Escribe: Abelardo Santiago
Cayo Casio Longinos, centurión romano completamente miope, debe su celebridad al modesto pero imprescindible papel cumplido en la Pasión de Cristo: todo lo que hizo fue asegurarse de que Jesús estaba muerto.
Careciendo de espejo o estetoscopio, le clavó la lanza en el pecho, haciendo brotar de la herida sangre y agua, que resbalaron por su lanza.
El apóstol Mateo (Mateo 27: 50-56) lo relata así: “Mas Jesús, habiendo otra vez exclamado con grande voz, dio el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rompió en dos, y la tierra tembló, y las piedras se hendieron; y abriéronse los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido se levantaron. Y el centurión, y los que estaban con él, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, diciendo: ‘Verdaderamente, Éste era el Hijo de Dios’”.
Más allá de su declaración, lo importante es que luego de asesinar al Señor, Longinos se llevó a los ojos la mano manchada de sangre y de inmediato obtuvo una visión 20/20, y aun más, ya que no sólo empezó a ver con nitidez las cosas de la tierra sino también las del Cielo. Naturalmente, se hizo cristiano y se retiró a vivir en Capadocia, donde su vida y su visión ejemplares convirtieron a muchos a la Fe verdadera, hasta que cayó en manos de los paganos, que lo llevaron a juicio.
Al rehusarse a ofrecer sacrificio, se le quebrantaron todos los dientes y le fue cortada la lengua, no obstante lo cual, siguió hablando.
Si bien no fueron registradas sus palabras, luego de que con un hacha redujera a fragmentos los ídolos paganos, con otra hacha le cortaron la cabeza. Su lanza fue encontrada por santa Helena, madre del emperador Constantino, y resultó ser un talismán muy poderoso para el propio Constantino así como para Carlos Martel, Carlo Magno y el emperador Federico Barbarroja. Según la tradición, todos los que la habían poseído llevaron a cabo guerras victoriosas.
Dícese que fueron esas cualidades místicas las que en el museo Hofburg llamaron la atención de un artista plástico fracasado de nombre Adolf Hitler. Esa tarde de 1909, el delgado y zarparrastroso artista se detuvo como hipnotizado ante un objeto pequeño: los restos del extremo de una lanza sin filo oxidada y ennegrecida por el tiempo.
“Supe de inmediato, escribió (Hitler 28: 63-65), que aquel día era el momento más importante de mi vida. Sin embargo no podía adivinar por qué un símbolo cristiano me causaba semejante impresión. Me quede muy quieto durante unos minutos contemplando la lanza y me olvidé completamente del lugar en el que me encontraba”.
Se encontraba en Viena y acababa de ser rechazado en la Academia de Bellas Artes.
Patrono de los herreros, el nombre de Longinos resulta de gran eficacia ante dolencias oculares y es útil para restañar la sangre de heridas leves.
Nota: la frustración de Hitler está bien descripta en las novelas del escritor norteamericano Kurt Vonnegut (así como nosotros tenemos a nuestro Manuel Ugarte, también los yanquis tienen sus escritores malditos) por ejemplo en "Matadero 5", que se desarrolla justo durante el bombardeo inglés a Dresden, donde murieron más de 30.000 civiles.
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