miércoles, 16 de noviembre de 2011

La cuestión de la burguesía dentro del kirchnerismo (1)

La historia de occidente nos enseña que las burguesías nacionales europeas gestaron, o constituyeron, los Estados-nación tras derrocar al antiguo régimen, el de la nobleza o realeza, lo que abrió el camino a la Modernidad. De lo cual podría inferirse erróneamente que esta receta (el reemplazo de la nobleza por la burguesía para constituir el Estado-nación) funcionaría como imperativo universal.
Determinados países (la Argentina entre ellos) afrontaron una cuestión que no formó parte de la creación de los estados europeos: la emancipación.
Sin embargo, el tema de las nacionalidades apareció en Europa recién al acabar la primera guerra mundial y tuvo que ver con una reconfiguración administrativa ideada por los vencedores para restar poder a los imperios derrotados (Austria-Hungría, Imperio Otomano, Rusia). Las burguesías nacionales europeas entretanto, habían construido su mito de la nacionalidad, o comunidad histórica, lingüística, cultural, territorial, heredando los paradigmas de la nobleza derrocada, y que asumen como propia.
Los independentismos de esos países, en América Latina, se producen simultáneamente con la consolidación de los Estados europeos cuando esos lideraban la etapa del colonialismo, más allá de que no fueran equivalentes los procesos internos de España o de Gran Bretaña.  En la etapa de la emancipación (siglo XIX), esta última era el patrón-modelo de colonialismo combinado con la Revolución Industrial.
España y Portugal permanecieron al margen de este progreso, y así se mantuvieron siempre, como fenómenos periféricos de Europa. Incluso hoy, aunque hayan sido incorporados a la Unión Europea.
Un análisis pormenorizado de la expoliación practicada por los reinos de España y Portugal sobre América Latina demuestra que Gran Bretaña fue la beneficiaria final del saqueo practicado sobre estos países: antes del inicio de las guerras emancipatorias, por la relación financiera entre las distintas casas reinantes en Europa; y durante y luego, por la primacía (en los procesos independentistas) de los sectores sociales asociados con la actividad importadora-exportadora que veían con buenos ojos la división internacional del trabajo: exportación de materias primas, importación de bienes industriales de origen europeo.
Fueron estos sectores los que condujeron el movimiento independentista en América Latina y terminaron conformando los diversos países. De esta regla general sólo escapa hasta cierto punto Brasil. Esto implica que países formalmente independientes como Argentina, de hecho eran semicolonias.
La abolición del Antiguo Régimen de la realeza había significado centralmente el fin de los privilegios de clase y la igualdad al menos teórica que ahora aseguraba el Estado-nación. Ese paradigma fue adoptado por los sectores que condujeron los procesos independentistas americanos, pero en la práctica mantuvieron para sí mismos los privilegios propios de la nobleza derrocada y no incluyeron en la conformación de los estados a los sectores sociales que quedaban fuera o tenían contradicciones con la división internacional del trabajo aceptada y adoptada por los sectores dominantes. Estos sectores, entonces, adoptaron como propios los intereses de las burguesías nacionales europeas, convirtiéndose en sectores dominantes colonizados.
Este panorama, al menos en Argentina, se ha mantenido más o menos invariable durante el siglo XX. Esto no significa que fuera una situación cristalizada, por cuanto el yrigoyenismo primero y el peronismo después (este último mucho más profundo que el primero) intentaron romper esta construcción de privilegios.
Ambos fueron interrumpidos violentamente por los intereses coloniales. El éxito actual del kirchnerismo sugiere la respuesta a si fueron experimentos fallidos o si, por el contrario, terminaron triunfando.
El peronismo es el hecho maldito del país burgués por cuanto su rasgo central es haber incluido a las mayorías anteriormente excluidas. Excluidas en la práctica de los derechos (esos derechos igualitarios que aseguraba el paradigma de Estado-nación) o en otras palabras, de la propia Argentina como nación posible.
Pero a la vez, el peronismo, como intento de movimiento nacional y no como partido político, es y ha sido por naturaleza contradictorio. Esta condición no debería ser tomada como limitación insuperable: me sugiere la relación con cierto mito sobre las burguesías nacionales europeas.
Estas burguesías nacionales imprimieron a los Estados-nación sus propios intereses y sobre todo, sus propias cosmovisiones o ideologías. Pero como se consolidaron nacionalmente practicando un modo de producción, el capitalismo, lo hicieron confrontando, muchas veces brutalmente, con el otro factor de la producción: el trabajo y los trabajadores. Los films “La Tierra prometida” (Wajda, 1979) y “Los compañeros” (Mario Monicelli, 1963) retratan la ferocidad con la que las burguesías nacionales europeas se apropiaban de la plusvalía resultante del trabajo.
Esto no significa que, en términos de la solidaridad internacional que caracterizó a los movimientos obreros por la influencia de los diversos socialismos, hoy pueda hablarse de una identificación fraterna de los trabajadores de las naciones centrales con los de los países periféricos, por cuanto los primeros terminaron apropiándose –negociando con los capitalistas de sus propias naciones- de parte de los flujos desiguales (beneficios) provenientes de la periferia, hecho que incorpora la cuestión de la dependencia, a la que podríamos definir provisoriamente como una relación entre países en la que los flujos intranacionales de bienes materiales, financieros y simbólicos son estructural y naturalizadamente desiguales.
Naturalización que deviene de que a los sectores dominantes nunca se les ocurrió la necesidad del desarrollo autónomo o independiente. Y a la vez, las naciones centrales tampoco concebían que los países abastecedores de materias primas se industrializaran o encararan un proceso de desarrollo autónomo, el cambio quedaba fuera de cualquier discusión.
Al efecto, es interesante analizar la actuación de Mariano Fragueiro, ministro de economía de la Confederación Argentina; y la de Carlos Pellegrini, sucesor de Juárez Celman tras la revolución del 90.

Unas semanas atrás, critiqué aquí y aquí la publicación de unos compañeros kirchneristas que erróneamente atribuían al peronismo original dos condiciones: que en esa etapa, el peronismo hubiera desarrollado la industria pesada. Y que la burguesía nacional argentina se hubiera puesto al frente de ese desarrollo.
De haber sido así, realmente, otra muy distinta habría sido la historia argentina posterior a 1955.
Sin necesidad de recurrir a ninguna bibliografía erudita, anoto solamente que Norberto Galasso y Jorge Abelardo Ramos señalan que una incipiente burguesía nacional se insinuó durante el peronismo original. Agrego: sector que fue abandonando al peronismo aproximadamente en la misma época en que moría Evita cuando el gobierno inició su campaña “contra el agio y la especulación” (contra esa misma burguesía).  
La idea errónea proviene, creo y no es importante, de la lectura de documentos setentistas en los que se intentaba explicar al peronismo como “frente de clases” o “policlasismo”, cuando en realidad el problema de las clases está subsumido en la cuestión nacional.
Familias de la burguesía como los Di Tella o los Acevedo invirtieron en la industria semipesada (proveedora de insumo para la industria liviana) y gozaron de protección o subsidios estatales, pero no acompañaron al peronismo en la difícil tarea de construir la industria pesada, que requiere planificación, tiempo y grandes inversiones a tal punto que Somisa recién comenzó a colar arrabio en 1956 o 1957 y el golpe de setiembre de 1955 interrumpió esta carrera por un desarrollo autónomo encarado centralmente por el Estado justicialista.
Los Di Tella aprovecharon la conversión del grupo DINIE en empresas mixtas , y los Acevedo apoyaron abiertamente a la Revolución Libertadora otorgando luego la presidencia de Acindar a José Alfredo Martínez de Hoz. Recién en 1973, Perón otorgó todo el poder económico al grupo Gelbard (asociado con el PC) donde se podría haber insinuado una reactivación del tema de las burguesías nacionales, y eso fue una de las causas principales del nuevo golpe de estado en 1976.
DINIE fue un grupo de empresas de industrias de los rubros eléctrico, petroquímico, químico, minero y metalmecánico confiscadas a Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial. La I y la E finales de la sigla se refirieron primero a “Incautadas al Enemigo” y luego se convirtieron en “Industrias del Estado”: ninguna de ellas calificaba como “pesada”.
Jorge Abelardo Ramos afirmó que la burguesía local era tan pero tan débil que ni siquiera contaba con un diario propio, y no contó con ninguno hasta 1955.
Los existentes eran vehículos habituales de los poderes tradicionales. “Clarín” es cooptado por el frondi-frigerismo en 1957/58. Recordemos que el desarrollismo, partiendo de un análisis neomarxista de la situación argentina (Frigerio provenía del PC), formulaba el desarrollo de la industria pesada con capitales extranjeros debido a la insuficiente tasa de ahorro local.
Las teorías de la dependencia que aparecieron en los años ’50 (aquí, una buena descripción) dan cuenta de la carencia de burguesías nacionales que asumieran el desarrollo industrial autónomo de nuestros países de América Latina y –con matices- la necesidad de que esa ausencia fuera asumida por la acción estatal.
Lo notable de las teorías de la dependencia es que, provenientes de ámbitos académicos, ganaron las discusiones de la opinión pública en los años ’60 y se popularizaron en amplios sectores medios. Esa fue, en mi opinión, una de las causas principales de la “nacionalización” de los sectores medios en Argentina durante los 70, interrumpida por los hechos posteriores. Lo que también da cuenta de que esos sectores medios, desde donde debería generarse una burguesía nacional, fueron cultural e ideológicamente cooptados, a lo largo de la historia, por el poder tradicional identificado con las naciones centrales.
Es posible atribuir a estos sectores medios, alguno de los cuales se ha convertido en kirchnerista, cierto rechazo a la participación del movimiento obrero organizado como soporte estratégico del gobierno.
Estratégico significa que no se puede prescindir de él.
Moyano aparece como impresentable pero De Mendiguren no, o hay burocracias sindicales corruptas (peronistas) y dirigentes honestos (no peronistas).
Y aunque es cierto que debe avanzarse en el tema de la democracia sindical en todos los gremios, no menos cierto es que la representatividad de esos eventuales dirigentes honestos no-peronistas es por lo menos dudosa, y en todo caso, si es tan “colonizada” como la de los sectores medios que colocan la honestidad como un valor político inmanente, el mismo argumento que se usó para derrocar al peronismo y arrasar con las conquistas sociales, estamos en graves problemas.
Un ejemplo de esto –entre muchos, como el del subte o el de Kraft Foods- puede apreciarse en el conflicto del hospital Gutiérrez de la ciudad de Buenos Aires, donde las consignas maximalistas de los dirigentes honestos no-peronistas es funcional al macrismo gobernante y a la corporación médica.
Lo importante (el tema será desarrollado en próximo post) es que Cristina aporta sensatez a esta alienación de los distintos actores. Recordemos, por ejemplo, cuando rechaza ser imparcial: ¿qué significa eso? 
Y quien crea que me he ido del tema (la burguesía nacional) advertirá que su existencia, incluso en esta época donde las corporaciones privadas compiten con los Estados, está íntimamente ligada al mercado interno.
Es allí donde aparece el movimiento obrero organizado. 

1 comentario:

profemarcos dijo...

Pellegrini, DiTella... mmmm... Me suena a la Sociedad Industrial de Amasadoras Mecánicas...SIAM, que surgió como única proveedora de las panaderías el día que Carlos Pellegrini prohibió el amasado a mano de pan en la Capital Federal y, oh casualidad, era la única empresa que tenía máquinas amasadoras para entregar...

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