jueves, 8 de septiembre de 2011

Tomar deuda externa y reducir el gasto público

Cuando el monje negro Joaquín Morales Solá, o Marianito Grondona, o algún otro escriba del establishment, reclaman la necesidad de establecer consensos, se refieren por ejemplo (y centralmente) a esto: a que el Gobierno Nacional acepte tomar deuda en el exterior y reduzca el gasto público, que es lo que propone, sin decirlo abiertamente a veces, la totalidad de la deshilachada oposición.
Los reclamadores de consensos imposibles se crispan (en una operación sutil de transferencia) reclamando que si los gastos públicos aumentan, de algún lugar habrá que sacar la plata. Y que a nadie se le ocurra poner la mirada sobre el bloque local de poder económico, que bastante está padeciendo.
Y como aquello de "mejor que decir es hacer" (incluso aunque no se diga) puede aplicarse tanto para un barrido como para un fregado, Macri se apresta hoy a obtener de una Legislatura harto complaciente, autorización para tomar deuda externa por 500 millones de dólares.
Según informa la prensa, el voto de Diego Kravetz le permitirá llegar a los 31 votos necesarios, porque hasta ayer contaba sólo con 29. El dictamen en minoría, se dice, no le cierra a Macri el grifo del endeudamiento siempre que éste jure y prometa ante la Biblia que esos fondos se van a dedicar en primer lugar a la educación y la salud, a lo que el Jefe de Gobierno obviamente responderá: "¡claro que sí, cómo no, lo que ustedes digan!"
La gestión neoliberal del Pro argumenta que esos fondos son necesarios para terminar las obras del subte. ¿Que obras? La prolongación de la línea E entre Bolívar y Retiro la financia el Estado Nacional. La de la línea A está prácticamente terminada: ¿para pintarla?
¿No nos están saliendo un poco demasiado caros estos pocos metros agregados a la red, señores votantes del Pro?
En orden a las promesas que no podrán cumplir porque el resultado de octubre está cantado, todos juran que aumentarán el gasto social. Pero no dicen, ocultan, de dónde saldrán los billetes.
Ayer mismo, el filibustero colombiano, dueño del predio de La Rural en Palermo, prometió que si llega a algún lado, va a incrementar la Asignación Universal, y por qué no, las asignaciones familiares, y hasta aseguró que decretará la felicidad universal. Está claro que no llegará a ningún lado, pero a ninguno de los movileros se le ocurrió preguntar: ¿y cómo financiaría ese incremento?
Con deuda externa, claro. Como hace Macri hoy mismo.
Algo que ayer dejaron en claro los lobistas bancarios Martín Pérez Redrado y Javier González Fraga. El doble apellido suena bien en los ámbitos financieros.
Para Redrado y Fraga, hay que volver al mercado de capitales. Hay que endeudar a la Argentina, re-sujetarla a las corporaciones financieras a fin de que el problema de la deuda externa se haga todavía mucho más inmanejable de lo que es hoy en día.
Porque como pasa en un hogar (a nivel "micro", diría el operador de Techint R. Lavagna) si uno se endeuda más allá de los ingresos, a la larga, el acreedor se quedará con todo lo que usted creía hasta ese momento que era suyo, y no, era de los bancos. Por eso es que Pagni, en "La Nación", tira hoy una palada de estiércol oligárquico sobre  el proyecto de control de la propiedad de tierras. Porque los préstamos soberanos de Argentina están garantizados por el propio territorio nacional.
En este sentido, la gestión de la ciudad de Buenos Aires (que no es una provincia) ya ha dado un paso, o ha dado otro paso hacia la nada. Nadie imagina que con este Gobierno Nacional vaya a suceder que en el futuro, una corporación italiana se haga cargo del obelisco o que el teatro San Martín se convierta en una sucursal de Holiday-on-ice. Pero está en los planes.
No por nada, Macri abreva en su mentor ideológico el brigadier Cacciatore, que en realidad llegó apenas a capitán: Los avales caídos por la construcción de las autopistas urbanas y el parque Interama (actual Parque de la Ciudad) fueron pagados por todos los argentinos, y figuran al tope de los agujeros negros de la historia reciente.
No queda más que reirse de la excelencia en gestión que el Pro usa como argumento publicitario. Claro que habría otra explicación: que el secreto de tal gestión exitosa sea precisamente ese, el que ayer mismo Redrado y Fraga mencionaron como a la pasada.
Si es así, debo admitir que la gestión neoliberal es exitosa.  
  

miércoles, 7 de septiembre de 2011

(II) Crece la polémica: ¿EEUU debería aprender de la Argentina?

Varios lectores, con razón, me han criticado por el desarollo del post anterior, entendiendo que no fui preciso.

Las relaciones de poder entre las naciones y la sobredeterminación del capitalismo financiero global habilitan o no el uso de recetas keynesianas en EEUU. En rigor, la mención del The New York Times es una metáfora, ¿pero una metáfora de qué?
Para EEUU, el mercado se define en términos globales. Su dirigencia no recurre a las medidas keynesianas no por imperativos ideológicos sino porque la estructura de poder económico en ese país requiere otra cosa. En la Argentina, al contrario, se viene de una larga etapa de continua retracción del mercado interno con el objeto de reducir el costo laboral, donde la financiación de consumo durante la convertibilidad con dólares adquiridos por el Estado fue un aspecto de ese mismo proceso.
La ideologización de la gestión estatal es un fenómeno típico de Argentina del pasado, o mejor, es típica de los países como el nuestro, donde los intereses de un sector del bloque de poder local coinciden con los (intereses) de los países centrales. Esa ideologización fue muy marcada con los Chicago boys adjuntos a Martínez de Hoz y a Cavallo, y también en los lobistas de la Ucedé de Alsogaray. No sucede lo mismo en  EEUU: el gabinete de Obama (que incluye miembros del equipo de Bush) es un ejemplo del pragmatismo con que se mueve.
Ese pragmatismo también se aprecia aquí como parte de la capacidad con que el Gobierno Nacional afronta con éxito la crisis global.
La reactivación del mercado interno puede encararse de distintas maneras: inyectando dinero en el bolsillo de los consumidores o, como sucedió con la convertibilidad y/o tablita financiera, repartiendo dólares baratos vía endeudamiento externo. Esta segunda alternativa tiene un final anunciado: el 2001.
Cierto keynesianismo aplicado hoy en Argentina es diferente del que se utilizó para reactivar la industria británica luego de la segunda guerra, en especial, porque Gran Bretaña era un país industrializado y Argentina no lo es sino hasta un cierto punto muy acotado.
Keynes no fue un benefactor de las clases bajas británicas, un Papa Noel o un Robin Hood, sino un miembro del partido conservador educado en Cambridge, la península intelectual de las clases dirigentes británicas.
Este ejemplo histórico habilitaría a suponer que la crisis de EEUU es similar a la que padecimos aquí en 2001, y por lo tanto merece un tratamiento parecido (medidas keynesianas). Se toma para ello un síntoma: el déficit de EEUU es -por lejos- el mayor del mundo, ascendiendo en la actualidad a 1,65 billones de dólares. Si nuestro problema fue la deuda, que produjo un déficit imparable, y terminamos en el 2001, es lógico -dicen- que la de EEUU estallara de modo similar aunque no se han visto desmanes, saqueos y muertos en Washington DC. La burbuja financiera de EEUU se generó por una revalorización desmedida y especulativa de los activos financieros, donde todo, incluso la producción industrial, la innovación tecnológica y en este caso, las hipotecas, es o son antes un activo financiero.
La diferencia, la gran diferencia, es que EEUU es una aspiradora de fondos (un solo ejemplo: los 140 mil millones de dólares fugados históricamente de Argentina están en el sistema financiero yanqui, a tasas cercanas a cero, pero seguros) y en 2001, Argentina ya no podía pagar las tasas crecientes con las que financiaba el consumo en dólares de la convertibilidad. Si un milagro divino hubiera permitido seguir la festichola, no dudemos, Argentina seguiría bailando la fantasía del uno a uno, un fantasma incestuoso que todavía sobrevuela la memoria de nuestra sociedad.
Para la escala global de las corporaciones productivas de origen norteamericano, la reactivación del mercado doméstico no es una solución. En rigor, la mejor medida keynesiana que podría aplicar EEUU es repartir dólares baratos en todo el mundo a cambio de un aumento global del consumo.
Por ejemplo, creando una AUH de 1500 dólares mensuales para los somalíes que hoy no pueden comprar un cuenco de arroz y mueren como moscas. O repartir en toda África retrovirales de bajo costo para combatir el HIV, fabricados por la corporación Pfizer con sede en Chicago o donde fuera que se domicilie.
¿Alguien cree que haría semejante cosa?
No, porque el tema no es la reactivación del mercado interno sino el poder mundial, si se reparte o no, y quién o qué país o países pagan la fiesta.

martes, 6 de septiembre de 2011

Crece la polémica: ¿EEUU debería aprender de la Argentina?


La opiniòn de un columnista de The New York Time, según la cual Estados Unidos debería aprender de la Argentina y aplicar medidas que se conocen como "keynesianas", nos sirve para una resignificación de la ideología, o como respaldo indirecto a la política económica del Gobierno, pero es un error creer que la felicidad invadirían el mundo si todos los países hacen lo que hace la Argentina.
Ese error deriva de otro, el de creer que el Estado argentino resultante de la aplicación de las recetas neoliberales desde 1976 en adelante, es una copia en chico del Estado de USA.
En realidad, nuestro Estado ha sido diseñado para servir a los intereses extranjeros y a los sectores sociales y económicos locales aliados a esos intereses.
En efecto, un argentino no puede ser propietario de un canal o un diario norteamericano, ni puede adquirir un millón de hectáreas en Arkansas, con un largo etcétera. En este sentido, y en otros, el Estado norteamericano sigue estando muy presente.
No es ese el sentido en el que EEUU es tomado como modelo.
Mientras en Argentina el Estado resultante de la aplicación de medidas neoliberales durante 40 años es un Estado mínimo en el sentido en que son los mercados los que administran las prioridades de la sociedad y en ese orden terminó siendo un gran ausente, el Estado de USA está muy presente.
Siempre.
El formidable complejo militar-tecnológico es el motor de la economía del norte, y funciona entretejido con  el gobierno en una alianza difícil de desentrañar. Ese complejo (al que no son ajenas las estrategias de despliegue militar a nivel global) funciona con enormes subsidios estatales. Astronómicos subsidios. Algo similar sucede con la producción de cereales. El caso del maíz es ejemplar: el maíz es originario de México, y sin embargo hoy en día, a raíz del TLC que lo une con EEUU en el denominado NAFTA, el grueso del que se consume en México corresponde a variedades norteamericanas de las que Monsanto es su propietario. La Organización Mundial de Comercio (OMC) impone globalmente la ideología neoliberal: pero esa ideología se detiene cuando llega el momento de discutir los subsidios agrícolas del Norte, que permanecen en pie contra viento y marea.
Si fuera posible por un momento tomar distancia de lo sucedido en el mundo en los últimos ochenta o cien años, veríamos que con distintas denominaciones, se repite un mismo proceso: EEUU es proteccionista en lo económico, pero aconseja o impone en el mundo de la periferia el librecambio a fin de lograr un flujo libre de la producción norteamericana.
Algunas de las vías para conseguirlo son directas y rápidas, como los TLC. Pero no son las únicas. Las vías indirectas dan cuenta del poder de EEUU para imponer su moneda como la moneda universal, del poder militar como amenaza; del control de  las opiniones, de la creación de nuevas necesidades y las pautas de consumo a través de los medios; y de la formidable innovación tecnológica subsidiada por el Estado norteamericano.
Esto significa que el Norte funciona de acuerdo a sus intereses (sean estos presentes, de corto plazo, o estratégicos, de largo plazo) y no a determinadas pautas ideológicas, sean estas neoliberales o no. De una visión equivocada de ese proceso, me parece, deriva la idea errónea de que los republicanos son neoliberales y los demócratas no.
El centro de lo que se denomina keynesianismo es la gestión de la Demanda Global a fin de impedir la recesión de la economía. Es decir, hablamos de lo que hoy se conoce como medidas contracíclicas. Otra cosa distinta es el denominado Estado de Bienestar.
EEUU en 2008 y la Unión Europea en 2009 emitieron cifras astronómicas, en el orden de millones de millones de euros o dólares, depositados en sus respectivos sistemas bancarios. Si ese dinero hubiera sido inyectado a la demanda, no se estaría viviendo hoy el largo ciclo de recesión que se vive. Esa inyección hubiera sido una "medida keynesiana". Pero la realidad es otra: ese dinero sirvió para estabilizar los balances de los bancos y no se volcó a la demanda, que hubiera significado más consumo, más empleo, etc.
Semejante emisión monetaria sería calificada aquí de pecado mortal, pero los países centrales no dudan en ser pecadores si fuera necesario. Como opiné en un post pasado, la inflación parece otro de esos pecados, pero si vemos la evolución de los precios del petróleo (de 3 a 110 dólares) o del oro (de 35 a 1.920 dólares la onza), veremos que la inflación es un concepto político. Los "especialistas" no suelen  asociar esta evolución de los precios con inflación, que lo es, pero son muy minuciosos cuando se comparan precios internos.
Se ha construido un mito con las supuestas medidas keynesianas aplicadas por Roosevelt y el New Deal en la crisis del '30. Como lo sostiene desde hace años el economista Päul Krugman, no fueron las idas y venidas de Roosevelt (un neoliberal típico) las que sacaron a EEUU de la recesión. Fue la Segunda Guerra Mundial, fue toda la economía dirigida por el Estado en el esfuerzo bélico, y fueron los sueldos pagados a 20 millones de soldados norteamericanos diseminados por el mundo para imponer el american way of life.
Esto significa que no hay un keynesianismo aislado de la realidad y que en definitiva hay que aprender a mirar nuestra realidad construyendo un pensamiento propio.
La clave de la cuestión es que el total de los flujos entre naciones coloca a EEUU y a los países centrales como receptores netos de esos flujos, por lo cual el resto del mundo termina haciéndose cargo de la inflación en el Centro.
No hay que temer a la inflación con un Estado presente y con un proyecto político decidido en la defensa de los intereses populares.
A avivarse, entonces.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Misoginia de Marianito Grondona



El redactor del Comunicado n° 150 de Campo de Mayo y ex-funcionario de dictaduras militares Mariano Grondona, además de destilar el consabido veneno oligárquico dominical, ensaya hoy en La Nación una re-interpretación del peronismo en el orden filosófico que correspondería con un verdulero del Mercado Central. O un camionero.
Hay intelectuales y hay camioneros.
Una cosa es el peronismo conducido por un macho (durante la proscripción del peronismo, se decía que Perón carecía de testículos por haberselos emasculado en un accidente ecuestre) y otra, por una mujer.
Como todos sabemos, explica Marianito, el arma ancestral del sexo débil ha sido la astucia. Grondona me recuerdan a Karla, el seudónimo del director de la KGB en una de las novelas de John LeCarré, y no por casualidad un apodo femenino, a quien uno de los personajes denominaba el Genio que hacía dormir a los niños.
Aquí Grondona juega e papel de tal Genio: hace dormir a los lectores con una mentira para que despierten víctimas de una verdad.
Grondona construyó la nota de este modo: tenía una frase ("Porque para el kircherismo, fiel a una concepción bélica de la política, sólo hay amigos o enemigos; nunca neutrales. Esa actitud es incompatible con el periodismo") y alrededor de ella "rellenó" con un montón de palabras.
Quiere decir Grondona que él, que se considera a sí mismo modelo de periodista independiente, y el kirchnerismo son incompatibles, no pueden convivir en el mismo espacio, son como el aceite y el vinagre (sí, Evita, sí), son la tesis y la antítesis de un modelo de Nación. Ellos o yo.
Habiendo quizás pasado una mala noche con su mujer, escribió así sobre la astucia femenina (de Cristina, claro):




Suponer que el ministro del Interior Florencio Randazzo actuó por su cuenta cuando acusó a La Nacion y a Clarín de "tener una actitud que atenta contra la democracia" equivaldría a ignorar el dogma kirchnerista según el cual las decisiones de fondo las toma únicamente la Presidenta; queda a su cargo definir, además, los roles que deberán asumir los actores de reparto que la rodean. Si bien el objetivo final de monopolizar el poder que inspiró tanto a Néstor como a Cristina Kirchner desde 2003 no ha cambiado, lo que ha cambiado es el método mediante el cual cada uno de ellos procuró alcanzarlo. A Néstor, agresivo y frontal, no le importaba quedar como "el malo de la película", porque aquello que quería era, por lo pronto, inspirar miedo. Por eso, más todavía que el "malo", Néstor aspiraba a ser el "macho" de la película; la figura viril capaz de poner de rodillas a aliados y adversarios por igual.
Sin embargo, cuando la gente del campo lo resistió en 2008, el estilo de Néstor demostró ser contraproducente frente a un adversario que, movido por otro miedo aún más fuerte que el que él inspiraba, el miedo de perderlo todo, se animó a resistirlo. El método de la confrontación también probó ser electoralmente peligroso en una sociedad como la nuestra que, después de tantas guerras internas, ha aprendido a valorar el diálogo. Y fue así como, con la áspera conducción del ex presidente, el kirchnerismo perdió las elecciones de 2009 nada menos que por 70 puntos contra 30. El novedoso factor "psicológico" que un país cansado de batallas estériles le opuso al kirchnerismo terminó por convertirse en una valla electoral que el ex presidente nunca pudo franquear.
Así como Néstor encarnó un exceso de masculinidad, Cristina trajo consigo una dimensión femenina. Como las mujeres siempre han sido tenidas, aunque sólo fuera físicamente, como el "sexo débil", su arma ancestral no ha sido la agresión, sino la astucia. Cristina desempeña hoy, así, un nuevo rol en el juego del poder, ya que a ella le corresponde con exclusividad dar las noticias "buenas". ¿Quiere decir que los "malos" han desaparecido? No, quiere decir que el papel de los "malos" ya no lo desempeña como antaño Néstor Kirchner, sino aquellos a quienes la Presidenta ha nominado en cada caso. Ella, como Néstor, ataca. Pero, a la inversa de Néstor, lo hace sin que se le note. Los que atacan por orden de ella, y se les nota, son los Randazzo. Gracias a esta división de funciones en las que ella queda indemne, la Presidenta ha obtenido un índice de aprobación popular inalcanzable para su marido.

¿CRÍTICOS U OPOSITORES?

Al arremeter como lo hizo por orden ajena a La Nacion y Clarín, Randazzo atribuyó a ambos medios un rol que no les corresponde, como supuestos voceros de la oposición . Pero el papel de los medios en una democracia no es la oposición, sino la crítica . La diferencia entre ambos conceptos es abismal. La crítica no consiste en embestir rabiosamente al Gobierno, sino en analizar sus hechos y sus dichos desde una mirada independiente que persiga dos objetivos: uno, la información veraz; el otro, la opinión intelectualmente honesta aunque, desde ya, falible. ¿En qué consiste la honestidad intelectual ? En que aquel que piensa las noticias no sepa, al empezar, adónde lo conducirá su reflexión, y en que esté dispuesto a sostener las conclusiones a las que ha llegado aun cuando contradigan sus intereses. "Pienso, luego publico": he aquí la consigna moral que obliga a los editorialistas y los columnistas. Una consigna tan noble como difícil de cumplir.
Si la búsqueda de la veracidad informativa y de la opinión honesta es la meta moral de la profesión periodística, ¿por qué es descalificada por un gobierno que exalta, al contrario, al llamado periodismo militante , un simulacro de periodismo que, alimentado por las arcas públicas, se pronuncia invariablemente a su favor? Porque para el kircherismo, fiel a una concepción bélica de la política, sólo hay amigos o enemigos; nunca neutrales. Esa actitud es incompatible con el periodismo porque éste, en la concepción republicana de la democracia, no debe actuar como un amigo o un enemigo, sino como un freno del poder. Es que es tal el poder del Gobierno en un sistema presidencialista como el nuestro, que una serie de contrapoderes, como el Congreso, los jueces, el federalismo y el propio periodismo, han sido creados para balancearlo siguiendo aquella famosa frase del francés Montesquieu y del norteamericano Madison: que es necesario, para salvar a la sociedad del despotismo, que el poder detenga al poder.
Pero es natural que los políticos, ya estén en el gobierno o en la oposición, para los cuales lo que más cuenta no es la neutralidad frente al poder sino la lucha por el poder, encuentren difícil de asimilar la idea de que los periodistas, en definitiva, "no quieren a nadie". Decía un periodista al que solíamos admirar cuando todavía lo era, que "el verdadero periodismo siempre molesta". Una vez molestó a Menem. Después, molestó a los Kirchner. El día de mañana molestará a los sucesores de los Kirchner. Es fácil confundir por eso a los periodistas con los opositores, porque ambos critican al Gobierno, pero los opositores, cuando critican, lo hacen como un medio para su propio fin, que es conquistar el poder, una meta prohibida para el periodismo. Por un tramo, los opositores creen identificarse con los periodistas hasta que llegan al gobierno y, una vez en él, creen que esos mismos periodistas a quienes tenían por aliados, los han traicionado.

¿Y LOS VOTANTES?

Ante la gran ventaja que ha obtenido el Gobierno en las elecciones primarias, ¿es correcto decir, ahora sí, que "Cristina ya ganó"? Sí y no. Sí, porque será prácticamente imposible revertir en octubre las cifras de agosto. No porque, más que ganar Cristina, perdió la oposición . Ninguno de sus representantes tuvo el carisma suficiente para atraer a los votantes ni la humildad necesaria para dar un paso al costado. El sistema democrático consiste en la competencia entre dos protagonistas: el Gobierno y la oposición. Nuestro sistema es todavía doblemente imperfecto porque, en tanto que el Gobierno aspira al monopolio y va por todo, la oposición ha perdido por walk over Porque a uno le sobra y a la otra le falta vocación de poder.
Urge, entonces, comprender a los votantes que le dieron al Gobierno esta victoria aplastante. Criticarlos por lo que han hecho no es sólo ofenderlos. Es, además, no comprenderlos. En medio de la bonanza económica que nos envuelve, aun cuando ella sea frágil e incierta, ¿qué podían hacer el 14 de agosto los votantes no politizados? Tenían que escoger entre una presencia criticable de un lado y una ausencia inexplicable del otro. ¿Qué podían hacer?
Sería un error del Gobierno pensar que aquellos que lo votaron no comparten, pese a ello, las críticas fundadas que se le hacen en materia de inseguridad, de desmesura intervencionista o de corrupción. Votar no es, en efecto, preferir "todo" lo que dice o hace un candidato determinado, sino escoger como se puede entre lo poco que hay. ¿Qué culpa tiene el pueblo, en todo caso, si los dirigentes de uno y otro bando los han dejado sin opciones?
Queda, en fin, un último peligro por evitar: que el propio periodismo, ante la deserción de los opositores, se ponga a suplantarlos. En esta democracia adolescente que todavía somos, cada uno debería cumplir su rol. El Gobierno, administrar sin oprimir. La oposición, simplemente, existir. El periodismo, mantenerse fiel a su antigua consigna: no querer ni odiar a nadie.

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