sábado, 27 de diciembre de 2014

BENEDIT PADRE, BENEDIT HIJO



Como es habitual, el tema de la muerte de Mariano Benedit Wehmeyer (el segundo apellido, misteriosamente, nunca aparecía en TN) duró en los medios concentrados casi una semana. Luego dejó de ser noticia, abandono causado por un par de factores: algún motochorro reclamaba vigencia mediática (en este caso por no más de 48 hs y con la mirada puesta en la inseguridad) o acaso porque ya no era conveniente ahondar en el origen del dinero que manejaba el “financista”: sostenes de su pauta publicitaria, o quizás los mismos Magnetto, Rendo, Pagliaro y Herrera pueden haber confiado parte de su dinero negro al “asesor”.

Al fin y al cabo Mariano parecía ser un tipo confiable, bonachón, vástago de la oligarquía financiera, y no un advenedizo. Antes que el consumidor de noticias se hiciera alguna pregunta, Nelson Castro se vio obligado a redoblar su charlatanería desoladora incorporando a un doble que acentúa esos mohines propios de la decadencia con identificación maternal.

La familia de Mariano integra una conocida firma de la Bolsa de Comercio de la que él se había separado, dedicándose preferentemente a todo tipo de transacciones ilícitas porque la ganancia puede ser mayor y más rápida: dólares falsos, lavado de dinero, especulación, un auténtico financista nativo.

El padre de Mariano estuvo en la cárcel en 1978 durante una época en la que Martínez de Hoz combatía duramente a los advenedizos convertidos en banqueros por la plata dulce y la tablita cambiaria. El ministro debe haber deplorado que un Benedit Nougues estuviera detenido, ya que uno y otro se reconocían en similar prosapia, pero otros sectores de las FFAA en el poder tenían distintos planes para sus propios amigos y financistas. Videla intentaba equilibrar las cargas, pero a veces no lo conseguía: era un oscuro militar sin apoyos claros en ningún sector castrense (precisamente por eso se lo había elegido en 1975, cuando el sector civil planificaba el golpe).

El padre de Mariano había sido presidente del Banco de Valores, una entidad que administra la compraventa de acciones que cotizan en la Bolsa. Creado en 1978 para institucionalizar la primacía del capital financiero, forma un entramado con el Mercado de Valores y la Cámara de Agentes de Bolsa.

El Banco de Valores está hoy presidido por un Santamarina, de profesión ganadero, y entre sus directores se encuentra el mismísimo Guillermo Alchourron, quien encabezó la Sociedad Rural. Jaime Benedit Nougues estuvo al frente de la entidad durante el menemato.

Los Benedit están relacionados familiarmente con los Duncan, Carabassa,  Lagos Mármol, Mera Figueroa, Roviralta. No provienen de la vieja oligarquía patricia originada en el contrabando unitario del puerto de Buenos Aires, como Martínez de Hoz; ni de la que se enriqueció con el roquismo; ni tampoco reconoce ancestros de las guerras de la independencia, esos que seducían a Jorge Luis Borges, sino de los inmigrantes que prefería Sarmiento.

Jaime conocía a Martínez de Hoz, y ambos aspiraban a quedarse –durante la dictadura cívicomilitar-  con los activos del Banco de Hurlingham, propiedad de David Graiver, quien había fallecido en agosto de 1976. La entidad fue intervenida por las FFAA, y el general Cassino, su interventor, insistía en que era un banco viable pero la dictadura militar tenía otros planes, y no es que hubiera un solo plan. Al ser liquidada a pesar de las protestas del interventor, los activos de la entidad quedaron a merced de distintos buitres locales. Todos ellos contaban con una “pata militar” con la que podían esgrimir sus eventuales derechos o privilegios.


Uno de ellos fue el agente de bolsa Jaime Benedit Nougues. Otros fueron los Chavanne, aventureros financieros que habían comprado unos dunales costeros de la amplia estancia Malal Hue, propiedad de Martínez de Hoz, loteados y convertidos en el balneario de Santa Clara del Mar.

Pero se sabe que el misterio del enriquecimiento empresarial consiste en invertir el dinero de otro, o si es posible, ganar mucho con cero riesgo, o no invertir más que promesas a futuro. Por eso, los Chavanne, para quedarse con el Banco de Hurlingham, interesaron a otros inversores, los dueños de Industrias Siderúrgicas Grassi, que estaba pasando apuros financieros por la apertura de las importaciones decidida por Martínez de Hoz. Parece insólito que precisamente se llamara a inversores que estaban pasando un mal momento: el misterio de todo buen negocio es hacer dinero sin tenerlo, como puede leerse en las declaraciones del detenido René Grassi.

Al final, todos (los inversores de Chavanne, los amigos de Martínez de Hoz y los Grassi) fueron a parar a la cárcel durante un año, hasta que los bienes de Banco de Hurlingham quedaron "legalmente" desapoderados. Se les aplicó el artículo 6º de la ley 20.840 que penaba la “subversión económica”, subterfugio mediante el cual podía ser detenido y condenado cualquier empresario opuesto a la política desindustrializadora de la dictadura. A los Taub, del riñón de grupo Gelbard (ministro de Economía nombrado por Perón), se les aplicó el mismo artículo y pasaron siete años en prisión. No se andaba con chiquitas en esos años de de la más cruel ilegalidad, y no resulta muy descabellado suponer que si el almirante Massera se hubiera “interesado” por el Banco de Hurlingham, su destino, el de los apresados, habría sido el mismo o quizás peor. Pero no hay constancias fehacientes de que lo estuviera.

Sí lo estaba, a fin de poner en marcha su propio proyecto personal (crear en el futuro un partido político que recogiera algún fragmento del peronismo isabelista o lopezreguista), en Papel Prensa, también de propiedad de Graiver. Las peleas internas entre Videla y Massera por los bienes de Graiver las conocemos parcialmente por algunas notas y memorándums firmados por un tal capitán de navío D’Agostino, hombre de confianza del ex almirante, que también intervino en el desapoderamiento de Papel Prensa.

Aunque dicen que el crimen no paga, los activos de la entidad fueron repartidos entre los amigos del Banco Rural, el Banco Shaw, el Banco Ganadero, el Banco Comercial del Norte y el Citibank (que no eran advenedizos de la plata dulce, a diferencia de otros como los Greco y Saiegh), mientras la legítima heredera de Graiver, Lidia Papaleo, era torturada y vejada por Etchecolatz. Como se recordará, mediante una argucia legal, Papel Prensa quedó fuera de la sucesión de Graiver, y esto los habilitó para que fuera adquirida por los titulares de una empresa ficticia, Fapel S.A., propiedad de Ernestina Herrera y Magnetto, entre otros.

“La producción de papel para diarios no puede quedar en manos de un judío”, había señalado el capitán Manrique a Lidia Papaleo antes del desapoderamiento, refiriéndose a Graiver y sus herederos. Manrique fue uno de los que ocultaron durante años el cadáver de Eva Perón, inhumándolo con nombre falso en Italia. Al fin y al cabo, la dictadura era profundamente antiperonista.

“Financistas” como Benedit no son empresarios sino rentistas. Renta agraria o financiera, ni el dinero ni el campo se reproducen, sólo pueden incrementarse o reducirse por decisiones de mercado. Se calcula que los activos ficticios en el mundo (los que los Benedit contribuyen a crear e inflar) superan en seis veces los activos reales. El capital financiero es una gran burbuja de promesas de pago a futuro y rentabilidad ficticia cuyo estallido se retrasa por la amplia capacidad del sistema económico para recrearse y concebir nuevos vericuetos (paraísos fiscales, empresas off shore) que, en nombre del neoliberalismo reinante, permitan situarse por arriba de las decisiones de los Estados soberanos o incluso de asociaciones de Estados soberanos: los ataques contra el Mercosur, el Alba y el Celac se inscriben en esa línea.

En una civilización caracterizada por los eufemismos, en eso andaban los Benedit. No producen: lucran con el lucro, lo que no es una crítica a la actividad terciaria o de servicios. Pero sabemos los problemas que trae la excesiva intermediación de bienes de consumo en nuestro país.

Nunca se sabe quién paga y quién debe en esta sobreviviente patria financiera. Los financistas pasan por ser atildados caballeros de modales británicos, pero en muchas ocasiones merecen ser tratados con la firmeza con que los vapuleaba Guillermo Moreno.

martes, 23 de diciembre de 2014

LA INTEGRACION AMERICANA Y VUELTA DE OBLIGADO (II)


Teodoro Boot

En momentos en que por razones geopolíticas y por sentido histórico, Latinoamérica debe marchar más decididamente a la integración, es razonable repasar las causas de anteriores fracasos, el porqué de las traiciones y la razón por la que las disensiones alientan la injerencia de las potencias.

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Contrariamente a lo que podría pensarse, la ofuscada nota de Luis Alberto Romero (“Delirio nacionalista: el mito del combate de Obligado”) publicada el 9 de diciembre en Clarín y respondida el día 16 en ese mismo diario por Mario Pacho O´Donnell, no reaviva una polémica. Es que sólo una persona mentalmente perturbada puede dedicarse a demostrar que el 20 de noviembre de 1845 la flota anglofrancesa consiguió romper las cadenas que cruzaban el río (no con el objetivo de frenar a los barcos, sino para demorarlos lo suficiente y someterlos al fuego de las rudimentarias baterías costeras) y, hostigada permanentemente desde la costa, remontó el Paraná rumbo a Corrientes y Asunción. Con el propósito de quitar sentido al Día de la Soberanía, detenerse a discutir si eso ocurrió o no, cuando es público y notorio que así ocurrió, es tan absurdo como cuestionar el calificativo de Libertador o Padre de la Patria con que se conoce a José de San Martín basados en que el único hecho de armas del que en estas tierras participó don José fue un combate insignificante a orillas del Paraná contra un grupo de españoles que había desembarcado para robar gallinas y vacas. 
La gente sana y equilibrada no discute esas cosas.

Pero si la nota de Romero no aviva ninguna discusión útil, la respuesta de O´Donnell habilita un abordaje del tema que nos permite remitirnos a la actualidad.


Rosas y “la libre navegación”
Con mucho tino, O´Donnell apunta que lo que se conmemora los 20 de noviembre, aniversario de uno de los muchos combates librados contra la flota conjunta de las dos mayores potencias de la época, debería ser llamado Guerra del Paraná, puesto que de eso se trató, de una guerra por el control del principal de los ríos argentinos. Pero, a la vez, O´Donnell hace una interpretación sesgada del conflicto, ya que no se trata del control del curso de agua por el curso de agua en sí, sino de la apropiación de los impuestos al comercio exterior, en otras palabras, de las rentas de aduana. Y es en este marco en el que debe verse el argumento conceptual del conflicto: la libre navegación de los ríos.
Aclaremos que nadie discutía la libre o no libre navegación del Luján, el Reconquista, el río Quinto o el Carcarañá, sino la del Uruguay y, principalmente, el Paraná.
Cierta simplificación histórica analoga el reclamo por la libre navegación de los ríos con los principios unitarios y su adhesión a los imperios europeos. Sin embargo, quien primero habló entre nosotros de la libre navegación de los ríos fue Artigas, insospechado de cualquier connivencia con ningún imperialismo. Más tarde, el partido unitario hizo suya esa consigna para utilizarla contra Rosas, valiéndose de los reclamos de la mayoría de los caudillos del litoral. Y será finalmente esa conjunción de intereses múltiples y contradictorios (el partido unitario, Inglaterra, Francia, la elite de Montevideo, el Imperio de Brasil y los gobiernos de Entre Ríos, Corrientes y Paraguay), circunstancialmente unidos en el reclamo por la libre navegación, vale decir, por cobrar los tributos al comercio exterior, la que consigue derrotar a Rosas.
A estas alturas nadie, con excepción de Luis Alberto Romero y el coro de viudas del ñoño liberalismo del siglo XIX, puede poner en duda que la defensa del río Paraná y de la integridad territorial argentina contra las potencias europeas fue el momento más glorioso de la vida pública de Juan Manuel de Rosas, hasta el punto de granjearle la general admiración de los americanos de su tiempo. Pero a la vez, fue el núcleo de ese conflicto su principal limitación y debilidad y, a la postre, la razón de su derrota.
Si el río no es libre ¿de quién es? No de Inglaterra y Francia, ya sabemos. ¿Es de la Confederación? ¿De cada estado en igualdad de condiciones o de unos más que otros? ¿Sobre qué bases se establece una confederación en la que unos estados tienen mayores derechos que otros? ¿O no sería que ese río no era libre porque era de Buenos Aires?



Las rentas de aduana
En 1835 y recogiendo los reclamos de la provincia de Corrientes, el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas redactó un reglamento de Aduana que protegía las producciones de las provincias, pero la aduana, las rentas de la aduana, así como el puerto que tiene la llave del sistema del Plata, siguieron siendo propiedad exclusiva de la provincia de Buenos Aires. En estricta justicia, Corrientes, Asunción, Santa Fe, Concepción del Uruguay o Paysandú podían esgrimir derechos semejantes: que las mercaderías de ultramar llegaran a los distintos puertos, tributando en las aduanas de las respectivas provincias (llamémosles “estados”, para que nadie se sienta menoscabado).
Este es un punto que Rosas no entendió o no pudo resolver, habida cuenta que resolverlo iba en desmedro de los intereses de la provincia que gobernaba: la necesidad de federalizar las rentas aduaneras como instrumento de organización nacional.
Si bien protegidas por el reglamento aduanero de 1835, la mayoría de las provincias (muy especialmente las mediterráneas) se encontraban arruinadas desde la temprana apertura comercial iniciada del virrey Cisneros y defendida con uñas y dientes por la elite comercial porteña, intermediaria en los negocios de importación-exportación. La protección del reglamento de 1835 amparaba la producción regional, pero del tributo aduanero no llegaba nada a ninguna provincia, más que a Buenos Aires.
El inicial reclamo de Artigas de libre navegación de los ríos evoluciona hacia la solución de fondo: derrotar a la burguesía comercial porteña y someter a Buenos Aires a la voluntad de los demás estados provinciales. Solución que, no obstante el triunfo de Cepeda, se vio frustrada por las intrigas de Sarratea y la miopía y falta de estatura política de los dos lugartenientes artiguistas: Francisco Ramírez y Estanislao López.
Durante sesenta años más se prolonga la guerra civil, que no es otra cosa que la lucha por la apropiación de las rentas de aduana y que en el litoral adopta la fórmula de la libre navegación de los ríos, fórmula que llevaba implícita la tendencia a la disgregación.

Organización o segregación
¿De qué podía servirle a Salta o San Juan la libre navegación del Paraná? Las provincias interiores necesitaban imperiosamente la organización nacional. Las del litoral, no. Les bastaba con negociar con Buenos Aires alguna forma de libre navegación. O, en todo caso, segregarse, ya fuera a través de la conformación de una república de la Mesopotamia, la integración paraguayo-correntina o la federación del Uruguay integrada por la Mesopotamia argentina, la Banda Oriental y el estado de Río Grande do Sul.
Es en esa tensión entre las provincias del litoral y las del interior que durante treinta años maniobra Rosas para consolidar la hegemonía bonaerense y, a la vez, conservar la integridad territorial de la confederación, valiéndose de su gran capacidad diplomática y, principalmente, del manejo del puerto y el control de la aduana. Y estaba en esa fortaleza su mayor debilidad, ya que se trataba de una situación altamente inestable que se resolvía o bien con la organización nacional o bien en la desintegración territorial.
De hecho, la organización nacional sólo fue posible después de que Julio A. Roca consumara, al menos en parte y a su manera, uno de los anhelos de Artigas: el sometimiento de Buenos Aires a la voluntad de las demás provincias, en otras palabras, la federalización del puerto, la aduana y la ciudad de Buenos Aires. Fue recién entonces que se extinguieron las tensiones y tentaciones secesionistas, algunas consumadas, otras temporarias y otras en proyecto. 
Ese largo conflicto, motivado por la desigualdad de derechos entre estados en teoría equivalentes, fue lo que permitió y alentó la intervención de las potencias europeas. Al respecto vale la pena recordar que la flota anglofrancesa fue de algún modo convocada por Carlos Antonio López desde un Paraguay que, habiendo llegado al límite de sus posibilidades en el tradicional aislamiento de Rodríguez de Francia, se veía estrangulado por Buenos Aires.
Tras la derrota de Artigas, el aislamiento paraguayo, el federalismo defensivo de los caudillos, el "sistema americano" rosista de defensa de la soberanía (el uso del poder económico de Buenos Aires para evitar la disgregación), fueron los distintos caminos adoptados por los distintos pueblos en la defensa de sus intereses. Ninguna de esas opciones dio resultado. No, al menos, los que hubiera tenido una federación de iguales, en la que nadie fuera más que nadie.
En momentos en que por razones geopolíticas y por sentido histórico, Latinoamérica debe marchar más decididamente a la integración, es razonable repasar las causas de anteriores fracasos, el porqué de las traiciones y la razón por la que las disensiones alientan la injerencia de las potencias. De igual modo, los alcances y límites de esa segunda guerra de independencia que fue la resistencia a la invasión anglofrancesa, nos recuerdan que la verdadera integración se lleva a cabo en términos de igualdad y que no hay integración duradera basada en el solo impulso de ningún “tractor”, llámese Brasil, Argentina... o el Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas.

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