En el mundo del revés
En el contexto de crisis internacional, los países periféricos están atravesando una situación relativa mejor que la de sus pares desarrollados. Los especialistas analizan las causas que derivaron en esta situación inédita y trazan escenarios futuros.
Crecimiento y autonomía
Por María Andrea Urturi *
La realidad de la economía internacional actual revela un sistema donde el centro y la periferia están redefiniendo sus roles. La iniciativa de las empresas de los países centrales de trasladar sus operaciones intensivas en trabajo a la periferia para recomponer sus tasas de ganancias, luego de que ésta cayera en el centro, tuvo por resultado un sistema económico inesperado, donde la periferia está aportando cada vez una mayor participación en el crecimiento del PIB mundial.
En una primera instancia, la búsqueda del traslado de los fragmentos más intensivos en el uso de mano de obra a fin de aprovechar los bajos salarios de la periferia, garantizaba que las transnacionales pudieran expandirse y desarrollar los distintos segmentos de la producción allí donde sus costos fueran menores. Este mecanismo generaba, así, una profundización de la división internacional del trabajo. Mientras las transnacionales mantuvieran la acumulación de los excedentes producidos por una disminución de los costos de producción vía salario, la periferia lucía como un lugar muy redituable. Una vez que esa ganancia extraordinaria se viera disminuida por competidores que adoptaran la misma estrategia, la empresa debería buscar relocalizarse en otros destinos periféricos donde los salarios fueran aún más bajos.
Esa internacionalización de la producción fue posibilitada por la concreción de un ámbito global institucionalmente homogéneo destinado a facilitar el despliegue sin trabas del capital trasnacional. Se impulsaron con tal fin medidas orientadas a la eliminación de las barreras aduaneras en los países en desarrollo, la eliminación o la reducción de las interferencias de los Estados desarrollistas sobre la actividad de las empresas multinacionales y una política económica fuertemente orientada a facilitar y promover la instalación del capital extranjero con vistas al crecimiento a través de las exportaciones.
El optimismo expresado por los organismos internacionales sobre dichos cambios, refería principalmente a que la inserción de la periferia en las redes de estas empresas permitiría a los países que la conformaban acceder a un mayor crecimiento a través de de la incorporación de las tecnologías más avanzadas en un proceso de aprendizaje estimulado y dirigido por las trasnacionales. A su vez, la experiencia de las mismas, y los mercados que ya poseían les facilitarían el crecimiento. Dichas creencias, fueron el sostén de las presiones ejercidas por el capital trasnacional durante la década de los ’80 sobre los países periféricos para que accedieran a las medidas de reformas impulsadas desde el centro. En este contexto, se sostenía incluso que las medidas anteriormente realizadas en pos de una industrialización, no tenían sentido alguno dado que serían las propias fuerzas del mercado las que lo concretarían.
No obstante dicho escenario, ciertas regiones de la periferia fueron dando otros pasos. Particularmente en aquellas regiones donde el eje de la división del trabajo se orientó a la industria manufacturera, la necesidad de incorporar nuevas tecnologías y hacer fuertes adaptaciones para reducir costos a fin de mantener los capitales trasnacionales, implicaron una participación e intervención fuerte por parte de los Estados. La propuesta consistió en generar una fuerte promoción de políticas gubernamentales que apoyaran al capital de origen local, o al capital de origen público, a fin de alcanzar la innovación tecnológica autóctona, fundamental para el aparato industrial y para la actividad económica. Los Estados que hoy se destacan por su crecimiento del Este de Asia, han tenido una política activa de desarrollo y una participación del capital extranjero condicionada y en algunos casos más reducida que el resto de la periferia. Estrategias no tan acordes a las de los organismos internacionales, han dado a estos países la posibilidad de pasar a competir con el centro, generando incluso un entramado regional sobre el cual se sustentan. La fuerte apuesta a los aparatos científicos nacionales, el mantenimiento de tasas de cambio competitivas, las políticas con respecto a la inversión extranjera, y aquellas de acumulación de reservas, dejan en evidencia que las tasas de crecimiento de esos países no se deben al libremercado sino que la contribución al PIB mundial de la periferia, cada vez mayor, sólo puede explicarse por la presencia de Estados con fuertes políticas de desarrollo más allá de los actores transnacionales.
* Investigadora de Cefid-Ar.
Crisis en el centro
Por Mariano Féliz * y Emiliano López **
Desde hace ya varios años los países del centro capitalista atraviesan una profunda crisis. Esa crisis manifiesta el intento de solución transitoria de las contradicciones del comienzo del fin de la etapa neoliberal. En la periferia, en particular en América del Sur, el impacto de la crisis ha pasado paradójicamente para muchos a la manera de un chaparrón de verano, breve pero intenso. La novedad de esta situación remite al lugar que Nuestra América ocupa hoy en día en la economía mundial.
La historia de la inserción de nuestro continente en el ciclo internacional del capital nos ha ubicado históricamente en el lugar de pasivos receptores de los impactos de las turbulencias de las potencias hegemónicas. Hasta la crisis del ’30, la inserción de las naciones de América del Sur como economías capitalistas dependientes, proveedoras de materias primas, articuló un patrón de valorización/acumulación basado en la exportación de bienes agrícolas, con sus respectivos impactos sobre la distribución y realización de los ingresos. La gran crisis y el proceso de la Segunda Guerra Mundial representaron el nuevo marco histórico en el cual se desarrolló una industrialización sustitutiva forzada por las circunstancias y, por lo tanto, dependiente y subordinada a la dinámica de acumulación de los países centrales. Los trabajadores pudieron ganar espacios en la distribución del ingreso pero en el marco de un patrón desarrollista donde la gran burguesía, en particular transnacional, consolidó su peso estructural hacia fines de los años ’60.
En los ’70, la nueva crisis mundial en el capitalismo abrió una larga transición: el proyecto neoliberal. En la periferia, la reestructuración del capital local y su inserción en el ciclo internacional se sostuvieron en las más sangrientas dictaduras militares y los regímenes de democracia restringida que en los ’80 y ’90 concluyeron la tarea de consolidar nuevos patrones de desarrollo basados en el saqueo de las riquezas naturales (petróleo, gas, soja, oro, etc.) y la superexplotación del trabajo. América del Sur atraviesa desde entonces la primera década de conformación de una nueva modalidad de desarrollo cuya impronta general puede llamarse neodesarrollismo.
El proceso de ofensiva sobre los trabajadores del mundo que implicó el giro neoliberal se dio a la par del surgimiento de nuevos espacios de valorización en la periferia, que ganan peso en el ciclo global del capital, en particular China e India. Esto ha creado la aparente contradicción de una crisis profunda en el centro y una situación de bonanza relativa en América del Sur. Pese al fuerte impacto que tuvo el fin de la burbuja especulativa en commodities durante 2008, la sostenida acumulación de capital en el espacio asiático ha permitido a todos los países del subcontinente suramericano atravesar rápidamente y sin grandes sobresaltos el primer escalón de la crisis. Sobre la base de una demanda creciente de bienes ligados al agronegocio, necesarios para apuntalar el proceso de acumulación asiático, los términos de intercambio de los países de nuestra región se han visto favorecidos, permitiendo sortear con cierta celeridad la crisis favoreciendo, a su vez, en gran parte de nuestra América un patrón extractivo-rentista de desarrollo capitalista. De esa manera, en los últimos cuatro años el crecimiento en los países de América latina y el Caribe ha superado el 8 por ciento, mientras las economías centrales se han estancado literalmente.
La crisis actual del centro capitalista no es ni más ni menos que la crisis del neoliberalismo que comenzó en la periferia una década antes. En la periferia esta crisis condujo a resultados muy diferentes a los que hoy podemos ver en los países centrales. En primer lugar, las intervenciones de los Estados centrales responden todavía a los parámetros neoliberales (ajuste fiscal, reforma jubilatoria, etc.). En contraste, la crisis en América del Sur implicó cambios progresivos en la forma del Estado, llegando incluso a moldear proyectos anticapitalistas en algunos países. En segundo lugar, para comprender estas trayectorias divergentes en la etapa posneoliberal, ha sido clave el proceso de resistencia y reorganización popular que se gestó en los años de auge del neoliberalismo en Nuestra América. Los nuevos movimientos sociales, sumados a las prácticas políticas previas de los sectores populares, produjeron cambios en las políticas estatales y, con matices en los diferentes países, permitieron superar –parcialmente– la etapa neoliberal del capitalismo periférico. En el centro, el horizonte se ve más oscuro, cuando a pesar de la gran movilización popular de los últimos meses, los sectores dominantes continúan imponiendo la agenda neoliberal sin matices.
* Investigador Idhics-Conicet. Miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social (Cecso).
** Becario del CEILPiette. Miembro del Cecso.
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