viernes, 22 de junio de 2012

Cristina Conducción



En momentos en que es fácil advertir que Hugo Moyano ha perdido en rumbo, incluso el rumbo personal, es interesante replantear algunas cuestiones estratégicas que tienen al peronismo como eje, mal que les pese a quienes -a derecha e izquierda- lo tienen como desaparecido de la realidad.
Agrego abajo un comentario del amigo Teodoro Boot sobre la cuestión.
Quo vadis, Moyano?
Cristina Conducción  

Durante la década del 30 y primera mitad de la del 40, Luis Gay fue un destacado dirigente de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos. De ideología anarco‑sindicalista y encuadrado en el sindicalismo revolucionario, fue uno de los fundadores de la Unión Sindical Argentina, editor del periódico Bandera Proletaria  y miembro del comité de huelga que llamó a un  paro general para el 17 y 18 de octubre de 1945 reclamando la libertad del coronel Perón. Cofundador y presidente del Partido Laborista, luego del triunfo electoral de Perón y de su llamado a la conformación de un Partido Único de la Revolución, junto a Cipriano Reyes Gay encabezó la resistencia a disolver su partido, decisión que lo distanció del flamante presidente de la Nación.
Hacia fines de 1946, al momento de renovarse las autoridades de la CGT, Gay fue sorpresivamente consagrado secretario general de la central obrera al derrotar, con el decisivo voto de numerosos delegados de la poderosa Unión Ferroviaria, al casi legendario Ángel Borlenghi, secretario general de la Confederación de Empleados de Comercio, candidato de Perón para ocupar dicho puesto y a la sazón ministro del Interior de su gobierno.
De origen socialista, Borlenghi había sido también uno de los fundadores del Partido Laborista, pero, a diferencia de Gay, Borlenghi encabezó el grupo de dirigentes laboristas que se integraron desde un primer momento al Partido Único de la Revolución, luego, Partido Peronista.
Perón asimiló el golpe e invitó a Gay a su despacho de la Casa de Gobierno donde, en una amable entrevista, presentó al líder cegetista a quienes serían sus colaboradores en la central obrera. Gay agradeció el gesto de Perón pero, muy cortésmente, declinó su ofrecimiento.
Lo que a partir de ese momento Perón hizo con Gay fue de una crueldad y una injusticia asombrosas. Aprovechó para ello la llegada de los representantes de la central obrera estadounidense AFL‑CIO, a quienes el propio Perón había invitado a visitar nuestro país. Tocó al recién electo secretario general de la CGT Luis Gay recibir protocolarmente a los gremialistas norteamericanos, a quienes acompañó hasta la Casa Rosada, donde a Gay no se le permitió ingresar.
Tras su entrevista con los sindicalistas de la AFL‑CIO, y sin que mediara ningún aviso ni razón, Perón denunció públicamente a Gay de estar en connivencia con los norteamericanos y lo acusó de haberse vendido al imperialismo. Acusación cuyo despropósito e injusticia quedaban muy claros para la totalidad de los dirigentes sindicales
Es imposible conocer las razones de Gay para tomar la decisión que entonces tomó ni qué factores incidieron en el análisis que ha de haber hecho. Hombre de dilatada trayectoria y amplia experiencia, tal vez advirtió que la pelea sería desigual y tendría todas las de perder, o acaso supuso que el enfrentamiento de la CGT, o de parte importante de la misma, con Perón sería finalmente perjudicial para la clase trabajadora, para cuyo bienestar Gay había luchado durante tantos años, y que lo dejaría a él mismo en manos de la oligarquía. El caso fue que quien había sido uno de los principales apoyos de Perón en el mundo gremial y en la construcción del aparato político que le otorgó el 85% de sus votos en febrero del año anterior, dio un paso al costado, renunció a la CGT y, a diferencia de Cipriano Reyes, también aceptó la disolución del Partido Laborista.
Habrá quien quiera ver en este temprano enfrentamiento de Perón con dirigentes muy representativos de lo que llamaría “la columna vertebral”, un asunto de megalomanía, tanto de Perón como de Reyes (no de Gay, desde luego) o una tendencia autoritaria por parte del presidente. Sin embargo, es necesario percibir la existencia de dos proyectos diferentes, en el caso que comentamos, bastante explícitos, ya que el nombre mismo del Partido Laborista revela su origen y propósito. Nacido como brazo político de los sindicatos, su objetivo era desarrollar una socialdemocracia del estilo de la que entonces llevaban a cabo sus colegas europeos, y particularmente los sindicatos ingleses, de quienes fue tomado el nombre de Labour Party.
Perón, por su lado, descreía del esquema partidocrático europeo y se encontraba en plena construcción de un Movimiento Nacional de Liberación que en su época llevó el nombre de fantasía de Movimiento Peronista, cuya columna vertebral sería la clase trabajadora organizada. Su columna vertebral, no su conducción, independientemente del oficio, profesión o extracción de clase del conductor: Perón mismo era militar, pero, en su idea, de ningún modo era el Ejército ni la Fuerzas Armadas la conducción del movimiento que, no debe olvidarse, es de liberación, pues lo que explica la fragilidad e impotencia del sistema partidocrático y la necesidad de construcción de un movimiento nacional, es justamente la situación de dependencia.
Obviando la discusión o el análisis de estas opciones, la existencia de las mismas puede verificarse con anterioridad al surgimiento del peronismo en las tensiones que enfrentaron a Hipólito Yrigoyen con los sectores “partidocráticos” del radicalismo que, en palabras de Yrigoyen, su auténtico fundador, no era un partido sino la “Causa”.
La primera de las tensiones dentro del radicalismo fue la precoz disidencia de Lisandro de la Torre, económica, social e ideológicamente más vinculado al mitrismo que representaba Leandro Alem que al post‑ roquismo de origen federalista expresado por Yrigoyen. La segunda, fue la de los “antipersonalistas”, prohijados de alguna manera por Alvear, que sin embargo, jamás abandonó el radicalismo para unirse a los conservadores. Y la tercera de ellas, luego de la muerte del líder, fue la de un radicalismo domesticado, conducido por Alvear, del que el movimiento creado por Yrigoyen jamás pudo desembarazarse. Obsérvese que todas ellas tuvieron similar destino y sirvieron de coartada y complemento para los proyectos de restauración conservadora.
Por su propia naturaleza, por su origen obrerista, las tendencias excéntricas dentro del peronismo fueron principalmente las de origen sindical, en tanto las más serias, al igual que el caso de Gay y Reyes, propugnaron la creación de expresiones políticas, partidarias, de la clase trabajadora organizada. No otra cosa fue Vandor ni las sucesivas expresiones más o menos neovandoristas. La excepción, tal vez, fue la última etapa de Montoneros, cuyo enfrentamiento c on Perón apelaba a la existencia de una clase trabajadora utópica más que real: no se trataba de la clase trabajadora organizada, vale decir, los sindicatos, sino la clase trabajadora en general, en abstracto. De ahí lo de los “intereses históricos” de la clase trabajadora y no los intereses concretos, ocupación en primera instancia de las organizaciones gremiales. De ahí también que el instrumento de poder de Montoneros fueran las armas y las movilizaciones y no los paros y huelgas propias del laborismo, sea en su versión Cipriano Reyes como en su versión Vandor.
La concepción peronista, cruzada por las tensiones excéntricas durante los últimos años de Perón, terminó de desaparecer con la muerte de su conductor. Lo demás, fue sólo transformación y decadencia: la constitución de un poder gremial sin inserción ni expresión política clara, la de un partido político con aires renovadores y propósitos socialdemócratas y su posterior reconversión al neoconservadurismo menemista, y la atomización territorial que, como corresponde, a partir de los poderes relativos de los dirigentes territoriales respecto a los de los grandes grupos económicos e ideológicos, de carácter nacional y trasnacional, que operan en cada territorio en particular, dio origen a una suerte de federación de caudillos populares territoriales de carácter conservador y en casos, directamente reaccionario. En eso, por ejemplo, quedó convertido el peronismo luego de la reconversión neoconservadora de la renovación y la defección de los sindicatos: en una federación de partiditos conservadores más o menos coordinados entre sí contra el conservadurismo popular bonaerense, y a veces cooptados por el poder de la provincia de Buenos Aires, que, en versión bufa del rosismo, al menos alcanzó para evitar la disolución nacional con posterioridad a la debacle del 2001.

Hay quienes ven que a partir del 2003 comenzó otra etapa, que algunos llegaron a considerar hasta un nuevo movimiento nacional, enredándose en discusiones más semánticas que de naturaleza. Lo cierto es que, a partir de entonces, Néstor Kirchner comenzó a reconstruir, lenta y pacientemente, la autoridad política presidencial, primer factor, o factor básico, de la unidad nacional.
Este punto a menudo se olvida y se sigue andando descarrilado, como si nada. Si en Europa, para poner un ejemplo que viene muy al caso, la existencia de la nación precede a la conformación del Estado, y el sistema institucional expresa la lucha de los diversos sectores sociales por incrementar su cuota de decisión a expensas del poder central, anteriormente representado por un monarca absoluto, en los países coloniales y neocoloniales, a los que esas concepciones fueron traspoladas, la existencia del Estado y del sistema institucional es previa a la conformación de la nación. En consecuencia, nuestra tarea y nuestras prioridades son inversas: no se trata de redistribuir el sistema de poder centralizado originalmente en el antiguo monarca, sino el de construcción de un poder centralizado –aun a expensas del sistema institucional y la disputa por el carácter del Estado– lo suficientemente fuerte como para evitar las dispersiones y fugas a las que inercialmente las distintas facciones, regiones e intereses tienden.
De esa situación proviene la racionalidad del Movimiento Nacional de Liberación, la “Causa” de Yrigoyen, que es “movimiento” porque no es una suma ni una alianza de clases ni de sectores o partidos, sino un organismo “vivo” pero no anárquico, sino conducido hacia un sistema de objetivos; es “nacional” pues es la nación en acto, en su precario existir, en su autoconstrucción cotidiana; y es de “liberación” pues sin ese requisito, sin la eliminación de las tramas y los lazos coloniales, la nación carece de existencia posible y no es ni siquiera una posibilidad remota.
No es de ninguna manera casual que en los nuevos países, las “ex” colonias en las que la nación es un proyecto, tras guerras civiles a veces extraordinariamente largas, y numerosas secesiones territoriales, el régimen político al que se arriba sea el presidencialismo. Ni, mucho menos, que los procesos anticolonialistas sean tan acentuadamente personalizados: es en ese liderazgo, en ese poder concentrado, en una figura y una jefatura, en el que el movimiento nacional empieza a existir y adquiere razón de ser.

Si Néstor Kirchner comenzó en 2003 la tenaz reconstrucción de la autoridad política nacional, los años posteriores fueron los de la recreación del movimiento nacional cuyo requisito esencial es el de la claridad y concentración de la conducción, que, para serlo, debe estar por encima de las partes y tener mayor poder que cada una de ellas por separado, desde luego, pero principalmente que el de la suma de todas las partes. 

En ese sentido, el punto culminante del proceso iniciado en el 2003, el momento en que ese proceso cambió decididamente de naturaleza, fue el modo y características del triunfo electoral de Cristina Kirchner en octubre de 2011. Ese fue el momento en que la construcción de la autoridad política presidencial mutó en la recreación del movimiento nacional de liberación, dotado ya de una conducción lo suficientemente nítida y consolidada.
Este es, a nuestro juicio, el marco desde el que debe observarse y analizarse la difícil coyuntura actual, en la tensión entre la conducción de un movimiento nacional de liberación y algunas de sus partes. Es preciso evaluar, considerar y actuar en el marco de una concepción, una necesidad y un sistema de objetivos, observar tanto los aciertos como los errores de una conducción como los límites que es necesario poner a las tendencias excéntricas, en la certeza de que siempre, el principal objetivo es la unidad.
Sin embargo, ocurre que la unidad a toda costa puede ser improcedente y contraproducente, pero no por razones “ideológicas”: el límite para la unidad está en otro lado, y éste es en que jamás puede logarse a costa de la conducción del movimiento nacional, pues en tal caso desaparecerían la conducción y el movimiento nacional, y la unidad carecería de sentido y sería efímera. Por el contrario, más allá de las consideraciones de coyuntura, anatemas y reproches, cada una de estas tensiones deben resolverse de modo de consolidar el poder de la conducción, jamás en su desmedro.
No está de más insistir en que esto no es cuestión de ideas, prejuicios o consignas políticas. Un movimiento nacional de liberación no se construye al modo de los partidos, estableciendo las diferencias entre unos y otros, sino, por el contrario, encontrando qué es lo que tenemos en común, más allá de gustos, simpatías o intereses particulares o sectoriales de cada quien.
El segundo de los elementos a considerar es que en la voluntad, en la necesidad de reconstruir el Movimiento Nacional de Liberación –que, insistimos una vez más, requiere como condición sine qua non de la consolidación de su conducción–, en esa voluntad, decíamos, la consolidación de la conducción es fruto de los aciertos y prestigios de esa conducción, pero también de la acción de los “conducidos”, en el sentido de que con la conducción se puede disentir y debatir, pero jamás debe cuestionársela, desconocerla
Cuestionar, desconocer, combatir a la conducción del movimiento nacional es atentar contra el propio movimiento e iniciar un camino excéntrico que culminará, como la experiencia histórica lo indica, en transformarse en la coartada e instrumento de la restauración conservadora.
En una coyuntura en que lo que una facción sindical cuestiona es la legitimidad de la conducción del movimiento, no se trata de “conmigo los buenos”, sino de “conmigo todos”. Y quien quiera llevar un destino excéntrico que haga su experiencia, en la mayor soledad posible.
Para tal objetivo, es imprescindible el acierto de la conducción, pero también la prudencia y eliminación del sectarismo por parte del conjunto del movimiento nacional.

1 comentario:

Nando Bonatto dijo...

Impecable, creo que no ver la diferencia entre Cristina que intenta apuntar a seguir construyendo para todos y un Moyano centrado en intereses reducidos a lo sectorial y/o personales es tan evidente que casi no merece comparación
A los que piensan que el movimiento obrero esta siempre en los altares les recomiendo estudiar el caso venezolano donde la CNT jugo un rol principal en el intento de golpe

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