En exclusiva, las primeras líneas del diario secreto de un integrante de la Brigada Informática de la Policía Federal que, sin moverse de su oficina en Belgrano y Virrey Cevallos, combate delitos cometidos en Bangkok, Tokio, Madrid, Puerto Argentino, o donde fuera que sucedan.
Reúno todas las habilidades para ser un magnífico oficial de investigaciones: audacia, intuición,
capacidad deductiva, sangre fría, aceptable dominio del inglés, amplios
conocimientos en computación. Pero jamás podré pasar de patrullero: soy un
PCBC.
Personal Civil Bajo Contrato, la casta más baja de la
Policía Federal.
El subcomisario Iraola dijo que todavía estaba en edad
de convertirme en efectivo, pero era imprescindible que bajara de peso.
-Tenés que hacer régimen. Y mucho ejercicio.
Asentí en agradecido silencio. Nunca estuve muy seguro
de que la explicación familiar fuera la más conveniente: "Pirulo no es
gordo, tiene un trastorno glandular"
Me hacía sentir un mutante, un error de la naturaleza.
Todos parecían creerlo así. No los culpo. Cualquiera
que observara a nuestro esbelto grupo familiar posando para una foto hubiera
pensado en mí como una mascota de otra especie.
El dinosaurio de los Picapiedras.
Lo peor eran las precisiones. "Sufre de la tiroides",
"La hipófisis le nació perezosa", "No le bajaron los
testículos".
Esta última despertaba increíbles fantasías en las
visitas, y no faltaba quien pretendiera verificarlo. A veces -no siempre, porque no era amante de exhibir la
vergüenza familiar en público- mi madre me hacía bajar los pantalones.
"¡Pobrecito...!"
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