El
diario Clarín y la tribuna de doctrina mitrista definen como "judeomarxista" al ministro de Economía Axel Kicillof. Es una acusación. Sería preferible que Cristina designara a Orlando Ferreres o Martín Redrado para ejecutar el plan "de ellos".
Hoy no
se sabe muy bien que significa “discriminar”, de modo que si el ministro
hubiera sido adjetivado como morocho, cabecita negra, homosexual, miope, transexual
o petiso, esos calificativos tendrían otro valor en el sentido común dominante
que construyen día a día, mentira a mentira, el susodicho diario Clarín y su
hermanastra La Nación, tribuna de doctrina mitrista. Ser judeomarxista sería
una ignominia de nuevo cuño.
Unas
décadas atrás, la relación afectiva-empresarial entre la ex bailarina Ernestina
Herrera, el marxista Rogelio Frigerio y Oscar Camilión (en este último caso, la
relación era erótico-ideológica-empresarial con la viuda de Noble), no eran
mencionados por el gran diario argentino porque apoyaba esa etapa desarrollista.
Frigerio
había pertenecido al PC y su jefe, Arturo Frondizi, quien unos años antes había
acusado a Perón de ser “agente nazi”, pasó en una extraña voltereta de ser
asesorado por un marxista a seguir al ala más antisemita del ejército, los
carapintada.
Haciendo
un paneo por la historia mundial, Lenin tomó el poder en Rusia contra la
opinión de Marx (cuya familia era de origen judío) porque en ese país agrario y carente de burguesía no se habían
desarrollado las fuerzas productivas como lo planteaba el catecismo marxista.
Cuando
Stalin abandonó oficialmente el internacionalismo proletario, el cadáver de
Marx, sepultado al norte de Londres, sufrió un desacostumbrado temblor.
Cuando
la dupla Fidel Castro-Ernesto “Che” Guevara se declaró marxista, la barba
victoriana del maestro se agitó en la tumba.
Marx
había criticado duramente a Bolívar y aplaudió la destrucción masiva de la
industria textil de la India por parte del Imperio Británico porque ambas iban
contra el “curso ineluctable de la historia”, según el cual en América del Sur no se
habían desarrollado las fuerzas productivas (era preferible que siguiera en su
condición de semi-colonia) y los textiles ingleses debían inundar el mundo.
Como se
sabe, en aquel entonces y en las décadas siguientes, Argentina exportaba a Londres lana sucia e
importaba (de Londres) finos casimires ingleses tejidos con esa lana.
Los más
grandes productores de lana argentina eran las familias Braun Menéndez y
Menéndez Behety: los Braun habían huido de una de las tantas matanzas de judíos
frecuentes en la civilizada Europa.
Las
clases dominantes tradicionales de Argentina cultivaban cierto antisemitismo
que se trasladó a su guardia pretoriana, las fuerzas armadas y de seguridad, las
que lo aplicaron con generosidad en la represión.
Pero
una cosa es “cultivar” y otra distinta adoptarlo como principio doctrinario. La
visión eurocéntrica (donde la persecución a los judíos se practicaba en casi
todos los países mucho antes de Hitler) incluyó los bienes simbólicos, y quizás
por eso cierta izquierda nativa tildaba de “bonapartista” al peronismo.
El
desapoderamiento de Papel Prensa por parte del Grupo Clarín y Martínez de Hoz
tuvo un tufillo antisemita porque el dueño legítimo de Papel Prensa era David
Graiver, un empresario perteneciente a la colectividad judía, y el capitán
Manrique le informó a Lidia Papaleo que la dictadura no veía con buenos ojos que
un empresario judío fuera dueño de una cadena de medios de comunicación.
A la esposa de Graiver, Lidia Papaleo, detenida, el comisario Echecolatz la llamaba “la impura” por haberse unido a un miembro de la colectividad que a esa altura había muerto en un extraño accidente aéreo. La adquisición fraudulenta de Papel Prensa no se realizó mediante la transferencia de acciones sino a través de la detención clandestina y la tortura de la familia Graiver y los socios minoritarios de la empresa. Que Lidia Papaleo fuera sistemáticamente violada por Echecolatz formaba parte de la transacción comercial. Ella misma lo relató, y si yo lo repito es para tener clara la catadura de estos siniestros personajes.
A la esposa de Graiver, Lidia Papaleo, detenida, el comisario Echecolatz la llamaba “la impura” por haberse unido a un miembro de la colectividad que a esa altura había muerto en un extraño accidente aéreo. La adquisición fraudulenta de Papel Prensa no se realizó mediante la transferencia de acciones sino a través de la detención clandestina y la tortura de la familia Graiver y los socios minoritarios de la empresa. Que Lidia Papaleo fuera sistemáticamente violada por Echecolatz formaba parte de la transacción comercial. Ella misma lo relató, y si yo lo repito es para tener clara la catadura de estos siniestros personajes.
En
rigor, todas las empresas del grupo Graiver fueron desapoderadas por la
dictadura con una similar metodología: la entrega de un 10% simbólico del valor
de libros, y el resto se esfumaba en el aire.
Pero la transferencia de Papel Prensa tuvo un curso más sinuoso (con chicanas jurídicas y una herencia de por medio) que fue ampliamente explicado en el informe de Guillermo Moreno, el Satanás clarinetista de estos días, y antes por el Fiscal Molinas.
Pero la transferencia de Papel Prensa tuvo un curso más sinuoso (con chicanas jurídicas y una herencia de por medio) que fue ampliamente explicado en el informe de Guillermo Moreno, el Satanás clarinetista de estos días, y antes por el Fiscal Molinas.
Si bien
Martínez de Hoz pudo ser vagamente antisemita como todos los dueños de la
tierra argentina, lo que lo movía no era una controversia religiosa sino
intereses concretos, aunque existían pequeños grupos antisemitas militantes
como los seguidores de Jaime Perriaux, Guillermo Borda y Marianito Grondona.
Lo
verdaderamente importante era la defensa de esos intereses empresarios mientras
la “gilada” vociferaba antisemitismo, como por ejemplo la mayoría de los
uniformados.
En este
aspecto, no debe olvidarse la influencia, sobre tales uniformados, de la Santa
Madre Iglesia, cuyos exponentes más poderosos seguían opinando que los judíos (la
población judía y no el Gran Sanedrín, su nobleza confesional gobernante)
habían asesinado a Jesucristo en la cruz, convirtiendo el snobismo de las
clases dominantes en fundamento ideológico-militar.
Elípticamente
se vuelve a demostrar que mejor que decir (o escribir) es hacer, y mejor que
prometer es realizar.
1 comentario:
En realidad yo diría "el sionista Spolsky"...
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