viernes, 20 de agosto de 2010

EL RESUCITADOR

Fin de semana, agosto de caña con ruda, de un inverosímil 82% móvil que funciona como fue alguna vez la convertibilidad en la que todos eramos ricos en dólares, de fin o no de las retenciones, de una renovada ofensiva gubernamental, de un probable como necesario veto zocaleado en TN como "amenazan con vetar"... 
Un relato cortito, entonces, de Santiago Hynes, tucumano, que dice así:



Contaba Don José Clorindo Mamani, padre de mi madre viene a ser, que en la familia, de antes del Inca, resucitadores siempre hubo y los antiguos elegían a quien para mantener el oficio.
Perdimos muchos saberes, se queja el abuelo, que hasta al quichua los jóvenes se niegan, aparte unas palabras pocas que ellos usan sin advertir, creyendo serán castilla.
Y de ahora no es, todo perdemos de mucho hace. Él propiamente sólo había visto resucitar corderos y cabritos, que con las ovejas y carneros ya no se sabía, con gentes menos. Que una hermana mayor del abuelo, sí, una vez resucitó un cuzco blanco que le destrozó el Malo, un león de los que le llaman puma. Pero cuando murió esa hermana, ya nadie la resucitó a ella y cómo hacemos para seguir si enseñar no enseñó ni lo del cuzco ni nadas.
Viejo demás el abuelo, recordar no se acuerda y un poco miente, dice Mama, que las ciencias por la sangre vienen y para ella yo fui nacido resucitador igual que la tía Dorinda. Mentira también del perro blanco, bien overo y ni caschi chiquito era, dice Mama, sino galgo joven grandote, tanto casi más hay que resucitarlo al puma de lo bravo que le peleó aquel perro.
No, no, al contrario, jura mi tata, los Mamani nacer no nacen, son aprendidos cómo. Mismo él sin ser Mamani -Arjona se llama - la tiene cuerpeada tantitas veces a la Muerte ladina. Lo que sí, al vicio es, nadie lo puede al Olvido.
En el pensar de las cosas yo siempre fui un poco más del lado de Mama, Arjona tengo nombre pero muy Mamani parezco. Seré resucitador nacido, creo.
Aquí en los valles, ocasiones vienen a pedirme. Animales, les digo, yo no trabajo, los bichos son de Dios para Su voluntad. Ancianos tampoco porque también lo mismo. Guagüitas sin bautizar menos, que son del Diablo y no para lloro que Mandinga ni mal ni bien les trata, nomás les lleva y quién sabe angelitos habrán de hacerse después de un rato. Y aunque el cura diga, para mí la criatura menos de tres años no se resucita, da igual tenga bautismo, si no habló bastante para qué, es casi un animalito; de haber almita habrá las excepciones.
Entonces poco poco me traen, que aquí un morir que más se da son los chiquitos y los viejos y los animales cuando se empestan. Y si alguienes no les sé resucitar, enseguida les despacho: Vayamé licenciando, forma no encuentro así. (Es que también hay difuntos que muy de veras no son queridos y se acabó).
Yo me aplico a los maridos jóvenes, a las chinitas lindas, a las madres nuevas, o a las preñadas, que no se fallecieron viejas ni viejos ninguno, no. O a los que se desbarrancan en las cerrazones y hasta a un niño de la escuela que el camión lo accidentó una vez.
Las que mejor agrado me dan son las gentes hechas y todavía mozas idas sin enfermedad y sin noticiar, que ni tiempo dejaron para ver venir la pena. Será porque asimismo fue original con el Jacinto.
Pensando estoy y razón tengo que darle a Tata: Mamani nacido podré ser más, aunque un poco mucho soy Arjona aprendido. Que si el Jacinto no me enseña a resucitarlo, yo ni cuzco blanco ni mastín overo ni chivito siquiera, me parece.
Los vallistos somos raza buena; aunque regulares habemos también. Malicia fuerte no ando diciendo pero diferentes sí, cada uno, como las piedras. Y si muchos no hallarán voluntad de creer, será quizás porque los muertitos no son de mostrarse, sino cada tanto de madrugada o a las siestas cuando prefieren ellos y no los otros. El Jacinto, un ejemplo, gusta venirme después de fiesta grande y chicha y cerveza, justo cuando el sol cabecea para levantarse arriba.
Habrán, pues, moradores que al momento un personal de afuera les pregunta, ¿Arjona resucita?, No le sé decir, contestan. Aunque no son gustosos de creencia igual respetan, que los Arjona tanto no, pero los Mamani de bien antes del Inca somos morando y sabiditos son que tampoco cobrar cobro, dinero ni nada toco con estas manos mías. Por eso van siempre considerando,
Agradecidos los hay algunos. Conmigo no les facilito, pero a mi mujer se animan a dejarle después una olla de humita, o unas empanadas o hacen creer que por un casual carnearon y sin querer les sobra, lo alcanzan para la casa. Yo me contento, por los regalos no, por dichosos verlos estar cuando los visita su muertito, cabal el Jacinto a mí, para dejarles una alegría.
Decir morirse el Jacinto, ni pensarlo nadie, era como decir: se va a secar la vertiente, o nunca va a amanecer. No merecía estar ahí, en desgarros de sangre seca, tan distinto a nosotros el Jacinto y así igualito de amigo, de corazón bueno, pero tan más de gracia para todo, hasta para el coraje y la rabia.
En un camioneta pasaron y frente a la escuela se lo tiraron a la maestra, que lo quería y quien sabe pronto hasta se casaban, no sé, un indio con una chica de la ciudad. Ni pararon para explicar o decir, nunca. Y cuando ella me enteró, de llanto, casi mismo voy allá de ellos a gritarles: ¡A mí matenmé! ¿Para qué sirvo yo? (Que en entonces ni resucitar sabía). ¿De matar andan? ¡A mí elijan en vez del Jacinto, el mejor de aquí, el más hombre que he visto con estos ojos míos!
Apenitas soy Arjona, manso, y no hallé manera. Tres días y tres noches repeché cerro arriba perdiendomé de borracho como para helarme que ya se venía la nieve. Hasta que no sé, volví. Y fue mi mama, Doña Eusebia Mamani, la que principió: ¡Resucitalo, resucitalo pues, que no morirá si vos no permites!
Será que un hombre podrá saber mucho, pero más obligación tiene de resolver cuándo las cosas no deben ser. El Jacinto, allí me habrá enseñado que él tampoco era de morir ni yo de aceptar que me dejara tan solo, hecho ovillo de tristeza.
En un tiempo, ni sé cuánto, mal durmiendo me iba repitiendo yo: no y no. Durito cada no, como los de mi tata, pirca de piedra parecemos, tercos los Arjona. Y si en las noches me olvidaba, de puro dolor nomás, Mama se arrimaba al catre mío y pechaba: ¡Resucitálo, resucitálo pues!
Madrugada un día, ratito antes de clarear, el Jacinto se aparece tranquilo y dice: ¿Cómo te has creído, hermano vos, que me iban matar? El dormidito hice para engañarles, mismo vos sinvergüenza ahora, ¿será no quieres pagar un vino?
De esa vez aquella, cada mes o fiesta, no falta. Siempre con una picardía y saludando: ¿Cómo les creíste, hermano vos, si matarme no se podía? Y yo le contesto: Muy te he resucitado, Jacinto, como Mamani de los antiguos. ¿Qué me tenía que incumbir a mí un perro o un cordero?, pero bien distinto sos; le digo.
Providencia fue. Junté sosiego, me pude acomodar para casamiento también y familia y parcela para cultivar tengo ahorita. Que si el Jacinto no se me resucita, en nada se halla valor, la vida a entender no se alcanza. Ni el trabajo ni las estrellas, sobre todo las coplas y el carnaval ya no se entienden tampoco.
Lo después que vino, más fácil es que lo primero. Mama o mi mujer, para ayudar tristes, que soy resucitador habrán contado y empezaron a allegarme los desesperados aunque sin faltar algunos que mentiras desesperan, pero con esos no pude ni quise. (Mismo todos respetan, que los Mamani somos de antes).
Difícil igual no es mucho. Yo les trabajo sin vueltas en la forma, al contar del cura, que tenía costumbre el Cristo Redentor del Cerro para con los moradores y los tiempos de Él, de Belén. Les digo: Andate tranquila nomás, que ya está resucitado.
Y cuando, a los días, los cruzo en las cortadas, o bajando majada y silbando vienen, o medio fuerte me gritan, Adiosito Don Arjona, me sé que ya tienen su muertito lo más resucitado. ¿Porque si no cómo? Ellos tampoco entenderían ni el día ni los rebaños ni la noche ni los sueños.

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