Aborda temas interesantes como las diferentes representaciones, la diferencia, el encuentro, el acontecimiento, el amor como construcción o como suceso de fusión, el éxtasis, la cuestión de la duración.
Cuestiona asimismo la idea pesimista (proveniente de los moralistas franceses) de que el amor no existe, es algo imaginario, entre otras.
"Un amor verdadero es aquel que triunfa duraderamente, a veces duramente, sobre los obstáculos que el espacio, el mundo y el tiempo le proponen".
"Un amor verdadero es aquel que triunfa duraderamente, a veces duramente, sobre los obstáculos que el espacio, el mundo y el tiempo le proponen".
Pienso que es necesario abordar la cuestión del amor a
partir de dos puntos que corresponden a la experiencia de cada uno. Primero, en el
amor se trata de una separación o una disyunción, que puede ser la simple
diferencia de dos personas con su subjetividad infinita. Esta disyunción es, en
la mayoría de los casos, la diferencia sexual. Y cuando no es el caso, el amor impone a pesar de todo que se
confronte a dos figuras, a dos posturas de representación diferentes.
Dicho de otro modo, en el amor, uno tiene un primer elemento
que es una separación, una disyunción, una diferencia. Tenemos un Dos. En el
amor se trata, ante todo, de un Dos. El segundo punto, es que, precisamente
porque se trata de una disyunción, en el momento en que lo Dos se va a mostrar,
a entrar en escena como tal y experimentar el mundo de manera nueva, no puede
tomar más que una forma azarosa o contingente.
Es lo que se llama el encuentro.
El amor se inicia siempre en un encuentro. Y a este encuentro yo le doy el
estatuto, de alguna manera metafísico, de un acontecimiento, es decir de algo que no entra en la ley inmediata de
las cosas.
Los ejemplos literarios o artísticos que ponen en escena este
punto de partida del amor son innumerables. Muchos relatos y novelas han sido
consagrados a casos en los que lo Dos es particularmente pronunciado, en los
cuales los dos amantes no pertenecen a la misma clase, al mismo grupo, al mismo
clan o al mismo país.
Romeo y Julieta siguen siendo, evidentemente, la alegoría de
esta disyunción, puesto que pertenecen a mundos enemigos.
Este lado diagonal
del amor, que pasa a través de las dualidades más poderosas y las separaciones
más radicales, es un elemento absolutamente importante. El encuentro entre dos
diferencias es un acontecimiento, algo contingente, algo sorprendente, como
“las sorpresas del amor” (el teatro, una vez más). A partir de este acontecimiento,
el amor puede ser iniciado o introducido. Es el primer punto, absolutamente esencial.
Esta sorpresa pone en marcha un proceso que es fundamentalmente una experiencia
del mundo.
El amor no es simplemente el encuentro y las relaciones cerradas entre dos individuos, es una construcción, es una vida que se hace, no ya desde el punto de vista de lo Uno, sino desde el punto de vista de lo Dos.
Es lo que yo llamo la “escena de lo Dos”. Personalmente, siempre estoy interesado en la cuestiones de la duración y el proceso, y no solamente en las cuestiones del comienzo.
El amor no es simplemente el encuentro y las relaciones cerradas entre dos individuos, es una construcción, es una vida que se hace, no ya desde el punto de vista de lo Uno, sino desde el punto de vista de lo Dos.
Es lo que yo llamo la “escena de lo Dos”. Personalmente, siempre estoy interesado en la cuestiones de la duración y el proceso, y no solamente en las cuestiones del comienzo.
Según usted, el amor no se resume al encuentro, sino que se
realiza en la duración. ¿por qué razones rechaza la concepción fusional del
amor?
Creo que hay una concepción romántica del amor todavía muy
presente, que, de cualquier manera, lo consume en el encuentro. Es decir, que
el amor se quema, se consuma y se consume al mismo tiempo, en el encuentro, en
un momento de exterioridad mágica en el mundo tal cual es. Ahí, algo llega que
es del orden del milagro, una intensidad de existencia, un encuentro fusional.
Pero cuando las cosas se despliegan así ya no estamos ante la “escena de lo Dos”, sino ante la “escena de lo Uno”. Es la concepción fusional del amor: los dos amantes se han encontrado y algo así como un heroísmo de lo Uno tiene lugar contra el mundo. Se notará que, generalmente, en la mitología romántica, este punto de fusión conduce a la muerte.
Hay un vínculo íntimo y profundo entre el amor y la muerte, cuya cumbre es sin duda el Tristán e Isolda de Wagner, porque el amor se ha consumido en el momento inefable y excepcional del encuentro y porque después ya no puede entrar en el mundo que sigue siendo exterior a la relación.
Pero cuando las cosas se despliegan así ya no estamos ante la “escena de lo Dos”, sino ante la “escena de lo Uno”. Es la concepción fusional del amor: los dos amantes se han encontrado y algo así como un heroísmo de lo Uno tiene lugar contra el mundo. Se notará que, generalmente, en la mitología romántica, este punto de fusión conduce a la muerte.
Hay un vínculo íntimo y profundo entre el amor y la muerte, cuya cumbre es sin duda el Tristán e Isolda de Wagner, porque el amor se ha consumido en el momento inefable y excepcional del encuentro y porque después ya no puede entrar en el mundo que sigue siendo exterior a la relación.
Es una concepción radicalmente romántica, y creo que debe ser
rechazada. Es de una belleza artística extraordinaria, pero, a mi juicio, tiene
un inconveniente existencial muy grave. Creo que hay que tenerla por un
poderoso mito artístico pero no por una verdadera filosofía del amor. Porque, después
de todo, el amor tiene lugar en el mundo. Es un acontecimiento que no era
previsible o calculable según las leyes del mundo.
.....
Por supuesto que existe el éxtasis de los comienzos, pero un
amor es ante todo una construcción
duradera. Digamos que el amor es una obstinada
aventura. El lado aventurero es necesario, pero no lo es menos la obstinación.
Dejarse caer al primer obstáculo, a la primera divergencia seria, en los
primeros aburrimientos, no es sino una desfiguración del amor. Un amor verdadero es aquel que triunfa duraderamente, a
veces duramente, sobre los obstáculos que el espacio, el mundo y el tiempo le proponen.
...
La cuestión de la duración es lo que me interesa del amor.
Precisemos: por “duración” no hay que entender principalmente que el amor dure,
que se ame siempre o para siempre.
Hay que entender que el amor inventa una manera diferente de
durar en la vida. Que la existencia de cada uno, en la prueba del amor, se confunde
con una temporalidad nueva. Ciertamente, para hablar como el poeta, el amor es también
el “duro deseo de durar”. Pero, más todavía, es el deseo de una duración
desconocida.
Porque, como todo el mundo sabe, el amor es una reinvención
de la vida. Y reinventar el amor es reinventar esta reinvención.
En su obra Condiciones
usted rechaza ciertas ideas tenaces sobre el amor, particularmente la
concepción del sentimiento amoroso como ilusión, muy querida por la tradición
pesimista de los moralistas franceses, según la cual es amor no es más que “el
semblante ornamental por donde pasa lo real del sexo” o bien que “el deseo y el
goce sexual son el fondo del amor”. ¿Por qué critica esta concepción?
Esta concepción
moralista pertenece a una tradición escéptica. Y esta filosofía pretende que en
realidad el amor no existe y que no es más que el oropel del deseo. Según esta visión, el amor no es más que
una construcción imaginaria pegada sobre el deseo sexual. Esta concepción, que
tiene una larga historia, nos invita a desconfiar del amor. Por ello,
pertenece ya al registro securitario, porque consiste en decir: “Escucha, si
tienes deseos sexuales, realízalos. Pero no te hagas ilusiones con la idea de
que es necesario amar a alguien. ¡Prescinde de todo eso y ve derecho al
objetivo!”
Pero en este caso, yo simplemente diría que el amor es
descalificado –o deconstruido, si se quiere en nombre de lo real del sexo.
Sobre este punto quisiera hacer valer mi experiencia viva.
Yo conozco, y creo que un poco como todo el mundo, la insistencia del deseo
sexual. Mi edad no me lo ha hecho olvidar. También sé que el amor inscribe en
su devenir la realización de este deseo. Y es un punto importante porque, como
toda una literatura muy antigua nos dice, el cumplimiento del deseo sexual
funciona también como una de las raras pruebas materiales, absolutamente ligada
al cuerpo, de que el amor es algo más que una declaración. La declaración del
tipo “te amo” sella el acontecimiento del encuentro, y es fundamental:
compromete. Pero liberar nuestro cuerpo, desnudarnos para el otro, cumplir los gestos
inmemoriales, renunciar a todo pudor, criar, toda esta entrada en escena del
cuerpo vale como prueba de un abandono al amor.
Y por lo mismo, se trata de una diferencia esencial con la amistad.
La amistad no tiene prueba corporal, resonancia en el goce del cuerpo. Y ello
porque es el sentimiento más intelectual, de ahí que aquellos filósofos que
desconfían de la pasión lo hayan preferido siempre. El amor, sobre todo en la
duración, tiene todos los rasgos positivos de la amistad.
Pero el amor se relaciona con la totalidad del ser del otro,
y el abandono del cuerpo es el símbolo material de esta totalidad. Se dirá:
“¡Pero no! Es el deseo y sólo él quien funciona, entonces.”
Yo sostengo que, en el elemento del amor declarado, es esta
declaración, incluso si es todavía latente, la que produce los efectos de
deseo, y no directamente el deseo. El amor quiere que su prueba envuelva el
deseo. La ceremonia de los cuerpos es entonces el testimonio material de la
palabra, es eso a través de lo que pasa la idea de que la promesa de una
reinvención de la vida será sostenida, y primera a ras de cuerpo. Pero los
amantes saben, hasta en el más violento delirio, que el amor está ahí, como un
ángel guardián de los cuerpos, en el despertar, en la mañana, cuando la paz
desciende sobre la prueba de que los cuerpos han entendido la declaración de amor.
He ahí la razón por la cual el amor no puede ser, y creo que
no lo es para nadie sino para los ideólogos interesados en su pérdida, un
simple revestimiento del deseo sexual, una astucia complicada y quimérica para
que se cumpla la reproducción de la especie.
Después de esto, jamás
he renunciado. Ha habido dramas, desgarrramientos e incertidumbres, pero jamás
he abandonado un amor.
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