sábado, 23 de noviembre de 2013

JUDEOMARXISTA


El diario Clarín y la tribuna de doctrina mitrista definen como "judeomarxista" al ministro de Economía Axel Kicillof. Es una acusación. Sería preferible que Cristina designara a Orlando Ferreres o Martín Redrado para ejecutar el plan "de ellos". 
Hoy no se sabe muy bien que significa “discriminar”, de modo que si el ministro hubiera sido adjetivado como morocho, cabecita negra, homosexual, miope, transexual o petiso, esos calificativos tendrían otro valor en el sentido común dominante que construyen día a día, mentira a mentira, el susodicho diario Clarín y su hermanastra La Nación, tribuna de doctrina mitrista. Ser judeomarxista sería una ignominia de nuevo cuño.
Unas décadas atrás, la relación afectiva-empresarial entre la ex bailarina Ernestina Herrera, el marxista Rogelio Frigerio y Oscar Camilión (en este último caso, la relación era erótico-ideológica-empresarial con la viuda de Noble), no eran mencionados por el gran diario argentino porque apoyaba esa etapa desarrollista.
Frigerio había pertenecido al PC y su jefe, Arturo Frondizi, quien unos años antes había acusado a Perón de ser “agente nazi”, pasó en una extraña voltereta de ser asesorado por un marxista a seguir al ala más antisemita del ejército, los carapintada.
Haciendo un paneo por la historia mundial, Lenin tomó el poder en Rusia contra la opinión de Marx (cuya familia era de origen judío) porque en ese país agrario y carente de burguesía no se habían desarrollado las fuerzas productivas como lo planteaba el catecismo marxista.
Cuando Stalin abandonó oficialmente el internacionalismo proletario, el cadáver de Marx, sepultado al norte de Londres, sufrió un desacostumbrado temblor.
Cuando la dupla Fidel Castro-Ernesto “Che” Guevara se declaró marxista, la barba victoriana del maestro se agitó en la tumba.
Marx había criticado duramente a Bolívar y aplaudió la destrucción masiva de la industria textil de la India por parte del Imperio Británico porque ambas iban contra el “curso ineluctable de la historia”, según el cual en América del Sur no se habían desarrollado las fuerzas productivas (era preferible que siguiera en su condición de semi-colonia) y los textiles ingleses debían inundar el mundo.
Como se sabe, en aquel entonces y en las décadas siguientes, Argentina exportaba a Londres lana sucia e importaba (de Londres) finos casimires ingleses tejidos con esa lana.
Los más grandes productores de lana argentina eran las familias Braun Menéndez y Menéndez Behety: los Braun habían huido de una de las tantas matanzas de judíos frecuentes en la civilizada Europa.
Las clases dominantes tradicionales de Argentina cultivaban cierto antisemitismo que se trasladó a su guardia pretoriana, las fuerzas armadas y de seguridad, las que lo aplicaron con generosidad en la represión.
Pero una cosa es “cultivar” y otra distinta adoptarlo como principio doctrinario. La visión eurocéntrica (donde la persecución a los judíos se practicaba en casi todos los países mucho antes de Hitler) incluyó los bienes simbólicos, y quizás por eso cierta izquierda nativa tildaba de “bonapartista” al peronismo.
El desapoderamiento de Papel Prensa por parte del Grupo Clarín y Martínez de Hoz tuvo un tufillo antisemita porque el dueño legítimo de Papel Prensa era David Graiver, un empresario perteneciente a la colectividad judía, y el capitán Manrique le informó a Lidia Papaleo que la dictadura no veía con buenos ojos que un empresario judío fuera dueño de una cadena de medios de comunicación. 
A  la esposa de Graiver, Lidia Papaleo, detenida, el comisario Echecolatz la llamaba “la impura” por haberse unido a un miembro de la colectividad que a esa altura había muerto en un extraño accidente aéreo. La adquisición fraudulenta de Papel Prensa no se realizó mediante la transferencia de acciones sino a través de la detención clandestina y la tortura de la familia Graiver y los socios minoritarios de la empresa. Que Lidia Papaleo fuera sistemáticamente violada por Echecolatz formaba parte de la transacción comercial. Ella misma lo relató, y si yo lo repito es para tener clara la catadura de estos siniestros personajes.
En rigor, todas las empresas del grupo Graiver fueron desapoderadas por la dictadura con una similar metodología: la entrega de un 10% simbólico del valor de libros, y el resto se esfumaba en el aire. 
Pero la transferencia de Papel Prensa tuvo un curso más sinuoso (con chicanas jurídicas y una herencia de por medio) que fue ampliamente explicado en el informe de Guillermo Moreno, el Satanás clarinetista de estos días, y antes por el Fiscal Molinas.    
Si bien Martínez de Hoz pudo ser vagamente antisemita como todos los dueños de la tierra argentina, lo que lo movía no era una controversia religiosa sino intereses concretos, aunque existían pequeños grupos antisemitas militantes como los seguidores de Jaime Perriaux, Guillermo Borda y Marianito Grondona.   
Lo verdaderamente importante era la defensa de esos intereses empresarios mientras la “gilada” vociferaba antisemitismo, como por ejemplo la mayoría de los uniformados.
En este aspecto, no debe olvidarse la influencia, sobre tales uniformados, de la Santa Madre Iglesia, cuyos exponentes más poderosos seguían opinando que los judíos (la población judía y no el Gran Sanedrín, su nobleza confesional gobernante) habían asesinado a Jesucristo en la cruz, convirtiendo el snobismo de las clases dominantes en fundamento ideológico-militar.
Elípticamente se vuelve a demostrar que mejor que decir (o escribir) es hacer, y mejor que prometer es realizar.

  

1 comentario:

profemarcos dijo...

En realidad yo diría "el sionista Spolsky"...

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