martes, 12 de marzo de 2013

Manuela Fingueret


La conocí luego de que publicara “Blues de la calle Leiva”. Quizás compartimos alguna materia, de las introducciones, en el edificio de la avenida Independencia.
Nunca más la ví (de modo que no presumo de haber contado con su amistad) aunque me dicen que hasta 2011 condujo el programa "El aire de aquí" por la FM Nacional.
Dos notas aparecidas en Página 12 (aquí y aquí) en 2008 y 2012 dan cuenta de que era una judía que abominaba de las conducciones conservadores – liberales en  Amia y Daia. Su posición, se me ocurre, debe ser similar a la de Ricardo Forster.
En una de esas notas dispara con precisión contra el cordobés Marcos Aguinis, quien hoy, a falta de otro tema, escribe sobre el genocidio armenio para exhibir su eventual erudición sobre matanzas étnicas.
Curiosamente, Aguinis no menciona (porque no la debe conocer) “La máscara de Dimitros” de Eric Ambler y llevada al cine por Jean Negulesco. 
Hay que animarse a completar los mamotretos insoportables firmados por Aguinis.

Más abajo, Manuela Fingueret por ella misma:

Nací en un inquilinato con malvones, pájaros y un tero. Un banquito de madera, el umbral de mármol blanco, y las hortensias, esas flores enormes, en las piezas vecinas.
Cuando pude, desalojé a mi hermana del banquito de madera que nos había hecho mi papá. Desde allí miraba durante horas a los pájaros. Yo iba hasta el fondo de la línea de tierra que separaba las baldosas del gallinero. El tero, entonces, alerta, se quedaba en una pata, listo para atacar a las intrusas. Al tero le tenía miedo. Siempre vigilando a las gallinas alborotadas cada vez que alguien se acercaba al fondo de la casa. Los pájaros tenían toda la magia del canto. Como el corbatita, con su buche negro y plumas escasas de tanto picotearse.
Sentada sobre el mostrador de la tienda participaba durante el verano de las charlas de las Rosas y las Marías. De ellas aprendí a contar historias. Traían su mate, mi mamá cebaba el suyo con azúcar y cada tanto me alcanzaba alguno con leche para alimentar mi delgadez.
Del banquito pasé al umbral, sobre la vereda que flanqueaba la puerta del negocio. Eran épocas de vestidos almidonados, moños y puntillas a las siete de la tarde, cuando la calle Leiva transformaba la siesta en fútbol y las compras en paseos con las chicas por la calle Corrientes. Los hombres volvían de su trabajo y se sentaban en la silla de paja, en camiseta y pantalón pijama, para ver pasar a las más lindas del barrio.
Durante bastante tiempo espié todo desde el sofá. Un viejo elástico de hierro cubierto con una colchoneta, que fue lugar de juego, sala de lectura y abrazo nocturno.
Aún hoy acaricio esos recuerdos, los persigo por detrás del mostrador o los siento a mi lado en algún umbral fresco en las tardes de verano.
Son la mixtura indispensable de una hija de inmigrantes. Una memoria que anuncia el cementerio de la Chacarita, "paredón y después"; "la esquina, barro y tango"; la murga del barrio a la que seguía todos los carnavales con las tapas de unas viejas cacerolas. Las fogatas de San Pedro y San Pablo, aquellos amores con olor a Sandokán, el aserrín de la carpintería de mi padre mezclado con Ana Karenina y las conferencias sobre Rivadavia en el diario La Prensa. La colección de fotos de Gregory Peck y Laura Hidalgo, mientras Isaac Stern, con su violín, me arrancaba el dolor por la muerte de mis hermanos apiñados frente a las puertas de Auschwitz. Esos sueños se repetirán como pesadilla en una Argentina atravesada por años de muerte y silencio.
Quizás es sólo la sombra de un aroma que circula para libar su miel.
No siempre el pasado fue mejor, La memoria acusa o embellece.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, señor. En mi biblioteca es el tomo treinta y ocho de la colección BestSellers (SIC) Serie Negra de Planeta. Me la prestaron en el '85 y pueden esperar sentados a que la devuelva. No sabía de la versión cinematográfica : ya empiezo a rastrearla en internet.

Jorge Devincenzi dijo...

Si uno se conforma con la versión cinematográfica, está bien. Pero el libro es superior.

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