Tras
los idus de marzo, abril asoma con el
recuerdo de la guerra en Malvinas. Mis hijos concurrían a una escuela primaria
en Agronomía dirigida por un tal Sacco, socialista democrático, antiperonista
furioso y por ende, admirador de la dictadura. Me da asco escribir su nombre.
En clase, o en los recreos, los chicos seguían por tevé el adormecimiento
futbolero de José Gómez Fuentes: un golazo bajo la línea de flotación de la Ardent, etc.
Recuerdo
especialmente ese día en que volvíamos a la tarde, llevando de la mano a
Agustín, el más permeable, por la edad, a esa prédica perversa. Quien esto
recuerda había escuchado por radio que las tropas británicas acababan de desembarcar
en Malvinas, y por lo tanto, que ahora solo restaba contar los días y los
muertos…
Quien
esto escribe padeció diciembre de 2001 aspirando una bocanada excesiva de gas lacrimógeno
en Florida y diagonal Norte, no sin antes estampar una certera baldosa en el
cuerpo de uno de esos hombres armados y de negro (los coreanos) que, cabalgando
una moto, disparaban escopetazos.
Fue
un placer la puntería. Pero eso no me da ninguna patente.
Pasó
la guerra. Desde la entrega del gobierno de ex general Bignone a Raúl Alfonsín
(una primera etapa con Bernardo Grinspun, de cierta similitud con la fallida
experiencia de Gelbard, hasta la rendición posterior con Sourrouille y las
Felices Pascuas la casa está en orden) a hoy han pasado siglos.
Si
en 1983 había habido cierto acuerdo con el radicalismo, el pacto de impunidad
con Luder era siniestro.
Pero
Alfonsín no podía incluir a Bignone en la Causa 13, porque si los comandantes
eran condenados por la ilegalidad de sus actos y el último dictador quedaba
englobado en ella, el propio traspaso del poder a los civiles terminaría siendo
ilegal.
Esto
se sabe muy bien pero tendemos a olvidarlo. Y tendemos a olvidar que las
consecuencias de la dictadura cívicomilitar y lo que vino después hasta el 2001
lo seguimos sufriendo hoy en día.
Que hoy estamos bastante más atras en el
campo popular, porque esa prédica nefasta ha calado hondo: de otro modo, los
compañeros no pasarían horas sopesando si ganamos o perdemos las próximas
elecciones, si los números dan aquí y allá.
Y también estamos bastante más atrás por la brutal desnacionalización que sobrevivió.
Tienden
a olvidarlo los que piden peras al olmo –olmo que seguirá sin dar peras- y (como
siempre) se oponen a lo nacional y popular porque el país real no se ajusta a
la teoría, una teoría que seguirá siendo eurocéntrica y reaccionaria y casi
hasta payasesca.
Buscan
ocultarlo los detentadores del poder real económico-mediático que fueron y son los
verdaderos beneficiarios de esta monumental entrega del patrimonio nacional y
del futuro, beneficiarios de esta monumental concentración y desnacionalización
económica, una gran burguesía que siempre estuvo aliada al poder de los países
centrales, los últimos beneficiarios.
No
lo razonan quienes se oponen a lo nacional y popular porque no comprenden que
los mismos “proletarios” de los países centrales (que reivindican como modelo)
participan de parte de los beneficios de los bienes materiales y simbólicos que
se expolian a los periféricos, emergentes, semicoloniales, no desarrollados, en
vías de desarrollo, o como se denominen en cada etapa.
No
entienden, por ejemplo, por qué un ferviente socialista como Mussolini, partió
por la mitad a la socialdemocracia pacifista de Jean Jaures. No entienden por
qué los tanques y vehículos artillados de Hitler eran fabricados por la Ford
alemana, la del antisemita Henry Ford de Detroit, USA.
Ni
entienden que el capitalismo cambia, se transforma y se enmascara constantemente, convirtiéndose
en un tortuoso eufemismo de sí mismo, pues si originariamente fue conducido por
las burguesías nacionales europeas, éstas grabaron en las mentes de los seres
humanos ubicados dentro del área de influencia de la llamada civilización
occidental, que la tal civilización se expande sin límite en su total falta de
Otredad.
Y
sin embargo, pareciera lo contrario: pareciera que jamás existió mayor apertura
y diversidad en las construcciones culturales dominantes. Las reacciones
subsiguientes a la violencia de Charlie Hebbdo muestran más intolerancia que
reconocimiento del Otro. Y sin embargo, la CNN combina diariamente horas de
transmisión dedicadas sin esfuerzo al reconocimiento de la diversidad sexual (hoy
llamada equívocamente de género)
mientras predica incansable contra el chavismo y el monstruoso Maduro,
otorgando algún espacio a la mismísima Laurita Alonso, mascarón de proa de esos
pelotudos peligrosos. Aquí hay gato encerrado: ¿pero dónde está?
Creo
que sólo la actividad militante de esa o cualquier otra diversidad cultural, es
requisito necesario de su resignificación. Porque así tomada, aisladamente, no
deja de ser, es una reivindicación conservadora, o de rendición incondicional
ante las significaciones del Imperio.
No
es suficiente con que los diversos se muestren, que derriben las barreras del
ocultamiento cultural. Hay que militar un reparto equitativo de los bienes
materiales aunque la lucha principal parezca estar estancada en los simbólicos.
Es sumamente difícil, porque ahora esa batalla se da en la propia mente de los
implicados, incluso la de sus miembros más lúcidos.
Ettore Scola le hace decir a uno de sus personajes, en la voz y la figura de Vittorio Gassman: "yo también lucho por la redistribución de los bienes simbólicos, porque los materiales ya están distribuidos".Y, para tomar un ejemplo cualquiera entre miles, no puede haber una misma lectura de Freud o Lacan en Alemania, en Argentina, en Angola.
Ettore Scola le hace decir a uno de sus personajes, en la voz y la figura de Vittorio Gassman: "yo también lucho por la redistribución de los bienes simbólicos, porque los materiales ya están distribuidos".Y, para tomar un ejemplo cualquiera entre miles, no puede haber una misma lectura de Freud o Lacan en Alemania, en Argentina, en Angola.
La
burguesía universalizante simula reconocer al Otro, el capitalismo financiero
globalizado quiere ahogar a los que pretenden sacar la cabeza para respirar, lo
ideal es enemigo de lo bueno y lo posible. Vivimos en el marco de una
Constitución Nacional que predica la inviolabilidad de las acciones íntimas o
personalísimas, pero en verdad la batalla actual es por las significaciones
imaginarias de los bienes simbólicos que circulan y recirculan en nuestras mentes.
A
años-luz del 45, distinto al de la fallida experiencia de 1973, con una conducción
actual, la de Cristina, que difiere radicalmente y a la vez continúa la de Juan
Domingo Perón, quien se llevó a la tumba los secretos de su particular forma de
guía en la construcción de la Nación posible y la Nación soñada.
Los
estilos, además, son distintos: ¿y qué?
Perón
era una militar ingenioso, sutil, perspicaz, poseedor de sabiduría criolla;
Cristina es una mujer preparada, de origen civil, inteligente, frágil en su
fortaleza, emergente de una época agitada. Observadores conductores y actores
ambos de épocas distintas, muy distintas, donde hay fuertes rupturas pero no
menos fuertes continuidades, estas últimas ancladas en la necesidad de incluir
que históricamente es y ha sido la Bestia, el Golem, el hecho maldito del país
burgués.
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