El recuerdo de Federico Rauch sobrevive en la curiosa
toponimia de la ciudad de Buenos Aires aunque en años recientes se rebautizó
como Enrique Santos Discépolo el pasaje que corre con forma de “ese” entre las
avenidas Callao y Corrientes, pero sobrevive en otros dos lugares de la ciudad.
En contraste con esta persistencia, el gobierno actual imagina
acabar con la historia nacional planificando la aparición de billetes con
diseño típico de las colonias (países sin historia ni identidad), diseñados con
ballenas francas muertas y otros animales que habitan nuestro territorio,
generalmente vivos. Con una inflación calculada en el 35% anual actual, es
posible que en el futuro nuevos billetes lleven el metrobus o cualquier otra
imagen ceméntica que imaginen los pequeños genios de la fundación pensar.
Federico Rauch fue un prusiano que participó en las guerras
napoleónicas y se sumó con entusiasmo al ala más retrógrada del unitarismo,
afecta a las degollinas, y se puso al frente de partidas armadas dirigidas por
Juan Lavalle, el fusilador de Manuel Dorrego.
No fue el único que acompañó a Bonaparte.
Otro fue Hipólito Bouchard, francés.
Al contrario de Rauch, Bouchard se mantuvo más o menos al
margen de las luchas entre federales y unitarios pero tuvo actuación destacada en
el combate de San Lorenzo. Luego sirvió a las órdenes del irlandés Guillermo Brown
y –hecho casi olvidado por la historia oficial- plantó la bandera de las
Provincias Unidas en California y en seguida logró el primer reconocimiento diplomático
de nuestro país por parte de un remoto reino isleño en el Pacífico Sur, todo
eso como corsario de las Provincias Unidas.
Probablemente haya habido otros emigrados de estas guerras,
no lo se.
Las invasiones dirigidas por Napoleón Bonaparte generaron
continuas dispersiones desde las cuatro campañas contra el Imperio austríaco,
la fallida invasión a Egipto y sobre todo la guerra contra el Imperio Ruso que
provocó miles de muertos y memorables victorias como no menos memorables
derrotas. Sus tropas estaban formadas por belgas, holandeses, polacos,
austríacos, italianos, bávaros, sajones, prusianos, westfalianos, suizos,
daneses, noruegos, portugueses, croatas y de otras nacionalidades, generalmente
reclutados por la fuerza. El mismo Napoleón era solo medio francés porque
Córcega era un territorio disputado con Italia (en ese entonces el Reino de las
Dos Sicilias).
De esta realidad provenía Federico Rauch.
Como sucederá 250 años más tarde con Alemania, el gran
enemigo de Bonaparte era Gran Bretaña, que terminó derrotándolo cuando se le
agrega la Alianza de países liberales-monárquicos impulsada por Metternich de
Austria.
El titiritero detrás de Juan Galo Lavalle, jefe de Rauch,
era Bernardino Rivadavia, quien a su vez era enemigo del general San Martín y
boicoteaba su campaña liberadora
sudamericana. No es casual entonces que Mitre lo llamara (a don Bernardino) “el
hombre que se adelantó a su época”.
Eran épocas en que las anchas pampas comenzaban a alambrarse
estableciendo derechos de propiedad privada, y la aristocracia del puerto
pretendía ser dueña absoluta de las rentas de Aduana de Buenos Aires. Varias
décadas se tardaría en “nacionalizar” a esa aristocracia.
Pero volvamos al breve paso de Rauch por la historia
argentina.
Las feroces correrías de Lavalle empujadas por los unitarios
exilados en Montevideo promovieron una inmediata reacción federal de Quiroga,
Dorrego, Bustos, Rosas, Ibarra, López. Desorientado, Lavalle señaló a estos
como enemigos públicos y de inmediato primero depuso y luego fusiló al que
tenía más a mano: Manuel Dorrego en diciembre de 1828 sin juicio ninguno, lo
que hizo escribir a Salvador María del Carril, uno de los instigadores del
crimen:
“...porque si es
necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y
si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a
los muertos”...
Rivadavia había promulgado la primera Constitución en 1826,
de factura unitaria y con predominio absoluto de Buenos Aires, duramente
resistida por el interior federal. Ataviado de rigurosa levita negra, Tezanos
Pinto, el enviado de Rivadavia a Santiago del Estero para convencer a un
federal de la conveniencia de firmar la constitución unitaria, fue recibido por
el gobernador Felipe Ibarra, que para la ocasión se “disfrazó” de indio:
chiripá de bolsa, en patas y con vincha. El visitante huyó despavorido.
Esto aconsejaban los unitarios desde Montevideo para
convencer a los federales: no es tiempo de emplear
la dulzura, sino el palo… sangre y fuego en el campo de batalla, energía y
firmeza en los papeles públicos… Palo, porque sólo el palo reduce a los que
hacen causa común con los salvajes.
En sus
partes militares el coronel Rauch se refería en esta forma a los indígenas
derrotados:
“Hoy, 18 de enero de
1828, para ahorrar balas, degollamos a 28 ranqueles”.
Otro
modo habitual de convencer a los originarios alzados en armas era atarlos a la
boca de un cañón y disparar, sin contemplaciones.
Si
para el escritor revisionista José María Rosa, Lavalle fue “el cóndor ciego”,
Rauch anticipaba la brutalidad de Mitre en la Guerra de la Triple Alianza o de
los represores de la dictadura de 1976.
Las Vizcacheras
En el
combate que tuvo lugar en Las Vizcacheras el 28 de marzo de 1829 se enfrentaron
un contingente federal de aproximadamente 600 hombres y otro unitario, de
número similar. A Las Vizcacheras hay
que situarla en ese marco. Del lado
federal participó Prudencio Arnold, quien más tarde llegó al grado de
coronel. Cuenta en su libro “Un soldado
argentino”, que Rauch les venía pisando los talones, con la ventaja de comandar
tropas veteranas de la guerra del Brasil.
Los federales llegaron a Las Vizcacheras casi al mismo tiempo que un
nutrido contingente de puf kuna, que combatirían a su lado. Dice Arnold: “en tales circunstancias el
enemigo se avistó. Sin tiempo que
perder, formamos nuestra línea de combate de la manera siguiente: los
escuadrones Sosa y Lorea formaron nuestra ala derecha, llevando de flanqueadores
a los indios de Nicasio (“Arbolito”); los escuadrones Miranda y Blandengues el
ala izquierda y como flanqueadores a los indios de Mariano; el escuadrón
González y milicianos de la Guardia del Monte al centro, donde yo formé”.
Arnold no brinda más datos sobre los lonco
que guiaban a los peña salvo que Nicasio
llevaba como apellido cristiano Maciel y Arbolito como alias, “valiente cacique
que murió después de Caseros”.
Rotas las hostilidades, Rauch arrolló el centro de los federales y se empeñó a fondo –siempre según el relato de su adversario- sin percibir que sus dos alas eran derrotadas. Se distrajo y comenzó a saborear su triunfo pero pronto se vio rodeado de efectivos a los que supuso suyos. Hay que recordar que por entonces, los federales sólo se diferenciaban de los unitarios por un cintillo que llevaban en sus sombreros, el que decía “Viva la federación”.
Rotas las hostilidades, Rauch arrolló el centro de los federales y se empeñó a fondo –siempre según el relato de su adversario- sin percibir que sus dos alas eran derrotadas. Se distrajo y comenzó a saborear su triunfo pero pronto se vio rodeado de efectivos a los que supuso suyos. Hay que recordar que por entonces, los federales sólo se diferenciaban de los unitarios por un cintillo que llevaban en sus sombreros, el que decía “Viva la federación”.
Anotó
su rival: “cuando estuvo dentro de nosotros, reconoció que eran sus enemigos
apercibiéndose recién del peligro que lo rodeaba. Trató de escapar
defendiéndose con bizarría; pero los perseguidores le salieron al encuentro,
cada vez en mayor número, deslizándose por los pajonales, hasta que el cabo de
Blandengues Manuel Andrada le boleó el caballo y el indio Nicasio lo ultimó…
Así acabó su existencia el coronel Rauch, víctima de su propia torpeza militar...”.
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El
poeta rivadaviano Juan Cruz Varela, otro instigador del
asesinato de Manuel Dorrego, había escrito en 1827
estos versos elogiando a Rauch:
Joven terrible, rayo de
la guerra
espanto del desierto,
cuando vuelves triunfante a nuestra tierra
del negro polvo de la lid cubierto,
te saluda la Patria agradecida
y la campaña rica
que debe a tu valor su nueva vida
espanto del desierto,
cuando vuelves triunfante a nuestra tierra
del negro polvo de la lid cubierto,
te saluda la Patria agradecida
y la campaña rica
que debe a tu valor su nueva vida
Esa fue la hazaña poco recordada
de Nicasio Maciel, alias Arbolito.
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