viernes, 5 de agosto de 2011

El sentido común dominante

Atacado por una fiaca incurable, pego abajo un texto que escribí hace unos años y que, con ayuda, encontré en los archivos de la Revista Zoom. Me lo pídió el amigo Omar Quiroga para redactar un monólogo que será emitido por radio o televisión. Al releerlo, descubrí que poco y nada ha cambiado desde entonces, y que con alguna actualización (mas la corrección de errores que antes habían pasado desapercibidos) sigue tan vigente como en 2007. EL título original era "El malestar como síntoma". A este, ni siquiera título le hace falta:



Humoristas, anfitrionas de almuerzos televisivos, animadores de bailes del caño, presentadores radiales, políticos profesionales, actrices con domicilio en Miami y taxistas de la ciudad de Buenos Aires –lo que la historiografía liberal denominaría “la parte respetable de la sociedad”– coinciden: ya no se soporta a Cristina. 
Y sin embargo, misteriosamente, la Presidenta marcha, lejos, al frente de las encuestas. ¿Será porque es la única certeza o porque así se manipulan mejor los odios irracionales de los sectores medios?
Son comparsa, pero pasan por formadores de opinión. En rigor, la verdadera opinión se define en otros ámbitos: en las redacciones, vasallas de otros negocios que consiguieron con oscuros recursos.  
La parte respetable de la sociedad, esos sectores medios, clama por un acto mágico que diluya al kirchnerismo en el aire, pero –grave problema– no aparece un Houdini al que aplaudir con ese entusiasmo frívolo que preanuncia rápidas decepciones: nadie puede creer seriamente que un humorista –cuyo éxito está basado en una grosería inalterable- avance más allá de lo que consiguió electoralmente, menos de lo que parece; ni que un empresario tres veces procesado se convierta en el Berlusconi de un país “emergente”. 
No es que esa parte respetable milite una determinada doctrina partidaria, que vaya detrás de alguna patriada o se sienta parte de algún colectivo excepto el del consumo: comparten apenas una mezcolanza de opiniones de corte autoritario, librempresistas, progresistas y retrógradas a la vez, fácilmente rebatibles pero siempre letales, una ensalada de ratis, buchones y tipos de éxito.
Los sectores medios se sintieron primero seducidos y (luego) abandonados por el gobierno, por eso el malestar hoy es el síntoma.
Los sectores medios están atacados por el síndrome del “nunca antes” y –apostando a su eventual sentido común – continúan atrincherados en sus viviendas. "Todo lo malo que en la vida me ha pasado ha sido por salir de casa", dijo Blas Pascal en el siglo XVII. "Mucha gente perdió la costumbre de salir de su casa”, opina Eduardo Anguita respecto de la crisis de comienzos de 2001 en “La clase media. Seducida y abandonada”. Los observados claman: “Las calles han sido ganadas por la delincuencia”
Hay que reapropiarse de las calles, dicen porque algo del discurso progresista les llega, caóticamente, y luego contratan seguridad privada, recurren al delivery y se conectan con el mundo por internet.
Para el analista Ricardo Rouvier, lo que hace síntoma en la calle es cierta crisis estructural no resuelta del todo.
Para estos sectores se roba como nunca antes; la inseguridad y el delito han llegado a extremos inauditos, y nunca hubo tanto ensañamiento de los chicos delincuentes, nunca. Aunque algunas evidencias perfectamente demostradas señalan que la situación no es tan grave, sin duda, la clase media no escucha, es ciega y sorda y sobre todo, desmemoriada.
Afirma un taxista: “Los Kirchner se han quedado con toda la Patagonia”, no 
Richard Gere, Matt Damon, Ted Turner, Luciano Benetton o Douglas Tompkins, sino “los Kirchner”. Que la Presidenta haya decidido enviar al Congreso un proyecto de ley para impedir la extranjerización de la tierra, y que ese proyecto esté congelado por decisión de la oposición que simula clamar por la misma extranjerización de la tierra, se pierde entre tanta información.
Ni siquiera corre el “roban pero hacen” que desculpabilizaba a Menem, el “hacen” de un cómodo e ilusorio dólar barato que se convertiría en una monstruosa e impagable deuda externa que pesará sobre nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos. Nuestros, es decir, también los de ellos. 
Escribió Rolando Hanglin en una nota periodística: “El señor González (probablemente una caracterización de el mismo autor) está espantado por los homicidios, asaltos y violaciones que cometen muchachitos de 12, 13 y 14 años. Considera que se les debe dar un castigo igual al de los mayores, ya que sus crímenes son propios de adultos”. Expresiones que se expenden entre estos sectores: códigos eran los de antes, el ladrón era un “señor” ladrón. Los chicos sólo robaban caramelos, en cambio hoy quieren tu vida y abusar de tu hija además de tu celular último modelo y tus zapatillas de marca.
¿Que cambió, entre otras cosas? Que antes, las cárceles de la Nación debían ser “... sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos (art. 18 de la Constitución Nacional)”. Ahora siguen sosteniendo (los taxistas o los candidatos) que deben ser “Grandes, espaciosas, civilizadas”... pero eso es lo de menos. Lo que verdaderamente importa es que sean “seguras, en el sentido que los criminales no puedan escapar hasta que hayan purgado sus condenas, que en delitos graves (asalto con armas, homicidio, violación) deberían ser de por vida”, la vida según Hanglin.
El malestar se ha apoderado de nosotros, o mejor, de ellos: hay malestar estomacal, por estos días, por exceso informático e informativo, por esas agotadoras doce horas de trabajo, por cortes de calles y avenidas que entorpecen el tránsito, porque la ropa de temporada está cara, por la inflación, por la lucha contra el tabaco... El malestar –“desazón, incomodidad indefinible”, según lo define la Real Academia– se ha apropiado de las campañas mediáticas. La exposición diaria a la televisión en la que se machaca decenas de veces sobre el malestar y los malestares, genera al cabo de una jornada un auténtico fastidio, impreciso, como las neurosis y angustias de los adolescentes, esos monstruos difusos, ambiguos y oceánicos, aunque no hayan oído jamás de las disputas entre Thénon, Blejer y Politzer.
Esta parte “respetable de la sociedad” sufre melancolía crónica y lo expresa dramatizando el síntoma. Buenos Aires parece Beirut en lo peor de la guerra.
Escuchan sirenas imaginarias, imaginarios enfrentamientos entre bandos, a balazos, pero son reales el tránsito caótico y los excluidos guarecidos bajo las autopistas y se concluye: “Macri no puede porque el gobierno nacional no lo deja”.
No se trata de un cierto “Malestar de la cultura”, no pretendamos tanto. Hay nostalgia por un orden fantasmático donde todo estaba en su lugar y existía una autoridad y una fuerza, no la del Yedi que eso sería otro cantar, sino la de la violencia estatal ilegal, actualmente la UCEP.
Para el filántropo colombiano, el policía debe volver a ser ese tal “amigazo”. Que se lo digan a los padres de Ariel Domínguez, asesinado de un certero disparo en la cabeza cuando cruzaba la avenida Paseo Colón.
Y nuevamente Hanglin, uno de esos constructores del sentido común dominante, comparando al fraile Aldao y al general Roca con el comisario Meneses, con el Malevo Ferreira y con el condenado Patti. Olvida mencionar en su recorrida de Billiken sobre la historia nacional al austriaco y napoleónico coronel Rauch, quien se dedicaba a degollar ranqueles en Sierra de La Ventana (sobre todo mujeres y niños, para matar el mal de raíz) hasta que fue desollado por el cacique Arbolito en Las Vizcacheras. El hippie añoso exige: “Un Policía de mano dura”, con mayúscula, en otras palabras, la vuelta de los Rauch.
Escribe Hanglin, uno de los tantos constructores del sentido común dominante: “el derecho de huelga no debería existir para los gremios de estricto servicio público, como los docentes, los transportistas, los médicos, los policías, enfermeras”. Terminemos con los reclamos sociales de una vez, los movimientos sociales son la nueva forma de la guerrilla subversiva. El hippie viejo opina: “Cuando ve que el Estado se propone urbanizar las miserables barriadas, otorgando a cada ocupante el título de propiedad de una casa que no compró, siente el gusto de la bilis en la garganta. Todo vale. Todo cuesta. Todo se paga. ¿Cómo puede haber propietarios que no compraron lo suyo? Al señor González le parece injusto: piensa que equivale a alentar la usurpación, masiva y por la fuerza, de casas y tierras”. Letra para Macri, para el “parque” Indoamericano.
El malestar es palpable porque los sectores medios no están de acuerdo con el planteo distributivo de este gobierno, un gobierno que en los primeros tiempos de 2003 los mimó bastante, lo que lleva a preguntarnos una vez más lo difícil que es consolidar consensos con gente que no está dispuesta a ello, o que mas bien pretende que quienes carecen de mayorías electorales impongan sus propios intereses al resto. Es claro que no se puede conformar a todos en aras del mal denominado bien común porque la unificación de intereses no existe ni conformar a todos se puede.  
El irremediable equívoco del bien común, una construcción de la Iglesia medieval que cierto hegelianismo reivindica, se cuela por derecha pero también por izquierda. Para hacer una tortilla, se deben romper unos cuantos huevos. Existe todavía cierta izquierda para la cual la receta es invariable, estemos en Moscú, en Aldo Bonzi o en Alfa de Centauro: “Palacios (Alfredo) fue el autor de las leyes sociales”. ¡Pero cómo no! La “caracterización del peronismo” fue una de las causas, no la única, de la eterna fragmentación cariocinética de la izquierda local, y eso tuvo influencia en la constitución de la ideología de los sectores medios. Como las distintas “interpretaciones” de origen marxista, habilitaba distintas cosmogonías; al bajar a lo particular, ésto denominado Argentina, las visiones terminaban siendo irreconciliables por razones ajenas a su génesis.
En la visión más clásica y caritativa, el “error” de Perón y el peronismo habría consistido en hacer de todo trabajador un individuo de clase media con acceso a la vivienda propia, auto, salud, cultura, educación, etc., algo que se alejaba poco y nada de la utopía fordista. Se concluía –siempre en esa visión benigna, porque había peores– que eso convertía a los peronistas en reformistas irremediables, alejándolos de la Palabra Revelada, el materialismo histórico, la conciencia proletaria. El peronismo no llegaba a clasificar siquiera como menchevique, pero en el propio bando, el de ellos, se daba por hecho que la Unión Soviética construía el socialismo cuando no solo no tenia proletariado industrial: hasta de burguesía nacional carecía.
Para algunos el peronismo fue fascista, para otros reformista, o bonapartista, y para muchos, algo incomprensible, una especie de dictadura caribeña al estilo “Bananas” de Woody Allen. Pero lo cierto hoy en día es que la vida política argentina, en términos de poder, es nada más y nada menos que una lucha interna al peronismo por su propio sentido, ser fiel o renegar de su razón histórica. 
Los sectores medios, la parte principal de la sociedad, comparten el “sentido común” y la ideología de los sectores dominantes pero no se identifican entre sí por homogeneidad de ingresos sino por una determinada mirada sobre sí mismos, donde “los sectores más bajos de la escala social, que son ahora internalizados como los de afuera”, no merecen ser atendidos en el hospital público porteño.
No es la primera vez que los sectores medios están cruzados por tal mezcla de nostalgia, angustia y malestar.
Historiando el tango, Blas Matamoro percibe algo parecido en los inmigrantes derrotados por el sueño perdido de hacer la América. El “Viejo Ciego”, de Piana y Castillo, está “lleno de pena, lleno de esplín”, y a su muerte, “los curdas jubilados, sin falsos sentimientos, con una canzoneta (le) harán el funeral”. Pero aquello, las letras de Cátulo y el decarismo, era un malestar expresado en lo estético, sin estas consecuencias.
El actual se refiere a la pertenencia al Primer Mundo no solo en términos simbólicos (que eso ya lo tienen) sino sobre todo materiales, tras la fugaz fantasía menemista de una Argentina a imagen y semejanza del Centro que no existe, en realidad el memento mori de una burguesía nacional que tampoco existe.
Los sectores medios quizás adviertan estar viviendo el duelo, pero pretenden tomar la copa hasta la última gota, aunque con ello se nos vaya el país.
 

5 comentarios:

GISOFANIA dijo...

muy bueno (aunque duela). me vino justo para maridar con estas declaraciones que -estupefacta- leí hace un rato: http://www.elciudadanoweb.com/?p=245846

Residente. dijo...

Interesante. Pienso qe la ley de extranjerizacion (la cual apoyo) esta "congelada", mas qe nada por ser un año electoral. Donde todos hacen politica en la tele. Y Si hay dos frases qe odio (mas qe nada cuandoviene de derecha): "Asi esta el pais" y "Esto antes no pasaba". La ultima viene a colacion de cuando hablas de qe ahora los pibes de 12 años te matan por un celular. Quien me asegura qe antes no pasaba, yo no lo se, lo qe se qe ahora con tantos medios se magmifica mas. A lo mejor antes no habia tantos medios. Por eso "antes no pasaba".

Y comparto qe parte de la clase media se vio atacado en sus intereses con el "nunca antes" o el mas maquillado "porque ahora".

Dejo mi blog. http://elimaginarioylagente.blogspot.com/
Te sigo.
Saludos !

Ricardo dijo...

Muy buen texto. Es muy actual.
Quizás los años electorales nunca sean muy distintos entre sí.

Saludos.

Anónimo dijo...

Estimado Bloguero,
Si sos un bloguero pago por el gobierno nacional, este mensaje no es para vos.
Si sos un bloguero contaminado con fanatizacion, este mensaje tampoco es para vos, no necesitas pensar ni tener ideas propias.
Si te hicieron creer que la militancia servia, que era para cambiar las cosas, que habia que tener juicio critico, que necesitabamos un periodismo independiente que repregunte, que necesitamos ir por la verdad y saber la verdad, que necesitamos un pais para todos donde todos participemos y construyamos, tal vez te interese mirar mi blog.
Firma: un bloguero descepcionado
http://elmodelovivalapepa.blogspot.com/
Actualizacion 5/08

Jorge Devincenzi dijo...

Fijate hasta dónde disentimos: subo tu comentario anónimo, lo que significa que te escondés, y encima te hago publicidad.

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