No se si el tema conservará interés actual,
pero me siento obligado a contradecir nuevamente la opinión de Osvaldo Bayer
quien, sin rigurosidad histórica ni situándolo en su época, califica a Julio A.
Roca como genocida y propone, con un total desconocimiento de la etapa actual (que
requiere en América Latina la consolidación de los Estados Nacionales) la conformación
de un nuevo país de los pueblos mapuches que abarque parte de los actuales
territorios de Argentina y Chile, contribuyendo con eso a la atomización del
continente.
En este punto, el lector
A.R. me contradecirá opinando que no tengo los suficientes pergaminos como para
criticar a Bayer.
Ese juicio es conservador
y potencialmente reaccionario; si sólo pudiera criticarlo otro “consagrado”,
las discusiones en el mundo se limitarían a unos pocos elegidos que llegaron a
esa coronación por desconocidas o variadas razones, se ensombrecerían las
opiniones y aparecería un nuevo mundo donde muy pocos son dueños del conocimiento.
Y por ende, del poder. La noocracia aristotélica, una deformación de la
aristocracia o el gobierno platónico ideal.
Por otra parte, ¿en que
se ha consagrado” Bayer desde su cómoda residencia en Alemania?
Suscribo a Galasso en que
“según los criterios actuales Roca fue un genocida”. Pero es imposible analizar
la historia según los “criterios actuales”. Además, la historia de la civilización
occidental está jalonada de genocidios, y a poco que uno se aproxime, muchos de
los (considerados) “grandes hombres” de la historia fueron genocidas.
No entiendo la fijación
infantil de Bayer por señalar a Roca como solitario merecedor de tal
calificativo.
Es como si mañana se nos
ocurriera señalar a San Martín o Belgrano por carecer de “perspectiva de género”.
No entiendo, sobre todo,
como guarda silencio acerca de Bartolomé Mitre, el gran autor de la patria con
exclusiones que el campo nacional y popular pretende enterrar definitivamente.
No entiendo, realmente, que un escritor que se dice “progresista” omita a
Mitre. Salvo, claro, que también sea mitrista, lo cual lo ubicaría en las
antípodas de cualquier progresismo posible aunque condene a Roca.
No entiendo cómo no
condena a Mitre por la matanza de Curupaity, donde más de 4.000 soldados
argentinos perdieron la vida contra menos de 100 paraguayos debido a la
improvisación del general creador del diario La Nación y tan afecto a las frases
rimbombantes.
O por qué omite a los genocidas que el 16 de junio de1955 bombardearon un radio de 40 manzanas del centro porteño, incluyendo la carnicería de avda Pueyyredón 2267, con el argumento de que querían matar a Perón pero en verdad por puro odio al pueblo.
El genocidio es considerado un delito internacional que comprende cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal; estos actos comprenden la matanza y lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo, etc. La palabra genocidio fue creada por el jurista polaco Lemkin en 1944, quien quería referirse con este término a las matanzas por motivos raciales, nacionales o religiosos. Su estudio se basó en el genocidio perpetrado por el Imperio Otomano contra el pueblo armenio en 1915.
El genocidio es considerado un delito internacional que comprende cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal; estos actos comprenden la matanza y lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo, etc. La palabra genocidio fue creada por el jurista polaco Lemkin en 1944, quien quería referirse con este término a las matanzas por motivos raciales, nacionales o religiosos. Su estudio se basó en el genocidio perpetrado por el Imperio Otomano contra el pueblo armenio en 1915.
Se aplicó en los juicios en Nüremberg sobre
los jerarcas nazis detenidos, y esto luego de que tanto EEUU como la URSS indujeran
a muchos científicos de Alemania a colaborar para la gloria de esos países, por
lo que obviamente no fueron juzgados y sus eventuales crímenes se ocultaron
tras un manto de olvido.
Por genocidio fue condenada la pequeña
Ruanda debido a las matanzas entre tutsis y hutus, y algunos jerarcas serbios
por asesinatos masivos de croatas; y en los últimos tiempos, se “juzgó” a Gadafi
por crímenes en Libia antes de que su ejecución pública fuera transmitida por
la CNN con la intervención del presuntuoso Luis Moreno Ocampo como parte de la
Corte Penal Internacional.
Pero nadie condenó a EEUU por las bombas de
Hiroshima y Nagasaki, o por sus posteriores atrocidades en Vietnam, Irak y Afganistán.
Ni a la URSS por matanzas en Hungría o Checoslovaquia, de lo que se desprende
que el genocidio es una herramienta política del poder mundial y no una
categoría del humanismo ya que nada induce a pensar que estamos viviendo tiempos
más justos y equitativos que los del pasado.
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