Norberto Alayón*
Profesor Titular – Facultad de Ciencias Sociales (UBA)
Buenos Aires, marzo 7 de 2016.
Manuel Ugarte fue un escritor y político argentino,
nacido en Buenos Aires en 1875 y fallecido en 1951. Relevante precursor de las
luchas antiimperialistas en América Latina, escribió en 1908 un texto titulado
“25 de Mayo de 1810”, consignando una muy sugerente información: “Hay en los
Estados Unidos una costumbre por la cual en la escuela, en mitad de la clase o
interrumpiendo el recreo cuando el niño menos lo espera, el maestro le hace
poner bruscamente de pie para prestar una vez más el juramento de servir a su
tierra en todos los momentos de su vida”.
Impresionante costumbre que, respondiendo a una clara
intencionalidad desde la escolaridad básica, apuntó a la construcción y
consolidación de la identidad nacional de los norteamericanos ya a partir de la
infancia, lo cual permite identificar el marcado nacionalismo siempre presente
en el imperial país del norte.
En nuestros países latinoamericanos distintos sectores
políticos (conservadores, socialistas, liberales de izquierda,
ultraizquierdistas), desde diversas perspectivas y caracterizaciones, suelen
abominar o desconfiar de ciertas expresiones y prácticas políticas
“nacionalistas”, “patrióticas”, “populistas”, por considerarlas como atrasadas,
no civilizadas, pre modernas, o bien directamente asociadas a las concepciones
nazis y fascistas.
Estos sectores (con sus diferencias) no cuestionan o son
indulgentes cuando las acciones nacionalistas se verifican en EE.UU. o en
Europa, es decir en los países “desarrollados”, pero son consecuentemente “no
nacionalistas” cuando se trata de nuestros países semicoloniales. El aspecto
crucial es que básicamente no pueden comprender la clave diferencia que existe
entre el “nacionalismo” en los países opresores y el “nacionalismo” en los
países oprimidos.
El ruso Vladimir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin,
en 1920 expresaba durante el Segundo Congreso de la Internacional Comunista:
“En primer lugar, ¿cuál es la idea más importante y fundamental de nuestras
tesis?: la distinción entre pueblos oprimidos y pueblos opresores”. Agregando
que “La dominación extranjera impide el libre desenvolvimiento de las fuerzas
económicas. Es por esta razón que su destrucción es el primer paso de la
revolución en las colonias y es por esto que la ayuda aportada a la destrucción
de la dominación extranjera en las colonias no es, en realidad, una ayuda
aportada al movimiento nacionalista de la burguesía nativa, sino la apertura
del camino para el propio proletariado oprimido”.
Otro ruso, Lev Davídovich Bronstein (León Trotsky), mandado a asesinar
por José Stalin en México en 1940, afirmó que “Lenin ha escrito centenares de
páginas para demostrar la necesidad capital de distinguir las naciones
imperialistas de las colonias y semicolonias, que constituyen la mayor parte de
la humanidad. Hablar de “derrotismo revolucionario” en general, sin distinguir
entre países opresores y oprimidos es hacer del bolcheviquismo una caricatura
grotesca y miserable y poner esta caricatura al servicio del imperialismo”.
Y completaba Trotsky: “El imperialismo sólo puede existir
porque hay naciones atrasadas en nuestro planeta, países coloniales y
semicoloniales. La lucha de estos pueblos oprimidos por la unidad y la
independencia nacional tiene un doble carácter progresivo, pues, por un lado,
prepara condiciones favorables de desarrollo para su propio uso, y por otro,
asesta rudos golpes al imperialismo”.
En definitiva, el nacionalismo de los países
imperialistas es reaccionario. Por el contrario, en los países semicoloniales
el nacionalismo es progresivo, en tanto tiende a combatir al imperialismo y
liberarse de los lazos de dependencia. El nacionalismo reaccionario de países
imperiales como EE.UU. engendra abominables personajes como el multimillonario
Donald Trump, actual pre- candidato republicano a la presidencia, quien
desparrama impunemente las posiciones más trogloditas.
Pero el nacionalismo en los países sojuzgados e
inconclusos de América Latina se encarnó, en la búsqueda de una verdadera
independencia y soberanía, en movimientos nacionales y populares como el
Yrigoyenismo y el Peronismo en Argentina, la revolución Mexicana de 1910, el Varguismo
en Brasil, el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) en Perú, el MNR
(Movimiento Nacionalista Revolucionario) en Bolivia, el independentismo en
Puerto Rico, José Martí y Julio Mella en Cuba, Augusto Sandino en Nicaragua,
entre tantos otros. Y en la última década en los procesos populares de
Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, que lideraron la confrontación
con EE.UU.
Como viejo ejemplo del nacionalismo reaccionario que se
verifica en países imperialistas como EE.UU., que conduce a guerras permanentes
y a la opresión de otros pueblos, Manuel Ugarte da cuenta de una frase de un
senador Preston, de 1838, afirmando que “La bandera estrellada flotará sobre
toda la América Latina, hasta la Tierra del Fuego, único límite que reconoce la
ambición de nuestra raza”. Con frecuencia, algunos estadounidenses son bien
claros y directos, sin “pelos en la lengua”, expresando el sentir de las
mayorías en ese país. Ya hablaba este imperial senador, hace casi 200 años
atrás, de “ambición”, lo cual se relaciona con la permanente tradición de
EE.UU. como país guerrero y dominador, y sobre “nuestra raza” (siempre se
consideraron superiores y con “derechos” absolutos sobre todo el orbe).
Sesenta y ocho años después, otro imperialista -William
Howard Taft, Secretario de Guerra del presidente Theodore Roosevelt y luego
presidente él mismo, en un discurso el 21 de febrero de 1906 manifestó: “Las
fronteras de los Estados Unidos terminan virtualmente en Tierra del Fuego”.
Los amos actuales del mundo y los respectivos habitantes
de los imperios deberían recordar al Peruano Dionisio Inca Yupanqui, aquel
diputado americano que en las Cortes de Cádiz, España (en diciembre de 1810),
indignado por la dominación colonial, desbrozó un imperecedero aforismo: “Un
pueblo que oprime a otro no merece ser libre”.
A esta altura, conviene precisar qué son las
semicolonias. Son países formalmente independientes, con Constituciones
nacionales, con banderas e himnos propios, con territorios definidos (aunque en
ocasiones parcialmente arrebatados y usurpados, como es el caso de las Islas
Malvinas por parte del imperialismo inglés), pero que padecen, estos países, de
una gran dependencia estructural de los centros hegemónicos de poder mundial,
que limitan y condicionan ostensiblemente su autonomía y capacidades de
decisión propias. Se trata, entonces, de Estados aparentemente soberanos,
políticamente independientes, pero que, a partir de la dominación económica que
sufren, se ven compelidos a transformarse en una suerte de satélites
presionados y arrinconados por los imperios de turno. Por eso las concepciones
y las luchas nacionales y antiimperialistas adquieren, aún hoy, un enorme
sentido progresista de gran significación.
El debilitamiento y hasta la pérdida de la soberanía
política entraña un severo riesgo para el presente y el futuro de nuestros
países todavía semicoloniales. Veamos, si no, el caso de los “fondos buitre” y
del juez norteamericano Thomas Griesa. Este juez municipal extranjero pretende
imponer condiciones, además muy lesivas, a una nación formalmente “soberana”
como la Argentina. Pero el meollo de la cuestión, ni siquiera radica en Griesa:
él es un mero instrumento que acepta y lleva a la práctica altaneramente las
decisiones que se adoptan en ámbitos superiores. Si detrás de Griesa no
estuvieran los verdaderos poderes económico-políticos de EE.UU. y hasta el
propio gobierno de Barack Obama, este anciano juez estaría dedicado a atender
los temas locales de su jurisdicción o a su salud personal y no se ocuparía en
agredir intransigentemente a la Argentina. Los EE.UU., como imperio, no se
olvidan del “No al ALCA”, decidido valientemente en 2005 en Mar del Plata bajo
el liderazgo de Chávez, Kirchner y Lula. Los imperios tienen buena memoria; lo
principal será que nosotros no perdamos o enajenemos la nuestra y estemos
dispuestos a defender, como corresponde, el interés nacional.
Imaginemos si fuera a la inversa. Si un juez Argentino,
de algún distrito municipal del país, pretendiera imponerle condiciones al
gobierno de los EE.UU. Si este
hipotético juez argentino actuara, como lo hace Griesa con nosotros,
inmediatamente morirían muchos norteamericanos… pero de risa. Nos tomarían por
locos o “bárbaros atrasados”, no insertos en la moderna comunidad
internacional.
El tema de la independencia y de la soberanía nacional es
obviamente muy importante y no debe considerarse como secundario,
intrascendente o perimido, ya que depara consecuencias vitales, en uno u otro
sentido, para el país. La imperial imposición que pretende Griesa para que
nuestro Congreso Nacional derogue la Ley de Pago Soberano y la Ley Cerrojo debe
ser frontalmente rechazada por quienes estén dispuestos a defender el interés y
la dignidad nacional. En ese sentido, cabría considerar seriamente la
alternativa de denunciar como “traición a la Patria” la conducta antinacional
de aquellos legisladores que voten a favor de las exigencias extranjeras, en
perjuicio de la Nación Argentina.
Esta invocación a defender el interés nacional de la
Argentina, esta invocación “nacionalista”, esta invocación “patriótica”, ¿tiene
algo que ver con las propuestas nacionalistas (ésas sí fascistas) que se
verifican en los países opresores, en los países imperiales? Reafirmamos, pues,
que defender “lo nacional” en los países oprimidos es profundamente
progresista. Por el contrario, defender “lo nacional” en los países imperiales,
que oprimen y sojuzgan a otros pueblos, es marcadamente reaccionario.
Volvamos a Manuel Ugarte para diferenciar y clarificar
las distintas concepciones acerca de “lo nacional”, del “patriotismo”. El gran
defensor de la Patria Grande latinoamericana escribió: “Yo también soy enemigo
del patriotismo brutal y egoísta que arrastra a las multitudes a la frontera
para sojuzgar otros pueblos y extender dominaciones injustas a la sombra de una
bandera ensangrentada; yo también soy enemigo del patriotismo orgulloso que
consiste en considerarnos superiores a los otros grupos, en admirar los propios
vicios y en desdeñar lo que viene del extranjero; yo también soy enemigo del
patriotismo ancestral, del de las supervivencias bárbaras, del que equivale al
instinto de tribu o de rebaño. Pero hay otro patriotismo superior, más conforme
con los ideales modernos y con la conciencia contemporánea. Este patriotismo es
el que nos hace defender contra las intervenciones extranjeras, la autonomía de
la ciudad, de la provincia, del Estado, la libre disposición de nosotros
mismos, el derecho de vivir y gobernarnos como mejor nos parezca.
En este punto todos los socialistas deben estar de
acuerdo para simpatizar con el Transvaal cuando se encabrita bajo la arremetida
de Inglaterra, para aprobar a los árabes cuando se debaten para rechazar la
invasión de Francia, para admirar a Polonia cuando después del reparto tiende a
reunir sus fragmentos en un grito admirable de dignidad y para defender a
América Latina si el imperialismo anglosajón se desencadena mañana sobre ella.
Todos los socialistas tienen que estar de acuerdo, porque si alguno admitiera
en el orden internacional el sacrificio del pequeño al grande, justificaría en
el orden social la sumisión del proletario al capitalista, la opresión de los
poderosos sobre los que no pueden defenderse”.
En la Argentina, la clásica consigna del Peronismo
“Patria sí, colonia no” (más allá de que escandalice a los “bien pensantes” de
derecha y de izquierda) encarna y sintetiza el dilema de la hegemonía externa
sobre nuestro país. ¿O alguien preferiría invertir la consigna y exclamar
“Patria no, colonia sí?
O bien sobre la actual consigna de “Patria o buitres”.
¿Preferimos a los buitres o a la patria? Dejemos a Mauricio Macri y a Alfonso
Prat-Gay su adhesión objetivamente reaccionaria (por decir lo menos) a los
buitres y apoyemos firmemente la opción “nacionalista” y “populista” de la
patria. ¿Se nos podrá denostar, por esta opción, con el mote pretendidamente
descalificador de “patrioterismo”? Si así aconteciera, de parte de algún
energúmeno supuestamente “ilustrado”, nos remitiríamos con mucho orgullo al
preclaro antiimperialista Ugarte que convocaba, hace ya tanto tiempo, “a
mantener en el alma esa maravillosa emoción colectiva que se llama el
patriotismo”. ¿Qué otra cosa podrá ser un verdadero socialista, si no, al mismo
tiempo, un patriota?
Es menester aclarar, que estas opiniones “nacionalistas”
precedentes nada tienen que ver con el nacionalismo católico del estilo del
dictador militar Juan Carlos Onganía o del nacionalismo oligárquico que portan
algunos representantes de la tradicional Sociedad Rural Argentina. Tampoco
tienen que ver con el chauvinismo, la xenofobia, el racismo, que se vierten a
menudo en los estadios de fútbol en esos deleznables cánticos del estilo “son
todos bolivianos, paraguayos, que sólo sirven para botonear…” Ni con las
invocaciones al “ser nacional”, esgrimidas por la dictadura
cívico-militar-eclesiástica de 1976, que a la par de levantar el insano slogan
de “los Argentinos somos derechos y humanos”, en su fundamentalismo genocida
juraba que “la bandera nacional jamás sería reemplazada por ningún trapo rojo”.
Por supuesto, tampoco tienen que ver con la concepción que tienen del
nacionalismo los distintos grupos de neonazis, que se han reactivado, con mucha
virulencia, a partir del triunfo de Mauricio Macri en las últimas elecciones
presidenciales. Existe, por cierto, un falso nacionalismo, “de derecha”,
enraizado en la sociedad, que debe ser combatido tenazmente.
Ante
la terrible y devastadora restauración conservadora,
marcadamente antinacional, que impulsa el actual gobierno del
PRO-Cambiemos,
hoy, más que nunca, cabrá defender
activamente el interés nacional, plasmado en la preservación de la
independencia y la soberanía, sin temor alguno de que se nos tilde de
“nacionalistas”. Sobre los Argentinos que hoy gobiernan, ¿será
un exabrupto desmedido o una terminología pasada de moda, hablar de
irrecuperables cipayos?
Quienes continuamos aspirando y bregando por la
construcción de una sociedad donde rija plenamente la justicia social, no
propiciamos la claudicación, en modo alguno, de la meta socialista final, pero enfatizamos
que no se podrá arribar a la misma sin ensamblar correcta y estratégicamente la
Liberación Social con la Liberación Nacional.
Prof. Norberto Alayón*
Facultad de Ciencias Sociales (UBA)