martes, 10 de junio de 2014

AL DIABLO CON EL PERIODISMO



Escribe: Teodoro Boot

A menudo, los periodistas se enfrascan en abstrusas disquisiciones y polémicas acerca de la naturaleza, límites y alcances de su oficio. 
Nos sorprenderíamos mucho si otro tanto hicieran los plomeros o los cloaquistas.
 Los plomeros y los cloaquistas suelen ser gentes modestas y conscientes que no suelen filosofar sobre la naturaleza y alcances de la plomería. Los periodistas en cambio, creen al suyo uno de los más trascendentes y esenciales de la sociedad, equiparable a la cirugía de tórax, la pediatría o la obstetricia. Sin embargo, si es posible (y a veces saludable) pasársela sin noticias, ya no es tan sencillo tener una canilla rota o tapado el inodoro. Pero ocurre que, a diferencia de los plomeros, debido a su proximidad y hasta familiaridad con los protagonistas de los hechos que informa, el periodista (sea político, deportivo, económico, policial) suele a veces confundir su importancia y significación social con la de esos mismos protagonistas, lo cual puede llevarlo a no pocas desmesuras.
Esta no es una visión compartida por la totalidad de las gentes.
Con su proverbial acidez, el escritor (y periodista) Gilbert K. Chesterton sostenía que el periodismo vendría a ser el arte de escribir el reverso de los avisos publicitarios. Para Lepoldo Marechal, por su parte, “el periodista es un ente, que por fatalidad de oficio, está condenado a escribir todo de todo, sin saber nada de nada”, mientras que en una historia que se solía contar alguna vez, estando dos viajeros a bordo de un globo aerostático, perdidos y sin rumbo en una región desconocida, al pasar sobre un pueblo uno de ellos se asomó al borde de la canastilla para preguntar a un lugareño:
–¿Dónde estamos?
–En un globo –respondió el de abajo.
El viajero se volvió a su compañero y comentó:
–Este hombre debe ser periodista, pues contesta correctamente pero no de lo que queremos saber.
Vaya uno a saber si alguna de estas definiciones se aproxima a la realidad. Lo cierto es que el periodismo argentino se esfuerza denodadamente por volverlas reales.
Para quien en la tarde del 9 de junio haya hecho zapping frente al televisor, agotador ejercicio del pulgar practicado por los espectadores a velocidad proporcional a su nivel de aburrimiento, los programas noticiosos mostraban un panorama inquietante. Por ejemplo, no es materia de interpretación cuántas horas el vicepresidente Bodou había declarado ante el juez Lijo. Sin embargo, para TN la declaración indagatoria se había prolongado durante ocho horas, para Crónica TV, nueve, para Canal 26, siete, y para América TV y Canal 23, cinco. Es difícil saber de dónde pudo haber surgido tamaña disparidad, como no sea de distintos relojes descompuestos o de la ingestión abusiva de sustancias tóxicas.
De casi igual manera, porque sí hay aquí interpretación, mientras para América TV Boudou contestó las cinco preguntas que le hizo el juez, a juicio de Canal 26 el vicepresidente habría respondido a sólo cinco de las preguntas del juez.
Y si ya era difícil saber a qué atenerse, el mismo Canal 26 presentó como “invitado” al gobernador de Córdoba José Manuel De la Sota, a fin de que comentara la noticia.
“Por fin un experto”, suspiró quien les habla, cansado de tantos y tan extraordinarios improvisadores, de creatividad suficiente como para dejar chiquitos así a payadores de la talla de Ramón Vieytes, Federico Curlando o el mismísimo Gabino Ezeiza.
 
Una acreditada experiencia

A fin de mejor calibrar el conocimiento de José Manuel De la Sota en todo cuanto se refiera a la impresión de billetes, vale recordar que en noviembre del año 2001, Olga Ruitort, entonces secretaria general de la Gobernación de Córdoba y a la sazón esposa del entonces gobernador y ahora gobernador y columnista José Manuel, estuvo demorada en el aeropuerto Merino Martínez de Santiago de Chile al haber sido sorprendida en poder de diez paquetes conteniendo 100 mil billetes de 50 Lecor cada uno, lo que hacía un total de un millón de billetes por un valor de 50 millones de pesos-dólar, aunque en Lecor, serie E.


Las autoridades del país vecino la acusaban de contrabando, en razón de que había declarado no llevar carga alguna.
La secretaria general de la Gobernación de Córdoba permaneció tres días en el aeropuerto de Santiago de Chile a bordo del Fairchild Swearingen Metro III, con capacidad para 1.600 kilogramos de carga, alquilado a la empresa porteña Baires Fly SA por 5.400 dólares, con un costo adicional por día de demora de 1500 dólares, lo que hizo un total de 9900 dólares. Pero no fue el costo ni el carácter subrepticio del viaje de la funcionaria ni el contenido de los paquetes (nadie tenía idea de qué era un “Lecor”) lo que despertó las iras de la oposición y sorprendió a los cordobeses, sino lo ocurrido después.
A fin de librarse del grave cargo por contrabando, la esposa del gobernador tuvo que presentar la factura de exportación de los Lecor emitida por la Casa de Moneda de Chile, de fecha 2 de noviembre de 2001 con el número 0129326. Según  esta factura, la Gobernación de Córdoba pagó 12,5 centavos de dólar por cada billete de Lecor, precio que, dicho sea de paso, era tan exorbitante que fue tildado de “estafa” por la mayoría de los observadores y la oposición en su conjunto.
Pero sería recién el 9 de noviembre y a través de Noticiero Doce, que la oposición, y la ciudadanía de Córdoba, así como gran parte del oficialismo se enterarían de que el gobierno de la provincia había mandado emitir cuasimoneda. La revelación obligó a José Manuel a hacer precipitadamente lo que debía haber hecho desde un primer momento: declarar a la provincia en estado de emergencia económica y poner a los cordobeses en estado de psicosis colectiva. 
Pero eso ocurrió algunos días después de que tuvieran lugar otros extraños episodios.


El día 5, por ejemplo, luego de que la esposa del gobernador partiera de Chile, el Swearingen Metro III con los diez paquetes y la única pasajera a bordo, hizo una escala de más de 20 horas en Mendoza, no se sabe bien para qué, ya que, de seguir vuelo la funcionaria habría llegado a Córdoba en menos de dos horas.
Recién el día 6 la señora De la Sota arribó al aeropuerto de Pajas Blancas, donde no la esperaba el sonriente José Manuel sino un funcionario de la Aduana, que labró  un acta de interdicción a los billetes, puesto que se trataba de mercadería en infracción, si puede llamarse así a un contrabando, encima, de billetes. De todos modos, la Aduana dejó que el gobierno cordobés llevase la mercadería, ya por razones de seguridad, ya porque tampoco el funcionario de Aduana sabía qué diablos era un Lecor.
En la correspondiente acta, el funcionario aduanero dejó constancia de que el señor Gustavo Fadda, director general de Administración de la Secretaría General de la Gobernación, cuya titularidad ejercía la propia interdicta, solicitó le fueran entregados los diez paquetes “por razones de estricta urgencia del gobierno público”.
La pregunta del millón (o más bien de los cincuenta millones) era en virtud de qué la esposa del gobernador traía personalmente a la provincia “un anticipo” del total de billetes emitidos, ya que, no obstante los argumentos esgrimidos por el licenciado Gustavo Fadda, no podía haber urgencia de ningún tipo puesto que ninguna ley autorizaba la circulación ni la existencia de las letras de la tesorería de Córdoba.
El gobierno provincial declaró que no respondería a la prensa preguntas sobre ese viaje. Y ya está.
El viaje mereció alguna nota en La Voz del Interior, otra en el matutino Clarín, curiosamente en su sección Política y no en Policiales y alguna indignada mención de diario de los Mitre. Pero poco más: a la noticia se la devoró la crisis. Y la amnesia.
Es la misma amnesia que permite que, a la luz de la experiencia, el gobernador José Manuel de la Sota haya devenido en columnista televisivo para comentar la indagatoria judicial a que en ese día era sometido el vicepresidente Amado Boudou, hasta el momento acusado de “negociaciones incompatibles con la función pública”.
“Si es culpable, que pague”, pontificó el periodista-gobernador.

Si Bismarck tenía razón al decir que “El periodista es un hombre que se ha equivocado de carrera”, vista la nueva adquisición periodística de canal 26, no quisiéramos saber qué es un gobernador.

lunes, 9 de junio de 2014

RECUERDOS DE OTROS 9 DE JUNIO



Quizás no haya pluma que supere lo relatado por Rodolfo Walsh en “Operación Masacre”. 
El fusilado que vive. Un recurso literario, en rigor, porque varios fueron los sobrevivientes.

Pero puedo sí relatar lo que cree recordar la memoria de quien fuera un pibe de 10 años en 1957. 
Ese chico tomaba habitualmente el colectivo 9 (actual 127) en Villa Maipú. En algunas oportunidades, se asombró con cierto indefinible horror cuando vio que el chofer tenía la cara grotescamente deformada.

Por un disparo, sabrá más adelante.
De un fusil Máuser calibre 7.62, sabrá más adelante.

En esa época, Villa Maipú era una zona fabril del partido de San Martín. Nada, poco y nada queda de ello.

Su padre tenía un pequeño aserradero y fábrica de casillas de madera puestos con créditos del IAPI. El colectivo 9 lo llevaba hasta Constituyentes y General Paz, desde donde abordaba, en la terminal, los resoplantes Mack de la línea 102 hasta Álvarez Thomas y El Cano. El adoquinado esta ennegrecido por el gasoil que pierden los ómnibus.



(Julio Troxler, otro de los sobrevivientes).



Quince años después, ese mismo pibe estaba sentado en la caja de una pickup Volkswagen carrozada, sobre un banquito y con un balde a mano por si había que orinar. Está observando (desde un agujerito abierto en la partev trasera de la caja del vehículo) a un hombre con horarios rutinarios para entrar y salir de un edificio ubicado en Sarmiento casi Florida. Pero ese hombre morirá recién en 2001: el diario La Nación le hará un panegírico, en su más pura tradición mitrista.

En un párrafo, y refiriéndose a los fusilamientos del 9 de junio de 1956, escribirá el columnista Jorge Rouillon en La Nación: “En ese momento, quizá teniendo frescas las anteriores persecuciones políticas, que habían vivido como una dictadura, no hubo pronunciamientos contrarios a los fusilamientos -de civiles y de militares- de los partidos políticos actuantes, ni siquiera de la Unión Cívica Radical, cuyo Comité Nacional presidía Arturo Frondizi, que en 1958 llegaría a la presidencia con los votos del peronismo, sumados a los del radicalismo intransigente”. La nota apologética (porque precisamente eso es “apología del delito”) se titulaba: “A los 92 años, murió el coronel Desiderio Fernández Suárez”.

Como jefe de la policía bonaerense, el coronel Desiderio Fernández Suárez había dirigido los fusilamientos de José León Suárez.

El chofer de la línea 9 era Juan Carlos Livraga, uno de los fusilados que sobrevivieron.

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