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Los mejores militantes jóvenes del kirchnerismo que conocí en estos años son delegados sindicales. Que fueron sistemáticamente ninguneados. Gabriel Fernández se queja de la falta de tacto de la conducción del movimiento en el trato con ellos y con sectores de identidad peronista histórica. Concuerdo con él y advierto que hay un consenso general al respecto entre militantes kirchneristas de paladar negro mayores de 45/50 años. Consenso acerca de que la debacle comenzó silenciosamente a causa del horriendo modo en que se produjo el rompimiento con Hugo Moyano (recuerdo que Cristina criticó a la CGT -que nunca pisó como Presidenta- desde la UIA) por asuntos tan menores como las candidaturas que el camionero pretendía para Piumato y Plaini. Y, para colmo, porque esas mismas candidaturas no le fueron concedidas a los gremialistas que rompieron con Moyano y reiteraron su fidelidad al movimiento, ni a quienes siempre apoyaron al “modelo” desde la CTA. Ambos sectores siguieron sufriendo el destrato del poder… sin por ello pasarse de bando, como tantos inventos de Néstor y de Cristina: Massa, Losteau, Insaurralde, Bossio…
Para decirlo de modo brutal: Sin en el movimiento obrero, el kirchnerismo no será más que una reedición del mejor alfonsinismo, y La
Cámpora, una Franja Morada más radical.
Lean esta valiente nota de Gabriel Fernández.
El gran río, los brazos, el delta
Osvaldo Iadarola, de FOETRA, ayer y hoy un sinidicato sostén de la juventud.
Por GABRIEL FERNÁNDEZ / LA SEÑAL MEDIOS – Área rea Periodística de Radio Gráfica
Si abrevamos en el concepto de contradicción, hallaremos varias
opciones interpretativas. Nos interesa, sin cerrarnos, esa variante
inteligente que mientras admite la existencia del contraste, sabe o al
menos intenta, diferenciar entre el principal y los secundarios. Todo
esto acompasado por apreciaciones más cotidianas: el ser humano es muy
variado, por tanto su proceder es diverso. Y lo es aún cuando proceda
colectivamente de modo unificado. ¿Y el movimiento obrero? Ya veremos.
Por estas horas, como ratificando el decir de sus adherentes duros en
las semanas recientes, Cristina Fernández de Kirchner se refirió a los
“dirigentes sindicales”. Lo hizo con dos asertos esenciales, en pocos
minutos de charla grabada por un celular: son todos más o menos
parecidos, los metió en la bolsa, y son ajenos, pues los derechos los
defiende cada miembro del pueblo sin intermediarios, cada integrante
“empoderado”.
Late allí –CFK no lo dice, seamos honestos- pero late, otra dualidad
con intensidad política: kirchnerismo – peronismo. De la objeción al
reclamo por el impuesto a las ganancias se pasa, en lo tácito, a
recriminar ausencias e indisciplinas. Alejamientos. Pero más por debajo
aún se palpa, al menos lo siente quien vivió varios períodos y no sólo
el más reciente, aquél antiguo disconformismo, aquella lejana
incomodidad, de las capas medias del movimiento para con los
sindicalistas.
Esto no lo hace saber nuestra líder más votada y sin dudas portadora
de logros gubernamentales extraordinarios que hemos marcado sin cesar en
estas páginas, pero si lo manifiestan con total franqueza los
militantes más duros de su vertiente: ahora no reclaman, ahora donde
están, son unos traidores, pactaron con Macri, etc. Usted los lee
continuamente, o usted dice y escribe esas mismas cosas lector, y sabe a
lo que nos referimos sin exagerar.
Ahora bien, el dilema no es sencillo. Hemos indicado que se trata de
militantes de nuestro movimiento; no estamos hablando de esos gorilones
que odian a Cristina, al kirchnerismo, al peronismo, al populismo, a
Chávez y a todo lo mejor que construyó América latina en la Década
realmente Ganada. Por tanto, en primera instancia: tienen pleno derecho a
debatir y a plantear diferencias. No viene por ahí la objeción de este
texto; ya verá.
Vamos un tranco hacia atrás. Un puñado de dirigentes se desprendió
del movimiento nacional hace varios años. Grave error que puede
equipararse con el deletéreo concepto de traición. Pero resultaron eso:
un puñado de dirigentes que en modo alguno representan a los centenares y
más de sindicatos y sindicalistas que permanecieron firmes junto al
gobierno nacional y popular. Para empezar entonces, una generalización
es injusta, aunque además errónea. Si el conjunto del sindicalismo
hubiera aceptado la coordinación de las corporaciones, empezando por
Clarín, el gobierno de Cristina hubiera caído antes de los comicios del
22 de noviembre.
Luego, es pertinente señalar que tras la fuga de esos pocos
sindicalistas, el gobierno impulsó la creación de una agrupación juvenil
asentada en empleados del Estado. Esto hay que decirlo, porque no es
eso lo que está mal: ser militante no es ser ñoqui, ser militante es
entregar la vida cotidiana al mejoramiento del país. Eso son los pibes a
los cuales hacemos referencia. El problema es que un agrupamiento de
esa naturaleza, no está en condiciones de conducir hegemónicamente un
movimiento bravío como el peronismo y mucho menos, de disciplinar al
gremialismo en la Argentina.
No se trata de un deber ser. Es una realidad. La mayoría de los
sindicatos argentinos no traicionaron nada en este período. Han crecido
gracias al proceso industrializador impulsado por el kirchnerismo, lo
han agradecido y han movilizado… hasta que se lo permitió esa hegemonía
juvenil. Porque créase o no, en este período los sindicatos integraron a
una masa enorme de nuevos militantes de base; delegados, activistas,
pibes que también se lanzaron a bregar por un mundo mejor… pero que
poseen diferencias sociales con los antedichos.
Meses atrás, cuando todavía el debate en el movimiento se asentaba en
quién sería el candidato y si se ganaba en primera o segunda vuelta, un
dirigente sindical de extrema confianza dijo a este periodista “estuve
pensando; está muy bueno lo de los patios de la Rosada cuando habla
Cristina, muy bueno… pero ¿sabés qué? ¡Son patios blancos!”. Le pregunté
que quería indicar y explicó: “Nuestros pibes no pueden entrar, van y
quedan afuera, después ya no van, es todo de La Campora, y nada más, son
chicos macanudos, pero están dejando fuera a trabajadores de su misma
edad, que quieren ir a ¡respaldar a Cristina! Ahí tenemos un problema”,
señaló, perspicaz.
Y más. En diálogo más reciente con un sincero –en privado- militante
de la famosa agrupación juvenil en cuestión, aseveró: “También ¿era
necesario que tuviéramos todos todos los cargos en las listas y la
mayoría de los funcionarios en los ministerios?”. Está claro. Quien
suponga que esto es propaganda de La Nación que lo crea y entonces no se
habla más, la verticalidad se impone para todos y todas y no se discute
nada. Pero el movimiento nacional discute, corcovea, se enoja y
plantea. Porque si no, los errores se repiten. Por ejemplo: ¿A nadie se
le ocurrió que los sindicatos afines, los que se quedaron valga la
reiteración, merecían puestos adecuados en el Ministerio de Trabajo?
¿Nadie supuso que para mejorar la actividad electoral el sindicalismo
tenía derecho a insertar candidatos en las listas?
Pregunta simple: ¿Por qué no?
Es decir, el alejamiento se fue construyendo paso a paso, desde la
asunción de Cristina hasta el presente. Derivó en la formación de un
frente con identidad peronista al costado del Frente para la Victoria –a
nuestro entender el FPV es la verdadera representación del movimiento
nacional- y concluyó con una fuga de votos apreciable. Esos votos no
podían ser contenidos en su totalidad porque estaban influenciados por
otros factores, especialmente mediáticos, pero si parcialmente de
haberse elaborado con más tacto el vínculo con el movimiento obrero
organizado y con sectores de identidad peronista histórica.
No renegamos de nuestras palabras: hemos señalado oportunamente que
el pueblo argentino vota populismo de centroizquierda y podemos realizar
una narración ajustada, comicio por comicio en el orden ejecutivo
nacional, que refrenda el comentario. Alguien dirá que los sindicatos no
encarnan claramente ese perfil de centroizquierda. Entonces señalamos:
no conocen a los gremios y a sus dirigentes que quedaron de este lado de
la línea; no son nazis, ni fascistas ni corporativistas. Son compañeros
con ideas bastante avanzadas y ya muy distantes de Moyano, ni qué
hablar de Barrionuevo o Venegas. No los conocen porque muchos militantes
de las capas medias también se guían por la orientación que reciben de
los medios concentrados.
Pero además: no hay populismo sin sindicatos. Lo que es decir, como
hemos indicado: no hay proyecto nacional sin movimiento obrero. La
ausencia de Moyano se hizo sentir por su capacidad para arrastrar a la
UTA, por la incapacidad propia para retener a la UTA, pero sobre todo
por el destrato oficial hacia los sindicatos que se afirmaron en la
defensa del Proyecto Nacional y Popular sin recibir un reconocimiento
adecuado. Sin cámaras ni medios para hacerse ver y oír (salvo los
nacional – populares carentes de financiamiento) y sin reuniones
adecuadas con las áreas de Economía, Trabajo y Desarrollo Social.
Ahora bien. Todo este texto tiene la intención de amalgamar lo que se
está desperdigando porque ya está visto que con una sola vertiente –el
kirchnerismo- aunque sea la más votada y la más movilizada, no se logra
vencer. Vencer en toda la línea, no sólo electoralmente, si se entiende.
Y porque la reverberancia callejera de la adhesión del movimiento
obrero organizado es una de las grandes armas culturales del movimiento
nacional para combatir las campañas comunicacionales imperiales. Porque
el kirchnerismo es un peronismo y no puede desplegarse sin integrar a su
contradicción previa, no antagónica. Si la niega, pierde un componente
de la elaboración.
Si el kirchnerismo no es un peronismo, como pretenden algunos
entusiastas, entonces el kircherismo es una agrupación de clase media
motorizada por individuos desorganizados que se juntan en una plaza
convocados desde las redes sociales para efectuar demandas justas. Eso
está muy bien pero con eso no se ganan las elecciones ni la hegemonía
cultural nacional. La responsabilidad siempre recae en el liderazgo
mayor. Entonces, este es un texto, también, destinado a respaldar a
Cristina Fernández de Kirchner. A plantearle que sin el peronismo y sin
el movimiento obrero organizado, ella pasaría de ser la jefa del
movimiento en general, a la jefa de La Cámpora. Y lo que queremos es que
asuma integralmente el liderazgo.
Pero el liderazgo está relacionado con la persuasión. Cada sector
debe sentirse reconocido por el conductor, porque cuando hay zonas de
exclusión la intensidad militante baja y los compañeros no saben bien
qué hacer para apoyar un proceso que apoyan. Es común entre los
dirigentes que arriban al peronismo desde la izquierda malinterpretar
nuestra historia y presuponer que este movimiento es elementalmente
vertical. No lo ha sido, ni con Perón, no lo es ni puede serlo, pues sus
variados componentes encarnan fuerzas reales que batallan por salir a
luz, expresarse y obtener cuotas de poder decisorio. Por tanto, tampoco
es “elemental”: eso del choripán es un problema de La Nación y
satélites, pero las ideas que fluyen por estos barrios son bien
complejas.
Desde Jauretche y Scalabrini hasta Ubaldini, desde Cooke hasta
Laclau, desde Rearte hasta Ongaro, desde Walsh hasta Ferla, desde el
programa de Huerta Grande hasta los 23 puntos de la CGT, desde Perón
hasta Cristina pasando por Néstor, por sólo citar un puñado, se
registran dentro del peronismo tremendos y violentos debates
democráticos –si, como discute nuestro pueblo, con energía y
participación- que a su vez encarnan intereses profundos y vigorosos. La
anulación de esos cruces a través de la hegemonía verticalizada sobre
una agrupación, que además carece de la organización social de base
adecuada, resulta letal y fuerza que los planteos emerjan descoordinados
por aquí y por allá. El intento de encauzar esa trayectoria en
pensadores como Ricardo Forster, una simplicación costosa.
Es claro que Cristina es jefa y cabalmente representativa. Es claro
que La Cámpora es numéricamente importante y ha canalizado una
militancia joven y valiosa. Lo que no es claro es porqué la líder y sus
compañeros no dialogan con el resto del movimiento para incluirlo y
potenciar así su propio desarrollo. Ahora bien, si quienes ocupan ese
lugar recurren a la sencilla caracterización de toda disidencia como
traición (a este periodista, por caso), estaremos condenados a
configurarnos como una vertiente de los sectores medios altamente
movilizados pero sin posibilidades cabales de victoria ante deficiencias
para abarcar el arco social propio.
Y además, sesgando hacia un detalle: ¿quién fue el genio que desde
Canal 7 dispuso en los últimos tres años que en los actos públicos y
masivos del oficialismo se enfocara sólo las banderas de La Cámpora?
¿Creyeron que no se notaría que volcaban la cámara cuando arribaban el
Evita, el Kolina, los sindicatos, los agrupamientos sociales? La
dirección periodística de las transmisiones de esos magníficos eventos
logró transformar enormes movilizaciones populares en festivales de
muchachos porteños. Lo cual se constituyó en un verdadero festival para
los medios concentrados.
En la lectura del tiempo histórico corto, puede suponerse que el
kirchnerismo inventó todo desde la nada. Esa puede ser incluso, la
legítima percepción de sus hacedores. Legítima pero equivocada. El
pensamiento nacional con epicentro en el forjismo, el movimiento obrero
pese a las defecciones y las organizaciones sociales en el último tramo
del siglo anterior, mantuvieron banderas que fueron retomadas. La gran
gesta del 19 y 20 de diciembre del 2001 quebró la cerviz del
neoliberalismo y abrió las puertas al paso de la historia. Felizmente,
el kirchnerismo observó esa herencia, se montó sobre ella y condujo la
nación hacia un progreso que años antes resultaba impensable.
La admisión de ese decurso enriquece. Es doloroso que algunos
compañeros supongan que desmerece los logros del tramo reciente: los
realza como parte de una historia de luchas sorprendente, inteligente y
heroica. Pero algo más para terminar: es preciso sacudirse esa
prevención social en contra de los sindicatos. Ese gesto cultural que
aleja porque lleva a percibir ajenidad sobre un espacio vertebral del
movimiento nacional y popular, y por lo tanto del Proyecto que con
gallardía el kirchnerismo ha llevado adelante.
Los cambios los hacen los pueblos. Las franjas militantes contribuyen
a acompañar, esclarecer y organizar. Cuando se alejan y pretenden
decirle a los pueblos todo lo que tienen que hacer, están sustituyendo
sus organizaciones, pero sobre todo sus ritmos, sus culturas, sus
representaciones genuinas. Estamos a tiempo de ensamblar lo propio.
Somos una potencia extraordinaria. Podemos ser una totalidad sin
abandonar nuestras concepciones parciales.