jueves, 2 de abril de 2015

UN MOTIVO PARA VIVIR



Tras los idus de marzo, abril asoma con el recuerdo de la guerra en Malvinas. Mis hijos concurrían a una escuela primaria en Agronomía dirigida por un tal Sacco, socialista democrático, antiperonista furioso y por ende, admirador de la dictadura. Me da asco escribir su nombre. En clase, o en los recreos, los chicos seguían por tevé el adormecimiento futbolero de José Gómez Fuentes: un golazo bajo la línea de flotación de la Ardent, etc.
Recuerdo especialmente ese día en que volvíamos a la tarde, llevando de la mano a Agustín, el más permeable, por la edad, a esa prédica perversa. Quien esto recuerda había escuchado por radio que las tropas británicas acababan de desembarcar en Malvinas, y por lo tanto, que ahora solo restaba contar los días y los muertos…


Quien esto escribe padeció diciembre de 2001 aspirando una bocanada excesiva de gas lacrimógeno en Florida y diagonal Norte, no sin antes estampar una certera baldosa en el cuerpo de uno de esos hombres armados y de negro (los coreanos) que, cabalgando una moto, disparaban escopetazos.
Fue un placer la puntería. Pero eso no me da ninguna patente.


Pasó la guerra. Desde la entrega del gobierno de ex general Bignone a Raúl Alfonsín (una primera etapa con Bernardo Grinspun, de cierta similitud con la fallida experiencia de Gelbard, hasta la rendición posterior con Sourrouille y las Felices Pascuas la casa está en orden) a hoy han pasado siglos.
Si en 1983 había habido cierto acuerdo con el radicalismo, el pacto de impunidad con Luder era siniestro.
Pero Alfonsín no podía incluir a Bignone en la Causa 13, porque si los comandantes eran condenados por la ilegalidad de sus actos y el último dictador quedaba englobado en ella, el propio traspaso del poder a los civiles terminaría siendo ilegal.
Esto se sabe muy bien pero tendemos a olvidarlo. Y tendemos a olvidar que las consecuencias de la dictadura cívicomilitar y lo que vino después hasta el 2001 lo seguimos sufriendo hoy en día. 
Que hoy estamos bastante más atras en el campo popular, porque esa prédica nefasta ha calado hondo: de otro modo, los compañeros no pasarían horas sopesando si ganamos o perdemos las próximas elecciones, si los números dan aquí y allá.
Y también estamos bastante más atrás por la brutal desnacionalización que sobrevivió.
Tienden a olvidarlo los que piden peras al olmo –olmo que seguirá sin dar peras- y (como siempre) se oponen a lo nacional y popular porque el país real no se ajusta a la teoría, una teoría que seguirá siendo eurocéntrica y reaccionaria y casi hasta payasesca.
Buscan ocultarlo los detentadores del poder real económico-mediático que fueron y son los verdaderos beneficiarios de esta monumental entrega del patrimonio nacional y del futuro, beneficiarios de esta monumental concentración y desnacionalización económica, una gran burguesía que siempre estuvo aliada al poder de los países centrales, los últimos beneficiarios.
No lo razonan quienes se oponen a lo nacional y popular porque no comprenden que los mismos “proletarios” de los países centrales (que reivindican como modelo) participan de parte de los beneficios de los bienes materiales y simbólicos que se expolian a los periféricos, emergentes, semicoloniales, no desarrollados, en vías de desarrollo, o como se denominen en cada etapa.
No entienden, por ejemplo, por qué un ferviente socialista como Mussolini, partió por la mitad a la socialdemocracia pacifista de Jean Jaures. No entienden por qué los tanques y vehículos artillados de Hitler eran fabricados por la Ford alemana, la del antisemita Henry Ford de Detroit, USA.
Ni entienden que el capitalismo cambia, se transforma  y se enmascara constantemente, convirtiéndose en un tortuoso eufemismo de sí mismo, pues si originariamente fue conducido por las burguesías nacionales europeas, éstas grabaron en las mentes de los seres humanos ubicados dentro del área de influencia de la llamada civilización occidental, que la tal civilización se expande sin límite en su total falta de Otredad.
Y sin embargo, pareciera lo contrario: pareciera que jamás existió mayor apertura y diversidad en las construcciones culturales dominantes. Las reacciones subsiguientes a la violencia de Charlie Hebbdo muestran más intolerancia que reconocimiento del Otro. Y sin embargo, la CNN combina diariamente horas de transmisión dedicadas sin esfuerzo al reconocimiento de la diversidad sexual (hoy llamada equívocamente de género) mientras predica incansable contra el chavismo y el monstruoso Maduro, otorgando algún espacio a la mismísima Laurita Alonso, mascarón de proa de esos pelotudos peligrosos. Aquí hay gato encerrado: ¿pero dónde está?
Creo que sólo la actividad militante de esa o cualquier otra diversidad cultural, es requisito necesario de su resignificación. Porque así tomada, aisladamente, no deja de ser, es una reivindicación conservadora, o de rendición incondicional ante las significaciones del Imperio.
No es suficiente con que los diversos se muestren, que derriben las barreras del ocultamiento cultural. Hay que militar un reparto equitativo de los bienes materiales aunque la lucha principal parezca estar estancada en los simbólicos. Es sumamente difícil, porque ahora esa batalla se da en la propia mente de los implicados, incluso la de sus miembros más lúcidos.
Ettore Scola le hace decir a uno de sus personajes, en la voz y la figura de Vittorio Gassman: "yo también lucho por la redistribución  de los bienes simbólicos, porque los materiales ya están distribuidos".Y, para tomar un ejemplo cualquiera entre miles, no puede haber una misma lectura de Freud o Lacan en Alemania, en Argentina, en Angola.
La burguesía universalizante simula reconocer al Otro, el capitalismo financiero globalizado quiere ahogar a los que pretenden sacar la cabeza para respirar, lo ideal es enemigo de lo bueno y lo posible. Vivimos en el marco de una Constitución Nacional que predica la inviolabilidad de las acciones íntimas o personalísimas, pero en verdad la batalla actual es por las significaciones imaginarias de los bienes simbólicos que circulan y recirculan en nuestras mentes.
A años-luz del 45, distinto al de la fallida experiencia de 1973, con una conducción actual, la de Cristina, que difiere radicalmente y a la vez continúa la de Juan Domingo Perón, quien se llevó a la tumba los secretos de su particular forma de guía en la construcción de la Nación posible y la Nación soñada.
Los estilos, además, son distintos: ¿y qué?
Perón era una militar ingenioso, sutil, perspicaz, poseedor de sabiduría criolla; Cristina es una mujer preparada, de origen civil, inteligente, frágil en su fortaleza, emergente de una época agitada. Observadores conductores y actores ambos de épocas distintas, muy distintas, donde hay fuertes rupturas pero no menos fuertes continuidades, estas últimas ancladas en la necesidad de incluir que históricamente es y ha sido la Bestia, el Golem, el hecho maldito del país burgués.

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