Como es habitual, el tema de
la muerte de Mariano Benedit Wehmeyer (el segundo apellido, misteriosamente, nunca aparecía en TN) duró en los medios concentrados casi una
semana. Luego dejó de ser noticia, abandono causado por un par de factores:
algún motochorro reclamaba vigencia mediática (en este caso por no más de 48 hs
y con la mirada puesta en la inseguridad) o acaso porque ya no era conveniente
ahondar en el origen del dinero que manejaba el “financista”: sostenes de su
pauta publicitaria, o quizás los mismos Magnetto, Rendo, Pagliaro y Herrera
pueden haber confiado parte de su dinero negro al “asesor”.
Al fin y al cabo Mariano
parecía ser un tipo confiable, bonachón, vástago de la oligarquía financiera, y no un
advenedizo. Antes que el consumidor de noticias se hiciera alguna pregunta,
Nelson Castro se vio obligado a redoblar su charlatanería desoladora
incorporando a un doble que acentúa esos mohines propios de la decadencia con
identificación maternal.
La familia de Mariano
integra una conocida firma de la Bolsa de Comercio de la que él se había
separado, dedicándose preferentemente a todo tipo de transacciones ilícitas
porque la ganancia puede ser mayor y más rápida: dólares falsos, lavado de dinero, especulación,
un auténtico financista nativo.
El padre de Mariano estuvo
en la cárcel en 1978 durante una época en la que Martínez de Hoz combatía duramente
a los advenedizos convertidos en banqueros por la plata dulce y la tablita
cambiaria. El ministro debe haber deplorado que un Benedit Nougues estuviera
detenido, ya que uno y otro se reconocían en similar prosapia, pero otros
sectores de las FFAA en el poder tenían distintos planes para sus propios
amigos y financistas. Videla intentaba equilibrar las cargas, pero a veces no
lo conseguía: era un oscuro militar sin apoyos claros en ningún sector castrense
(precisamente por eso se lo había elegido en 1975, cuando el sector civil
planificaba el golpe).
El padre de Mariano había
sido presidente del Banco de Valores, una entidad que administra la compraventa
de acciones que cotizan en la Bolsa. Creado en 1978 para institucionalizar la
primacía del capital financiero, forma un entramado con el Mercado de Valores y
la Cámara de Agentes de Bolsa.
El Banco de Valores está hoy
presidido por un Santamarina, de profesión ganadero, y entre sus directores se
encuentra el mismísimo Guillermo Alchourron, quien encabezó la Sociedad Rural.
Jaime Benedit Nougues estuvo al frente de la entidad durante el menemato.
Los Benedit están
relacionados familiarmente con los Duncan, Carabassa, Lagos Mármol, Mera Figueroa, Roviralta. No
provienen de la vieja oligarquía patricia originada en el contrabando unitario
del puerto de Buenos Aires, como Martínez de Hoz; ni de la que se enriqueció con el roquismo; ni
tampoco reconoce ancestros de las guerras de la independencia, esos que
seducían a Jorge Luis Borges, sino de los inmigrantes que prefería Sarmiento.
Jaime conocía a Martínez de
Hoz, y ambos aspiraban a quedarse –durante la dictadura cívicomilitar- con los activos del Banco de Hurlingham,
propiedad de David Graiver, quien había fallecido en agosto de 1976. La entidad
fue intervenida por las FFAA, y el general Cassino, su interventor, insistía en
que era un banco viable pero la dictadura militar tenía otros planes, y no es
que hubiera un solo plan. Al ser liquidada a pesar de las protestas del
interventor, los activos de la entidad quedaron a merced de distintos buitres locales.
Todos ellos contaban con una “pata militar” con la que podían esgrimir sus
eventuales derechos o privilegios.
Uno de ellos fue el agente de
bolsa Jaime Benedit Nougues. Otros fueron los Chavanne, aventureros financieros
que habían comprado unos dunales costeros de la amplia estancia Malal Hue,
propiedad de Martínez de Hoz, loteados y convertidos en el balneario de Santa
Clara del Mar.
Pero se sabe que el misterio
del enriquecimiento empresarial consiste en invertir el dinero de otro, o si es
posible, ganar mucho con cero riesgo, o no invertir más que promesas a futuro.
Por eso, los Chavanne, para quedarse con el Banco de Hurlingham, interesaron a
otros inversores, los dueños de Industrias Siderúrgicas Grassi, que estaba
pasando apuros financieros por la apertura de las importaciones decidida por
Martínez de Hoz. Parece insólito que precisamente se llamara a inversores que
estaban pasando un mal momento: el misterio de todo buen negocio es hacer
dinero sin tenerlo, como puede leerse en las declaraciones del detenido René
Grassi.
Al final, todos (los
inversores de Chavanne, los amigos de Martínez de Hoz y los Grassi) fueron a
parar a la cárcel durante un año, hasta que los bienes de Banco de Hurlingham quedaron "legalmente" desapoderados. Se les aplicó el artículo 6º de la ley 20.840 que penaba la
“subversión económica”, subterfugio mediante el cual podía ser detenido y
condenado cualquier empresario opuesto a la política desindustrializadora de la
dictadura. A los Taub, del riñón de grupo Gelbard (ministro de Economía
nombrado por Perón), se les aplicó el mismo artículo y pasaron siete años en prisión. No se andaba con chiquitas en esos años de de la más cruel ilegalidad, y
no resulta muy descabellado suponer que si el almirante Massera se hubiera “interesado”
por el Banco de Hurlingham, su destino, el de los apresados, habría sido el
mismo o quizás peor. Pero no hay constancias fehacientes de que lo estuviera.
Sí lo estaba, a fin de poner
en marcha su propio proyecto personal (crear en el futuro un partido político
que recogiera algún fragmento del peronismo isabelista o lopezreguista), en
Papel Prensa, también de propiedad de Graiver. Las peleas internas entre Videla
y Massera por los bienes de Graiver las conocemos parcialmente por algunas
notas y memorándums firmados por un tal capitán de navío D’Agostino, hombre de
confianza del ex almirante, que también intervino en el desapoderamiento de
Papel Prensa.
Aunque dicen que el crimen
no paga, los activos de la entidad fueron repartidos entre los amigos del Banco
Rural, el Banco Shaw, el Banco Ganadero, el Banco Comercial del Norte y el Citibank (que no eran advenedizos
de la plata dulce, a diferencia de otros como los Greco y Saiegh), mientras la
legítima heredera de Graiver, Lidia Papaleo, era torturada y vejada por
Etchecolatz. Como se recordará, mediante una argucia legal, Papel Prensa quedó
fuera de la sucesión de Graiver, y esto los habilitó para que fuera adquirida
por los titulares de una empresa ficticia, Fapel S.A., propiedad de Ernestina
Herrera y Magnetto, entre otros.
“La producción de papel para
diarios no puede quedar en manos de un judío”, había señalado el capitán
Manrique a Lidia Papaleo antes del desapoderamiento, refiriéndose a Graiver y
sus herederos. Manrique fue uno de los que ocultaron durante años el cadáver de
Eva Perón, inhumándolo con nombre falso en Italia. Al fin y al cabo, la
dictadura era profundamente antiperonista.
“Financistas” como Benedit
no son empresarios sino rentistas. Renta agraria o financiera, ni el dinero ni
el campo se reproducen, sólo pueden incrementarse o reducirse por decisiones de
mercado. Se calcula que los activos ficticios en el mundo (los que los Benedit
contribuyen a crear e inflar) superan en seis veces los activos reales. El
capital financiero es una gran burbuja de promesas de pago a futuro y
rentabilidad ficticia cuyo estallido se retrasa por la amplia capacidad del sistema
económico para recrearse y concebir nuevos vericuetos (paraísos fiscales,
empresas off shore) que, en nombre del neoliberalismo reinante, permitan
situarse por arriba de las decisiones de los Estados soberanos o incluso de asociaciones
de Estados soberanos: los ataques contra el Mercosur, el Alba y el Celac se
inscriben en esa línea.
En una civilización
caracterizada por los eufemismos, en eso andaban los Benedit. No producen: lucran con el lucro, lo que no es una crítica a la actividad terciaria o de servicios. Pero sabemos los problemas que trae la excesiva intermediación de bienes de consumo en nuestro país.
Nunca
se sabe quién paga y quién debe en esta sobreviviente patria financiera. Los financistas pasan por ser atildados caballeros
de modales británicos, pero en muchas ocasiones merecen ser tratados con la
firmeza con que los vapuleaba Guillermo Moreno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario