miércoles, 30 de marzo de 2016

ARBOLITO, EL VENGADOR OLVIDADO




El recuerdo de Federico Rauch sobrevive en la curiosa toponimia de la ciudad de Buenos Aires aunque en años recientes se rebautizó como Enrique Santos Discépolo el pasaje que corre con forma de “ese” entre las avenidas Callao y Corrientes, pero sobrevive en otros dos lugares de la ciudad.

En contraste con esta persistencia, el gobierno actual imagina acabar con la historia nacional planificando la aparición de billetes con diseño típico de las colonias (países sin historia ni identidad), diseñados con ballenas francas muertas y otros animales que habitan nuestro territorio, generalmente vivos. Con una inflación calculada en el 35% anual actual, es posible que en el futuro nuevos billetes lleven el metrobus o cualquier otra imagen ceméntica que imaginen los pequeños genios de la fundación pensar.

Federico Rauch fue un prusiano que participó en las guerras napoleónicas y se sumó con entusiasmo al ala más retrógrada del unitarismo, afecta a las degollinas, y se puso al frente de partidas armadas dirigidas por Juan Lavalle, el fusilador de Manuel Dorrego.  

No fue el único que acompañó a Bonaparte.

Otro fue Hipólito Bouchard, francés.

Al contrario de Rauch, Bouchard se mantuvo más o menos al margen de las luchas entre federales y unitarios pero tuvo actuación destacada en el combate de San Lorenzo. Luego sirvió a las órdenes del irlandés Guillermo Brown y –hecho casi olvidado por la historia oficial- plantó la bandera de las Provincias Unidas en California y en seguida logró el primer reconocimiento diplomático de nuestro país por parte de un remoto reino isleño en el Pacífico Sur, todo eso como corsario de las Provincias Unidas.

Probablemente haya habido otros emigrados de estas guerras, no lo se.





Las invasiones dirigidas por Napoleón Bonaparte generaron continuas dispersiones desde las cuatro campañas contra el Imperio austríaco, la fallida invasión a Egipto y sobre todo la guerra contra el Imperio Ruso que provocó miles de muertos y memorables victorias como no menos memorables derrotas. Sus tropas estaban formadas por belgas, holandeses, polacos, austríacos, italianos, bávaros, sajones, prusianos, westfalianos, suizos, daneses, noruegos, portugueses, croatas y de otras nacionalidades, generalmente reclutados por la fuerza. El mismo Napoleón era solo medio francés porque Córcega era un territorio disputado con Italia (en ese entonces el Reino de las Dos Sicilias).

De esta realidad provenía Federico Rauch.

Como sucederá 250 años más tarde con Alemania, el gran enemigo de Bonaparte era Gran Bretaña, que terminó derrotándolo cuando se le agrega la Alianza de países liberales-monárquicos impulsada por Metternich de Austria.

El titiritero detrás de Juan Galo Lavalle, jefe de Rauch, era Bernardino Rivadavia, quien a su vez era enemigo del general San Martín y boicoteaba su campaña liberadora sudamericana. No es casual entonces que Mitre lo llamara (a don Bernardino) “el hombre que se adelantó a su época”.

Eran épocas en que las anchas pampas comenzaban a alambrarse estableciendo derechos de propiedad privada, y la aristocracia del puerto pretendía ser dueña absoluta de las rentas de Aduana de Buenos Aires. Varias décadas se tardaría en “nacionalizar” a esa aristocracia.

Pero volvamos al breve paso de Rauch por la historia argentina.

Las feroces correrías de Lavalle empujadas por los unitarios exilados en Montevideo promovieron una inmediata reacción federal de Quiroga, Dorrego, Bustos, Rosas, Ibarra, López. Desorientado, Lavalle señaló a estos como enemigos públicos y de inmediato primero depuso y luego fusiló al que tenía más a mano: Manuel Dorrego en diciembre de 1828 sin juicio ninguno, lo que hizo escribir a Salvador María del Carril, uno de los instigadores del crimen:



“...porque si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos”...



Rivadavia había promulgado la primera Constitución en 1826, de factura unitaria y con predominio absoluto de Buenos Aires, duramente resistida por el interior federal. Ataviado de rigurosa levita negra, Tezanos Pinto, el enviado de Rivadavia a Santiago del Estero para convencer a un federal de la conveniencia de firmar la constitución unitaria, fue recibido por el gobernador Felipe Ibarra, que para la ocasión se “disfrazó” de indio: chiripá de bolsa, en patas y con vincha. El visitante huyó despavorido.   

Esto aconsejaban los unitarios desde Montevideo para convencer a los federales: no es tiempo de emplear la dulzura, sino el palo… sangre y fuego en el campo de batalla, energía y firmeza en los papeles públicos… Palo, porque sólo el palo reduce a los que hacen causa común con los salvajes.

En sus partes militares el coronel Rauch se refería en esta forma a los indígenas derrotados:

“Hoy, 18 de enero de 1828, para ahorrar balas, degollamos a 28 ranqueles”.

Otro modo habitual de convencer a los originarios alzados en armas era atarlos a la boca de un cañón y disparar, sin contemplaciones.

Si para el escritor revisionista José María Rosa, Lavalle fue “el cóndor ciego”, Rauch anticipaba la brutalidad de Mitre en la Guerra de la Triple Alianza o de los represores de la dictadura de 1976.



Las Vizcacheras



En el combate que tuvo lugar en Las Vizcacheras el 28 de marzo de 1829 se enfrentaron un contingente federal de aproximadamente 600 hombres y otro unitario, de número similar.  A Las Vizcacheras hay que situarla en ese marco.  Del lado federal participó Prudencio Arnold, quien más tarde llegó al grado de coronel.  Cuenta en su libro “Un soldado argentino”, que Rauch les venía pisando los talones, con la ventaja de comandar tropas veteranas de la guerra del Brasil.  Los federales llegaron a Las Vizcacheras casi al mismo tiempo que un nutrido contingente de puf kuna, que combatirían a su lado.  Dice Arnold: “en tales circunstancias el enemigo se avistó.  Sin tiempo que perder, formamos nuestra línea de combate de la manera siguiente: los escuadrones Sosa y Lorea formaron nuestra ala derecha, llevando de flanqueadores a los indios de Nicasio (“Arbolito”); los escuadrones Miranda y Blandengues el ala izquierda y como flanqueadores a los indios de Mariano; el escuadrón González y milicianos de la Guardia del Monte al centro, donde yo formé”. Arnold no brinda más datos sobre los lonco que guiaban a los peña salvo que Nicasio llevaba como apellido cristiano Maciel y Arbolito como alias, “valiente cacique que murió después de Caseros”.
Rotas las hostilidades, Rauch arrolló el centro de los federales y se empeñó a fondo –siempre según el relato de su adversario- sin percibir que sus dos alas eran derrotadas. Se distrajo y comenzó a saborear su triunfo pero pronto se vio rodeado de efectivos a los que supuso suyos.  Hay que recordar que por entonces, los federales sólo se diferenciaban de los unitarios por un cintillo que llevaban en sus sombreros, el que decía “Viva la federación”. 

Anotó su rival: “cuando estuvo dentro de nosotros, reconoció que eran sus enemigos apercibiéndose recién del peligro que lo rodeaba. Trató de escapar defendiéndose con bizarría; pero los perseguidores le salieron al encuentro, cada vez en mayor número, deslizándose por los pajonales, hasta que el cabo de Blandengues Manuel Andrada le boleó el caballo y el indio Nicasio lo ultimó… Así acabó su existencia el coronel Rauch, víctima de su propia torpeza militar...”. www.revisionistas.com.ar

El poeta rivadaviano Juan Cruz Varela, otro instigador del asesinato de Manuel Dorrego, había escrito en 1827 estos versos elogiando a Rauch:




Joven terrible, rayo de la guerra
espanto del desierto,
cuando vuelves triunfante a nuestra tierra
del negro polvo de la lid cubierto,
te saluda la Patria agradecida
y la campaña rica
que debe a tu valor su nueva vida




Esa fue la hazaña poco recordada de Nicasio Maciel, alias Arbolito.

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