miércoles, 28 de marzo de 2012

LA PATINADA DEL CANCILLER URUGUAYO



El principio de "autodeterminación de los pueblos” es un concepto del siglo XX, como lo son “genocidio” o “derechos humanos”.
Desde el imperio romano al persa y al zarista, pasando por el napoleónico o el victoriano, a nadie se le ocurrió pensar que los pueblos conquistados tuvieran un tal derecho de autodeterminarse. 
En el siglo XIX, y hacia atrás en la historia, todos los derechos eran humanos porque solo los seres humanos eran sujetos de derecho. El siglo XX asistió a la incorporación del derecho al voto para la mujer, que hasta entonces era considerada una suerte de ser inferior e incapaz de razonar. Y finalmente, el término “genocidio” fue acuñado en 1944 por un polaco, Raphael Lemkin, para intentar definir, para poner en palabras, la extrema monstruosidad de la “solución final”, el exterminio industrializado del nazismo.
Si se cree que la incorporación de estos conceptos está relacionada con el progreso general de la justicia, debería preguntarse por qué Puerto Rico carece de tal derecho, o por qué no se invocó la autodeterminación cuando fue eliminado el coronel Muhamad Gadaffi. O por qué Cuba padece un bloqueo total a pesar de la autodeterminación de los cubanos por seguir en el rumbo trazado por Fidel.
La “autodeterminación” fe un concepto sacado de la galera por el presidente (de EEUU) Woodrow Wilson para solucionar el vacío que en Europa había dejado la desaparición de los imperios austrohúngaro, ruso (por la revolución bolchevique alentada por Alemania) y turco.
Dice Eric Hobsbawm: “(Una de las consecuencias del tratado de Versalles) fue que el principio fundamental que guiaba en Europa la restructuración del mapa era la creación de estados nacionales étnico-lingüísticos según el principio de que las naciones tenían derecho a la autodeterminación”.
Pero atención: este principio inmaculado, para Wilson, sólo se refería a Europa. En América Latina, Asia y África, sobre todo en la primera, como la doctrina Monroe tenía un contenido distinto al enseñado en los ámbitos escolares, la “autodeterminación” era remplazada por la diplomacia de las cañoneras o la política del garrote.   
Concluye Hobsbawm: “el resultado de este intento fue realmente desastroso, como lo atestigua la Europa del decenio de 1990 (por ejemplo, la guerra entre Serbia, Croacia, Montenegro y Bosnia; la agitación secesionista en Eslovaquia, de los estados bálticos –Lituania, Letonia, Estonia-, Moldavia, etc.). Respecto de la autodeterminación y la creación de nuevas naciones, subraya que sin embargo "la reorganización del Próximo Oriente se realizó según principios imperialistas convencionalesla (es decir, no corrió la “autodeterminación”) –reparto entre Francia y Gran Bretaña- excepto en el caso de Palestina, donde el gobierno británico, anhelando contar con el apoyo de la comunidad judía internacional, había prometido, no sin imprudencia y ambigüedad, establecer una patria nacional para los judíos”.
Esa suerte de “autodeterminación” unilateral produjo de inmediato el desplazamiento de 1.200.000 palestinos que se convirtieron al status de “refugiados”. Y desde entonces, unos y otros, con un decisivo desbalance militar, se masacran mutuamente.
En este orden, se produjo la patinada del canciller uruguayo, el señor Almagro, quien manifestó que el intento de bloqueo comercial a las Malvinas propuesto por Argentina violaba los derechos humanos.
Sólo le falta al desorientado ministro de relaciones exteriores que alerte sobre un posible genocidio. 
Eso demuestra una vez más que el Foreign Office pudo adivinar el futuro cuando creó la Banda Oriental como estado tapón aliado de la Rubia Albión. Creer que el derecho a comerciar (de los empresarios orientales) forma parte de los derechos humanos es hacer de este concepto un chicle, cuando tiene un sentido bien preciso. 

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