Teodoro Boot
Algo
le pasa al profesor Luis Alberto Romero, algo muy malo, que lo trae
permanentemente avinagrado y enardecido por desesperadas ansias de
autodenigración. Podrá ser, en su caso, la larga sombra paterna,
proyectándose a la vida del hijo y convirtiendo su senectud en un
tormento.
No
obstante su adhesión y participación en una cruel dictadura militar, José Luis Romero fue un destacado político y
un historiador de renombre. Renombre que de algún modo se transfirió
al hijo con la misma legitimidad con que se lega un reloj o una
estancia.
Es
posible, pero debe haber algo más, porque de tratarse únicamente de
eso, Luis Alberto se limitaría a la autodenigración individual,
pero, extrañamente, su pulsión es tornarla colectiva. Luis Alberto
se solaza y goza, goza al perturbador estilo de O, la fotógrafa
sadomasoquista de Pauline Réage, pero a la vez pretende someternos a
todos a similares maltratos, sevicias y humillaciones.
Porque
Luis Alberto, más que sufrir, se humilla y nos quiere a todos igual
de humillados y sometidos, porque además de individual, su expiación
es colectiva.
¿Qué
culpa tenemos nosotros, se preguntará usted, de que Luis Alberto sea
el atormentado hijo del olímpico José Luis?
Es
que no se trata únicamente de eso, y tal vez no se trate de eso en
absoluto y a Luis Alberto le nefregue el nombre del padre y hasta el
padre mismo, pues apenas uno mira alrededor ve infinidad de clones y
cloncitos de Luis Alberto, con su misma pulsión a la autodenigración
, y sería una afrenta inconcebible sospechar que todos pudieran ser
hijos de don José Luis Romero.
Para
decirlo en palabras de un comunicador iniciado periodista y devenido clown: “Yo soy una mierda y todos ustedes son una mierda. Somos
todos una mierda” (pronúnciese “mierrrrrdra”).
Quien
no esté mentalmente perturbado ignorará hasta qué esferas de placer
puede remontarnos un sentimiento tan raro, por eso la mayoría de los
ciudadanos más o menos sanos asisten perplejos a esa clase de
confesiones públicas.
Historiador,
intelectual, docente universitario, durante años titular de la
cátedra más aburrida e insustancial de la carrera de Historia de la
Universidad de Buenos Aires, el profesor Romero no lo dice ni mucho
menos, lo hace de ese modo. Sus autodenigraciones son elegantes,
finas, de salón, con servicio de té y masitas, y trata de evitar o
al menos encubrir la diatriba recurriendo a la historia para
demostrar cuán inútiles somos, cuán incapaces de algo grande y
serio. A su elegante y fino modo, Luis Alberto también nos dice
“Miren la mierda que somos”.
Dice
Somos, pero en realidad quiere decir Son. ¿Quiénes? Ustedes. Vale
decir nosotros, todos los que no somos él. O ellos.
Y
como a todo carcamal perverso, a Luis Alberto le dio por una
monomanía: desde hace cuatro años no piensa más que en la Vuelta
de Obligado
(http://www.clarin.com/ opinion/Combate_de_Obligado- nacionalismo-Malvinas- revisionismo_historico_0_ 1263473672.html).
No
es que a Luis Alberto se le dé por concurrir a San Pedro para el
pic-nic del día del estudiante, que ya no está para esos trotes,
sino porque en esa angostura del Paraná se libró un combate contra
la flota anglofrancesa, lo que en 1845 era equivalente a combatir
contra una flota yanqui-soviética en 1970. Dicho sea para darle
alguna perspectiva al asunto.
A
Luis Alberto le agarró la viaraza cuando el Poder Ejecutivo
Nacional declaró feriado el día 20 de noviembre, proclamándolo Día
de la Soberanía Nacional. De algún modo esto parece ofender mucho a
Luis Alberto, de manera que a cada año no bien llegada la fecha, le
da una rabieta de esas jodidas, que lo descomponen, y trascartón, como los perritos bien educados vierte sus
deposiciones en las páginas de algún diario.
Año
tras año, transido de placer, Luis Alberto leva su índice vacilante
y goza: “Sepan, nacionalistas delirantes, que el combate de la
Vuelta de Obligado fue una derrota, no un triunfo”.
¡Qué
placer obtiene Luis Alberto al explicar que el combate de Obligado
fue una derrota, no un triunfo.
El
triunfo, dicho sea de paso, fue de Alberto Merlo y Miguel Brascó,
que no estuvieron en la batalla pero la cantaron.
En
su condición de historiador, Mario Pacho O´Donnell
(http://www.clarin.com/ opinion/Vuelta_de_Obligado- Rosas-Mansilla-San_Martin_0_ 1267673253.html)
respondió adecuadamente el berrinche indigesto de Luis Alberto,
aunque absteniéndose de hacerlo en su condición de psicoanalista.
Una desconsideración de su parte, ya que el psicoanálisis tal vez
pudiera resultar más adecuado que la verdad histórica:
nada, ningún
hecho, ninguna interpretación servirá para que la atribulada
psiquis de Luis Alberto deje de remontarlo a las inconmensurables
cumbres del sado cada vez que nos amoneste: “La flota cortó las
cadenas que cerraban el río y llegó a Asunción”.
Y Luis Alberto goza, goza...
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