lunes, 12 de julio de 2010

Entre las retenciones a la soja y la unión civil

Desde que se instaló en una parte minoritaria de la sociedad la polémica sobre el matrimonio homosexual, se han escuchado todo tipo de de tonterías, casi todas ellas producto de la ignorancia y el prejuicio.
Se ha dicho que se está legislando sobre “el amor”, cuando se trata, nada más y nada menos, de un derecho 
civil. Y ha habido desopilantes disquisiones sobre la definición y límites  de qué es “natural”, algo que aquí suena exactamente igual a “qué es normal” y qué no. Estas últimas, provenientes del sector que se opone al matrimonio heterosexual.
La heterosexualidad es una construcción cultural en la que coinciden lo sexual-fisiológico y la elección del objeto de deseo. Que sea una construcción no es malo en sí mismo, porque su crítica (o la visión homosexual) es también una construcción cultural y no la verdad revelada de la civilización sino un contenido simbólico en la actual etapa de desarrollo del capitalismo, expresión de la civilización real.
Como el matrimonio, también el cristianismo es una construcción cultural, si se quiere una “megaconstrucción” porque instituye la civilización tal como la conocemos. La Iglesia argentina, en 1888, se opuso al matrimonio civil con los mismos argumentos con que ahora rechaza el homosexual. Incorporar al Código Civil el derecho a casarse con el Estado como testigo y garante fue en tiempos de Juárez Celman “una obra del demonio”.
Quizás la “polémica” siga subiendo de tono, aunque no debemos desestimar el poder y la capacidad de la Santa Madre, que por algo tiene influencia en el mundo desde 2000 años atrás.
El enfrentamiento suena parecido al de la Resolución 125: en aquel caso, por la apropiación de bienes materiales (la renta extraordinaria de la tierra) y en este por los bienes simbólicos, ya que está en juego el poder de la Iglesia no solamente sobre sus integrantes sino para las ecclesias, las sociedades sobre las cuales la institución Iglesia tiene influencia.
Como es habitual, los Kirchner van a fondo y, lejos de rehuir la pelea, anuncian nuevamente ese estilo irrepetible de morir peleando con el objetivo de construir nuevas mayorías.
Por su parte, la Iglesia, puntal ideológico del poder concentrado, ha optado desde hace tiempo por apoyar al titiritero del grupo A, a quien el Grupo Clarín le marca la agenda: Eduardo Duahlde, vía moseñor Casaretto. Y ahora embiste con el ánimo de liderar al grupo A desde el poder simbólico.
Sin embargo, es difícil que Bergoglio pueda armar un gran conglomerado opositor usando las banderas incendiarias de Torquemada. Aunque fue dirigido a su frente interno, es indudable la capacidad de los Kirchner para desenmascarar lo peor del poder tradicional.
Duhalde y Bergoglio lo saben. Aunque en los próximos días suenen cacerolas de teflon en el barrio norte, esgrimidas por unas cuantas solteronas mojigatas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Unión voluntaria para todos, sin papeles! ¡No al matrimonio, más allá de quién duerma en tu cama!

Sonia

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