Como la
comunidad quom –y de vez en cuando la mapuche- son noticias de tapa en los
diarios, vale la pena, creo, seguir reflexionando sobre la cuestión de los
pueblos originarios en Argentina y su relación con la cuestión nacional.
No deja
de sorprender el divorcio todavía existente entre los sectores medios urbanos
de la mayor parte de las provincias y lo que estos llaman (hoy) despectivamente
“indios”.
Desdeñando
el sentido profundo de aquella orden general de San Martín a sus ejércitos que
mencionaba a nuestros amigos los indios,
los “blancos” de las ciudades conservan una visión elitista relacionada con la
tradición hispánica aunque sus actores actuales –en su mayoría descendientes de
las inmigraciones de los siglos XIX y XX- poco tienen que ver con ella, y que por
ejemplo se aprecia en el uso de giros idiomáticos propios de un idioma español
olvidado hace mucho en las grandes ciudades con vista al puerto. Esa postura
discriminatoria de los sectores medios provincianos convive con las nuevas
costumbres imperiales trasmitidas por los medios de comunicación, de modo tal
que coexisten usos heredados con las costumbres descartables de la cultura
dominante sobre todo a través de los medios.
En ese
contexto, dicen que somos un país “emergente”. Aunque no sea fácil aceptarlo,
es posible equiparar la idea de “emergencia” con el concepto
de “dependencia”. Hay una perceptible dependencia de nuestros países en todos
los órdenes: tecnológico, cultural, industrial, financiero, etc., y hay “modelos”
a seguir, los de los países que marchan al frente, o dominan, esas áreas.
Sucede que algunos la percibimos, otros la aceptan o abrazan, a otros les
resulta indiferente, y también deben existir quienes ni se dan cuenta.
Esa
emergencia, de emerger, se refiere a estar saliendo de algo. ¿Pero qué es ese
algo? ¿Acaso de la “dependencia”? En principio, es un término propio de los
organismos multilaterales, lo que no es poco.
¿Y luego,
cuál es esa emergencia que los países centrales aceptarán de buen grado y cuál
no?
Aquella
que no implique locuras independentistas.
Esas
“locuras” adquieren maneras distintas según la etapa histórica que se viva. Lo
fueron a principios del siglo XIX las posturas contrarias al dominio de los
comerciantes del puerto aliados a la importación-exportación, que expresaron
Rivadavia y Mitre, y las cito especialmente porque ellas constituyeron la
República Argentina, sus leyes e instituciones. El mítico granero del mundo se
inscribe en esa línea. Hasta ese momento, que podría culminar con el pacto
Roca-Runciman, el país exportaba productos primarios (cada vez más baratos) e
importaba bienes industriales y terminados de costo creciente, en lo que los
autores de la época denominaron “deterioro de los términos del intercambio”.
Salteando
varias circunstancias importantes, nos encontramos hoy con comodities
(mercancía, en inglés) de costo creciente (aunque ese costo no está fijado en
general por sus países productores) y bienes industriales, sobre todo de
consumo, de costo decreciente.
La
producción industrial ha dejado de ser un problema debido al salto tecnológico
y al uso decreciente de mano de obra. Esto se observa también en el agro,
convertido por la revolución verde en una actividad industrial que absorbe un
muy bajo nivel de mano de obra, mucha tecnificación, uso masivo de químicos y
semillas controladas como propiedad industrial. Este fenómeno, como aclaró un
lector del post anterior, no se reduce al agro ya que la actividad farmacéutica
está igualmente concentrada y responde a los mismos parámetros, constituyendo
la naturaleza de la etapa actual: lucha por la concentración en unas pocas
corporaciones anónimas y mundiales. La desocupación masiva (y sus “efectos no
deseados”, como la organización del ocio y el entretenimiento) sí son un
problema incluso para países como China.
El aire
puro que emiten los países “emergentes”, la salud pública y la educación se han
convertido, o pretenden convertirse, en mercaderías, comodities. Más allá de
nuestra voluntad u opinión, existen bonos de aire puro que cotizan en un
mercado. La leyenda de Midas, aunque con un oro inequitativamente repartido:
todo puede convertirse en un bien de cambio. Que las naciones industrializadas
del norte exporten a los “emergentes” sus industrias más contaminantes forma
parte de la misma etapa.
Esto
parece muy alejado de la cuestión de los quom y los mapuches, pero no es así.
Mientras
San Martín convocaba a “nuestros amigos los indios”, hoy los acusamos de tener
una percepción difusa de la nación o directamente desconocerla, y de vez en
cuando los visitamos y fotografiamos como un fenómeno folklórico/turístico que
incluye el mosquerío, los pisos de tierra, la falta de escuelas, la vinchuca y
otras enfermedades endémicas. ¿Pero quién ha hecho algo para que esas
comunidades formen parte de la nación,
que se reconozcan como parte de ella?
No
podemos acusar a “los indios” de no poseer sentido de pertenencia a la nación
argentina. Somos nosotros quienes debemos integrarlos paulatinamente: no
esperemos que acepten mansamente el despojo de que fueron víctimas. No podemos obligarlos a amar aquello de lo que no forman parte.
No
reconocemos su derecho a la propiedad de
la tierra. O nos hacemos los tontos. Talamos bosques y plantamos soja. Pero
con los originarios no hay solución posible sin este reconocimiento. De otro
modo, nos limitaremos a verlos como una curiosidad turística.
En
cierta medida, la problemática de los originarios se parece a la de cualquier
otra minoría: como ningún otro, este gobierno ha avanzado en la integración de
las minorías culturales así como el primer peronismo integró a los
trabajadores. Unos y otros fueron integrados
a la Argentina porque antes estaban excluidos.
No es
suficiente con que el maestro que enseña cerca de una comunidad originaria,
cuando hay escuela, hable fluidamente su idioma, porque suele trasmitir el
mismo pensamiento urbano desdeñoso respecto de los “indios”: Juan Moreira era “vago
y malentretenido”, un gaucho producto de la mixtura entre indios y españoles.
La madre de San Martín era india. Quizás también la de Perón.
Si no
se da esta integración, seremos un país “emergente” tal como se desea en las
naciones industrializadas: una colonia tan próspera como recursos apetecidos
por el mundo (y el mercado) se posea.
4 comentarios:
..."nuestros amigos los indios" significa que los indios son los otros y no la propia tropa...
Está un poco en desuso pero el"no hay moros en la costa"es una herencia hispana innegable,hace 500 años que los gaitas rajaron a los moros y sobrevive el concepto.Delirante a fuerza de giros idiomáticos metidos en estas tierras tan alejadas de su origen con forceps culturales de trasvasamiento.
Todo ahora está muy acelerado y los intereses negociados a nivel nacional me parece que no pasa por el axioma "la tierra para el que la trabaja",privando a los pueblos originarios capacidad de acceder a la tecnificación del agro pone los reclamos al lógico nivel de exigencia de renta,saben y reclaman su tierra pero si la consiguieran difícilmente en el ámbito tal artificialmente hostil lograrían sobrevivir.
Y ahí disiento con lo planteado Jorge,no son trabajadores con conciencia de clase trabajadora,son un grupo étnico reclamando sus pertenencias al precio de la renta de hoy.
A entender,no disiento en la dirección planteada,ni en la dimensión,pero 60 ó 70 años ahora hacen una diferencia del concierto con otro arpegio.
Por otro lado fijate como el capitalismo nos toma de boludos:
http://www.planoinformativo.com/nota/id/268597
Textual es "nuestros paisanos los indios", que lucharon junto a San Martín.
Está bien que quieran la tierra al precio al que la ha llevado la soja, no son boludos
A lo que voy es que no les queda otra que alquilar las tierras en el supuesto que se les reconozca propiedad,a precio vil dado el condicionamiento de la falta de conocimiento.¿Cuantos ingenieros agrónomos Qom hay?
¿No hay punteros entre ellos?
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