lunes, 15 de febrero de 2016

SIN REVISION AUTOCRITICA, EL FUTURO NO SERÁ NUESTRO







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Alejandro Grimson








Por Alejandro Grimson, (para La Tecl@ Eñe). Doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia. Investigador del CONICET y docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la UNSAM. Buenos Aires, 9 de febrero de 2016. 

¿Existe en el gobierno de Cambiemos una estrategia para fragmentar a la oposición? ¿Qué riesgos implica esa fragmentación? ¿Cómo debe leer el actual panorama la militancia social, cultural y política? El autor plantea que sin un fuerte proceso de reflexión y autocrítica sobre los errores cometidos y sin la compresión de que la sociedad argentina es heterogénea y compleja, las chances del campo popular de volver al gobierno son, si no improbables, muy escasas.

El carácter vertiginoso de las medidas arbitrarias y hasta autoritarias del gobierno de Mauricio Macri ha generado un proceso de alta tensión que reclama una reflexión colectiva. Con sus DNU, sus despidos, algunas declaraciones y decisiones de fuerte peso simbólico (como no recibir a los organismos de derechos humanos) uno de los claros logros de Macri ha sido herir las subjetividades de quienes somos parte de la oposición. Ha generado una significativa irritación, un profundo malestar, que deriva en una paradoja. El dolor que produce ver a un presidente designando miembros de la Corte de modo inconstitucional o modificando leyes por decreto, sólo consigue ser mitigado compartiendo la crítica con otros que tienen la misma visión política.
Desacostumbrados como estamos de ver perritos en el sillón de Rivadavia, corremos el riesgo de que el desprecio catártico y el estar juntos con los que pensamos parecido, al menos nos permitan sentirnos un poco mejor.
Muchas veces me he preguntado si las declaraciones de Menem sobre las novelas de Borges, como lector de Sócrates o la idea de “pizza con champagne” no estaban –al menos en parte- destinados a irritar a las izquierdas que se tranquilizan al confirmar su caracterización, pero les cuesta más preguntarse por qué Menem o Macri ganan elecciones. Ahora, en cambio, conociendo las cualidades del diseño ecuatoriano, no caben dudas de que hay un plan muy claro: producir el amuchamiento del sector más recalcitrante de la oposición para que, a su vez, entre en una lógica de radicalización que lo aísle de las grandes mayorías. Es que a las mayorías nunca les importó ni Balcarce ni Sócrates y, en todo caso, se sentirían más cerca de quien no pasa todos los exámenes que de cualquier señalamiento académico.
El gobierno de Macri plantea varios problemas para la Argentina, tanto en el crecimiento de la pobreza y desigualdad social, como en su desprecio por los derechos humanos, o su realineamiento internacional. Pero además plantea el problema de que cuenta con un apoyo mayoritario. Y si esto no es comprendido seguramente Macri logrará ir fragmentando a la posición y podría eventualmente permanecer por un período extenso a cargo del poder ejecutivo.
La fragmentación de la oposición es la única opción del gobierno para derrotar a la oposición en 2017. Y, además, para imponer sus medidas polémicas. Ese aislamiento es posible porque fue de ese mismo modo que se comenzó a gestar la derrota electoral con el macrismo: cuando se decidió sólo hablarle a los convencidos y no a los indecisos, que son la gran mayoría. Macri no ganó por arte de magia. El kirchnerismo no supo y no pudo ofrecer una alternativa política que lo superara ampliamente. Sin una autocrítica honesta, profunda y constructiva será imposible entender por qué ganó Macri, por qué la Argentina atraviesa este período amargo y riesgoso. Sin entender, será imposible “volver”.
Claro que para hablarle a los indecisos el primer requisito es escucharlos, entenderlos y desplegar un diálogo. Más que ir al ritmo vertiginoso del gobierno, la primera tarea de la oposición es comprender qué ha ocurrido y comprender a la sociedad. Algunas de las medidas más polémicas de Macri se apoyan en debilidades, errores o graves deficiencias del gobierno anterior. ¡Cómo hubiéramos necesitado en esta coyuntura que atravesamos un INDEC respetable! Son varias las políticas que si se hubieran realizado debilitarían hoy la posición del gobierno y fortalecerían al campo popular. Por ejemplo, una política de transparencia en las contrataciones públicas, una reforma impositiva y cambios en las escalas de ganancias, y así se podría hacer un listado extenso.
¿Para qué? ¿Para rasgarse las vestiduras? Se trata de entender que en el voto a Macri hay amplios sectores que pueden retirarle el apoyo. Pero sólo podrían hacerlo, no para regresar a la situación anterior, sino para aportar a un proyecto de futuro con la potencia de generar la ilusión de un país mejor. La mayoría de la sociedad no van a adherir a ninguna defensa acrítica de la Argentina de 2015, porque si no hubieran votado diferente en noviembre. El problema es sencillo: haciendo lo mismo que ya fracasó, el resultado no va a ser diferente.
Negarse a la autocrítica es hacerle el juego al gobierno. Hay un problema con la palabra autocrítica. Algunos creen que se trata de hacerse el harakiri, de un proceso de autoflagelación. Otros dicen que la autocrítica se hace “puertas adentro”. En realidad, una reflexión sobre los errores cometidos que habilitaron un triunfo de Cambiemos sólo tiene un interés práctico: cómo repensar y definir la estrategia política hacia el futuro.
Por otra parte, un pequeño grupo puede o no hacer la autocrítica puertas adentro. Una fuerza que gobernó doce años debe hacerla de cara al 48,6% y de cara a toda la sociedad.
Al mismo tiempo que es posible que las fuerzas transformadoras y populares gobiernen en el futuro, es imposible “volver” a los mismos errores, simplemente porque la sociedad no acompañará a una fuerza que no pueda repensarse y redefinirse.
Para esa amplia militancia social, cultural y política que rechaza graves decisiones de este gobierno, la disyuntiva es muy clara y sencilla. ¿Se trata de unir a “los nuestros” o se trata de unir a todos los que rechacen medidas autoritarias, neoliberales o de ajuste? Estoy convencido que, aunque el camino obvio es la segunda opción, hasta ahora ha predominado la primera. Una oposición basada en la identidad política pretende en cada acción de rechazo de una medida, reivindicar las políticas anteriores. Pero agregar y articular heterogeneidades es algo muy distinto: hay que intentar unir a todos los que rechazan una medida de ajuste, a todos los que rechazan el desconocimiento de los organismos de derechos humanos, o los despidos, o las restricciones a las paritarias, o las decisiones con fuertes rasgos autoritarios. Eso no implica que cada sector de la oposición exprese sus propias visiones sobre el pasado. Pero lo que está en juego ahora es el presente y el futuro.
Una oposición con proyección de mayoría pasa necesariamente por la articulación de heterogeneidades. Una clave de la política en la que la oposición actual tiene escaso entrenamiento.
Sabemos que están en juego dimensiones cruciales de la justicia social, de los derechos humanos, de la soberanía nacional. Por eso mismo, se torna imperioso construir una estrategia compleja y en distintos planos. Es clave lograr el rechazo parlamentario de los DNU que son inaceptables. Es clave lograr una articulación sindical que permita detener de inmediato los despidos y la caída del salario real. Es crucial construir articulaciones sociales para enfrentar ahora el aumento de la pobreza. Deben buscarse las más amplias adhesiones para defender la plena vigencia de los derechos humanos y de las políticas de memoria, verdad y justicia. Con ese tipo de objetivos es imprescindible aprender a escuchar a quienes tienen matices, críticas fuertes al kirchnerismo, buscar acordar modos de acción conjunto. Se trata de humildad militante.
Todas las arrogancias serán obstáculos insalvables en ese camino. No es momento de dejar la reflexión y la autocrítica de lado. Si este gobierno logra fragmentar a la oposición y aislar a los sectores más decididos, habrá que preguntarse si estos han sabido considerar la complejidad de la situación y analizar los caminos más adecuados. En todos los momentos históricos el campo popular debe preguntarse a sí mismo si había opciones más eficaces, más inteligentes, para lograr los objetivos democráticos e igualitarios.
El hecho es que hoy el 48,6% ya no existe más. Primero, ese porcentaje no sólo tenía los votos del FPV, que en realidad eran del 37%, sino muchos votos en contra de Macri, como sucede en todo ballotage. Votos para los cuales el FPV no era su primera opción en octubre, pero que preferían a Scioli antes que a Macri. Segundo, acabamos de presenciar una nueva ruptura del FPV.
Las acusaciones morales hacia quienes van por otros caminos no resolverá ninguno de los problemas. La pregunta con las escisiones es qué proceso social o tensión representan. Si no representan absolutamente nada, sólo un acuerdo dirigencial, todos esos votos permanecerían en el FPV. Nos guste o no, el hecho es que con el surgimiento de Massa eso no ocurrió, ya que no se pueden invisibilizar cinco millones de votos. Y nadie cree que los gobernadores se vayan sin sus votos.
Una estrategia para definir un proyecto popular para el futuro debe partir de un hecho contundente. La sociedad argentina es heterogénea y compleja. En términos económicos, territoriales, culturales, no tiene visiones uniformes ni acerca del gobierno de Cristina ni acerca del gobierno de Macri. Por eso, un proyecto popular con vocación de mayoría tiene como objetivo articular heterogeneidades.

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