viernes, 30 de diciembre de 2011

TERRORISMO Y DERECHOS HUMANOS

La reforma al art. 41 del Código Penal ya es ley.
Algunos la han criticado. Es cierto que hace unos años, otra reforma, la denominada Ley Blumberg, demostró enseguida que era un mamarracho producto del apresuramiento. 
Llama la atención que la critiquen duramente incluso quienes se han empeñado en los últimos días por aparecer en primer plano deseando buenos augurios para la salud de la Presidenta y reafirmando su carácter de fieles seguidores de su conductora estratétegica, líder indiscutida y la mar en coche. Y es curioso porque esas críticas coinciden con el sector gorila de la CTA que lidera Micheli, con el Polo Obrero, Proyecto Sur, Frente Amplio Progre, etc.
¿Cómo es eso? 
Creo que por un lado no salimos de la confusión que atraviesa a parte de la militancia kirchnerista, cuyo origen aluvional es tan heterogéneo que da tanto para una biblia como para un calefón.
Por otro lado, siempre asisten razones de Estado retroalimentando tal confusión, distintas de los reclamos sociales.
Este podría ser uno, pero no es mucho lo que se ha dicho de novedoso como para justificar que se ponga la proa contra un proyecto enviado por el Poder Ejecutivo y que sin duda Cristina leyó y sopesó hasta sus más sutiles detalles.
Me extrañan por ejemplo las críticas de Raúl Zaffaroni, cabeza del poder más retrógrado, reaccionario y conservador del país. Es cierto que ya no hay esperpentos como Romero Victorica, Bisordi o Romano, pero no por eso podemos dejar de ver que se ha recorrido apenas un pasito en las reformas del poder judicial cuando lo que Argentina necesita es un gato con botas que avance cinco leguas como mínimo. Si el dictado de la ley "antiterrorista" asegura que sea en el Norte donde se lave dinero, como objetó Zaffaroni, es porque los legisladores argentinos no pueden dictar leyes de cumplimiento obligatorio para EEUU. Cada vez que en el G20 Cristina denunciaba la existencia de paraísos fiscales, el GAFI respondía que se había avanzado poco y nada en nuestro país y, en consecuencia, la denuncia se convertía en irrisoria.
Las denuncias de que, ahora, el Estado podrá criminalizar la protesta social bajo la figura de terrorismo son demasiado infantiles como para tenerlas en cuenta.
Sabemos por un lado lo que significó en Argentina el terrorismo, y quienes hemos sido víctimas lo sabemos más que nadie. Me refiero a la época en la que todos nosotros, incluso la Señora Presidenta, eramos tomados o podíamos ser tomados como terroristas y tratados como tales.
Con lo cual se me ocurre que hay aquí una batalla por las significaciones, como en tantas otras cosas que vienen del Norte por el poder que de él emana. Usemos el sentido común. Suelo decir que está muy bien reivindicar lo originario, pero el sentido de la cosa se limita a la libre manifestación de viejos usos ancestrales, lenguas muertas, costumbres, sincretismo cultural. Si además de eso, el originario reclama (Evo Morales es un ejemplo en ese sentido, como lo que sucede con el proyecto Conga en Perú) el petróleo del subsuelo o la propiedad minera, ahí ya deja de ser originario y se convierte en parte del Eje del Mal.
Algo similar ocurre con los derechos humanos. Para los argentinos, los derechos humanos tienen un sentido muy diferente y casi diametralmente opuesto a lo que reivindica la Corte de Roma, por ejemplo. EEUU no acepta el Tratado de Roma ni la Declaración de Costa Rica, y sin embargo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no solo está en Washington: está presidida por una estadounidense designada por un gobierno que no reconoce ese marco legal. Tenemos también al tartufo Luis Moreno Ocampo pidiendo la captura internacional de Gadafi o de Bin Laden por violaciones a los derechos humanos con un marco legal que el propio EEUU no acepta.
Y ya sabemos el final: puro y simple asesinato a mansalva.
El historiador Eric Hobsbawn marca, en uno de sus obras, algo que de tan evidente nadie lo percibe: no ha habido declaraciones formales de guerra desde 1945. EEUU ha invadido y destruido países a voluntad, y también lo ha hecho la Unión Soviética cuando existía.
Los países del Oriente Medio son blancos móviles para la política de Washington, no importa que gobierne Obama o Bush o cualquier otro. El petróleo. Venezuela y Bolivia están en la mira del Pentágono. La conclusión respecto de Argentina es entonces evidente.
El poder tradicional de nuestro país no necesitó leyes para reprimir, jamás. Si hace 30 años el control social estaba en manos de las fuerzas armadas, hoy son los medios de comunicación los que cumplen ese papel. Es menos sangriento, es cierto, porque reemplazamos cadáveres por zombies.
En verdad, son esos medios los que hacen o pueden hacer terrorismo. Por eso, para nosotros, el terrorismo tiene un sentido diferente al que viene del Norte dominante.
Y estoy convencido de que Cristina usará esas leyes en esa dirección que intento señalar sencillamente. Estoy convencido, pero si los dramas de la historia argentina marcaran lo contrario, estaré en la vereda de enfrente sin claroscuros.



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