza. Lo de las dos diputadas es más grave que lo de Clarín. Ya dijimos que el diario miente para defender a sus accionistas. Pero ellas, ¿por qué lo hacen?
El libro Galimberti está sostenido en una investigación periodística que llevó 3 años y medio, e incluyó más de 300 entrevistas. Antes y ahora, intento manejarme con el mismo rigor profesional. Y es por eso que salgo al cruce de lo que considero un intento de manipulación, que hunde sus raíces en las más abyectas prácticas de la propaganda dictatorial. Hay pruebas documentales que contradicen esta campaña siniestra. A saber:

1) El domingo 29 de agosto de 2010, el diario Clarín publica (en otra nota sin firma) lo siguiente: “David Graiver se hizo con las acciones de Papel Prensa en diciembre de 1973.” El secuestro de los Born se produjo el 19 de setiembre de 1974, casi un año después. En marzo del ’75 recién se pagó parte del rescate. Es decir, Graiver no pudo haber comprado Papel Prensa invirtiendo el botín de un rapto que todavía no se había producido. El insobornable fiscal Ricardo Molinas, en plena euforia alfonsinista, cuando a los comandantes montoneros se les pidió captura internacional junto a los comandantes de la dictadura –institucionalización legal de la Teoría de los Dos Demonios– dejó por escrito en sus conclusiones sobre el affaire Papel Prensa que había alguna “contemporaneidad” –y no prueba judicial– entre los acuerdos económicos de Montoneros con Graiver y la compra de parte del American Bank and Trust, del Century y de Papel Prensa SA. No sabía Molinas qué había ocurrido. Incluso, en su escrito, se refleja perplejo porque, si esto fuera cierto, se pregunta cómo era posible que la dictadura hubiera convalidado el traspaso accionario a los tres diarios oficialistas del terror. Ignoraba el fiscal, porque no era futurólogo, lo que Roberto Perdía escribiría en 1997. Y, algo más grave todavía, no tomaba en cuenta la revelación que ustedes podrán leer en el punto 6.

2) En su libro La otra historia. Testimonio de un jefe montonero, de 1997, Roberto Perdía, citado por Clarín en su edición de ayer, reconoce: “Sé que a partir de 1975 una parte de nuestros recursos pasaron a ser administrados por David Graiver.” En el ’75, y no en el ’73, como denuncia Clarín. Convendría, además, que los accionistas de ese diario, que bajan sus enfoques falsos a la redacción para presentarlas como noticias, tuviesen más cuidado al citar las fuentes. En ese libro (más precisamente en la página 305, línea 3), Perdía recuerda una charla de Graiver con Raúl Clemente Yáguer, miembro de la conducción montonera, registrada en México, donde el banquero le explica por qué, en teoría, él estaba a salvo de la represión: “A mí no pueden tocar, los tengo agarrados, manejo Papel Prensa, sin papel no tienen diarios y sin los diarios no pueden gobernar.” Es de junio del ’76. Para los Montoneros fue toda una novedad. ¿No habría que investigar, como pide su viuda, la muerte en confusas circunstancias de Graiver?

3) En abril del ’76, la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, según un cable secreto desclasificado al que tuvo acceso el Equipo de Investigación de Tiempo Argentino, informa al Departamento de Estado que “no tenía información en contra de los miembros de la junta directiva de las empresas Graiver (…) Tienen fama de probada experiencia comercial y la competencia de la firma para sus capacidades financieras está fuera de cuestión.” No dice nada de sus vínculos con Montoneros. Quizá no eran tan trascendentes como se quieren presentar ahora. Vamos a detenernos un momento en quién produce el informe. Hablamos de los Estados Unidos, el principal aliado estratégico del gobierno militar de Videla y Martínez de Hoz. El país que creó la Escuela de las Américas, donde los militares argentinos recibían instrucción para combatir “el peligro comunista” en el mundo bipolar de entonces.

4) En abril del ’77, la misma sede diplomática de los EE UU informa a Washington lo siguiente: “Parece ser que existe una tendencia general con el antisemitismo como móvil y razón de la investigación contra los Graiver (…) Ya se ha hablado lo suficiente y de manera oficial, que quedó registrada, como para sugerir que todos aquellos que están detrás de la investigación pueden ser personas desaforadas y salvajes que están buscando pruebas para apoyar sus misiones preconcebidas”. Y concluye: “Es un caso de prejuzgamiento y están decididos a condenarlos ante cualquier clase de juicio.” Se refiere a la dictadura y puntualmente a la acción de Camps, Etchecolatz y los psicópatas ideológicos de la represión salvaje. En ningún caso habla de los Born, de Montoneros, o de las finanzas insurgentes. Nadie, en el mundo de entonces, estaba más preocupado que los EE UU y sus agencias, entre ellas la CIA, en detectar y neutralizar a las guerrillas de corte izquierdista y sus ramificaciones financieras.

5) En la entrevista con Tiempo Argentino, publicada el domingo 29 de agosto, después de 34 años de silencio, a Lidia Graiver se le preguntó si supo alguna vez que hubiera habido dinero de Montoneros en Papel Prensa. Ella contestó: “Jamás. Si es que ellos le dieron algún dinero a David, cosa que nunca me constó, las fechas por la compra no coinciden. Papel Prensa lo compró mucho, pero mucho tiempo antes (…) Lo que pasó después, en el año ’89, fue que Juan Gasparini y Rodolfo Galimberti y otros dijeron que habían sido testigos de cuando David agarró la plata, entonces se les devolvieron 16 millones de dólares.” ¿Por qué no creerle? ¿Quiénes son los que dicen lo contrario? ¿Basados en qué? ¿En las alucinadas conclusiones de Camps? ¿En su trabajo de campo hecho a golpes de picana? ¿A las notas impresentables de Somos, de Editorial Atlántida, y La Semana, de Editorial Perfil, usinas de las campañas de acción psicológica que ocultaron el genocidio? En el libro Galimberti se publicó una solicitada de la familia Graiver, del 10 de octubre de 1989, que dice: “No es cierto que ante autoridad alguna hayamos declarado que existieron negocios entre David Graiver y la organización subversiva Montoneros, ni aun cuando lo hicimos bajo apremios ilegales.”

6) Y algo fundamental, que preservé para el final. Es un documento que hoy conoce la luz, después de 26 años. Se trata de la declaración del marino Alberto D’Agostino ante el propio fiscal Molinas. D’Agostino fue el interventor militar en Papel Prensa durante la dictadura, que revisó minuciosamente por orden del genocida Massera todos los papeles de la sociedad. El 4 de diciembre de 1984, “impuesto de las penalidades previstas por el Código Penal para el falso testimonio”, ante un fiscal de la democracia y con todas las garantías de la ley, este marino dijo que no había indicios ni pruebas de fondos montoneros en los asientos contables de Papel Prensa. Voy a transcribir el acta, textual: “Preguntado (D’Agostino) respecto a si al investigar la composición del paquete accionario de la empresa (Papel Prensa) determinó la presencia de capitales pertenecientes a la Agrupación Montoneros, proscripta en aquel momento, responde: ‘que no. Que en ningún momento surgió un indicio en tal sentido’”. D’ Agostino formó parte de la maquinaria criminal de la ESMA que le mató 4000 cuadros a Montoneros. No se puede inferir que su declaración haya sido motivada por algún tipo de afinidad.
La pregunta del millón es por qué Bullrich Luro Pueyrredón, Carrió y los escribas fantasma de Héctor Magnetto insisten en sostener lo opuesto, basándose incluso en testimonios de personas con algún pasado montonero. Ya dijimos que el objetivo de la operación de toda esta troika es reinstalar la Teoría de los Dos Demonios, convirtiendo a la víctima en socia de oscuros intereses, que justificarían todo lo malo que le pasó. Esto es así: si los Graiver compraron Papel Prensa con dinero de la guerrilla, todas las vejaciones que padecieron están justificadas. Es esto lo que quieren decir, y no otra cosa. Es el tristemente célebre “algo habrán hecho” que sirvió para consumar la masacre.
Sobre las razones que llevan a algunos ex integrantes de Montoneros a conectar tangencialmente con esta versión, como es el caso de Bullrich Luro Pueyrredón, cuñada de Galimberti tengo una hipótesis político-psicológica que barajo desde que comencé a investigar la tragedia de los ’70.
Creo que muchos montoneros derrotados se atribuyen una influencia en los acontecimientos históricos mayor a la que realmente tuvieron para tolerar la humillación de la pérdida. Así como en algún momento se convencieron de que tenían un ejército irregular que podía enfrentar y vencer en el terreno bélico a las Fuerzas Armadas, con esa misma lógica rayana en la alucinación suponen o quieren hacer creer que David Graiver, dueño de una fortuna de más de 200 millones de dólares, mano derecha de José, Gelbard, el último ministro de Economía de Juan Perón, pudo haber sido en sus ratos libres un empleado subordinado a Mario Firmenich y su estrategia empresaria. El defecto grave en la percepción de algunos montoneros sobre la realidad es motivo de varios estudios académicos que afanosamente intentan explicar los trágicos derrapes de la organización político-militar que, es justo decirlo, muchos de sus militantes y combatientes pagaron con la tortura, la muerte y el exilio.
Desde entonces, algunos de los sobrevivientes de esa experiencia revolucionaria fallida enfrentan el juicio de la Historia con un puñado de gestos heroicos que presentan como el todo, cuando apenas fue una parte. Es evidente que asumirlo de este modo es lo que les permite seguir viviendo. El relato autoindulgente se presenta, así, como condición para no desmoronarse ante la evidencia de un fracaso gravísimo. Pero no existen comandantes iluminados ni dirigentes providenciales que puedan darle órdenes a la realidad para que ella se comporte de la manera caprichosa que pretenden. Deberían asumirlo de una vez por todas. La verdad, la justicia y la memoria de la sociedad argentina necesita que ellos sean fieles a lo vivido, con sus más y con sus menos, y que dejen de cooperar con la fabricación de demonios que ponen en un pie de igualdad a un genocida como Videla y a “Tucho” Valenzuela, que entregó su familia y su vida por un ideal emancipatorio, como testimonia Miguel Bonasso en ese libro excepcional llamado Recuerdo de la muerte. Los jefes montoneros sobrevivientes no están y no estuvieron, ni por asomo, al nivel del terrorismo de Estado. No son equiparables, ni siquiera en su fantasía militarista. Ese protagonismo mal entendido, que buscar reflejar su propio poderío en la inmensa capacidad destructiva del victimario, es una patología política que degrada los valores de toda una generación. Quizás esto explique por qué los Tupamaros en el Uruguay pudieron llevar a la presidencia al ex guerrillero Pepe Mujica; y acá, en la Argentina, ciertos herederos de Firmenich anden revolcándose con ínfulas de dueños de la verdad al lado de Héctor Magnetto, el socio de Techint, la expresión más descarnada del capitalismo barbárico que alguna vez, allá lejos y hace tiempo, juraron combatir con las armas en la mano.

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