sábado, 13 de julio de 2013

Algunos aspectos de la cuestión nacional


No conozco a ningún promotor, admirador, defensor o cultor de los pueblos originarios que explique cómo resolverían éstos, con sus métodos primitivos de agricultura, el problema de alimentar a 6.000 millones de personas que son las que hoy habitan el planeta.
No es un dato menor. Argentina produce alimentos para 300 millones de personas.
Y no es que esa cuestión haya sido resuelta por la revolución verde, que ni siquiera se propone hacerlo, o mas bien, se reduce a asegurar la propiedad privada de semillas patentadas por un puñado de corporaciones multinacionales que pueden contarse con un par de manos.
A la par, y acabando definitivamente con la verosimilitud de la Ley de Say, se van creando constantemente nuevas falsas necesidades alimentarias para sostener a la industria y no para asegurar una buena y completa alimentación humana. No es que la producción se organice para satisfacer necesidades: por el contrario, se fraguan nuevas necesidades antes de que aparezca el producto que las satisfará, y cuando esto sucede, la necesidad ya se ha naturalizado.
Por ejemplo, la mayoría de las mujeres sufriría estreñimiento. Convencido el consumidor de ello, luego aparece el lácteo que lo combate.
Miles de millones de seres humanos están hoy malnutridos sin que ello sea una prioridad para Monsanto.
La prioridad es el aumento de la productividad afinando el uso privado del recurso al punto de buscar, y en muchos casos obtener, la monopolización universal de un nicho de mercado.
La manipulación genética con estos fines contiene un riesgo eventual para la salud de los consumidores, que no se conoce. En la medida en que gran parte de la producción animal que consume transgénicos sirve para la alimentación humana, lo que no se evalúa es el riesgo potencial para el ser humano.
Por otra parte, los métodos industriales de cría y sacrificio de animales para la alimentación humana tiene cada vez más parecido con el exterminio humano industrializado que el nazismo institucionalizara aunque cabe sospechar que no como solitario victimario.
Se ha refinado la selección del “enemigo”: si ayer era “el judío” europeo (porque el antisemitismo no se limitó a Alemania y sus satélites, circunstancia que se oculta hábilmente), hoy, en nombre del ubicuo terrorismo, toda la civilización humana es potencial adversario, lo que implica una doctrina universal de la seguridad aplicada con una elegancia (o sigilo, según se vea) de la que carecían los carniceros de la Esma. Que ahora se actúe sólo dentro de la ley es un término relativo, por cuanto las operaciones clandestinas continúan.
En verdad, en cierto modo el nazismo perdió la guerra pero triunfó en todo el mundo porque el exterminio industrializado es una significación actual trivializada. En algunas regiones, las matanzas étnicas son cosa de todos los días pero pueden no existir cuando los medios no las reflejan. Otras, en cambio, tienen una amplia cobertura mediática.
La manipulación de la Naturaleza sin reglas ni ética suele generar reacciones descontroladas y terribles que perjudican en especial a los sectores sociales más vulnerables.
Debe subrayarse que las ideologías del hemisferio norte proponían el dominio de la naturaleza, fuera este dominio conducido por la burguesía o el proletariado, lo que suponía su destrucción. 
A eso llamamos Modernidad.
Cabe preguntarse si hay posibilidad de dominio sin descomponer la cosa en sus partes, es decir, destruirla. Y si es posible convivir con la naturaleza (o lo que queda de ella, en todo caso) sin renunciar al actual nivel de confort pero a la vez no descomponerla en sus partes o sacrificarla.
Y es en esa destrucción donde se producen las reacciones descontroladas: hablamos de cambio climático como si fuera un fenómeno inesperado, si todos por igual fuéramos sus responsables o si todos tuviéramos similar capacidad de remediarlo.
Visto desde Argentina, la defensa de las culturas originarias no puede desprenderse de la todavía irresuelta cuestión nacional, donde una parte importante de la población reivindica la conveniencia de apoyar las nuevas formas del colonialismo con la centralidad que asumen los medios de comunicación masiva. 
Esa mirada, la nuestra, puede no coincidir con la del hemisferio norte, donde se reivindica el aspecto folklórico, pintoresco y anárquico de esas culturas siempre que no colisionen con la previa cuestión nacional ya resuelta en esos países con el dominio y triunfo de las respectivas burguesías locales, constituyendo las naciones.
Aquí en el sur no deben faltar quienes crean que los pueblos originarios, en perspectiva, pueden constituir comunidades independientes y supranacionales.

Existe, pues, un estrecho y arduo camino que cada país sudamericano tiene que transitar con buen tino. Ese camino bien puede denominarse la cuestión nacional a la que apunta la actual etapa política. Quizás haga falta aclarar que el contexto en que se resuelve, tiene que responder a las circunstancias propias de esta época.

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