sábado, 30 de octubre de 2010

BERGOGLIO: “Las banderías claudican en el momento de la muerte.”

Escribe Ricardo Ragendorfer

EXPRESIONES COMPUNGIDAS

Una hipocresía que dura 72 horas








Lo cierto es que el cardenal Bergoglio –quien en algún momento fue definido por el oficialismo como el verdadero jefe de la oposición– siempre manifestó una honda inquietud por la espiritualidad de Kirchner.
 

Parecía una escena de Luis Buñuel. En la nave de la Catedral Metropolitana retumbaba la voz del cardenal Jorge Bergoglio, quien con suma teatralidad hacía un notable esfuerzo en sostener una dicción neutra y pausada. Ataviado con una capa púrpura, y extendiendo las manos sobre la enorme mesada de mármol que precede al altar mayor, el arzobispo de Buenos Aires empezó la celebración de la santa misa por el eterno descanso de Néstor Kirchner –una iniciativa que corrió por su propia cuenta– con un rezo. En el primer banco, una mujer repetía sus palabras con un fervor exagerado, al igual que el hombre sentado junto a ella. No eran otros que la ex vicejefa del gobierno porteño, Gabriela Michetti, y el ministro macrista de Educación, Esteban Bullrich; a un costado, resaltaba la silueta del rabino Sergio Bergman, y en otras hileras se veía alguna que otra figura pública del pasado, como el ex intendente de la Alianza, Enrique Olivera, además de unos pocos feligreses anónimos. Ante semejante auditorio, el pope de los curas locales dio rienda suelta a su homilía con la actitud de quien le habla a la Historia. Entonces, dijo: “Las banderías claudican en el momento de la muerte.” Algunas cabezas corcovearon en señal de asentimiento. Bergoglio insistió: “El pueblo debe claudicar de todo tipo de postura antagónica para orar frente a la muerte de un ungido por la voluntad popular.” Todos volvieron a asentir.
Lo cierto es que el cardenal –quien en algún momento fue definido por el oficialismo como el verdadero jefe de la oposición– siempre manifestó una honda inquietud por la espiritualidad de Kirchner. Prueba de ello es que, el 7 de febrero pasado, cuando al ex presidente se le removió una obstrucción en la carótida, Bergoglio no dudó en enviar al Sanatorio Los Arcos a un sacerdote para prodigarle la unción de los enfermos, tal como se le llama al sacramento administrado a los dolientes para preparar los primeros pasos de su encuentro definitivo con Dios. Desde luego, el gesto de Bergoglio fue interpretado como una solapada expresión de deseo, y nadie permitió que el cura se aproximara al paciente.
   No menos sutil resultó ser Joaquín Morales Solá, quien en su columna del diario La Nación del 19 de septiembre festejó la angioplastia que una semana antes le habían hecho a Kirchner con las siguientes palabras: “El enredo de las arterias fue un instante impertinente, un rayo oportuno. Si la imagen es parte de la realidad, como lo es, lo único que le faltaba a Kirchner era el aspecto de un hombre frágil. Su viejo método de jugar al todo o nada parece trasmutado en un duelo a matar o morir.” En todo caso, el mérito del periodista tucumano fue hacer público un concepto que muchos tenían pudor en expresar. Es que, desde el inicio mismo de su gestión, los enemigos de Kirchner confiaron más en el efecto destituyente de una biología adversa que en su propia capacidad de confrontarlo en el terreno de la política. Ello se percibió con claridad en el ya remoto otoño de 2004, luego de que el mandatario fuera internado por una lesión sangrante en el duodeno. El asunto bastó para que desde las usinas del rumor se difundieran versiones sobre una imaginaria enfermedad oncológica que durante un buen tiempo alivió la “crispación” de la derecha vernácula.
   Ahora, en el atardecer de aquel miércoles, Bergoglio tramitaba el ingreso de Kirchner al reino de los cielos por última vez. Todos ellos, junto con otros referentes opositores, estaban inmersos en ese síndrome de hipocresía protocolar que suele prolongarse durante las 72 horas posteriores a una muerte. Por caso, con su proverbial exactitud en el lenguaje, Mauricio Macri definiría la partida del santacruceño como “una sorpresa inesperada”. Y Julio Cleto Cobos aseguró: “Néstor fue un gran presidente.” No serían precisamente sus voces las encargadas de marcar la cancha.
   Así como en 2003 el entonces subdirector del diario de los Mitre, Claudio Escribano, le dio a Kirchner un ultimátum y un programa de gobierno –que terminó en un cesto de papeles–, los columnistas de La Nación acaban ahora de incurrir en otro “pliego de condiciones”, en el cual conminan a Cristina a la capitulación de sus políticas centrales para tender un puente de gobernabilidad hacia el arco opositor, con el obvio propósito de que este la rodee y la anule. En tal sentido, Rosendo Fraga actuó con una encomiable celeridad. Apenas a tres horas del fallecimiento, ese matutino colgó en su página web una columna de su autoría cuya idea central es por demás elocuente: “Ella (la presidenta) ocupa ahora el centro de la escena y tiene la oportunidad de ejercer el poder por sí misma (…) Ella ahora puede adoptar las decisiones que se le reclaman, como terminar con Moyano. Quizás será lo primero que el mundo político mirará para saber si está dispuesta a cambiar.” Su colega Carlos Pagni no le fue a la zaga. En su columna del jueves, señaló: “Aunque todo es hipotético, podría suponerse que la Presidenta registrará la enorme limitación que le impone la muerte de su esposo y ensayará una concertación para estabilizar su gobierno hasta el fin del mandato. Si se repasan las ecuménicas condolencias de ayer, está claro que la dirigencia argentina promueve este escenario.”
   ¿Será ese, por parte de la mencionada dirigencia, el gesto de grandeza que corresponde al enorme vacío que dejó la partida de Kirchner?
   Tal vez la respuesta a ello no esté en la claudicación ni en el rezo.

1 comentario:

Daniel dijo...

Cuanto más digan, mas en contra se les va a volver.

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