Es sabido que los viajes en subte pueden durar un suspiro o una eternidad. Esto me ocurrió hace poco en un traqueteante vagón de la línea A rumbo a Flores.
Sumido en alguna lectura para pasar más rápido el rato no advertí que quien se sentaba a mi lado era Juan Sasturain, también sumido en alguna lectura aunque no se si para pasar el rato o por razones más prácticas.
Estaba leyendo, él, un libro de Guillermo Enrique Hudson, un volumen manoseado y amarillento. Algunos escritores, comprendiendo que los viajes pueden durar un suspiro o una eternidad, nos han aliviado su paso: González Tuñón, por ejemplo. No es lo mismo llegar a destino pensando en una nota de Morales Solá o Carlos Pagni que en los poemas para ser leídos en el tranvía. En fin, si se leen ambas, es posible filosofar sobre lo grato o lo ingrato, sobre la buena gente y los hijos de puta.
También pizpear en la lectura de otro es todo un arte para que el tiempo pase más rápido en el subte.
Se lo hice saber a mi ocasional acompañante, con quien habíamos compartido, junto a Mariotto y Tom Lupo, la presentación de un libro de Tato Contissa que prologué, “Macanas Puras”. La corta charla que siguió fue tan efectiva como cualquier otra para aplacar las angustia propia del paso del tiempo, que no es lo mismo que perderlo, aunque para mucha gente, hoy en día, la lectura y en fin, hasta la propia literatura, son una pérdida de tiempo.
Dos o tres estaciones más tarde o más adelante, el tipo se bajó siempre sumido en su Hudson: parecía un personaje salido de Raymond Chandler, de riguroso impermeable.
Pego abajo lo que Sasturain escribió hoy en Página 12 sobre el día de ayer, es decir, el siete de diciembre, adelantándose al próximo negocio globalizado, el 21D, día del fin del mundo según los mayas:
A riesgo de parecer troglodita, confieso que lo del 7D siempre me pareció –y sigue pareciéndome– una tilinguería. La forma de referirse a la fecha, de nombrarla, digo. Usar el número y la inicial del mes es una manera propia del universo comunicacional del Norte que –vía globalización informativa– parece imponerse con naturalidad, como tantas formas léxicas (algunas pertinentes, otras meras gansadas) del mismo origen. Me acuerdo de la primera vez que registré el uso. Fue el 23 F (veintitrés Efe) de los españoles para nombrar el frustrado golpe franquista del delirante Tejero en el invierno del ’81. Después ha habido muchos más, pero ésta es la primera vez que se aplica (lo aplicamos) a un fenómeno/fecha propia. Lo que está claro es que, a este 7D –como al 25M, el 9J, el 17O e incluso el 24M– no lo vamos a olvidar.
Además, porque el siete es un número hermoso. Es primo –no sé de quién si no de los otros primos– y atraviesa el universo entero de la cultura universal, dicen, a partir de los primeros hombres que saludable, inevitablemente, se pusieron a mirar para arriba. Es sabido que los astrónomos de la Antigüedad distinguían en el cielo entre cuerpos fijos –la mayoría de las estrellas– y los siete cuerpos móviles: la Luna y el Sol, más los cinco planetas que se observan a simple tiro de telescopio: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. De ahí vienen los siete días de la semana (lunes de Luna o Monday de Moon; Sunday de Sun/Sol; martes de Marte, miércoles de Mercurio, etc.) y los siete círculos de la música de las esferas celestiales de los pitagóricos, y las siete notas musicales y los siete colores del arco iris, y así.
El siete satura la Biblia, es número cabalístico: son siete los días que se tomó Jehová en hacer lo que hizo; son siete las plagas de Egipto y setenta veces siete las que se debe perdonar, según Jesús. Hay siete sacramentos católicos y siete famosos pecados capitales que se dan también en provincias y municipios. Se navega metafóricamente por los siete mares, los enanitos de la Blancanieves de Disney eran siete, los samurais de Kurosawa y los locos de Arlt también. Hay látigos de siete colas según el maestro Sacher, botas de siete leguas según Perrault, y gatos de siete vidas según el refrán.
Ya en el campo de los usos más coloquiales de la cifra, hay quienes salen con un intempestivo e inoportuno domingo siete (la historia del origen del dicho es lindísima), para los timberos el siete es “el revólver” (?) y, gráficamente, hacerse un siete –cuando yo era chico– era rasgar la ropa, romperla en ángulo recto. Y había que coser ese siete hecho en la camisa o el pantalón. Ese siete se zurcía. Sin embargo, había otros que no.
Porque hay un sentido más gráfico, metafórico y si se quiere grosero de la imagen del siete de la que hizo uso y abuso, tradicionalmente, el idioma popular de los argentinos. Cualquier veterano/ana de oído atento lo sabe. Según el lunfa y formas coloquiales de alrededores, el siete –apenas atisbado acaso– es (la íntima raya de) el culo. Perdonando la palabra, pero ni más ni menos. Y de ahí provienen muchas de las formas rimadas, chascarrillos, dichos y refranes más o menos machistas que enriquecen o empobrecen –según criterios– nuestro acervo popular. De todas esas expresiones, probablemente la que más ha perdurado en la memoria y el uso colectivo es aquella que dice “Preparate el siete, que nos casamos el ocho”.
Suele oírsela, aún hoy, en puntuales circunstancias.
Una cara que es un culo: la del contador Magnetto.
2 comentarios:
Excelente, aparte, ir leyendo en el subte a Guillermo Hudson...toda una pintura
Lo del impermeable a lo Chandler lo utiliza mucho en los capítulos de la serie "Disparos en la biblioteca" :)
Comparto su rechazo a las expresiones del tipo 8N, 11M, 7D, etc. aunque justifico una de ellas que es el 11S por toda su carga de horror.
Saludos
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