jueves, 18 de julio de 2013

Milani y Badeni

El grupo Clarín ataca al general Milani y por elevación a Cristina, responsable de su nombramiento, pero cada vez que debe consultar a un especialista en derecho constitucional, pone en pantalla al “constitucionalista” Gregorio Badeni.
Badeni participaba de la conducción del banco de Hurlingham cuando todos sus directivos estaban detenidos ilegalmente y eran torturados en la cárcel de Campo de Mayo.
De esa detención ilegal puede dar fe el comandante Rey, apropiador de Pedro Sandoval y responsable del centro de detención.
Marcelo y Juan Claudio Chavanne lo denunciaron ante la Conadep y en el juicio contra los comandantes (Causa 13). Los Grassi fallecieron y otros, de la veintena de directivos detenidos, prefieren no hablar.
Los prisioneros recibían preguntas por escrito elaboradas por la intervención del banco de Hurlingham, de las que participaba Badeni.
Cuando se descubrió que el método era muy lento, los interrogatorios se realizaban con “invitados” presentes, entre quienes figuraba el detenido titular de la Comisión Nacional de Valores, Juan Alfredo Etchebarne, hombre de confianza de Martínez de Hoz, a quien acompañaban los miembros de la intervención del banco y directivos de la CNV. Fue el ex banquero Oddone el que denunció que estas preguntas bajo presión se realizaban en un improvisado auditorio de la cárcel, con una nutrida concurrencia a la que no podía ser ajeno Badeni, y el propio Etchebarne quien, ante la justicia, reconoció que, como Martínez de Hoz, se había desempeñado en Acindar.
Este “constitucionalista” conocía los detalles más finos del desempeño financiero de la entidad, considerada viable por la propia intervención militar, pero cuya liquidación definitiva se pactó entre Martínez de Hoz y Christian Zimermann, vicepresidente del BCRA, mientras el presidente, vicealmirante Covas, miraba para otro lado porque así se lo había ordenado Massera.
Una buena pregunta sería saber qué entidad se quedó con los activos del banco de Hurlingham.
En cuanto a Milani, la justicia tiene la palabra.
Es grosero e infantil creer que sólo hubo 30, 300 o 3000 carniceros entre militares y miembros de las fuerzas de seguridad.
Dos decretos, uno firmado por Luder y otro por Isabel, ordenaban en los años 74 y 75 “aniquilar el accionar” de la guerrilla. Mucho se ha interpretado sobre esta orden, pero lo concreto es que la totalidad de las fuerzas armadas y de seguridad se empeñaron en combatir a las organizaciones armadas en una brutal desproporción. 
Por eso no puede llamarse “guerra”.
Algunos de sus integrantes, ensoberbecidos por la suma del poder o porque estaban convencidos de lo que hacían, cometieron delitos de lesa humanidad. Pueden ser 3000, o 5000, no importa cuántos sino que vayan saliendo.
En el trascurso de esa lucha armada desigual se deben haber cometido innumerables delitos, producidos con impunidad toda vez que el pueblo argentino estaba sujeto a una dictadura cívicomilitar que detentaba la totalidad del poder público y privado, y era dueña de la vida de los ciudadanos, algunos de los cuales la apoyaban.
Entre esos delitos, sospechamos, hubo numerosas transferencias de inmuebles, a veces humildes, donde se obligaba al vendedor a aceptar un precio vil. Pero en la mayor parte de los casos, hubo sucesivas cesiones a terceros y las constancias se esfumaron. Peor destino puede esperarse de los bienes muebles.
En todos los casos, la justicia tiene la palabra. En términos de sentido común, es obvio que Cristina no cometería jamás la torpeza pueril de nombrar al frente del Ejército a un oficial sospechado de delitos de lesa humanidad cuando tenía otros nombres a mano. Y estoy seguro que, en caso contrario, actuará de inmediato destituyendo al acusado.
Por varias décadas, las fuerzas armadas se formaron primero bajo una democracia formal y proscriptiva, luego en la doctrina de seguridad nacional y más tarde como parte de la geopolítica imperial. Pero no solo los militares sufrieron estas deformaciones que significaban alejarse del interés nacional. La clase dirigente nativa en general no escapó a esa regla.
Por eso insistimos: Badeni no es un constitucionalista sino un ex colaborador de la dictadura. Y no sabemos que se haya hecho una autocrítica al respecto, si las autocríticas sirven para algo, que creemos que definitivamente no.

Y quien no lo crea, que escuche o lea a Marianito Grondona. 

lunes, 15 de julio de 2013

LA CUESTIÓN NACIONAL Y LOS ORIGINARIOS

Como la comunidad quom –y de vez en cuando la mapuche- son noticias de tapa en los diarios, vale la pena, creo, seguir reflexionando sobre la cuestión de los pueblos originarios en Argentina y su relación con la cuestión nacional.
No deja de sorprender el divorcio todavía existente entre los sectores medios urbanos de la mayor parte de las provincias y lo que estos llaman (hoy) despectivamente “indios”.
Desdeñando el sentido profundo de aquella orden general de San Martín a sus ejércitos que mencionaba a nuestros amigos los indios, los “blancos” de las ciudades conservan una visión elitista relacionada con la tradición hispánica aunque sus actores actuales –en su mayoría descendientes de las inmigraciones de los siglos XIX y XX- poco tienen que ver con ella, y que por ejemplo se aprecia en el uso de giros idiomáticos propios de un idioma español olvidado hace mucho en las grandes ciudades con vista al puerto. Esa postura discriminatoria de los sectores medios provincianos convive con las nuevas costumbres imperiales trasmitidas por los medios de comunicación, de modo tal que coexisten usos heredados con las costumbres descartables de la cultura dominante sobre todo a través de los medios.
En ese contexto, dicen que somos un país “emergente”. Aunque no sea fácil aceptarlo, es posible equiparar la idea de “emergencia” con el concepto de “dependencia”. Hay una perceptible dependencia de nuestros países en todos los órdenes: tecnológico, cultural, industrial, financiero, etc., y hay “modelos” a seguir, los de los países que marchan al frente, o dominan, esas áreas. Sucede que algunos la percibimos, otros la aceptan o abrazan, a otros les resulta indiferente, y también deben existir quienes ni se dan cuenta.  
Esa emergencia, de emerger, se refiere a estar saliendo de algo. ¿Pero qué es ese algo? ¿Acaso de la “dependencia”? En principio, es un término propio de los organismos multilaterales, lo que no es poco.
¿Y luego, cuál es esa emergencia que los países centrales aceptarán de buen grado y cuál no?
Aquella que no implique locuras independentistas.
Esas “locuras” adquieren maneras distintas según la etapa histórica que se viva. Lo fueron a principios del siglo XIX las posturas contrarias al dominio de los comerciantes del puerto aliados a la importación-exportación, que expresaron Rivadavia y Mitre, y las cito especialmente porque ellas constituyeron la República Argentina, sus leyes e instituciones. El mítico granero del mundo se inscribe en esa línea. Hasta ese momento, que podría culminar con el pacto Roca-Runciman, el país exportaba productos primarios (cada vez más baratos) e importaba bienes industriales y terminados de costo creciente, en lo que los autores de la época denominaron “deterioro de los términos del intercambio”.
Salteando varias circunstancias importantes, nos encontramos hoy con comodities (mercancía, en inglés) de costo creciente (aunque ese costo no está fijado en general por sus países productores) y bienes industriales, sobre todo de consumo, de costo decreciente.
La producción industrial ha dejado de ser un problema debido al salto tecnológico y al uso decreciente de mano de obra. Esto se observa también en el agro, convertido por la revolución verde en una actividad industrial que absorbe un muy bajo nivel de mano de obra, mucha tecnificación, uso masivo de químicos y semillas controladas como propiedad industrial. Este fenómeno, como aclaró un lector del post anterior, no se reduce al agro ya que la actividad farmacéutica está igualmente concentrada y responde a los mismos parámetros, constituyendo la naturaleza de la etapa actual: lucha por la concentración en unas pocas corporaciones anónimas y mundiales. La desocupación masiva (y sus “efectos no deseados”, como la organización del ocio y el entretenimiento) sí son un problema incluso para países como China.
El aire puro que emiten los países “emergentes”, la salud pública y la educación se han convertido, o pretenden convertirse, en mercaderías, comodities. Más allá de nuestra voluntad u opinión, existen bonos de aire puro que cotizan en un mercado. La leyenda de Midas, aunque con un oro inequitativamente repartido: todo puede convertirse en un bien de cambio. Que las naciones industrializadas del norte exporten a los “emergentes” sus industrias más contaminantes forma parte de la misma etapa.
Esto parece muy alejado de la cuestión de los quom y los mapuches, pero no es así.
Mientras San Martín convocaba a “nuestros amigos los indios”, hoy los acusamos de tener una percepción difusa de la nación o directamente desconocerla, y de vez en cuando los visitamos y fotografiamos como un fenómeno folklórico/turístico que incluye el mosquerío, los pisos de tierra, la falta de escuelas, la vinchuca y otras enfermedades endémicas. ¿Pero quién ha hecho algo para que esas comunidades formen parte de la nación, que se reconozcan como parte de ella?
No podemos acusar a “los indios” de no poseer sentido de pertenencia a la nación argentina. Somos nosotros quienes debemos integrarlos paulatinamente: no esperemos que acepten mansamente el despojo de que fueron víctimas. No podemos obligarlos a amar aquello de lo que no forman parte.
No reconocemos su derecho a la propiedad de la tierra. O nos hacemos los tontos. Talamos bosques y plantamos soja. Pero con los originarios no hay solución posible sin este reconocimiento. De otro modo, nos limitaremos a verlos como una curiosidad turística.
En cierta medida, la problemática de los originarios se parece a la de cualquier otra minoría: como ningún otro, este gobierno ha avanzado en la integración de las minorías culturales así como el primer peronismo integró a los trabajadores. Unos y otros fueron integrados a la Argentina porque antes estaban excluidos.
No es suficiente con que el maestro que enseña cerca de una comunidad originaria, cuando hay escuela, hable fluidamente su idioma, porque suele trasmitir el mismo pensamiento urbano desdeñoso respecto de los “indios”: Juan Moreira era “vago y malentretenido”, un gaucho producto de la mixtura entre indios y españoles. La madre de San Martín era india. Quizás también la de Perón.

Si no se da esta integración, seremos un país “emergente” tal como se desea en las naciones industrializadas: una colonia tan próspera como recursos apetecidos por el mundo (y el mercado) se posea.

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