sábado, 7 de marzo de 2015

UN OPA SOLEMNE



Uno podría opinar que la política argentina está plagada de opas. Mauricio Macri, María Vidal y Rodríguez Larreta, en mi percepción, entrarían cómodamente en esa categoría. Pero no: son pelotudos peligrosos, representativos de varias décadas de desmemoria y disciplinamiento que han llevado a un sector de la población a añorar la convertibilidad, la tablita cambiaria, la dictadura cívicomilitar, la traición menemista, los supermercados rebosantes de fideos italianos y frutas asiáticas, la vida globalizada. Este opa forma parte del gobierno nacional y encabeza un Poder feudal que ahora pugna (no todo, una parte) por derrocarlo con malas artes. 
Pensar que la propia libertad puede estar en manos de jueces como Sandra Arroyo Salgado me produce escalofríos. A continuación una excelente nota de Teodoro Boot sobre opalogía nativa.
Escribe Teodoro Boot
 
En Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, por opa se entiende a cierta persona que padece de alguna clase de retraso mental. No obstante la discordancia entre el volumen de sus cuerpos y el tamaño de sus mentes –contraste que los vuelve tan graciosos a los ojos de los niños–, los opas resultan inofensivos para sus parientes y vecinos, y la sociedad en general. Excepto en una de sus variantes.
Las viejas provincias argentinas, de Córdoba al norte, con énfasis particular en Salta, en las que el opa es una institución tan arraigada y tradicional como el Club 20 de Febrero, han dado origen a una auténtica “opalogía”.
Como sucede con toda ciencia, la opalogía consiste, básicamente, en la diferenciación, distinción y subdivisión de la mayor cantidad de variantes del fenómeno a cuyo estudio está consagrada. Es así que los científicos salteños han conseguido aislar una manifestación de opa que, hasta no hace mucho, se consideró propia y exclusiva de esa provincia: la variante solemne.
Se llama en Salta “opa solemne” a la persona que busca, por todos los medios a su alcance pero preferiblemente mediante un comportamiento ceremonioso, conseguir poder, honores y/o reconocimiento social.

El empaque propio de la aristocracia de Salta puede dar lugar a la errónea idea de que el opa solemne es exclusivamente salteño. Y socio del 20 de Febrero. Y aristócrata. O viceversa. Pero debe reconocerse que ese empaque con el que el aristócrata procura diferenciarse de la plebe y el plebeyo confundirse con la aristocracia está muy difundido entre las clases altas y los opas solemnes de la mayoría de las regiones del país.
Un destacado opálogo –y dícese que hasta algo opa solemne él mismo: “Siempre he sido un opa más, afirmaba. Pero soy un opa importante, un opa número uno”–, el extraordinario músico y compositor y ya más ordinario funcionario y legislador Gustavo Leguizamón, luego de explicar , en uno de sus últimos reportajes, que el opa solemne es un opa sumamente astuto ya que su arte consiste en que nadie descubra que se trata de un opa, sostuvo que opas hay en todos lados, sólo que “a los salteños los tenemos más cerca para verlos, pero el resto de los opas que hay aquí son espantosos... Hay un opa porteño que se cree Mitre. ¡Y es!”
Para Leguizamón, la solemnidad es un asunto muy importante, que empezó con el derecho romano y, por lo que se ve, ha sido enriquecido por siglos de práctica judicial. ¿El secreto? El cotidiano ensayo del opa frente al espejo, que le devuelve una imagen cada vez más egregia de sí mismo. Cuando consigue verse, claro.
Ocurre que el opa solemne tiene serias dificultades para verse, a no ser que el espejo haya sido emplazado en el cielo raso: sus ojos están siempre vueltos hacia las alturas, como si estuviera a solas con Dios Mismo. Siendo así, mira a su alrededor, a sus semejantes, a la realidad y al porvenir mediante los orificios de la nariz.
La extraña postura provoca algunas dificultades de orden práctico, rápidamente subsanables –comonó– mediante el empaque y la solemnidad.
Aun siendo con frecuencia nocivos para la buena marcha de los asuntos humanos, gracias a esa rara combinación de absurdo y solemnidad, los actos del opa solemne resultan a veces tan chistosos que el Dr. Leguizamón proponía erigirles un monumento, utilizando como modelo “un funcionario muy atareado con mucha prosapia y mucha prosodia”.
¿Pero el funcionario aceptaría posar para ese monumento?”, se extrañó el entrevistador.
Si le decimos que es el monumento al opa, se enfurecería, respondió el Dr. Leguizamón. Hay que decirle que es el monumento al hombre importante. E inmediatamente se prende.”
El funcionario se dirige al proscenio, infla el pecho, eleva la mirada hacia el infinito universo, nos observa con los orificios de la nariz y exclama: “Res iudicata. Non bis in idem. Cosa juzgada”.
Y listo el pollo.

Archivo del blog