Por Teodoro Boot
El escritor
norteamericano Kurt Vonnegut sostenía que la inclinación de numerosos seres
humanos al consumo de alcohol o sustancias parecidas se debe a la necesidad
de aplacar, adormecer o hasta anular, al menos en parte, el funcionamiento del
enorme y peligroso cerebro que a lo largo de la evolución la especie ha desarrollado.
El cerebro humano es demasiado voluminoso y lleva a su portador a realizar, en
forma simultánea, complejísimas y contradictorias elucubraciones carentes
de sentido, que en general no sólo no contribuyen a la supervivencia sino que, a
la postre, suelen resultar fatales para el portador, la propia especie y hasta
el planeta que habita.
El planeta
y todos sus habitantes animales y vegetales son demasiado inocentes como para
resistir los efectos de la sofisticada computadora en que la Ley de Selección Natural ha convertido nuestros
cerebros. Eso es.
En estado de trance
Que el
cerebro humano es capaz de realizar complejísimas y contradictorias
elucubraciones carentes de sentido es un fenómeno tan palmario que ni
vale la
pena explicarlo demasiado. La evidencia la tenemos ante nuestras
narices, todos
los días, apenas abrimos los ojos, encendemos la radio o el televisor,
abrimos
el diario, intercambiamos nuestras primeras impresiones del día con una
hembra
o un macho de nuestra especie, o simplemente salimos a la calle, por no
mencionar los aterradores estragos que el funcionamiento incesante del
cerebro puede llegar a provocar en nosotros mismos durante las horas
en que nos encontramos entregados al sueño.
El músculo
duerme, la computadora trabaja. Es incansable.
Y de seguir
a Vonnegut nos encontraríamos con que ese es el aspecto más diabólico de los
cerebros voluminosos. Suelen decir a sus propietarios: "He aquí una locura que
quizá podríamos hacer. Nunca la haremos, por supuesto, pero resulta divertido
pensarlo". Y entonces, como en estado de trance, las personas realmente lo hacen:
así como obligaban a los esclavos a luchar entre ellos a muerte en la arena del
Coliseo y quemaban vivas a otras personas
por tener opiniones localmente impopulares, también edifican fábricas cuyo
único propósito es matar grandes cantidades de gente, experimentan con armas bacteriológicas, vuelan ciudades
enteras, etcétera.
Sí, de
todas esas cosas y más son capaces los cerebros voluminosos. Pero las tragedias
empiezan siempre por el aspecto llamémosle teórico del asunto, por la
especulación abstracta, porque ese es uno de los entretenimientos predilectos
de los cerebros voluminosos, ya sea por
exceso de actividad, o por no tener nada mejor que hacer o porque ese, el de la
especulación abstracta y la cháchara inconducente, es el medio de vida del
portador de tal o cual cerebro voluminoso.
En incesante actividad
Como ya se
ha visto, la actividad cerebral no suele tener propósitos claros o
discernibles, aunque sí consecuencias prácticas, mientras que el exceso de
actividad no necesariamente acarrea mayor claridad ni beneficios. Más bien,
sucede todo lo contrario.
En nuestra
vida cotidiana, en el transporte público o en la cola de la verdulería, pero
muy especialmente en los medios de comunicación, vemos a los cerebros
voluminosos en plena actividad, ocupados en las más diversas materias,
elucubrando, elucubrando, elucubrando.
Fuera del
uso de derivados de la industria petroquímica para adaptar las siluetas
de hembras humanas a cada vez más inalcanzables cánones estéticos, en
los
tiempos actuales las complicadas elucubraciones sobre el consumo de
sustancias
prohibidas ocupan la atención de numerosos cerebros voluminosos, con
resultados
a menudo sorprendentes.
En estos
días, como quien dijera “ahora mismo”, los cerebros voluminosos se encuentran
enfrascados en un apasionado debate acerca de la despenalización de la tenencia
para consumo de ciertas sustancias prohibidas.
Dejando de
lado que la condición de prohibido o permitido no contribuye a aclararnos la
naturaleza de ninguna cosa, costumbre, deporte, idea, animal o sujeto humano, la Constitución nacional
contempla el derecho al consumo de cualquier sustancia que a un cerebro
voluminoso se le ocurra consumir y, a la vez, la legislación penaliza la
tenencia de gran parte de esas sustancias.
Como se ve,
se trata de una excentricidad parlamentaria difícil de empardar, en cuya cerrada
defensa se coaligan las elucubraciones de no pocos cerebros voluminosos y, por
consiguiente, de los respectivos aparatos parlantes a los que están conectados,
inmunes al simple hecho de que para consumir o hacer uso de cualquier cosa o
sustancia, es preciso previamente haberla tenido o, simultáneamente, el
tenerla.
Un
cigarrillo de marihuana, sustancia cuyo consumo es amparado por la Constitución y cuya
tenencia está penada por la ley vigente, puede ser consumido sin
simultáneamente tenerlo sólo si un alma piadosa lo sostiene delicadamente en
nuestros labios, en cuyo caso esa alma piadosa estaría incursa en un delito de aún
mayor gravedad: la tenencia para consumo de terceros. En una palabra, el
narcotráfico.
Pero,
además de recomendar prudencia a las almas piadosas, cabe decir que
fuera de
este caso en particular, el consumo de la mayor parte de las sustancias
prohibidas resulta imposible sin la previa o simultánea tenencia.
Es necesario advertir
que, en semejante circunstancia, la penalización de la tenencia imposibilita o
penaliza el consumo, de donde se viene a producir una aberración jurídica de
envergadura, como es que una simple ley conculque o impida el ejercicio de un
derecho garantizado por la
Constitución.
En pos de nuevos problemas
Lejos de poder
discernir algo de tanta simplicidad, los más activos y estridentes cerebros
voluminosos desarrollan complejas disquisiciones acerca de los beneficios o
perjuicios de esas sustancias, lo que no viene a cuento de nada. El caso es que
el derecho al consumo y la simultánea penalización de la tenencia para hacer
efectivo ese consumo, vuelven a la ley de imposible cumplimiento, ya que las
autoridades de aplicación se encuentran ante la horrenda disyuntiva de
incumplir la ley o de violar la Constitución.
La
incapacidad de tantos cerebros voluminosos para entender un problema tan simple,
y su tendencia a complicarlo hasta el infinito mediante series sucesivas de
elucubraciones puede llevar a ciertas almas sensibles a caer en un estado de
estupor y callada desesperación. Y –volviendo más o menos a Vonnegut–, sucede
que la mayoría de los hombres están calladamente desesperados porque las
infernales computadoras craneanas son incapaces de moderarse o de estarse
quietas; siempre andan buscando nuevos problemas con los que enfrentarse.
No hay
mejor modo de procurarse un problema irresoluble que abordar un tema hablando
de otro completamente diferente. Y con ser este mecanismo lo suficientemente
generalizado como para dejar perplejo a cualquier entomólogo de la galaxia Alfa
Centauro especializado en el estudio de los cerebros voluminosos terrestres,
cuando se trata del consumo de sustancias prohibidas, la actividad cerebral entra
en ebullición.
Para
tranquilidad general, la ebullición cerebral produce una serie inacabable de
problemas irresolubles.
Como
modesta contribución a este proceso que, de interrumpirse, podría volver
al
mundo y a la vida mucho más simples y predecibles, este voluminoso
cerebro se ha propuesto seguir abordando el tema en sucesivas entregas.
Buenas
tardes.
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