viernes, 21 de diciembre de 2012

EL FIN DEL MUNDO QUE NO FUE


(Desde el Valle de Punilla) Como testigo de los suburbios de mi tiempo, viajé desde Buenos Aires ayer por la noche para estar puntualmente hoy al pie de cerro Uritorco, como quien diría, al pie del cañón del fin del mundo pero lejos, muy lejos, de los saqueos en los supermercados y de las conferencias bobas de Micheli y Moyano.
El Uritorco es propiedad de una señora Anchorena, aunque bien podría ser un bien público y la Unesco lo podría nominar como Maravilla del Mundo o Tesoro Cultural de la Humanidad.
No es que sobresalga como Maravilla, como las espectaculares cataratas de Iguazú donde la felicidad está asegurada para todos los visitantes. El Uritorco es un producto típico de las serranías cordobesas: pastos duros, algunos árboles como molle, algarrobo blanco y espinillo, y arbustos como el tabaquillo y el piquillín.
Visto desde unos kilómetros, no es más que otro de los cerros pelados que se levantan en la zona.
Acorde con los tiempos que corren, no hay notable o grupo de notables que sepa qué significa Maravilla del Mundo. Simplemente, todo el mundo puede votar por internet.
Claro que no todos saben cuales son las maravillas que ofrece esta civilización: por ejemplo, la Unesco no incluye en la oferta de maravillas a la ciudad de Ur, o la Biblioteca de Bagdad, en Irak, porque ambas se evaporaron tras la invasión de tropas de EEUU. Los militares del Pentágono se defienden opinando que los bombardeos indiscriminados sacaron a la luz nuevos yacimientos arqueológicos a mayor profundidad.
Otra paradoja de la democracia es que el grueso de los alemanes habría opinado en 1936 que el Estadio donde Hitler inauguró los Juegos Olímpicos seguramente debía ser una maravilla, y así lo certificarían las películas de Leni Riefenstahl. En EEUU, por otra parte, más de uno opinará que el féretro recontracongelado de Walt Disney no lo es menos, y que las armas automáticas son la mayor maravilla del mundo. 
En algunos casos, la frase irónica de Jorge Luis Borges (la democracia es un exceso de las estadísticas) tiene bastante actualidad.
Si vamos a atenernos a la gente que estuvo pendiente del fin del mundo, es posible, mañana mismo, que se inicie una campaña global para que el Uritorco obtenga el galardón de Maravilla del Mundo. Al fin y al cabo, y excepto una minoría que pretendía un suicidio en armonía con el universo, si eso algo significara, los que llegaron aquí lo hicieron básicamente por la valiente consigna de sálvese quien pueda.
En efecto, el lugar fue señalado como uno de los 12 alrededor del mundo que se librarían del apocalipsis maya. 
No se sabe cómo seguirían sus vidas luego del anunciado trance: no encontrarían las ciudades donde trabajaban y dormían, ni los supermercados donde compraban, pero eso al parecer no tiene importancia para los miles de jóvenes que pueden verse aquí con amuletos y fetiches de todo tipo imaginable. 
Los artesanos de la zona, que habían previsto el evento, hicieron un esfuerzo laboral notable y ahora, entre humos y emos, vemos infinidad de talismanes de India, Birmania, Bangladesh, Guatemala, México y Nepal de fabricación típicamente local desparramándose sobre mesas improvisadas y mantas.
Todos tiene una envidiable cara de felicidad. No tanto porque no se acabó el mundo sino porque se encontraron, y toda verdadera democracia requiere de respeto a la diversidad, incluso en su aspecto más ríspido: saber distinguir.
Desde aquí, desde el Valle de Punilla, en tierras de la señora Anchorena, se comprueba una vez más que la felicidad es un hecho puramente subjetivo. Es más, nada existe más allá de la subjetividad.









Foto tomada por el autor en el Uritorco.

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