Guarda con la música
Teodoro Boot
Quien haya ido a una cancha de futbol o
caminado por las inmediaciones cuando se juega alguno de los tantos
clásicos barriales habrá notado que las multitudes no desafinan.
Más allá del placer o disgusto que puedan provocar las letras o las
melodías, diez o veinte o treinta mil personas cantando al unísono
entonan como el mejor de los intérpretes. Es un fenómeno extraño y
asombroso, toda vez que, por una simple razón estadística, es
razonable suponer que la mayor parte de los integrantes de esa
multitud, tomados individualmente, suenan menos parecido a Alberto
Castillo que a chanchos degollados para fabricar morcilla.
Habrá quien pueda explicar este
fenómeno que aquí nos limitamos a destacar con el solo fin de
establecer algunas caprichosas asociaciones y señalar que las
multitudes y/o las masas, si se quiere, constituyen un sujeto
diferente a la suma de cada uno de sus integrantes.
Uno
El
balotaje que el domingo 19 tuvo
lugar en la ciudad de Buenos Aires fue una de esas oportunidades en
que una multitud se comporta como un sujeto y no como una suma de
partes. Independientemente de las directivas o falta de ellas, y
análisis, especulaciones, estrategias y señalamientos de sus dirigentes e
integrantes más vocingleros, la masa de votantes porteños del
Frente para la Victoria actuó, en un momento determinado –que no
fue cualquier momento sino el de la decisión–, con un
grado de unidad y unanimidad que hubiera desmayado de placer al
mismísimo Napoleón Bonaparte o a cualquiera de los maestros de la
economía de fuerzas.
Desde luego, el fenómeno permite los
más variados análisis y especulaciones y habrá quien busque –y
tal vez hasta consiga, que todo es posible en estos mundos–
interpretar el propósito de esa decisión popular. No vamos a ser
–al menos en esta oportunidad– tan presuntuosos de pretender
desentrañar los designios de esa masa de votantes y nos
conformaremos con entrever algunas causas y, de ser posible, extraer
alguna que otra enseñanza.
Dos
Es
bueno recordar, ante todo, que fuera
de Aníbal Ibarra, ningún otro dirigente destacado del FPV (por un
elemental sentido del ridículo nos rehusamos a incluir a Leandro Santoro
en la categoría
“dirigente destacado”) propuso votar a Martín Lousteau, ni
confesó que iría a hacerlo. Y Aníbal Ibarra está muy lejos de
representar algo parecido a una “línea oficial” o significativa
dentro del FPV.
Más allá de que la postura oficial u
orgánica del FPV fuera la razonable, la única posible y sensata en
ese momento (dejar en libertad de acción al electorado), la mayor
parte de sus dirigentes y referentes parecían compartir la
disparatada idea de algunos periodistas de que Horacio Rodríguez Larreta y
Martín Lousteu son lo mismo y de que, en consecuencia, lo único
razonable era votar en blanco (lo que en un balotaje tiene los mismos
resultados prácticos que poner en una urna porteña la boleta de
Hillary Clinton).
Ya que estamos y si de digresiones se
trata, si aquí dijéramos que Jorge Altamira, Luis Zamora y Myriam
Bregman son lo mismo, además de provocar las carcajadas de Altamira,
Zamora y Bregman, lo único que estaríamos haciendo sería mostrar
nuestra más profunda ignorancia en la materia, sumada al estilo de
razonamiento ramplón de un barrabrava alcoholizado, sin la menor
perspicacia, profundidad o sutileza.
Se puede decir y pensar que son lo
mismo, comonó; cualquiera es dueño. Pero no se puede actuar
en base a semejante premisa: el paradójico resultado de esa clase de
simplificación es el de transformar la realidad en un magma amorfo y
tan indeferenciado que vuelve imposible establecer con ella cualquier
clase de vínculo.
Así como hubo una gran cantidad de propaladores del votoblanquismo,
es justo reconocer que abundaron en el FPV los lenguaraces que
impulsaron el voto a Lousteau o cuestionaron la idea de hacerlo en
blanco. No se trató de lenguaraces destacados sino más bien de
irresponsables sin prestigio ni empleos ni canonjías que arriesgar
llevándole la contraria a la que parecía ser la línea oficial.
Podría decirse que esa falta de calidad, calificación y rating de
dichos lenguaraces fue compensada con su número, pero no vamos aquí
a dejarnos arrastrar por la peregrina idea de creer que los
micromundos y pequeños ambientes son o se parecen a la realidad ni,
muchísimo menos, a confundir las redes sociales con la sociedad, por
suerte mucho más vasta, compleja, rica, potente, sorprendente y
contradictoria.
¿Hubo acaso una Radio Macuto
trasmitiendo entre los votantes porteños del FPV una línea de
acción contestataria, divergente de la que aparecía como “oficial”?
Difícil creerlo: la masividad, oportunidad y unanimidad con que
actuaron esos 350 mil votantes fueron excesivas para el alcance de
cualquier directiva secreteada en los pasillos.
Tres
El fenómeno sorprendió a todos e hizo
desbarrancar hasta a los encuestadores más avezados. Nadie podía
imaginar ni calcular que la práctica totalidad de los votantes del
FPV –más no pocos de las distintas variantes de la izquierda–
irían a inclinarse en una sola dirección. Es dificil también
conjeturar qué se propusieron –preguntados uno por uno, es muy
probable que cosas diferentes–, pero, por lo pronto, podría
decirse que se derrumbaron un par de mitos.
Uno de los que parecería desmentido es
el de la segmentación generacional respecto al valor y uso del voto.
Existe la generalizada idea de que los
treinteañeros y cuarentones que, tras la frustración provocada por
el doble discurso alfonsinista, padecieron la debacle moral del
menemismo y el colapso político, conceptual y psicológico de la
Alianza, descreen del valor y utilidad del voto, que serían todos
hijos del “Kilómetro 501”, estudiantina con que en su momento unos
cuantos
jóvenes repudiaron la obligatoriedad del voto. Ese
supuesto pronunciamiento generacional, que se habría manifestado en
el votoblanquismo o la abstención de los treinteañeros y
cuarentones kirchneristas e izquierdistas, no se verificó en
absoluto. Ni la abstención fue significativa ni, aunque se incrementaron
respecto a la primera vuelta, lo fueron los votos
en blanco. De compararse los resultados del balotaje con los de la
elección, es posible observar que la izquierda, no obstante la
indicación explícita de votar en blanco, no consiguió que
siguieran sus directivas ni siquiera la mitad de sus votantes de la
primera vuelta.
Si consideramos que 350 mil personas
que en un momento y un lugar determinados toman, por su cuenta, la
misma decisión, son algo más que 350 mil individuos y deberían ser
considerados multitud, pueblo, o esa deficiente traducción del
“people” inglés: “gente”, podría afirmarse que,
contrariamente a la impresión que producen encuestas y artículos y
programas periodísticos, el pueblo argentino, al menos una porción
muy significativa del pueblo argentino, tiene consciencia de la
importancia de su voto. Y lo hace valer, además, con un singular
instinto de poder: si no puedo o no alcancé a elegir, puedo dañar y
si puedo dañar, acaso hasta sea capaz de producir una decisión que,
si no me beneficia, al menos no me perjudique tanto.
Hubo también pequeños fenómenos
notables, pero por lo absurdos. Por ejemplo, es significativa la
cantidad de votantes del FPV ligados al “mundo de la cultura” que
parecen haberse inclinado por el voto en blanco, siendo que, si hay
un área en que el Pro y Eco no son precisamente lo mismo, esa
sería la cultural.
El pueblo, al menos esa porción del
pueblo que en primera vuelta se había inclinado por el FPV, mostró
en el balotaje un instinto de poder y una fineza de razonamiento que
deberían emular muchos dirigentes e intelectuales. Ocurre que el
pueblo fue consciente de qué estaba en disputa: su pequeña vida
cotidiana y no los destinos de la unión sudamericana o la especie
humana. Se elegía un intendente municipal (lo
que en su proverbial petulancia los porteños llaman jefe
de gobierno, no es más que las personas normales conocen como intendente municipal), no la política frente a los fondos
buitre. ¿Qué importancia podía tener lo que Martín Lousteau (que,
dicho sea de paso y como para que no se olvide, fue ministro de
Economía del gobierno de Cristina Kirchner) opinara sobre la
economía nacional? Si de lo que se trataba era de decidir si se sigue
o no aumentando a lo pavote el ABL, si los subterráneos van a seguir
igual de desastrosos, si se continúa castigando a los transeúntes y
automovilistas con ordenanzas de tránsito descabelladas y semáforos
que no se coordinan, se financia a los amigotes con obras públicas inútiles, se destruye el sistema educativo, bajando el
nivel de la enseñanza, desfinanciando la educación pública para
financiar la privada, y etcétera, etcétera, y muchos más
etcéteras. Porque de eso, nada más y nada menos que de eso, se trató
este balotaje. De lo demás, porteños y no porteños, nos ocuparemos
en otras instancias electorales, recién a partir del 9 de agosto.
Cuatro
Los –por llamarlos de alguna manera–,
estrategas del FPV deberían abandonar la idea de la polarización,
que se basa en la creencia de que la derecha dura es incapaz de
superar el 30 por ciento del electorado. Se trata de una premisa
falsa, según el Pro ya ha conseguido demostrarlo reiteradas veces en
la ciudad de Buenos Aires, y anteriormente lo demostró a nivel
nacional Carlos Menem: el diferente potencial de estas dos versiones
del neoconservadurismo obedece, básicamente, a la diferente
catadura, origen, ductilidad, carisma y simpatía personal de sus máximos
referentes, pero la composición social y cultural de sus bases
políticas es muy similar.
Circula en estos días la asombrosa
idea de que Martín Lousteau triunfó en la mayoría de las comunas
del centro y sur de la ciudad. Esto, directamente, no es
verdad. Si bien es cierto que con un número un poquito mayor de
votos se hubiera quedado con el gobierno de la ciudad –y unas
cuantas cosas cambiarían en la vida cotidiana de los vecinos, por no
mencionar la incluencia de tal acontecimiento en las perspectivas
políticas futuras de algunos protagonistas– , la alianza Eco no
ganó nada, en ninguna parte. En las comunas, en todas las
comunas de la ciudad, el Pro se impuso con comodidad, lo que puede
advertirse sencillamente contando la cantidad de comuneros y
legisladores que consiguió cada una de las distintas fuerzas
políticas. Recién en el balotaje Eco se impuso en muchas barriadas
en las que más de la mitad de los votantes prefirieron a Lousteau
por sobre Rodríguez Larreta, pero aun en esos sitios el Pro sigue
siendo una cómoda mayoría o, para decirlo con exactitud, una amplia
primera minoría.
Tenemos así que esa derecha ha
conseguido atravesar, y en forma bastante holgada, ese supuesto
techo, a lo que convendría añadir que un movimiento popular que
aspira a la liberación nacional y la justicia social debe construir
mayorías, pues tratándose
de un movimiento popular desarmado sólo puede aspirar al poder a
través de la construcción de mayorías electorales y puede
ejercerlo por medio de mayorías políticas y sociales, que no
excluyen la batalla cultural y la creación de hegemonía, pero la
exceden ampliamente y obligan a un cuidado y una acción cotidianas.
La polarización no
podría ser entonces un objetivo y una estrategia populares, sino una
limitación, un revés, un arma de doble filo y, al cabo, un
boomerang político toda vez que, no siendo factible aislar al
pueblo, el propósito e instrumento de las oligarquías es dividirlo
por medio de antinomias y polarizaciones. Por el contrario, aislar a
las minorías no sólo es factible, sino aconsejable, y eso no se consigue
mediante la polarización sino diferenciando, aislando y obrando por
líneas interiores.
Encontrar el modo, las políticas, los
dirigentes y los candidatos idóneos para conseguirlo, es otro
cantar, pero ante la incapacidad de apreciar y transformar la
realidad, es un pobre recurso y un magro consuelo descalificarla.
Cinco
La mentalidad simplista, ramplona,
sectaria y descalificadora que prevalece en los círculos más
influyentes del FPV ha descartado, desde el vamos, cualquier pelea
seria por las mentes y el corazón de las mayorías porteñas, se ha
equivocado y se sigue equivocando en las instancias electorales
(conformándose con la idea de ser una “minoría intensa”, lo
cual puede ser bueno para cualquiera, menos para aquellos que
supuestamente pretenden una revolución que requiere de las mayorías) y acomodándose a una a veces explícita
y otras implícita asociación legislativa con el Pro, espacio
político que no sólo cuenta con el blindaje de los grandes medios
de comunicación sino con el que le brinda el silencio y la pasividad -cuando no la complicidad- del FPV.
El grado de enajenación de los
dirigentes porteños del FPV, su desconexión con la realidad que
supuestamente deben transformar, ha superado en este balotaje los
límites que imponen la razón, la cordura y la más elemental
inteligencia. En esta oportunidad no se han limitado a mostrar lo de
siempre, su completa ajenidad respecto a la población porteña, sino
que, superándose a sí mismos, llegaron a revelar que ni siquiera
comprenden ni interpretan a sus propios votantes. Absortos en sí
mismos y sus pequeños mundos, los candidatos del FPV revelan que han
votado en blanco al tiempo que manifiestan que la masa de seguidores
del FPV votó, unánimemente, “para castigar al PRO”. No sólo no
entendieron que sus seguidores, esos que efectivamente representan y
pretenden conducir, deseaban castigar al Pro, lesionar las
posibilidades presidenciales de Macri y mejorar su vida cotidiana en
una ciudad que cada día se asemeja más a un infierno diseñado por
los bichitos malvados del film Marte ataca, sino que han seguido una dirección
opuesta. No sólo no interpretaron los deseos de sus propios
votantes sino que–y a confesión de parte, relevo de pruebas– al votar en blanco se han negado a castigar al Pro,
lesionar las chances electorales de Macri o a mejorar un poco la vida
cotidiana de quienes viven, trabajan o transitan la ciudad de Buenos
Aires.
Menudos directores que se
plantan ante la orquesta, despliegan en el atril la partitura de un
vals, alzan la batuta, dar tres golpecitos y, sin decir agua va ni
prestarles la menor atención, los músicos se despachan con una
chacarera.
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