La Presidenta Cristina Fernández es una notable
comunicadora. Y aunque muchos nos sintamos identificados con “quien quiera oír
que oiga” en orden a un estadio de comprensión superior al de la lucha
partidaria o las opiniones (la democracia liberal), también es cierto que
en toda situación comunicacional hay un emisor, un mensaje y un receptor, donde
el receptor es el fin del hecho comunicacional.
Confieso que en el 99% de los casos comparto lo que expresa
Cristina en función de un determinado sentido común estructurado en base a un
análisis de la realidad, lo que en la Antigüedad Clásica se conocía como condiciones
objetivas y subjetivas en cuanto a las limitaciones de la realidad. Muchos
podemos estar de acuerdo con las tales condiciones, pero eso no significa que
en el paso siguiente, qué hacer, estemos
de acuerdo, y ese qué hacer también forma parte del sentido común que quiero
reivindicar en el discurso de la Presidente.
Es decir, aquí tenemos tales y
tales limitaciones, queremos tal cosa pero en función de tales limitaciones
sólo podemos hacer esta otra. Eso lleva a toda una cuestión relacionada con dos
miradas internas al kirchnerismo, que a falta de mejor descripción, podríamos
llamar “perspectiva de clase” y “perspectiva nacional”. Las cuestiones
centrales se reciclan históricamente en distinta terminología. Estas dos
perspectivas no tienen contornos nítidos, y están teñidas de muchos matices, incluso aquellos que, a falta de mejores términos, podríamos identificar con el pensamiento del adversario.
Volviendo al título, escuché en vivo y en directo los dichos de Cristina, estableciendo por un lado una analogía entre los fondos-buitre
(buitre, por favor, no fondos-buitres, señor Timerman) multinacionales y los
abogados nativos llamados caranchos y en general al negocio abogadil del juicio
al Estado.
Y por otro, también hizo una suerte de reclamo o recriminación a esa parte de la
sociedad que no había abierto la boca cuando las Afjp les esquilmaba los ingresos
y ahora, luego del caso Badaro, habían iniciado una avalancha de juicios contra
el Estado en busca del mítico 82% móvil tan caro al otro sentido común, al dominante.
Por lo menos, así lo veo yo.
De inmediato tomaron sus dichos tanto el Grupo Clarín como
esa miserable pandilla formada por Barrionuevo, el desvariado sector de la CTA
de los obispos de la Iglesia (Miceli), Buzzi y Moyano en busca de apoyo
demagógico entre los jubilados, sus hijos, nietos y allegados. Y lo expresaron
en una conferencia de prensa (prolijamente cubierta por TN) donde dos
personajes nefastos como el titular fraudulento de ATE-Capital y el camionero simularon
sentirse escandalizados porque la Presidenta había llamado caranchos a nuestros
jubilados.
Cristina machaca en sus cadenas nacionales donde pretende,
una y otra vez, convencer a una sociedad ganada por otro sentido común y fortalecer a la fuerza propia en éste.
Pero
debajo de Cristina, ¿qué hay?
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