sábado, 6 de noviembre de 2010

NÉSTOR, EL ALMACENERO

Les hago llegar una nota escrita por Ariadna Somoz Sanuy. 
EL modelo neoliberal se basó en tres patas: salarios congelados, peso devaluado y tasas altas. Esas tasas, en dólares, eran necesariamente, más altas que las de los países centrales, y por eso tenían un atractivo irresistible para el ingreso de capitales. 
Con una "adecuada" desaparición de los controles estatales, los capitales especulativos entraban y salían de Argentina llevándose al exterior el excedente.
El modelo se perfeccionó en los '90, anclando el peso al dólar.

Muchas palabras se han dicho y escrito en los últimos dolorosos días acerca del legado de Néstor Kirchner. Algunas enfatizando en su rol de conductor del proceso, otras sobre sus ideas, y otras sobre el modelo económico que él parió.
En estas últimas se hizo hincapié en las medidas concretas que conforman el conglomerado de políticas macroeconómicas de su gestión y de la actual gestión de Cristina. Sin embargo, es importante también resaltar la importancia de lo que Néstor nos enseñó en materia de filosofía económica. Hay un antes y después del kirchnerismo para la teoría económica argentina, vivimos un cambio de paradigma. Algunas de las creencias dogmaticas neoliberales se han venido abajo por la realidad misma, y muy difícilmente puedan volver a renacer.
La primer ruptura fundamental del modelo económico kirchnerista con respecto al modelo neoliberal está relacionada con la concepción acerca de la generación de valor. El neoliberalismo, a partir de su implementación desde el ’76, pregonaba implícita y explícitamente que la especulación genera mayor nivel de rentabilidad que la producción, y adaptó así el marco jurídico para que la valorización financiera esté al alcance de cualquiera y que la producción de bienes, tan característica de nuestra economía; pase a un segundo plano. Esto esconde tras de sí la concepción de que el dinero puede generar dinero. Se puede generar riqueza sin trabajo humano, prescindiendo del trabajo humano.
Por supuesto que un modelo así es inviable, puesto que los altos niveles de desocupación y pobreza que genera y que son el correlato más coherente con este modelo son, al mismo tiempo, garantía de bajos salarios y bajos niveles de organización de la clase trabajadora pero, también, una bomba de tiempo que estalló finalmente en el 2001. Hoy en día, en el marco de la crisis internacional y el estallido de varias burbujas financiero-inmobiliarias, esta concepción entró bastante en crisis, pero nuestro país fue pionero en pensar una vía alternativa y el modelo económico kirchnerista fue vanguardia: repensó un modelo de reindustrialización con justicia social.
En segundo lugar, este modelo económico rompió con la famosa teoría del derrame. Una vez superada la etapa de la salida de la convertibilidad e iniciado el crecimiento económico no se conformaron ni Néstor ni Cristina en esperar a crecer lo suficiente para que así parte de este crecimiento se derrame hacia los más débiles. La teoría del derrame conlleva en su seno dos presupuestos básicos: por un lado, que el capital es bueno y, cuando le sobre, lo “donará” a los desposeídos, haciéndose una especie de distribución de la riqueza “natural”. Por otro lado, cierra la discusión en historia económica acerca de si los procesos como, por ejemplo, el peronismo, han fracasado porque distribuyeron antes de tiempo en vez de destinar ese excedente en profundizar la industrialización. Quien paga es la cuestión: la misma también podría haberse profundizado disminuyendo la tasa de ganancia del capital en vez de ajustar por los trabajadores.
El modelo económico kirchnerista, en su etapa de crecimiento, utilizó la definición política y la intervención estatal como variables fundamentales en la distribución del ingreso. No permitió que la mano invisible del mercado haga de las suyas, a la espera de que la “distribución natural” llegue en algún momento mientras miles de compatriotas seguían en las peores condiciones. Demostró con esta práctica que ni el capital va a distribuir lo que le sobra (porque nunca le sobra), ni los trabajadores pueden ser una variable de ajuste. Se puso fin a la teoría del derrame. 
El tercer punto de ruptura está relacionado, justamente, con los trabajadores como variable de ajuste. Tanto la recuperación de las tasas de empleo como del salario de los trabajadores fueron producto de políticas activas del Estado. Como pocas veces en nuestra historia, los salarios de los trabajadores estuvieron por delante de la inflación, lo cual implica que los aumentos salariales no son absorbidos por el mercado a través de la inflación. Esto rompe con el mito de que los aumentos salariales generan inflación, y deja en evidencia el verdadero problema de la inflación: la concentración de la economía argentina que, ante una política de fomento a la demanda, busca quedarse con el mayor pedazo posible de esa inyección de dinero en el mercado.
En medio de una de las peores crisis internacionales, el Estado argentino respondió inyectando mayor cantidad de dinero en el mercado pero no apostando a los grandes bancos, sino apostando al trabajo. Ya sea por incorporación de nuevos trabajadores como por aumentos salariales, asignación universal por hijo, aumento de los jubilados y de las jubilaciones y el programa de cooperativas Argentina Trabaja, ingresaron por la vía de los trabajadores recursos que revitalizaron el círculo virtuoso de la economía argentina, produciendo que el impacto de la crisis no se sintiera en nuestro país, pero también los brotes inflacionarios muestran la paradoja de una economía concentrada en grandes grupos económicos que forman precios e intentan hacerse de esos recursos a costa de los trabajadores. Es la puja distributiva en su máximo esplendor. 
Un cuarto punto de quiebre entre el actual modelo y el modelo neoliberal consiste en poner a la política por delante de la economía. Desde el dogma neoliberal se pregona que la economía es algo así como una ciencia que cuanto menos se toca, mejor funciona. El éxito de un modelo depende de cuánto mejor funcione el mercado por sí sólo. La economía entendida como un ente en sí mismo está aislada de las definiciones y voluntades políticas, y como es una ciencia, difícilmente pueda ser cuestionable. Esta idea cientificista de la economía esconde la verdadera esencia de la misma: el estudio de las relaciones sociales de producción, con las dominaciones incluidas, lo cual la transforma en una ciencia absolutamente social y totalmente vinculada a la política. 
Relacionado a este punto se encuentra la quinta y última ruptura que se puede observar del modelo económico kirchnerista con respecto al modelo neoliberal. Como buena ciencia exacta que es la economía, según el dogma neoliberal, la misma se hace de buenos y prestigiosos científicos. Estos se revisten, en este caso, de economistas técnicos- neutrales, a-valorativos, objetivos y portadores del saber. La tecnocracia perfecta para la implementación de un plan medido por la ciencia, exacto, y que no puede fallar. Como toda ciencia y como todo científico, es incuestionable, y no cualquiera porta ese saber. Los militantes políticos bien tienen que mantenerse alejados tanto de la ciencia como de los economistas, los verdaderos gurúes. La economía es cosa de economistas.
Pero el modelo económico kirchnerista no es sólo un modelo económico: es un proceso de transformación en marcha, y como tal, abrió grandes canales de participación popular que permitieron que muchos compatriotas comiencen a discutir aquellas cosas que eran exclusivas de una ciencia oscura e inaccesible. La economía no es otra cosa que nuestra vida cotidiana, en fin, y tal vez eso era lo que más claro tenía Néstor, también apodado “el almacenero”. El sabía que una persona que podía manejar la economía de un hogar, un almacén o una empresa, podía discutir de política, y por eso el tomó las riendas de la economía de nuestro país, subordinando el rol del Ministro de Economía al poder ejecutivo. Es la subordinación del poder económico por el poder político. 
Es así como Néstor, el almacenero, abrió la posibilidad para la discusión de los grandes problemas económicos por parte del pueblo nuestro todo, uniendo nuestros problemas cotidianos con el devenir del país. Pero estas rupturas no significan que los grandes dogmas neoliberales estén derrotados, sino que son sólo el comienzo de la construcción de una nueva hegemonía para el campo popular.
Para esta tarea y como buen legado, faltan continuadores, y ellos no somos más que quienes militamos diariamente este proyecto. Este legado significa que debemos seguir esta labor, esta puerta que abrió Néstor no sólo debe mantenerse abierta sino abrirse más, debemos seguir uniendo nuestra realidad barrial, universitaria, laboral, al modelo económico de reindustrialización con inclusión social, porque esto y solamente esto fortalece los niveles de organización popular, que son la condición indispensable no solo para que este legado continúe, sino para poder profundizar este proyecto nacional y popular.



* Socióloga, Geenap

viernes, 5 de noviembre de 2010

NOSOTROS, por Pablo Marchetti



La semana pasada, estuve en una de las tantas reuniones del Frente para la Victoria de la ciudad de Buenos Aires. Fue en uno de esos clubes bajo la autopista, ésta una herencia irremediable de la dictadura cívico-militar. Eramos muchos, y eso nos amuchó. Luego de las palabras, llegó el bailongo. Palabra antigua, bailongo. Me encontré con algunos amigos y conocidos, de la vida real y de facebook.
Una morocha espectacular bailaba cuarteto cordobés. Fue una visión fugaz, acaso ilusoria, tras advertir que mi mirada estaba bajo la vigilancia atenta de la reprobadora de mi ex mujer. 
Salí del club, me fui, aburrido, casi al unísono con una dama de edad mediana, a quien sólo vi de perfil, que me pidió la acompañara hasta la avenida San Juan: "está muy oscuro", se disculpó.
- Este barrio es tranquilo- la consolé. En la avenida se tomó un taxi hasta Austria y Las Heras.
A la mañana siguiente me crucé con un compañero de trabajo que también había estado en el club.
- ¡Por fin las chicas más lindas ahora están en el peronismo!- aventuró, agregando: "nunca había pasado algo así".
Sentí que mis cejas se levantaban, un reflejo condicionado.
Se comprende: durante el menemismo, la militancia justicialista era la sumatoria perfecta de bagayaje y gatos. La propia María Julia, de cercano parentezco porcino, se desnudó para la tapa de una revista. Y no me vengan con Claudia Bello o Adelina. Es que el hombre se inició, políticamente hablando, durante los 90.
El tema de la belleza en la militancia femenina es uno de los tópicos que solemos abordar los periodistas que nos reunimos todos los jueves en el Rincón de Oleiros, Piedras al 800, bajo la batuta de Juan Salinas. Como los Goyenechea Cabernet circulan velozmente, no hay espacio para hipótesis sociológicas de mayor alcance.
Si la filtración hepática es de regular a mala, los asistentes solemos hundirnos en la melancolía, o comparando la belleza femenina esencial de la gloriosa juventud de los 70 con la de la primavera alfonsinista. 
Tales discusiones suelen terminar mal. Y nos colocan en situaciones ambiguas con varios de los asistentes: me refiero a las chicas.
Esto, para avisar que tenemos la victoria asegurada. Sólo hay que ser un poquito más inteligentes; lo mejor es enemigo de lo bueno, suele decir mi amigo Teodoro Boot.   
JD   


NOSOTROS
Por Pablo Marchetti

Para Claudia Acuña, con amor peronista

En el final de la cola, unos ocho metros antes del féretro, en uno de los corredores de la Casa Rosada, una piba llora. Sí, una piba: 16, 17 años, como mucho. Divina, cándida, antelical. Una chica que bien podría uno imaginarse llorando así con una novela del Cris Morena Group o con la llegada de los Jonas Brothers, aunque un poco más hippona. Si Néstor Kirchner hubiera sabido que lo iba a llorar una piba así capaz que no se moría.

Ok, lo que acabo de decir es una reflexión machista, pelotuda, lo que quieran. Olvídense. Pero a ver si queda claro: la plaza de Mayo y sus alrededores se llenó de pendejas y pendejos divinos, pibes muy chiquitos, adolescentes y jóvenes conmovidos por la muerte de Kirchner. Pibes que transformaron en hit el canto “andate Cobos, la puta que te parió”, o su versión extendida: “Andate Cobos y llevate a la Carrió”. O sea, pibes y pibas que hicieron su lectura política del asunto. Pibes y pibas militantes.



Todos putos

Un pibe escribe con aerosol, en el piso, sobre la avenida de Mayo, casi Bernardo de Yrigoyen, Néstor VIVE, y sobre cada una de las V de la palabra VIVE escribe una K, reemplazando la P peronista del PERÓN VUELVE. Me río: se lee KK. O sea, caca. Evalúo por un momento la posibilidad de compartir mi hallazgo con el pibe que escribe con aerosol. Y lo imagino contestándome: “De caca te voy a llenar la cabeza, puto”. Pero no, descartado. El pibe no diría eso. Parece más un pibe que pudo estar tomando un colegio anteayer. Más rockero que cumbiero. Clase media porteña, laburante. El pibe de la fotocopiadora, ponele. Hasta es probable que ni sea peronista. Nada de “eh, puto”. Y menos ahora que a su lado pasa una columna (bueno, un grupito con pancarta), unas treinta personas que llevan orgullosas el cartel que dice “Putos peronistas”.

Sí, los putos y las travas también. En la fila, a ocho cuadras de Plaza de Mayo, está Marlene Wayar, la hermosa Marlene, altísima, flaca, ojos enormes, sonrisa transparente, la voz más lúcida de la diversidad sexual, el pensamiento más sexy del país, una travesti que no cree en el matrimonio pero cree en la igualdad. Quién lo hubiera dicho, Marlene en la fila para ver a Néstor. ¿O debo decir “en la cola”? Sí, Marlene en la cola de Néstor, que esta noche es también promiscua y libertina. Que esta noche es todos con todos, todas con todas, todos con todas, todas con todos, todo con todo. Esta noche, la del pastiche que supimos conseguir. Unámonos. Abracémonos. Te amo, Marlene. Qué bueno que estés acá.



Noche de abrazos

Esta es una noche de abrazos. Me abrazo con Marlene, me abrazo con Claudia Acuña (bueno, con Claudia siempre nos abrazamos), me abrazo con Mariana Collante, me abrazo con Eduardo Anguita (sí, aquí estoy, Eduardo, ¿dónde iba a estar?), me abrazo con Dani Tavarone (Dani, qué linda sorpresa, tanto tiempo), me abrazo con Maxi Vecco (responsable de los videos de ¡Mueva la patria!), me abrazo con mi compadre falopero Felcho Marquestó (nos encontramos de casualidad; él fue a la plaza con Ramón, su hijo de 8 años), me abrazo con el gran Poroto D’Addario, exquisita pluma chabona de Página 12, que está haciendo la cola a la altura de Bernardo de Yrigoyen entre Avenida de Mayo y Rivadavia, me abrazo con Juampi Pichetto, a quien hace años que no veo, y en qué andás, y me cuenta que está haciendo Clase Turista, y me alegro, qué buen programa, y nos fumamos esa tuca que queda, qué bueno vernos, pensamos, y claro, cómo no íbamos a estar acá.

Aquí estamos. Con esa bola de nervios, esa bola de cagazo y esa bola de emoción al vernos, al constatar eso, que aquí estamos. Somos bien distintos y de repente nos damos cuenta de que también podemos ser bien iguales. O que, bueno, esto es lo que nos une. Que no debería haber rencores a partir de esto. Que sí, después da para discutir, para cagarnos a puteadas, a bardearnos, a mandarnos a la concha de nuestras madres o a la puta que nos parió, que si ya llegaron los putos es probable que en cualquier momento también lleguen las putas peronistas, y tampoco tengamos miedo a volvernos un poco trogloditas (o a seguir siendo peronistas, como prefieran), ahora que todos estamos aprendiendo a ser más correctos. Pero siempre teniendo en cuenta esta noche. A bardear, a discutir, pero sabiendo cual es nuestro lugar en el mundo, dónde vamos a marchar cuando las cosas se pongan pesadas. Pensemos en Néstor.



Pensemos

Eso, pensemos en Néstor. No por obligación, sino porque eso es lo que nos sale: pensar, reflexionar, intentar hacer política. Porque después del abrazo, del reconocernos, de la certeza a mitad de camino entre el “qué bueno que estás acá” y el “claro, cómo no ibas a estar acá”, llega la discusión, la reflexión. Si hay algo para lo que sirvió esta noche es para constatar un par de cosas que, hasta hoy, no eran más que cuestiones que se afirmaban sobre la intuición. Ahora nos damos cuenta que era verdad, que la política había vuelto, que la militancia había vuelto. Y esta, la noche del Chau Néstor es la noche de la política y la noche de la militancia.

La vuelta de la política. La vuelta de la militancia. La vuelta de los pendejos a la militancia. Pensemos en Néstor. No, no fue Néstor quien construyó todo esto. Si Néstor fue apenas un gobernador peronista de los 90. Un gobernador de una provincia petrolera que estuvo en la primera línea de combate de la privatización de YPF. Un aliado de Menem y Cavallo. Un tipo al que, antes de llegar a ser presidente, jamás le importó lo que decían los movimientos de derechos humanos, que jamás se preocupó por los crímenes de la dictadura y que, encima, era el candidato de Duhalde.

Sin embargo, Néstor no sólo no defraudó, sino que sorprendió. Uno no esperaba casi nada y el tipo se mandó con varias cosas inéditas y esperanzadoras. Y siguió, aunque todas podrían resumirse en una: no tengo claro si Kirchner era mi amigo, pero estoy seguro de que irritaba a mis enemigos. No sé si a todos (las críticas que tuve, tengo y tendré tienen que ver con eso, con aliados impresentables), pero sí a muchos. Demasiados para los que nos tenía preparada la historia argentina. Y estas cosas sólo se pueden medir en perspectiva histórica.



Juan Domingo K

Más allá de las críticas que puedo tener, creo que Néstor Kirchner (él y Cristina) fue el mejor presidente de la Argentina en los últimos 50 años. O, más precisamente, el mejor desde Perón, desde el primer peronismo, el de los 50. O, para decirlo en términos más constatables, fue el que más se enfrentó a mis enemigos y a los enemigos de toda la gente que vino esta noche. Por eso hay tanta gente que dice “yo no lo voté, pero aquí estoy”, “yo no soy peronista, pero aquí estoy” o “yo soy de izquierda, pero aquí estoy”, como me dijo el pibe que subía al lado mío por las escaleras mecánicas del subte E, cuando llegué a la plaza el jueves a la tarde.

Sí, el mejor desde Perón. Juan Domingo Perón, para más datos. Un milico con simpatías por el Eje durante la Segunda Guerra Mundial, que participó en los primeros golpes de Estado de la Argentina, como oficial del Ejército. Un tipo del que no había mucho que esperar, o más bien de quien se podía esperar lo peor. Sin embargo…

Como Perón, Kirchner hizo mucho más que lo que se esperaba de él. Pero hay algo más que identifica a ambos líderes, a ambos presidentes. Está claro que el peronismo es algo mucho más trascendente, mucho más complejo y mucho más rico que la figura de Juan Perón. Pues bien, si el kirchnerismo es esta plaza, si son esos pibes (y también esos señores, esas señoras, esos laburantes, esos viejitos, esos putos, esos fumones, esos oficinistas, esos fans de 678, esos flacos que se están tomando una birra, toda esa gente que hace seis, ocho, diez horas que está haciendo la cola para pasar 30 segundos a cinco metros del ataúd cerrado donde está el ex presidente), está claro que ese movimiento político y social trasciende con creces a Néstor Kirchner.

No, Néstor no construyó todo esto, pero Néstor fue quien lo leyó. El emergente y, al mismo tiempo, quien abrió el juego. Olvidémonos de la lista de virtudes (Corte Suprema, estatizaciones, juicios a los represores de la dictadura, asignación universal, integración continental) y defectos (pejotismo, mineras, petroleras). En otro momento podemos discutir todo eso. Ahora es el momento de centrarse en el principal logro de este Gobierno: la militancia.



A lo chori

“Chipa, chipa”, grita la paraguaya, sentada en un banquito, con su puestito improvisado donde vende el modesto manjar guaraní. Chipa y no chipá, que quede claro. Acaba de llegar, son las once de la noche. “A la rica chipa”. A su lado, una mujer vende pósters con la foto de Néstor y Cris, y papeles y fibrones. ¿Para qué? Lo aclara en el papel que tiene escrito: “Néstor, siempre con vos”, dice el papel, escrito con fibrón. Que cada uno escriba lo que quiera, pero que todo el mundo sepa que puede escribir cosas como esa, como una forma de hacer catarsis o de romper el cerco mediático de Clarín.

Más allá, un tipo comienza a prender la parrilla. “El chori y el paty salen como piña”, me dice un parrillero que está prendiendo otro fuego porque ya agotó stock y va por el ballotage. Se venden también banderas, cintas negras, escarapelas. Y para beber, gaseosas, cerveza, café. Me cuenta Mariano Lucano (estoy caminando por avenida de Mayo con él y con Flavia, su novia) que en el entierro de Alfonsín (no, no fui) no había choris ni nada de eso. Pero que, a cambio, el McDonalds de enfrente del Congreso estuvo abierto toda la noche.

Acá los negocios están cerrados. Los bares bajaron sus persianas después de la medianoche y sólo quedan algunos, poquísimos, maxikioscos. Por eso a la una de la mañana se siguen prendiendo parrillas. Puede parecer liturgia peronista, pero acá los compañeros tienen hambre. Y el chori se cobra, eh. No se regala, eh. Que acá no hay micros, no hay aparato, loco, eh. Nadie vino por el chori y la Coca. Ni siquiera vino por Néstor. Acá la gente, la mayoría de la gente, vino a hacer el aguante y a no sentirse tan sola. Vino a tratar de dejar claro que esta vez no, no nos van a volver a cagar.



Qué grande sos

Sí, claro, los pendejos. Sí, claro, la clase media progre. Sí, claro, los zurdos, los intelectuales, los universitarios, los profesionales. Por supuesto, todos ellos están. Pero también está el peronismo. También está la gente que se tuvo que tomar tres bondis para ver el cajón. Está Zulema, que vino de San Justo. Está la gente del Docke y otros que vinieron desde las provincias. También están (en primera línea) los militantes peronistas de veintipico, de treintaipico, esos productos tan típicamente Néstor que volvieron a sentir orgullo de ser peronistas. Que cantan la Marcha y se emocionan y hacen emocionar a quienes alguna vez nos emocionamos cantando la Marcha.

Otros hits: “Olé, olé, olé/ Nestoooor… Nestoooor”, con acento en la “o” alargada final. Pero sobre todo uno, bien peronista, que advierte: “Che gorila, che gorila/ no te lo repito más/ si la tocan a Cristina/ qué quilombo se va armar”. Ese y el de Cobos son los más escuchados. Los pibes proponen, advierten. Nadie dice boludeces, ni nadie evoca fantasmas. Hay un mensaje concreto: no jodan. Y viendo toda esa gente, sintiendo la emoción y la onda que hay en el aire, por un momento da para el entusiasmo, da para pensar que quien sabe, tal vez…



Oficialitis

Néstor irritó a nuestros enemigos y más allá de las diferencias, más allá de las medidas y aliados impresentables, más allá de la minería y el pejotismo, el espanto que generaban esos enemigos siempre pudo más. Y cada vez que alguno de estos enemigos mostraba los dientes y las uñas daba ganas de volverse más K que Orlando Barone. Sí, lo confieso: muchas veces, escuchando a Biolcatti, leyendo a Morales Solá o a Mariano Grondona o viendo algunos títulos de Clarín me dieron ganas de pasar por la galería Bond Street, tatuarme la cara de Néstor y Cris en la espalda y después salir, ir al estudio de Canal 7 donde se graba 678 y decir: “Mirá, Barone, a que vos no tenés un tatuaje así, soy más oficialista que vos”.

Desde el miércoles, cuando Néstor la quedó en Calafate, las bestias comenzaron a mostrar los colmillos. Son los mismos simios gigantes que quisieron dictarnos lecciones republicanas impresentables luego del velorio de Alfonsín, sin olvidar que ellos habían odiado a Alfonsín. Pero claro, Alfonsín se quedó ahí. Lo intentó tibiamente, arregló, no supo. Sí, por supuesto, vivió modestamente, no como estos millonarios santacruceños. Pero políticamente terminó devorado por sus enemigos, sin siquiera haber atinado a pelear como es debido. Se confió, actuó como una persona y, como tal, creyó en la humanidad de las bestias que lo rodeaban.

No, Néstor no era de esa estirpe. Néstor peleaba. Por eso, como bien dice Beatriz Sarlo, prefirió no convertirse en patriarca y morir luchando. Por eso, en su despedida, no hubo ningún Biolcatti, ningún Cobos, ningún Morales Solá, ningún Duhalde. Sí, claro, nadie se alimenta de vidrio: sí hubo un Scioli o un Gioja. Pero otra vez: se podrá criticar a los amigos, pero nunca se dudará de la calaña de los enemigos. Porque lo mejor de Néstor era cuando no dialogaba con quienes reclamaban diálogo pero en realidad querían exigir, y cuando se peleaba con quienes merecían que los cagaran bien a trompadas.

No se trata aquí de comparar entierros. Pero no sólo es necesario dejar en claro que a Néstor lo despidió por lo menos el doble de la gente que le dio el último adiós a don Raúl. También sería bueno recordar que entonces hubo algunos imbéciles que destacaron lo masivo del entierro de Alfonsín (que lo fue) y presagiaban una muerte en soledad para Néstor. Que la chupen, que la sigan chupando. Vos, gorila republicano, la tenés adentro. ¡Vamos todos! “Tomala vos/ dámela a mí/ el que no salta/ es de Clarín”.



9 años no es nada

Camino con Mariano Lucano y de repente tengo un dejà vu. ¡Esto parece el 2001! Cuando también caminé con Mariano, por estas calles, dos años antes de Barcelona. Bueno, no, nada que ver: todo está tranquilo, no hay represión, ni siquiera un poquitín de clima tenso o jodido, ni siquiera una pizca de paranoia. Hay miedo, sí, pero es un miedo por el devenir político, no por el presente, no por la caminata por estas calles. Y hay que decirlo aunque suene pelotudo o inocente: hay esperanza. Por lo demás, estamos como entonces. Nueve años no son nada. Somos los mismos que entonces. Y algunos otros, más pendejos, que podrían haber estado ahí.

Mariano me cuenta que ayer se cruzó con Diego Parés (el dibujante que mejor retrató el 20 de diciembre de 2001) y con el Niño Rodríguez. Me imagino que deben estar (como Mariano, como yo) descosiéndose el cerebro pensando en qué carajo van a decir, qué corno es lo que van a dibujar de todo esto. A mí se me enquilomba todo. No puedo parar de pensar, como todos los que estamos aquí. Como no podemos (sí, lo bueno de esto es lo fácil que es pasar del “yo” al “nosotros”) dejar de sorprendernos y emocionarnos, como todos los que estamos aquí.



Gracias totales

Aquí abunda el análisis político al paso. Lo admito, no puedo parar de hablar con todo el mundo. Charlo, discuto (ya lo dije, ¿no?). Por supuesto, se habla de quién ocupará el lugar de Néstor. Quién se bancará al PJ, quién evitará el aluvión Scioli, cómo hacer para no cagarla en este momento político que, bien manejado, puede ser bastante favorable para una salida digna. O sea, para evitar que el Mal Mayor se haga cargo del asunto. Y para neutralizarlos por un buen rato. El precio a pagar puede significar el convencimiento casi religioso de que aquello que considerábamos el Mal Menor se transforme de repente en un Bien Aceptable. O al menos que mude su domicilio a los suburbios del Bien, a pocas cuadras del Riachuelo o la General Paz del ideal ideológico.

Más allá de la especulación macro política, el verdadero desafío es ver cómo articular todo esta voluntad colectiva, este montón de ganas, de abrazos y de emoción al margen de toda especulación electoral. Por supuesto, lo electoral existe y es relevante. Pero nadie piensa en Máximo o en Alicia por aquí. Ya se verá si el hijo presidencial puede realmente ser una opción y si eso realmente puede ser bueno. Por el momento, parece tener menos carisma que Fabián Matus, pero estos momentos suelen hacer milagros. Si no, mírenlo a Ricardito Alfonsín.

Lo que realmente importa ahora es cómo salir de esta plaza. Y lo más importante, cómo hacer para volver a encontrarnos todos aquí, con esta misma emoción, con esta misma fuerza. Cómo tener la certeza de que, si nos joden, aquí vamos a estar. Aguantando los trapos. No los de Néstor ni los de Cristina. Los nuestros, los de los montones de personas que no queremos que nos rompan las pelotas. Los de todos aquellos que estuvimos horas y horas esperando para ver durante 30 segundos un ataúd cerrado, porque sabíamos que allí adentro había un tipo especial.

Un tipo que no fue ni un héroe revolucionario, ni un gran ideólogo, ni siquiera alguien muy parecido a nosotros. Sin embargo, ese tipo fue quien hizo el milagro de juntarnos, de hacernos tomar conciencia de que somos un montón y de darnos cuenta de que hay ciertas cosas que no vamos a permitir. Bueno, no exageremos, que somos frágiles. Pero al menos ahora sí tenemos claro que hay cosas con las que no se jode. Por eso, aunque sólo sea por eso, gracias Néstor.

jueves, 4 de noviembre de 2010

"Megafón" Kirchner. Vivimos superando derrotas, eso


La muerte de Kirchner me ha sacado momentáneamente las ganas de escribir. No agregaría nada original a lo ya dicho, y prefiero subir lo que otros explicaron mejor y acaso con mayor autoridad.
Afortunadamente, mi actividad diaria permite refugiarme en la idea de que, por ahora, todo consistiría en que cada cual haga lo mejor,  y de (del verbo dar) lo mejor allí donde está, contribuyendo (desde su lugar, importante o no) a este proyecto en ciernes.
Ya se ha dicho que no vivimos celebrando victorias sino superando derrotas. Esa certeza constituye el pensamiento de quienes, habiendo vivido innumerables derrotas, seguimos creyendo en las victorias.
Era previsible lo que estamos viendo ahora: los medios inundados con las palabras de todos los carroñeros: desde Alberto Fernández a Chupete Manzano.
No alcanzo a ver diferencia entre los discursos de Mirta Legrand y Pino Solanas. Respecto a las opiniones de Carrió, o Grondona, o la de Nelson el neurólgo, en fin, si cada cual necesita un poco de veneno gratuito, que lo consuma si eso le sirve para reforzar su compromiso.
Algunos de nosotros, a esta altura del partido, ya no lo necesitamos.
Un ejercicio saludable sería situarse frente a este bombardeo discursivo, tendiente a generar caos y descreimiento, con el desprecio que en términos filosóficos planteaba el Calígula de Albert Camus.
Nosotros, efectivamente, sabemos que esta gentuza se disfraza de cordero pero son lobos. Y que, de tener nuevamente la oportunidad, nos aniquilarían, y no hablo en términos políticos. Nos aniquilarían en ese significado restringido: matar.
O sea, es preciso saber que aquí hablamos de nuestra propia supervivencia y de la supervivencia de una determinada idea de Nación posible, una Nación que, como el hogar, nos cobije a todos, que es lo que falta.
Sabemos que lo nuevo se construye siempre con parte de lo viejo. Lo viejo tiene algunos costados conocidos: nada de plantear que ahora que desapareció Néstor ha llegado la hora de unir al viejo tronco peronista. Pensar así es considerar que Kirchner era el obstáculo cuando en realidad condujo la posibilidad de cambio. Al revés, ya nada nos une con Duhalde y su banda.
Pero también estamos percibiendo otros costados menos conocidos de lo viejo, los de cierto progresismo de tradición antiperonista que ahora se pretende ortodoxia kirchnerista.
Confío más en Cristina que en el kirchnerismo. Y hoy y ahora, plenamente.
Nuestra Novia Celeste.

martes, 2 de noviembre de 2010

LIBERACIÓN O DEPENDENCIA, UN ENFOQUE ACTUAL

El presente trabajo fue publicado originalmente con el título "El enfoque centro-periferia: antecedentes, renovación y vigencia". Su autora es Ruth Eliana Gabay, doctoranda de la Universidad de Cuyo. 



Introducción

El objetivo del presente trabajo es reflexionar sobre el enfoque centro-periferia destacando: los supuestos básicos de su encuadre teórico y el contexto histórico en el que fue producido, la ampliación y revisión de sus premisas en los años ‘70 y el potencial explicativo que presenta hoy. Cabe aclarar que la visión centro-periferia que alcanzó un gran nivel de difusión en el pensamiento latinoamericano de mediados del siglo XX a través de la obra de Prebisch y de los informes de la CEPAL, trató de responder a las incertidumbres de los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial con estrategias destinadas a promover el desarrollo en los países de la región. El hecho de revisar en nuestros días las categorías centrales del enfoque centro-periferia supone, por un lado, aceptar que dichas categorías son históricas porque han sido producidas en un determinado tiempo y espacio y, por otro, determinar si se trata de categorías analíticas, es decir, herramientas de análisis que puedan ser revitalizadas en el presente para interpretar y explicar las relaciones de los países latinoamericanos entre sí y con el mundo y para fortalecer la constitución de un pensamiento propio en el campo intelectual latinoamericano.[1] Para aproximarnos en este camino, se presentará a continuación un panorama sintético de la perspectiva centro-periferia, su evolución y su alcance actual.

Encuadre teórico e histórico del enfoque centro-periferia

Los conceptos de centro y periferia fueron planteados por primera vez por el economista argentino Raúl Prebisch en diversos textos de su autoría confeccionados en la década del ‘40 y en el famoso Estudio Económico de América Latina que elaboró para la CEPAL en 1949. El tema central que planteó dicha teoría fue el de la distribución de los incrementos de productividad que derivan del progreso técnico. Desde un inicio, Prebisch, consideró que no existía un reparto equitativo de los incrementos de productividad entre centros y periferias. Los centros eran los generadores y propagadores del progreso técnico y los rectores de la especialización productiva mundial, en cambio, las periferias estaban supeditadas a los centros en relación a la absorción de tecnología y al posicionamiento productivo internacional.

Además este autor sostenía que esta brecha de productividad entre centros y periferias se ampliaba con el tipo de comercio que se establecía entre ambos polos de la economía mundial. De acuerdo con este planteo las economías centrales proveían a las periferias de bienes de capital, productos manufacturados, tecnología e inversiones. A la vez, que las economías periféricas se especializaban en la exportación de productos primarios a los centros, principalmente alimentos y minerales. Por otra parte, este enfoque o teoría también hacía advertencias sobre la transferencia de ingresos que este tipo de comercio generaba desde la periferia hacia el centro y sobre el deterioro que se producía en los términos del intercambio, porque el control de los mercados en manos de los centros conducía a que los productos manufacturados y de alta tecnología que estos países producían tuviesen precios cada vez más elevados, mientras que los bienes primarios que exportaban los países periféricos poseyesen precios cada vez menores (Prebisch, 1949).

Según Prebisch, el mayor desafío que enfrentaba América Latina en el período de posguerra era la extrema dependencia de sus volátiles exportaciones de materias primas. Por eso, su respuesta principal a este dilema fue la de afianzar el proceso de industrialización iniciado en la región después de la crisis del ’30 para expandir el mercado interno y diversificar las exportaciones. Y postuló a través de la CEPAL (desde su cargo de Secretario Ejecutivo entre 1949 y 1963) la participación del Estado en el proceso de planificación económico-social para fomentar la industrialización interna, defender el mercado nacional y lograr un nuevo tipo de comercio en los países de la periferia que apostara a la integración económica y generara economías de escala.[2]

Posteriormente, cuando Prebisch fue Secretario General de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) desde 1964 hasta 1969 se transformó en un portavoz muy elocuente y escuchado en el Tercer Mundo. Así y todo, nunca cortó sus lazos con América Latina y continuó ligada a ella a través del ILPES (Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social). En esta nueva etapa de su trayectoria, Prebisch, propició desde la UNCTAD la cooperación internacional, tanto desde los principios éticos de las Naciones Unidas como de sus propios diagnósticos acerca del relacionamiento entre centros y periferias. Y en uno de sus primeros informes destacó la necesidad de lograr una cooperación internacional en el plano Norte-Sur como estrategia fundamental para asegurar el desarrollo armónico, no sólo de las periferias, sino también de los centros industriales. En el fondo, se trataba de una fórmula equitativa para ir superando gradualmente las asimetrías estructurales que involucraban por igual a centros y periferias. Pero la pérdida de dinamismo de la economía mundial a partir de los años ’70 marcó el inicio del deterioro en la estructura de la cooperación internacional; que había logrado ciertos avances entre 1945 y 1970 por ser uno de los períodos más dinámicos de la historia económica del planeta (Di Filippo, 1988).

Finalmente, vale indicar que tanto la obra de Raúl Prebisch como las recomendaciones de la CEPAL constituyeron un hito inconfundible en la interpretación del desarrollo económico latinoamericano; y que representaron una crítica fundamental a la teoría neoclásica del comercio internacional que defendió las bondades de las ventajas comparativas justificando la especialización productiva a nivel mundial.

El replanteo de la teoría centro-periferia a la luz del debate sobre la dependencia en los años ‘70 

Fue el propio Prebisch, quien revisó la teoría centro-periferia a mediados de los años 70’. A partir del momento que asumió como Director de la Revista de la CEPAL en 1976 publicó en la misma un conjunto de ensayos que le sirvieron de base para la confección de su último libro: Capitalismo periférico, crisis y transformación editado en 1981; en el cuál reflexionó sobre los límites de un proyecto de desarrollo nacional autónomo en la periferia y sobre la necesidad de construir un pensamiento más global acerca del sistema económico mundial (Dos Santos, 2003).

Prebisch, -que estuvo siempre interesado en examinar la evolución de la economía mundial- retomó en el transcurso de los ‘70 el análisis de las ideas fuerza del enfoque centro-periferia en el contexto del debate introducido por los teóricos de la dependencia. Tal es así, que en un trabajo póstumo reconoció: “que el concepto centro-periferia fue enriquecido con los valiosos aportes de sociólogos, politólogos y economistas empeñados en destacar los factores internos -inherentes a la periferia- que inciden en el fortalecimiento de las relaciones de dependencia”. Y resaltó: “que quizás la contribución más importante de la polémica sobre la dependencia de finales de los ‘60 y comienzos de los ‘70 fue la incorporación de las relaciones de poder en el esquema centro-periferia”. Por eso, Prebisch reafirmó en este artículo la idea de que en el desarrollo apendicular de la periferia los grupos dominantes de los centros establecían articulaciones con grupos similares de la periferia, y que esto generaba una comunidad de intereses entre ambos grupos sociales que tejía una urdimbre de relaciones propicias a sus intereses económicos, políticos y estratégicos. Además señaló que la superioridad de los centros fue adquiriendo nuevas modalidades; y que a la clásica succión de ingresos de las empresas productoras y exportadoras de bienes primarios e importadoras de manufacturas antes de la industrialización, se añadió luego, la sangría de ingresos de las empresas trasnacionales que tendían a participa cada vez más del proceso industrial y que se amparaban en algunos casos en una protección excesiva.[3]

En definitiva, Prebisch en esta última fase de su pensamiento procuró demostrar que si bien las relaciones de poder entre el centro y la periferia se volvieron más complejas en el transcurso de los ´60 y ´70 siguieron desenvolviéndose bajo el signo histórico de la hegemonía de los centros, especialmente del centro dinámico principal. Además penetró en el estudio de la dinámica interna del capitalismo periférico con el objeto de descifrar los principales obstáculos al desarrollo en los países de América latina, como: la tendencia a un capitalismo imitativo; la formación del excedente y su captación primaria por parte de los estratos superiores (que concentran en sus manos la mayor parte de los medios productivos); el origen de la pugna redistributiva en la periferia y sus consecuencias (inflación, contracción económica y desempleo); y finalmente, los límites del proceso de democratización en los países de la región.[4] Asimismo, a partir de este conjunto de ideas y argumentos planteó una vía de solución posible a las crisis estructurales y recurrentes del capitalismo periférico, destacando en este último caso, el rol indelegable que le correspondía al Estado en el uso social del excedente.

En conclusión, la audaz exploración de Prebisch en esta última fase de su obra -que ya contaba con 75 años a cuesta- de intentar desentrañar la naturaleza del “capitalismo periférico” a la luz del debate sobre la dependencia, reafirma sin lugar a duda, su necesidad de revisar críticamente los dilemas del desarrollo en América Latina evitando caer en una dependencia intelectual respecto de los centros.

La validez del enfoque centro-periferia en nuestros días

En este punto se intentará realizar en un primer momento una breve descripción de los rasgos dominantes del nuevo orden económico internacional, para evaluar posteriormente en forma aproximada la vigencia del enfoque centro- periferia en nuestros días.

El sistema capitalista al amparo de una revolución científico-técnica (centrada en el desarrollo de las tecnologías de la información) ha experimentado desde mediados de los años ‘70 en adelante una reestructuración profunda de sus modos de producir, de gestionar y de consumir. Los avances logrados en el campo de las telecomunicaciones, la microelectrónica y la informática han constituido un soporte indispensable para el proceso de internacionalización de la economía (Castells,1998).

En este contexto el comercio viene desarrollándose más de prisa que la producción y las naciones que intercambian bienes y servicios son cada vez más interdependientes, a tal punto, que los abastecedores de una parte del mundo necesitan de los compradores de otra y los que pueden consumir disfrutan de una creciente oferta de productos extranjeros. Al mismo tiempo que se ha expandido el mercado mundial, la cadena de producción de bienes y manufacturas se ha ido fragmentando territorialmente –las materias primas o los componentes de un determinado país son exportados a otro para su procesamiento o montaje, y después regresan a su país de origen o bien son reexportados a una tercera nación- (Harvey, 1998). Cabe advertir, que la mayor parte de los países de América Latina que participan de este eslabonamiento productivo a nivel mundial lo hacen a través del montaje de partes y de la exportación de productos primarios con escaso valor agregado, empleando una mano de obra poco calificada, al menos en aquellas industrias vinculadas a la ingeniería y a una tecnológica de avanzada (Katz, 2000).

A su vez, este incremento en los flujos de bienes y servicios entre los distintos países del mundo es liderado actualmente por las corporaciones y firmas trasnacionales. Este tipo de agentes económicos generalmente actúa en función de la búsqueda de una mayor rentabilidad. Dicha rentabilidad es obtenida a través de una permanente innovación tecnológica (que tiende a producir desempleo) y de una disminución constante de sus costos laborales y fiscales (que conduce a un mayor grado de libertad en la localización de las diferentes actividades económicas). De esta forma se afianza una lógica de la producción global que genera una multiplicidad de localizaciones, pudiendo establecerse, distinciones entre el lugar de inversión, el lugar de producción, el lugar de declaración fiscal y el lugar de residencia. En otras palabras, las empresas trasnacionales y sus cuadros dirigentes pueden producir en un país cuyos costos salariales sean muy bajos, pagar impuestos en un país donde les resulte menos gravoso, y vivir y residir en otro país que les resulte más atractivo (Beck, 1998). Ahora bien, esta forma de operar de las empresas trasnacionales tiende a reducir el poder de autonomía de los Estados-nación en el mundo subdesarrollado.

Otro aspecto sustantivo que hay que destacar en relación al proceso de internacionalización de la economía a nivel mundial es la denominada desregulación financiera. En verdad, este fenómeno se manifiesta como un emergente de un proceso histórico que se inicia en la década del ’70 y que incluye tres hitos esenciales: la crisis del sistema monetario y financiero internacional basado en el patrón oro-dólar ( y su forma de salida a través de un sistema de cambio flotante), el incremento formidable de la liquidez internacional (proveniente fundamentalmente de la crisis del petróleo en 1973 y del consiguiente aumento de los petrodólares en la banca internacional) y la política de endeudamiento externo emprendida principalmente por los países del sur debido a la enorme elasticidad de la oferta de fondos prestables (Hopenhayn, 1995). Asimismo, este proceso de desregulación financiera ha promovido una economía mundial basada en la especulación. La tendencia creciente hacia las transacciones bursátiles, los cálculos de cotizaciones y la valorización de los activos de empresas en los mercados financieros -hechos y fenómenos que nada tienen que ver con la producción- han dado lugar a lo que Keynes denominó en su tiempo “una economía de casino”; que se produce cuando el desarrollo del capital de un país se vuelve un subproducto de las actividades especulativas.[5]

Por otra parte, cabe indicar que el proceso de endeudamiento externo iniciado desde mediados de los años ’70 en los países de América Latina ha generado crecientes imposiciones por parte de los organismos internacionales de crédito, porque estas instituciones no sólo sugieren condiciones de ajuste para posibilitar el pago de la deuda y equilibrar las cuentas fiscales sino que comienzan a pautar la política económica, la política social y la política de reforma institucional. Y este tipo de recomendaciones e ingerencias influye de manera decisiva en la estructura decisional del Estado-nación, puesto que ya no hay política pública de significación que no sea monitoreada, financiada o controlada por algún organismo internacional (García Delgado, 1998).

Por último, vale indicar que el proceso de integración económica constituye otro rasgo distintivo del escenario de fines del Siglo XX y comienzos del Siglo XXI. La reducción y eliminación de los impuestos o aranceles a los productos provenientes de otros países permite la libre circulación de bienes y mercancías a través de las fronteras de los Estados asociados. Y como consecuencia de esta integración económica se incrementan notablemente los flujos de intercambio intraregional, es decir, aumenta el comercio entre los países que pertenecen a un mismo bloque económico. No obstante -resulta pertinente señalar- que esta tendencia contemporánea a la formación de grandes bloques comerciales no garantiza procesos de igualdad en el poder político y económico de los Estados asociados, y que por ello, subsisten contradicciones importantes en el seno de cada proceso de integración regional (Rapoport, 2002). Además, todo este conjunto de transformaciones ha modificado el panorama económico del mundo y ha reforzado, sin lugar a duda, las desigualdades internacionales en favor de los países que integran la denominada Tríada del poder (Estados Unidos, Japón y la Unión Europea) cuya participación en el PBI mundial y en el total de las exportaciones globales superó el 70 % a comienzos de la década del ’90 (Méndez, 1997).

Pues bien, acorde con el contexto descrito cabe preguntarse: ¿los supuestos básicos de la visión centro-periferia pueden ser aplicados en el presente para explicar las tendencias dominantes del nuevo orden económico mundial?. Se intentará responder a este interrogante desde algunas interpretaciones correspondientes a ciertos autores vinculados al pensamiento de la CEPAL, puesto que esta institución ha jugado un rol decisivo en los desarrollos teóricos de dicho enfoque.

Para Di Filippo, el comercio intersectorial de manufacturas por productos primarios ya no define esencialmente el relacionamiento económico entre centros y periferias. Según este autor, la globalización económica mundial privilegia las formas del comercio intrasectorial e intrafirma de bienes y estimula el comercio de servicios. Y desde esta perspectiva, el deterioro de los términos del intercambio constituye un tema de importancia económica decreciente. Además, la distribución internacional de los incrementos de la productividad (que fue uno de los supuestos básicos del enfoque centro-periferia en sus orígenes) operaría en nuestros días a través de nuevos mecanismos. Por ejemplo, la inversión extranjera directa transfiere a las periferias tecnologías de alta productividad que se combinan con salarios más bajos que los de los centros; y esto genera ganancias de productividad periférica que son apropiadas principalmente por las firmas trasnacionales para ser remitidas luego bajo la forma de utilidades o repatriación de capitales a las casas matrices que se ubican en los países centrales. Asimismo, esta distribución internacional de los incrementos de la productividad favorece claramente a los trabajadores calificados en las tecnologías de la información y perjudica a los de escasa calificación, confinados a tareas rutinarias en la producción de bienes y servicios. Por lo tanto, ya no serían las fronteras nacionales entre centros y periferias las que delimitarían la distribución de las ganancias de productividad, sino las fronteras del conocimiento adquirido entre trabajadores calificados y no calificados (Di Filippo, 1998).

Mallon, en cambio, resalta que el actual predominio del capital financiero sobre la producción y el creciente funcionamiento especulativo de los mercados internacionales -en los que operan las propias firmas trasnacionales como grupos financieros- ha trasladado el centro de la economía mundial (que antes quedaba confinado a las potencias industriales) al mercado global de capitales y, por lo tanto, la mayor parte de los Estados-nación del planeta formarían parte hoy de la periferia (Mallon, 1998).

Ya se indicó oportunamente que la visión centro-periferia le asignó un papel decisivo al Estado como planificador del desarrollo. A pesar de que en nuestros días existe una ardua polémica en torno al debilitamiento de los Estados-nación de la periferia en el contexto de la globalización económica y financiera; hay autores cepalinos que insisten en la necesidad de redimensionar al Estado como unidad de análisis básica para diseñar estrategias de desarrollo en los países de América Latina. Y en este sentido, Ocampo advierte que dichas estrategias deben promover la construcción de pactos sociales sólidos que puedan garantizar la estabilidad política, sistemas legales no discrecionales y formas de comportamiento de los agentes que confieran seguridad a los contratos; además de una burocracia imparcial y relativamente eficiente. Sin embargo, reconoce que estos marcos institucionales (que ponen de manifiesto la acción indispensable que juega el Estado como regulador de un determinado orden económico y social) sólo sirven como telón de fondo para el desarrollo económico y no explican los impulsos concretos al crecimiento que experimentan las economías periféricas. Impulsos que están vinculados en gran medida con la acentuada vulnerabilidad macroeconómica y financiera de tiempos recientes; que debería obligar a los organismos internacionales de crédito a asumir la función esencial de compensar el efecto procíclico de los mercados financieros en las economías de la periferia (Ocampo, 2001). Respecto del impacto desestabilizador que genera la especulación financiera, Mallon, destaca que los procesos de desarrollo tienen mucho más viabilidad en la periferia si se introducen ciertas modificaciones en la economía mundial como la aplicación del impuesto Tobin a todas las transacciones internacionales de divisas, para imponer controles a los movimientos de capitales externos y para recaudar fondos que ayuden a los países de la periferia que presenten apuros financieros (Mallon, 1998). Sin duda, estas posiciones son discutibles, pero aportan ideas acerca de como superar una de las dificultades más relevantes de nuestra época: la inestabilidad macroeconómica y financiera de los países periféricos, problema que pone continuamente en riesgo la gobernabilidad y el funcionamiento de las instituciones democráticas dentro de este tipo de países.

En cuanto a las tendencias recientes a la integración regional, cabe agregar, que Ocampo sostiene que el esquema centro-periferia sigue sonando con fuerza en la actualidad puesto que la mayor parte del comercio mundial se desarrolla entre los centros y éstos no abandonan sus prácticas proteccionistas, dejando de lado el potencial enorme que reviste el comercio recíproco entre centros y periferias, siendo este último, uno de los principales postulados que predicó la CEPAL desde sus inicios (Ocampo, 2001). Por otra parte, las desigualdades existentes entre los países que integran los bloques económicos permite reconocer disparidades al interior de los propios centros y periferias. En el primer caso, se pueden registrar diferencias entre los polos más dinámicos de los centros y aquellos que no lo son (como ocurre con EEUU en el NAFTA, Alemania en la UE y Japón en el bloque de Asia y el Pacífico). Y en el segundo caso, establecer distinciones entre aquellos países periféricos que lideran los procesos comerciales y constituyen periferias de primer rango (como ocurre con Brasil en el marco del MERCOSUR) y los que estarían subordinados a los primeros conformando periferias de segundo rango.

Conclusiones

En el trabajo se hizo un breve recorrido histórico del enfoque centro- periferia resaltando en un comienzo sus premisas originales como: la distribución internacional de los incrementos de la productividad, el rol del Estado como orientador y promotor de la industrialización en la periferia y la necesidad de lograr una integración regional en América Latina. También se indicó que esta teoría fue formulada por Prebisch para responder a los principales problemas del momento histórico en el que la creó: la ausencia de un mercado dinámico de manufacturas a nivel internacional y la brecha creciente entre un centro desarrollado y una periferia subdesarrollada. Luego se aludió a la etapa en que Prebisch, revisó los supuestos básicos de la visión centro-periferia en los años ’70 en el contexto del polémico debate acerca del origen de la dependencia en los países de la periferia. Prebisch, en esta última fase de su obra ahondó en el tratamiento de las relaciones de poder y no escatimó en realizar reproches a la sociedad de consumo y en denunciar los límites del capitalismo periférico, debido entre otras cosas, a los recurrentes estallidos inflacionarios y al incremento de la puja distributiva sobre el Estado. Finalmente en esta ponencia se hizo una caracterización reducida de los rasgos dominantes del nuevo orden económico mundial y del potencial explicativo -que según algunos autores de la CEPAL- ofrece el modelo centro-periferia en el presente. En definitiva, este somero recorrido histórico de las categorías claves del enfoque centro-periferia no intenta más que ser un aporte a los innumerables esfuerzos que se llevan a cabo en el campo de las Ciencias Sociales para revisar críticamente las principales construcciones intelectuales del pensamiento latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX. Dentro de este tipo de estudios de naturaleza historiográfica se revisan en la actualidad categorías como la de dependencia, explotación del trabajo, masa marginal, etc. Categorías que fueron producidas con el fin de alcanzar un marco conceptual idóneo para comprender y transformar la problemática del desarrollo en América Latina; temática que hoy más que nunca tiene vigencia en la región porque las políticas públicas de corte neoliberal implementadas en los últimos treinta años han generado concentración económica y exclusión social, divorciando claramente al crecimiento económico del desarrollo y la equidad.

Bibliografía citada

· Beigel, Fernanda (2004), Vida, muerte y resurrección de las “Teorías de la Dependencia”, en AAVV: Los legados teóricos de las Ciencias Sociales, Buenos Aires, CLACSO.


Beck, Ulrich (1998), ¿Qué es la globalización?. Falacias del globalismo, respuestas a la globalización, Buenos Aires, Paidós.
Castells, Manuel (1998), La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. Volumen 1, Barcelona, Alianza.

· Di Filippo, Armando (1988), Las ideas de Prebisch sobre la economía mundial, en: Revista de la CEPAL, N° 34, Santiago de Chile.

· Di Filippo, Armando (1998), La visión centro-periferia hoy, en: Revista de la CEPAL, Número Extraordinario, “CEPAL cincuenta años, reflexiones sobre América Latina y el Caribe”, Santiago de Chile.

· García Delgado, Daniel (1998), Estado-nación y globalización. Fortalezas y debilidades en el umbral del Tercer Milenio, Buenos Aires, Ariel.

· Gurrieri, Adolfo (1982), La Obra de Prebisch en la CEPAL, 2 volúmenes, México, FCE.

· Harvey, David (1998), La condición de la posmodernidad, Buenos Aires, Amorrortu.

· Hopenhayn, Benjamín (1995), Movimiento internacional de capitales y financiamiento externo en América Latina, en: Revista de la CEPAL, N° 55, Santiago de Chile.

· Katz, Jorge (2000), Reformas estructurales, productividad y conducta tecnológica en América Latina, Santiago de Chile, FCE/CEPAL.

· Lo Vuolo, Rubén (2001), Alternativas. La economía como cuestión social, Buenos Aires, Grupo Editor Altamira.

· Mallon, Richard (1998), Un nuevo centro y una nueva periferia, en: Revista de la CEPAL, Número Extraordinario, “CEPAL cincuenta años, reflexiones sobre América Latina y el Caribe”, Santiago de Chile.

· Méndez, Ricardo (1997), Geografía Económica. La lógica espacial del capitalismo global, Barcelona, Ariel.

· Ocampo, José Antonio (2001), Raúl Prebisch y la agenda del desarrollo en los albores del Siglo XXI, en: Revista de la CEPAL, N° 75, Santiago de Chile.


Prebisch, Raúl (1949), Introducción: el desarrollo económico de la América Latina y alguno de sus principales problemas, en: Estudio Económico de América Latina, Santiago de Chile, CEPAL.

· Prebisch, Raúl (1976), Crítica al capitalismo periférico, en: Revista de la CEPAL, N° 1, Santiago de Chile.

· Prebisch, Raúl (1980), Hacia una teoría de la transformación, en: Revista de la CEPAL, N° 10, Santiago de Chile.

· Prebisch, Raúl (1981), Capitalismo periférico, crisis y transformación, México, FCE.

· Prebisch, Raúl (1988), Dependencia, interdependencia y desarrollo, en: Revista de la CEPAL, N° 34, Santiago de Chile.

· Rapoport, Mario (2002), Tiempos de crisis, tiempos de cambio. Argentina y el poder global, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma. Dos Santos, Theotonio (2002), La teoría de la dependencia, Barcelona, Plaza & Janés Ed

* La autora deja constancia que este trabajo ha sido publicado en: ARPINI, Adriana, MAÍZ, Claudio y MONTARULI, Silvana (2007), Hilar Ideas. Las travesías del pensamiento en América Latina, CETYL-UNCuyo, Mendoza: Argentina. pag. .57-66. 

[1] Los planteos sobre categorías históricas y categorías analíticas han sido extraídos del trabajo de Beigel, Fernanda, Vida, muerte y resurrección de las “Teorías de la Dependencia” , en AAVV: Los legados teóricos de las Ciencias Sociales, Buenos Aires, CLACSO, en prensa.

[2] Para explorar acerca del pensamiento económico de Prebisch y su impronta en la CEPAL se puede consultar la antología organizada por Gurrieri, Adolfo, La Obra de Prebisch en la CEPAL, 2 volúmenes, México, FCE, 1982.

[3] El trabajo citado corresponde a una conferencia dada por el Dr. Prebisch en el Centro de Desarrollo Económico de la Universidad de Londres en 1986 denominada: Dependencia, interdependencia y desarrollo publicada en: Revista de la CEPAL, N° 34, Santiago de Chile, 1988, pag. 205-212.

[4] Para ahondar sobre estas ideas de Prebisch véase al respecto las siguientes obras:

- Crítica al capitalismo periférico, en: Revista de la CEPAL, N° 1, Santiago de Chile, 1976

- Hacia una teoría de la transformación, en: Revista de la CEPAL, N° 10, Santiago de Chile, 1980

- Capitalismo periférico, crisis y transformación, México, FCE, 1981.

[5] Keynes, J. M., Citado por Lo Vuolo, Rubén, Alternativas. La economía como cuestión social, Buenos Aires, Grupo Editor Altamira, 2001, pag. 90.


BASTA DE KIRCHNER, por Teodoro Boot



Ayer vi por televisión a la Cristina que esperaba. Se ha hablado mucho de la astucia de Néstor Kirchner: creo que ahora debemos agregar esta cualidad al cuadro político de primera línea, orgullo de los argentinos bien nacidos, que es la Presidenta. 
Según veo, tuvo la valentía de no pretender ocultar su dolor, y desde allí, desde lo más profundo de ese dolor profundo y definitivo, lanzar una advertencia al enemigo: nada de pretender tratarla como otra chirolita. El rumbo seguirá en la misma dirección, y va a ser profundizado porque esta es la hora, la hora precisa.
Mi amigo Boot lo ha escrito de un modo inmejorable.     


Escribió Teodoro Boot:

Fuera del caso de algún tonto irredimible que envió su pésame “institucional” desde la ciudad de Buenos Aires, la reacción general de medios y políticos opositores fue primero de una encomiable prudencia que pronto mutó en elegía, dando cuenta tal vez del fervoroso afecto popular manifestado en las calles. Así, gentes que habían acusado a Néstor Kirchner de las peores infamias, como la de “traidor a la patria”, y eso es mucho decir, y que hace un par de meses le endilgara Solanas, descubrieron súbitamente en él un modelo de virtudes cívicas, republicanas y patrióticas (también Solanas, que no parece estar del todo cuerdo).
Es posible que personas de a pie, ante la certeza de la muerte y la brutal toma de conciencia de la posibilidad del fin de lo que disfrutan y muy livianamente critican, opten por mirar la realidad con menos capricho y mayor objetividad, pero no cabe esperarse similar reacción de los escribas a sueldo de los monopolios ni de politiqueros (y politiqueras) capaces de bestialidades del estilo “sería divino que Cristina quedase viuda”. Sin embargo, los escribas se apuraron a ensalzar la figura de Néstor Kirchner, reconociendo, de súbito, como fruto de un asombroso satori, el auténtico milagro de que fue artífice y que consistió, permítase recordarlo, en evitar la disolución nacional.
Nada menos.
Y detrás de estas yegüas madrinas de los grandes diarios, se encolumnó rápidamente la tropilla de politiqueros, politiqueras, pretendidos productores y chamuyantes de toda laya, al grito de “Kirchner fue un grande”.
Fue. Nótese.

De mirarse las cosas con ingenuidad o ignorancia de visitante de la galaxia Andrómeda, llamarían la atención los muy diferentes y contradictorios roles que Néstor Kirchner parece haber jugado en la realidad política argentina: mediocre gobernador de una lejana provincia de pastores de ovejas, desaliñado candidato a presidente, títere de Eduardo Duhalde, montonero confeso, montonero encubierto, comunista, falso montonero, nazi, usurpador de los derechos humanos, setentista resentido, hegemónico, chavista, sionista, cornudo, tirano, pollerudo manejado a su arbitrio por una neurótica, autoritario, verdadero poder detrás del trono, etcétera, etcétera, etcétera.
En cambio, de haber vivido algunos años en este país y de mirar las cosas sin anteojeras ni lentes deformantes, hasta el visitante de Andrómeda podría haber comprendido que nadie, ni un demente irremediable, ni un poseso por el espíritu de Asmodeo, podría haber sido víctima de tal multiplicidad de tan contradictorias personalidades. Y aguzando más la vista, advertiría que siempre y en todos los momentos, se trató de difamar, deteriorar, erosionar, vaciar la autoridad política no de Néstor Kirchner, sino del presidente de la nación.

¿Es un espíritu, un propósito libertario el que ha movido y mueve esta demolición? ¿O es en cambio el permanente intento de llevarnos a la disolución?
Cabe sospechar y con bastante fundamento, que esto último es lo que está detrás de las grandes campañas, de las grandes operaciones mediáticas de erosión del presidente, o la presidente. No importa la de quién: basta con que sea la de aquél dispuesto a construir y defender esa autoridad. Y no por autoritarismo, sino porque en esa autoridad radica la unión y en consecuencia, la fuerza y la libertad de nuestra sociedad.
Viene desde el fondo de nuestra historia. Tras la independencia y la larga guerra civil –que según algunos comenzó en 1820, con la batalla de Cepeda, y según otros en 1813, con la detención de los  delegados constituyentes artiguistas ordenada por Alvear– fue Rosas quien, valido de la autoridad y el poder que le conferían su personalidad y el dominio de la aduana, consiguió impedir que los cuatro países en que nos convertimos durante la independencia hubiesen terminado siendo seis, o diez.  Hasta sus enemigos se lo reconocieron, post mortem naturalmente, y es así que la Constitución de 1853/60 recoge fundamentalmente uno de los principios centrales de las Bases de Alberdi, el que sostiene la necesidad de elegir periódicamente, por tiempo determinado y sujeto a la Constitución, a un monarca al que, por una concesión republicana, llamamos “presidente”. No hace lo que quiere, sino que está sujeto a las leyes. Pero sólo y únicamente sujeto a las leyes. De ahí la existencia del poder del veto y del de desempate en el senado a favor del ejecutivo, que viene a ser siempre “el oficialismo”, detalle que debería hacer reflexionar sobre la flagrante violación a la Constitución que perpetra casi cotidianamente el señor Cobos.
En verdad, en ningún sitio la Constitución dice que el vicepresidente debe obligadamente desempatar a favor del ejecutivo, de la misma manera que no dice que el presidente no deba oponerse a sí mismo. Eso es tan obvio que no es necesario decirlo (como no es necesario decir que está mal visto violar al abuelito hemipléjico y nonagenario): simplemente se desprende de la lógica del texto y del espíritu de lo que está escrito. En este caso, la Constitución.

No es casual que los países americanos, donde la ilusión fue anterior a la realidad, las leyes a la sociedad  y el Estado a la nación, imperen abrumadoramente los regímenes presidencialistas, en contraposición a los europeos, donde la nación fue anterior al Estado y la sociedad a sus leyes, donde los regímenes, monárquicos o republicanos, son parlamentaristas. En unos, sometidos a fuerzas e influencias centrífugas, se trata de construir la nación a través de una autoridad central; en los otros, de limitar la autoridad central en una nación ya construida. Son procesos y circunstancias históricas muy diferentes, y es necesario reconocer en todo momento dónde está uno parado para no quedar confundido por los principios abstractos. Digresión que viene a cuento para entender el cómo  y el por qué de la persistente tendencia a erosionar la autoridad presidencial, cuando ésta se ejerce, claro.
Desde esta perspectiva es sencillo comprender la seguidilla de contradictorias infamias de que en vida fue víctima Néstor Kirchner así como su exaltación actual, pues siempre se trató de evitar la unidad y reconstrucción nacional impidiendo la edificación de un poder político central, en los casos americanos, necesariamente presidencial.

Puede ser verdad que en su ausencia temporal y, mucho más, en la definitiva, sea posible calibrar la verdadera dimensión de los hombres, la calidad e intensidad de su influencia en nuestras vidas, pero en la persistente, en casos sorprendente, y en general desconcertante exaltación de Néstor Kirchner por parte de los grandes medios se oculta el mismo soterrado propósito: socavar la entidad y autoridad política presidencial en la persona de la presidenta actual. Así, la otrora histérica y neurótica harpía que manejaba de la nariz al incauto bobalicón patagónico, la crispada autoritaria, ha devenido en una pobre y débil mujer librada a su suerte tras la muerte de quien era su verdadero mentor, una detestable Evita trasmutada por arte de magia mediática en una patética y débil Isabelita.

Se trata de una operación política y ya dijimos cuál es su propósito. A esta operación no se le responde con un “Fuerza Cristina”, “Cristina Conducción” o disparates que gracias al cielo no se han dicho, del estilo de “Cristina es Néstor”, porque lo que viene detrás es la intención del retroceso, la reconstitución de un “consenso federal” sujeto al arbitrio de caudillos provinciales conservadores, el deshilachamiento de los bloques parlamentarios, el avance de caudillejos pejotistas y, en consecuencia y en defensa propia , de tutti cuanti. Y siempre a expensas de la autoridad política presidencial, que es donde, guste o no, radica la unidad y posibilidad nacionales.

Pero la operación mediática tiene sus efectos indeseados, sus daños colaterales: la exaltación a ultranza de Néstor Kirchner por parte de quienes ayer nomás fueron sus más acérrimos difamadores hará que más de un distraído empiece a pensar y evaluar las cosas según la debida perspectiva con que las cosas deben ser evaluadas, la perspectiva histórica, los grandes plazos, los trazos gruesos en los que tan imbécil resulta detenerse en minucias y detalles. Y junto a este “efecto colateral”, a esta “indeseable consecuencia” está lo que el veterano Víctor García Costa definiera como “El más sonoro cachetazo de nuestra historia”, el que el pueblo argentino le propinó a esa falaz y descreída clase mediático‑política en estos días de aguerrido duelo en gran parte de las plazas del país. 
La de Mayo fue una plaza emblemática, que aunque novedosa y sorprendente para algunos, resultó para otros un revival: más allá de las múltiples excepciones, desde su composición social y etaria, fue una plaza propia de los momentos de ruptura, transformadores, revolucionarios si se quiere: trabajadores, profesionales, intelectuales, estudiantes, artistas, amas de casa, empleados de comercio, oficinistas y pobres casi privados de todo (excepción hecha de lo conseguido en los últimos años), en forma abrumadora, mayoritariamente menores de 30 años y por encima de los 55/60. 
Es una conjunción explosiva, de una potencialidad tan asombrosa como arrolladora; así de mayoritariamente juvenil y heterogénea fue la plaza del 17 de octubre y así fueron las “plazas” de los 70. Y así fue, seguramente, la composición de esa abigarrada, dolida, agradecida y militante multitud que en 1933 transportó a pulso el féretro de Hipólito Yrigoyen en escenas que inevitablemente era posible evocar en Río Gallegos.
La similitud de las imágenes sorprende y alienta esperanzas tanto como templa ánimos ante la insidiosa y atractiva operación mediática que exalta a Néstor Kirchner como forma de disminuir a Cristina Fernández. Y no por Cristina Fernández en sí, sino por Cristina Fernández como máxima autoridad política nacional. Porque de eso se trata: no de destruir a un partido, a una facción, sino de impedir ya definitivamente la construcción nacional.
Tal vez, sólo tal vez, quienes desde una hipotética y artificial “izquierda” tan útiles han venido siendo a la más concreta y real de las derechas, consigan ver las cosas en su debida perspectiva y comprendan qué es lo que se encuentra en juego.
Tal vez, sólo tal vez…

El punto aquí parece ser que el peronismo, el kirchnerismo, cesen en los homenajes y su duelo tan rápido como puedan acabar con los sectarismos, que si demuestran algo eso sería que no se entiende la situación por la que se atraviesa. A nadie que mira la realidad con alguna objetividad puede escapársele las enormes chances que tiene la señora presidenta de ser reelecta. Está en la calle, está en la súbita toma de conciencia de tantos argentinos, es uno de los “daños colaterales” de la operación mediática gracias a la cual Néstor Kirchner sería hoy absolutamente imbatible, tanto como Luiz Ignacio Da Silva lo es en Brasil, cuando ya no es candidato.
Es muy probable la reelección de Cristina Fernández, cuando llegue el momento y si al momento se llega en auge y no en caída. Hay número y consenso para ello, pero es necesario recordar que los pueblos no valen tanto por su número como por su organización y la calidad de sus dirigentes.
De la calidad de la máxima dirigente nadie puede tener la menor duda. Y lo sigue demostrando. De los demás y de la organización no puede decirse lo mismo y es ahí donde está el centro de gravedad de la pelea política: organizarse y organizar al pueblo. De esa organización surgirán los nuevos dirigentes que tanto la sociedad como la presidenta estarán necesitando.
Que a Néstor Kirchner lo sigan ensalzando los escribas de los monopolios. Nosotros no necesitamos hacerlo: lo llevamos en el corazón.

domingo, 31 de octubre de 2010

El nombre del kirchnerismo

Escribió Horacio González en Página 12, con el título "Un grito en el Salón de los Patriotas"

(Los subrayados, por mi cuenta y cargo)
En estos días en que la enigmática severidad de la muerte lo inunda todo, he aquí un nombre: kirchnerismo. ¿Ha comenzado o está por comenzar? Alguien lo gritó de un modo que no habíamos oído antes en el salón donde se velaba a Kirchner. Hubo allí un tierno fetichismo; muchas consignas, gritos desgarradores, espontáneos payadores bramando versos en medio del llanto. Asistí a un luto agreste, tan relacionado con el inmediatismo político como con la religiosidad popular, con la esperanza de nuevos llamados políticos como con el rezo laico que nos hace rebeldes ante la muerte. Nunca se sabe qué hacer en las solemnidades fúnebres, qué tono de voz usar, qué palabras decir. Pero una expresión que fue gritada ante el féretro, rodeado por la Presidenta y varios ministros, me asombró: “¡Comienza el kirchnerismo!”.
¿Y qué es el kirchnerismo? Nunca pensamos que un nombre así podría entrar como una espada tajante en el mundo político, repartiendo territorios, maldiciones y apegos. Recordé al pintor expresionista alemán de los años ’30, Ernst Ludwig Kirchner, uno de los fundadores del grupo Die Brücke (El Puente), cuyo autorretrato, nariz puntuda, globos oculares un tanto abultados, se parece un poco al aire que recordaremos del rostro del ex presidente muerto. Estas cosas lejanas y algunas extrañas coincidencias de nombres les sirven a los borrosos pensamientos para no enfrentar de lleno los significados de una inesperada tragedia pública.
Como amateurs, antiguos practicantes y observadores de la política nacional, no pensábamos que iba a entrar tan plenamente en nuestro léxico ese apellido, “Kirchner”. Cuando todo comenzó, muchos ni lo sabíamos pronunciar bien. Repentino expresionismo argentino. Ahora, todos nos empeñamos en definir políticamente una ausencia. Ante la proliferación de textos en la prensa de papel y digital –dígase: doble carácter y pérdida relativa de la temporalidad de la lectura; ya no sabemos bien dónde leemos las cosas–, no conviene hacerse los distraídos. Un gran debate lo recorrerá todo. “Kirchnerismo” será el nombre de una pregunta sobre las posibilidades realizadoras de la sociedad argentina en su conjunto y en sus partes contrastantes. Mejor dicho, cómo ese nombre político merecerá heredar, continuar y mejorar los compromisos de una gran reforma social, la ansiada transformación justa sobre cuyas tablas ardientes discutimos.
Hasta ahora, habíamos visto cosas nuevas, empeños vigorosos sobre la escena política del país, capaz de arrastrar antiguas promesas, demorados dictámenes y hechos inesperados de capacidad conmocionante. Como resultado de la discusión que hace años recorre la nación –sobre el mismo significado de la ley, de la justicia, del Estado y de la vida emancipada, que es lo que está en juego–, grupos anteriormente mancomunados se han desmembrado. Antiguas entidades sindicales albergan fraccionamientos potenciales; variadas izquierdas se escinden; la interpretación del pasado ha reactivado todas las memorias; importantes medios de comunicación se convierten en trincheras; el “campo intelectual”, valga este concepto, se ha partido en varios pedazos de una manera novedosa. ¿Lo decimos porque no sabríamos abandonar el gusto por estas infinitas escisiones, o porque ellas significan ahora una advertencia sobre algo realmente nuevo?
La escena no conforma enteramente a nadie; el ser político es intranquilo. Hace que nadie –si se es genuino– esté contento en donde está. Los cortes polémicos no engloban ahora todo lo que en cada caso deberían contener. Sin embargo, la expresión “kirchnerismo” se presenta para explicar el corte fundamental que ha sufrido la sociedad argentina. El nombre del político muerto que dejó medidas inesperadas y grandes estilos repentistas ahora avivará la imaginación sobre un modo sustentable de visualizar las fuerzas políticas, sindicales y económicas, sus potencialidades en torno de un liberacionismo que viene de lejos pero reclama definiciones más profundas y eficaces. Ese es un problema. Pero hay otro.
Se trata de una meditación menos visible pero necesaria que nos ocupa de inmediato y también supone una escisión. Es la relación de la política con la muerte, la relación de la historia con el nombre que parte una época. Nombre de una persona muerta. Y de un concepto que, como dije, oí que ahora comenzaría. “¡Comienza el kirchnerismo!” Esta exclamación que tiene un lado promisorio y otro desesperado... ¿es sólo la muestra de que ante la muerte se desea la vida? ¿Que ante el fallecimiento se quiere la eternidad, que ante el absurdo del deceso de quien estaba en el centro de las acciones, se quiere negar el tiempo fatídico con un precario llamado a la inmortalidad?
No lo creo así. El infortunio es grave pero es inspirador. Ese grito quiere ser una forma de revisar lo ocurrido y auspiciar un nuevo recorrido. En primer lugar, traigamos frente a la muerte de Kirchner el nombre de Mariano Ferreyra. Diferentes, desde luego, en la sentimentalidad que abarcan, las palabras que los traducen y las circunstancias que no permiten situar un hecho conmocional frente a otro. Ambas ocurrencias se dan en la escala de la sociedad ansiosa de grandes cambios, en espacios no semejantes ni de igual alcance, pero en el corazón de una resonancia nacional. Cierto, de modo diferente, pero secretamente entrelazados. Así, un hilo tácito los une, y no sólo en el vacío repentino e inaceptable que toda muerte supone.
Kirchner sintió esa muerte del militante como un golpe profundo, un hecho que reclamaba ser nombrado con vocablos nuevos y que lo ponía frente a un brutal desafío del destino. El muchacho victimado por pistoleros contratados –hombres capaces de todas las inocencias de Facebook y de todas las iniquidades– lo ponía ante una encrucijada que podía desmoronarlo todo. Es así. Quien no lo piense de esta manera no conoció o no intuyó bien el expresionismo de Néstor Kirchner, los puentes que construía. De otra manera: no pensaba Kirchner en correlaciones de fuerza sino en que era a él mismo que mataban. Pensamiento efectivo que las izquierdas victimadas tampoco podrían abarcar. Kirchner no lamentaba el hecho como un incidente más, sino como la demostración, sobre los cuerpos vivos de la política, de todo lo frágil, injusto y “alegremente” criminal que puede contener nuestro presente. No era ni es fácil decirlo. El disparo de los matones desnudaba una zona quebradiza de él mismo, el político que mantenía los hilos generales del poder nacional, y era un deber luchar para que su lamento por ese asesinato fuera creído por el propio conglomerado político al que el militante pertenecía. ¿Podía ser? Este acertijo hereda Cristina.
Si habrá kirchnerismo, entonces, es porque se podrá pensar de manera profunda lo acontecido. Esto y todo. Lo grave y lo demandado. Lo litúrgico y lo movilizado. Lo que implica un legado y lo que deberá tener forma nueva. ¿Cómo? La oposición, en su variado abanico, es un mundo ideológico completo, tiene su izquierda y su derecha. No son lo mismo pero muchos hilos invisibles no pueden visualizarse fácilmente si apenas aplicamos una conciencia espontánea a la comprensión de los hechos. Paradoja: el kirchnerismo precisa nutrirse de la izquierda que lo combate, haciendo pasar por el cedazo de las tensiones complejas de la sociedad el impulso de militancias fundamentales pero abstractas. En cuanto a las izquierdas, precisan desatar el precinto de sus verdades esenciales pero indeterminadas, para pasarlas por el tamiz concreto de aquello que condenan pero que contiene sedimentos históricos de lo que ellas mismos son. Latinoamericanismo progresista, revisión profunda de las bases de una sociedad que aún reproduce injusticias.
El descompás de estas paradojas es la sal de la política, pero sólo un pensamiento ocioso haría que cada uno se quede en el lugar donde está; sólo los satisfechos con sus estrechos horizontes se negarían a pensar el problema de las trabajosas confluencias de ideas y actitudes. Como las hubo en 1945 y en los ’70, épocas que no se repiten ni deben repetirse, más que como una historia de problemas y conceptos de complejidad incomún. Justo las cuestiones que hay que considerar. Esto es, la operatividad de un nombre, kirchnerismo, sobre el trasfondo de las memorias anteriores, el peronismo, el socialismo, el libertarismo.
El idioma mediático general pretende que todos queden inmovilizados en sus costumbrismos intercambiables. Así puede revestirse de “izquierda” y recubrir con una hipótesis que suene a prensa obrera los intereses de su prensa burguesa. Este equívoco le toca al kirchnerismo develar. Se lo acusó de impostor. ¿Pero no son los turiferarios de las derechas los que buscan máscaras rápidas y cosméticas de izquierda, que tantas veces, involuntariamente, se le conceden? El Gobierno tiene también sus zonas que no están tan simplemente ensambladas, muchas hebras ocultas las atan, pero las piezas flojas centrífugas actúan continuamente: el buenmuchachismo sciolista, los grupos empresarios entre la conveniencia fáctica y el coloquialismo de IDEA, el justicialismo derechoso, los corporativismos de nuevo cuño. Estos hechos son festejados por los que postulan una mala unidad de lo heterogéneo. Son productos de amalgamas surgidas de etapas históricas anteriores que perduran en la memoria. Y si bien es deber respetar profundamente las memorias sociales anteriores, el kirchnerismo podrá entenderse ahora como el deseo de no participar en esas configuraciones improductivas de unidad y buscar la verdad yacente del pueblo argentino, que fue multitud serpenteante en la ciudad, pidiendo una nueva sociedad y una nación recreada.
Las izquierdas le reprochan a un gobierno reformista aquellas zonas problemáticas, confundiéndolo del todo con éstas; mientras, dejan que la lengua mediática, que ponen al margen del análisis de sus propios intereses de clase, los incorpore como batallón de ingenieros zapadores de ese mismo puente (Die Brücke) que intuitivamente propuso el kirchnerismo para pasar al ámbito emancipado de la vida común.
El “comienzo del kirchnerismo” deberá referirse entonces a resolver el “hecho maldito” de la política actual. Este hecho es la paradoja que hace que muchos se opongan a reformas que antes habían defendido, y que parezcan apoyarlas quienes en verdad las desean combatir en un futuro posible. La muerte de Kirchner –muerte del político y muerte íntima: lo sabe la Presidenta que guarda su luto como una cuestión privada y cuestión de Estado a la vez– deja en máxima debilidad a la experiencia que le diera su nombre. Pero como toda política es el resultado de viejos o nuevos sacrificios, esa debilidad será cimiento de su fuerza futura.
Pues bien, digamos ahora que el asesinato de Ferreyra fue una cuerda paralela. Un sacrificio de la otra militancia, la de un mundo juvenil que nos sigue conmoviendo en el interior de lo que, pocos días después, a todos conmovería. Una conmoción dentro de otra, la que han entregado las izquierdas más enfáticas y la que hace al infortunio del kirchnerismo, sin que la otra lo sea menos. Aquel asesinato alevoso debe esclarecerse sin más demoras. Pero para que eso ocurra debe actuar el kirchnerismo, que carga ahora su nota sacrificial y que a su vez queda recomenzado. Recomenzado sobre la base de dilucidar más pertinazmente las paradojas argentinas.
Todo lo cual está implicado también en el grito escuchado en ese sector del Salón de los Patriotas, donde están los retratos heterogéneos de Latinoamérica. Allende, Evita, Guevara, Perón, Vargas, Haya de la Torre, Yrigoyen. “¡Comienza el kirchnerismo!” En principio, debe comenzar o recomenzar. Lo dicho ante el catafalco de Kirchner, frente al que se cantó, se juró, se aplaudió, se mascó rabia y se lloró, implica un llamado entrecruzado, de nosotros a ellos, de ellos a nosotros, de la Presidenta a todos los demás, de todos los demás a la Presidenta. ¿No es este tejido de voces el que está en sus comienzos luego de las jornadas luctuosas que recrean la vida popular frente al cuerpo velado de Kirchner?
* Sociólogo, profesor de la UBA, director de la Biblioteca Nacional.

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