No conozco a ningún promotor, admirador, defensor o
cultor de los pueblos originarios que
explique cómo resolverían éstos, con sus métodos primitivos de agricultura, el
problema de alimentar a 6.000 millones de personas que son las que hoy habitan
el planeta.
No es un dato menor. Argentina produce alimentos para 300 millones de personas.
Y no es que esa cuestión haya sido resuelta por la revolución verde, que ni siquiera se
propone hacerlo, o mas bien, se reduce a asegurar la propiedad privada de
semillas patentadas por un puñado de corporaciones multinacionales que pueden
contarse con un par de manos.
A la par, y acabando definitivamente con la verosimilitud
de la Ley de Say, se van creando constantemente nuevas falsas necesidades
alimentarias para sostener a la industria y no para
asegurar una buena y completa alimentación humana. No es que la producción se
organice para satisfacer necesidades: por el contrario, se fraguan nuevas
necesidades antes de que aparezca el producto que las satisfará, y cuando esto
sucede, la necesidad ya se ha naturalizado.
Por ejemplo, la mayoría de las mujeres sufriría estreñimiento. Convencido el consumidor de
ello, luego aparece el lácteo que lo combate.
Miles de millones de seres humanos están hoy
malnutridos sin que ello sea una prioridad para Monsanto.
La prioridad es el aumento de la productividad
afinando el uso privado del recurso al punto de buscar, y en muchos casos
obtener, la monopolización universal de un nicho de mercado.
La manipulación genética con estos fines contiene un
riesgo eventual para la salud de los consumidores, que no se conoce. En la
medida en que gran parte de la producción animal que consume transgénicos sirve
para la alimentación humana, lo que no se evalúa es el riesgo potencial para el
ser humano.
Por otra parte, los métodos industriales de cría y
sacrificio de animales para la alimentación humana tiene cada vez más parecido con
el exterminio humano industrializado que el nazismo institucionalizara aunque
cabe sospechar que no como solitario victimario.
Se ha refinado la selección del “enemigo”: si ayer
era “el judío” europeo (porque el antisemitismo no se limitó a Alemania y sus
satélites, circunstancia que se oculta hábilmente), hoy, en nombre del ubicuo
terrorismo, toda la civilización humana
es potencial adversario, lo que implica una doctrina universal de la seguridad
aplicada con una elegancia (o sigilo, según se vea) de la que carecían los
carniceros de la Esma. Que ahora se actúe sólo dentro de la ley es un término
relativo, por cuanto las operaciones clandestinas continúan.
En verdad, en cierto modo el nazismo perdió la
guerra pero triunfó en todo el mundo porque el exterminio industrializado es una
significación actual trivializada. En algunas regiones, las matanzas étnicas son
cosa de todos los días pero pueden no
existir cuando los medios no las reflejan. Otras, en cambio, tienen una
amplia cobertura mediática.
La manipulación de la Naturaleza sin reglas ni ética
suele generar reacciones descontroladas y terribles que perjudican en especial
a los sectores sociales más vulnerables.
Debe subrayarse que las ideologías del hemisferio norte
proponían el dominio de la naturaleza,
fuera este dominio conducido por la burguesía o el proletariado, lo que suponía
su destrucción.
A eso llamamos Modernidad.
Cabe preguntarse si hay posibilidad de dominio sin
descomponer la cosa en sus partes, es decir, destruirla. Y si es posible
convivir con la naturaleza (o lo que queda de ella, en todo caso) sin renunciar
al actual nivel de confort pero a la vez no descomponerla en sus partes o sacrificarla.
Y es en esa destrucción donde se producen las
reacciones descontroladas: hablamos de cambio
climático como si fuera un fenómeno inesperado, si todos por igual fuéramos
sus responsables o si todos tuviéramos similar capacidad de remediarlo.
Visto desde Argentina, la defensa de las culturas originarias
no puede desprenderse de la todavía irresuelta cuestión nacional, donde una parte importante de la población reivindica la conveniencia de apoyar las
nuevas formas del colonialismo con la centralidad que asumen los medios de
comunicación masiva.
Esa mirada, la nuestra, puede no coincidir con la del hemisferio norte,
donde se reivindica el aspecto folklórico, pintoresco y anárquico de esas
culturas siempre que no colisionen con la previa cuestión nacional ya resuelta en
esos países con el dominio y triunfo de las respectivas burguesías locales,
constituyendo las naciones.
Aquí en el sur no deben faltar quienes crean que los
pueblos originarios, en perspectiva, pueden constituir comunidades
independientes y supranacionales.
Existe, pues, un estrecho y arduo camino que cada
país sudamericano tiene que transitar con buen tino. Ese camino bien puede
denominarse la cuestión nacional a la
que apunta la actual etapa política. Quizás haga falta aclarar que el contexto
en que se resuelve, tiene que responder a las circunstancias propias de esta
época.
2 comentarios:
¿Solamente el alimento Jorge?
Yo sufrí en carne propia (tuve el privilegio de ser un elegido)la medicación de una enfermedad que solo existe por obra y gracia graciosa de la farmafia,en complicidad de los galenos dogmáticos cuyo principio establece una enfermedad pàra cada nuevo-viejo medicamento.
Y las vacunas siguen...
Si alguien ve diferencia entre las vacunas y el glifosato que me avise,soy un inconciente retrógrado que no lo nota.
Es cierto: no solo el alimento. Por otra parte, la revolución verde no solo se refiere a semillas sino a la forma de combatir las plagas, el paquete completo.
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