viernes, 11 de abril de 2014

EL CENTRO CLANDESTINO DE DETENCION VIRREY CEVALLOS



El siiguiente es parte de un extenso informe titulado HUELLAS DE UNA CASA. El centro clandestino de detención de VIRREY CEVALLOS 628/630 que me alcanzó hace un tiempo Miriam Lewin, torturada en ese lugar. 
Hasta hace unos días nomás, ese sito ominoso estaba administrado con evidente desidia por la ciudad de Buenos Aires. Por fortuna, ahora su custodia está a cargo del Gobierno Nacional.

Sus autores 
Yamile Cóceres
Carla D’Odorico
Ariadna Dacil Lanza
Christian Madia
Andrés Salles
Mariana Szostak
Cristian Villalba

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Eduardo Río desembarcó en Argentina, como tantos otros, abarrotados de inmigrantes, desde el viejo continente. Era español y logró desarrollarse como comerciante de café. Una vez que contrajo matrimonio, tuvo dos hijos: Leonardo y Roberto. Eduardo pasaría largas horas en la Av. Rivadavia 2101, donde era propietario del “Café El Potosí”.  El comercio marcharía bien porque a sus sesenta años, Rio decide comprar una casa para usarla como depósito de la cafetería. Sus hijos, Leonardo y Roberto, firman la escritura con fecha del 16 de julio de 1971. Quien figura como vendedor es la Policía Federal Argentina.


La propiedad había pertenecido a Andrés Visca, comerciante de buen pasar, que en su testamento dejó 46 propiedades, para que sean vendidas con fines de construir la Maternidad del Hospital Policial Churruca. Como reza Visca en su testamento: “lo dedico para que no se olvide mi nombre haciendo el bien y la caridad”. Luego del 12 de Febrero de 1938, fecha en que fallece Andrés Visca, sería la Policía quien se haría cargo de esas propiedades. Esta fuerza funda el “Legado Visca”, con el propósito de gestionar la venta de las propiedades. Por indicación de Visca, quien debía administrar las operaciones es el entonces Inspector Federal de la Policía Federal: Florencio Heritier, nombrado presidente de la Comisión Legado Visca.  Según se lee en las páginas del contrato, la venta se hizo a través de un remate. El protocolo notarial relata el cuadro: “comparecen: el señor Jefe de la Policía Federal, General de División don Jorge Esteban Cáceres Monié” (…) “el señor Inspector Federal (R) de Policía Federal don Florencio Heritier”. El objetivo de la comparecencia: la venta de una de las propiedades: Virrey Cevallos 628/630. La Comisión emite la autorización de venta, según el mismo documento, “a ser realizada en remate público por intermedio del Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires el 16 de Julio de 1971, con la base de setenta y cinco mil quinientos cincuenta pesos”. Los Río se enteraron por algún aviso del remate público publicados en los periódicos de la época, o algún conocido pudo advertirles de la oportunidad. Así, Leonardo y Roberto Río presentan la oferta de $ 119.000 y resultan beneficiarios del remate.
Una vez firmados los papeles, el 22 de Octubre, los Río toman posesión de la Casa.
Hasta el 29 de Julio de 1999 la propiedad es de la familia sin interrupción.

Los Río recorrían las doce cuadras que hay entre el “Café El Potosí” al depósito de Cevallos. Dos cuadras antes de llegar a la Casa, pasaban por la vereda del Departamento Central de Policía. El depósito del “Café El Potosí” estaba bien custodiado. Pero los Río no habían comprado una casa construida sobre un lote de 8,66 x 20 metros cuadrados y de tres pisos, únicamente para usarla como depósito. Cuando la adquieren, en 1971, la Casa ya estaba alquilada.
A más de veinte años de la compra, los hermanos Río dijeron que habían tenido un gran respeto por los contratos firmados antes de que la Casa pasara a sus manos. Y fue tanto el respeto por esos contratos, que los Río aseguran que no mediaron papeles. Según dicen, nunca los vieron, todo fue de palabra. A pesar de tanta confianza, cuando declaran en el marco de la causa judicial en el año 2004 ante el Juzgado Federal Criminal y Correccional n°3  de Capital Federal, a cargo del Dr. Daniel Rafecas, no recordaban quienes eran los inquilinos. Así, la casona parecía tener suficiente lugar para albergar las bolsas de café, te, yerba mate y también a unas familias no identificadas, que alquilaban el lugar. Esa fue la versión de los Río.
Sin embargo, estas declaraciones se contradicen con las que va a realizar, en el marco de la misma causa, Gustavo Chavay, vecino de la Casa. Este testimonio declaró que conoció a una familia de apellido Lamas, como inquilinos de la casa. Según Chavay, el padre de familia era fletero e ingresaban por la puerta de Cevallos 628, que los conducía al primer piso. El vecino también detalla que por Cevallos 630, ingresaba otra familia de la que no puede precisar información, ya que no mantuvo trato con ellos. Pero lo más relevante de la declaración de Chavay es que asegura que a fines de 1975 ya no ve más a ninguna de esas dos familias que habitaban la propiedad.

Si bien Leonardo y Roberto Río firman el contrato de propiedad, ambos dicen desvincularse de la administración de la Casa. Atribuyen el total del manejo y conocimiento acerca del inmueble a su padre, al menos hasta su fallecimiento en 1983.
En ese sentido declaró Roberto Río el 13 de Septiembre de 2004, ante el Juez Dr. Daniel Rafecas. Roberto agrega que era su padre, ya fallecido, quien se hizo cargo de la administración del inmueble. Por su parte, Leonardo Río, con 77 años también concurre a Comodoro Py el 4 de agosto de 2004. Allí sostiene que hasta 1977 la propiedad se utilizó como depósito del “Café El Potosí”. Los Río dirán en declaración judicial que recién a principio de los años ‘80 cambian los inquilinos. Leonardo asegura que tiempo después Cevallos se alquiló para ser ocupado con oficinas, aunque no recuerda por quienes. Atribuyéndolo a la medicación psiquiátrica y a su avanzada edad, Leonardo dice que tampoco recuerda a esos inquilinos. Sin embargo Gustavo Chavay recuerda que las familias se retiran a fines de 1975, cuando los inquilinos empiezan a tener un perfil muy distinto. Chavay describe gente de camperas, maletines y un perfil adusto.

Los Río no van a sonar muy convincentes en sus argumentaciones. El nombre que olvidan es el del hombre que fue íntimo amigo de su padre Eduardo Río y a quien conocieron por más de treinta años: Jose Antonio Nogueira. Pero, éste, no solamente fue amigo de Eduardo Río, sino también socio de la familia. Como veremos más adelante, dos de las propiedades de la familia fueron alquiladas por Nogueira, y una de ellas en dos oportunidades. Quienes figuran en las transacciones serán Leonardo y Roberto, y no su padre Eduardo.
José Antonio Nogueira fue el selecto nombre que la memoria que el Río mayor decidió olvidar. Tal vez previendo que la justicia notaría alguna contradicción, la laguna en la memoria de Río no duró mucho. Semanas después de su primera declaración, presenta ante el Juez dos contratos de alquiler de Virrey Cevallos 628/632. El primero data del 1º de Enero de 1982,  y el siguiente del 1º de Enero de 1984, los dos a nombre de José Antonio Nogueira. Así, Leonardo corrige su primera declaración.

Los contratos son una prueba más de que Nogueira no era un desconocido para los hijos de Eduardo Río. En el primer contrato, el padre aún estaba vivo. Pero con la muerte de éste, en 1983, no tuvieron más que verse las caras. Ya no pueden desentenderse y decir que todo lo manejaba su padre. Así pues, Leonardo, Roberto y José Antonio Nogueira se reunieron con un saludo de “Feliz Año Nuevo”, para firmar el último contrato, el 1º de Enero de 1984.
Si bien los hermanos argumentan haberse desvinculado de la administración del inmueble, ya fallecido su padre, son ellos quienes quedan como únicos responsables. En sus declaraciones, una vez presentado los contratos, recordarán al viejo socio y amigo de la familia. Veremos también que en la causa de la Casa de Franklin (otro inmueble que funcionó como CCDTyE), donde serán citados los tres, también recordarán la gran amistad que unía a los Río con Nogueira.

Este no sería el único vínculo que los hermanos Río y Nogueira tuvieron con Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio. Los Río, además de tener Cevallos, también fueron propietarios de la casa de la calle Franklin 931, en el barrio de Caballito de la Ciudad de Buenos Aires. Nogueira, fue inquilino de ella.
La casa de Franklin esta a dos cuadras de la última vivienda que tuvo Leonardo Río, ubicada en la calle Cucha Cucha y muy próxima al domicilio familiar de Eduardo Río, donde Leonardo y Roberto crecieron y vivieron cuando eran jóvenes. Esta propiedad estaba ubicada sobre la calle Riglos, también en el barrio portreño de Caballito. Este domicilio está emplazado en la misma manzana que la “Universidad de la Policía Federal Argentina”. 
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Días antes del fin de la última Dictadura Cívico-Militar, Eduardo Río fallece en el Centro Gallego de la Capital Federal. En Octubre de 1983, la Justicia dispone quienes resultan sus herederos: su cónyuge Hermides Pérez de Río y sus hijos Leonardo y Roberto. La viuda decide donar gratuitamente a sus hijos la totalidad de su participación en el “Café El Potosí”, que a su vez cambia de nombre por “El Potosí S.R.L.”. Los hermanos hacen un aporte a la sociedad, por lo cual ésta se revaloriza.
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Año 1976. El Golpe Cívico-Militar ya había sido consumado. Un hombre de unos 30 años llamado Julio César Leston era convocado para realizar un curso de “Inteligencia”, en el Edificio Cóndor. El hombre, un empleado de la Fuerza Aérea Argentina, anteriormente había hecho tareas relacionadas con los radares en Merlo, provincia de Buenos Aires. Desde el ‘76 hasta comienzos del ‘77 llevó adelante un curso junto a aproximadamente 40 personas más, donde “aprendió” a perseguir militantes, secuestrarlos y torturarlos. Luego de ello, pondría en práctica lo aprendido. La periodista Miriam Lewin, sobreviviente de Virrey Cevallos y ESMA, años después, daría testimonio de ello.
Volviendo a 1976: Leston tenía 30 años aunque su cara era la de un niño. De cutis blanco y pelo castaño, solía usar camperas de jean, aunque en verano una camisa formal le era suficiente. Ingresaba al Edificio Cóndor, en Retiro, sede central de Fuerza Aérea. Acababa de pasar por el frente de las terminales de los ferrocarriles Mitre, Belgrano Norte y San Martín. Sentía la tranquilidad y el sosiego característico de la zona cercana al puerto, allí donde el bullicio del centro porteño comienza a dejar de escucharse. Se encontraba con unos cuarenta compañeros, a los que saludaba efusivamente en la puerta del Edificio Cóndor.
Todos, después del curso, iban a pertenecer a la “Regional Inteligencia Buenos Aires” (RIBA), una entidad que dependería de la Jefatura II-Inteligencia del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea Argentina. La tarea original de RIBA, dice Leston hoy, era “recopilar información sobre la parte aérea de países limítrofes, para armar carpetas sobre su potencial aéreo”. Sin embargo, agrega Leston, “a partir de ese curso, se le acopló recoger información también sobre el tema de la subversión”.
El grupo de los 40 caminaba por los pasillos del Edificio Cóndor. En el aula de la primera clase, Leston conversaba animadamente, mientras avanzaba a paso lento, con Jorge Ángel Cóceres, un hombre de aproximadamente su misma edad. Cóceres, con su pelo ondulado, labios carnosos y contextura fornida, venía desde la zona noroeste del conurbano, del partido de San Miguel. Junto a ellos caminaba Daniel Castrogiovanni, quien luego sería llamado y conocido por sus compañeros como “el Sota”. Castrogiovanni era un hombre muy religioso: habitualmente llevaba una Biblia consigo, bajo el brazo, la que leía con avidez. A unos 20 metros, caminaba al frente, cerca de los jefes que indicaban el camino a las aulas, Juan Carlos Vázquez Sarmiento, el “colorado”. Ellos cinco, serían reconocidos por sobrevivientes años después como represores que actuaron en el ex CCDTyE Virrey Cevallos.    
El caso de Vázquez Sarmiento es muy peculiar. Leston diría años después: “Siempre mantuvo una distancia conmigo porque yo era más antiguo que él en la Fuerza”. (…) “él tenía muy buena relación con los jefes, se podía ver en el trato: mientras a mí me decían: “Leston, venga” a él le decían: “¡Colorado, vení!”. Esa tensión existente entre ambos tal vez explique la presentación de Leston como testigo en 2002, en la que incrimina a Vázquez Sarmiento en una causa por apropiación de menores (en concreto, en la causa que investiga el robo del bebé de Graciela Tauro y Jorge Rochistein, nacido en la ESMA).
Ahora bien, en 1976 nada de eso había ocurrido todavía. Leston y Vázquez Sarmiento ingresaban al aula ubicada en el Edificio Cóndor. Se disponían a prestar atención al docente. En ese instante ingresaba al salón Oscar Sende, el titular de RIBA, y, parándose  frente de los pupitres hacía la presentación del curso: “Inteligencia Aeronáutica”. En realidad, se trataba de una capacitación para aniquilar a quienes pensaban distinto y soñaban con forjar un país distinto.


La represión en desarrollo

            “La RIBA no se manejó como Centro Clandestino, tenía su domicilio legal, era una unidad más. Si había alguna detención se la derivaba a comisarías y se la ponía a disposición del Poder Ejecutivo Nacional”. Esta frase fue pronunciada por Julio César Leston en 2011, en el marco de su declaración como testigo en la causa “Plan Sistemático de Apropiación de Menores”. La información está desmentida por los sobrevivientes del ex CCDTyE “Virrey Cevallos”. Tanto Miriam Lewin, como Vilma Aoad y José Osuna afirmarían luego que algunos de los hombres de RIBA fueron partícipes de sus detenciones ilegales. En los tres casos, durante el transcurso de los secuestros, las víctimas estaban “desaparecidas”, es decir, eran personas de quien nadie sabía el paradero, sufrían torturas y no contaban con las garantías de la ley. Por supuesto, el curso de un año que se había dado en el Edificio Cóndor contemplaba esa manera de represión ilegal, que era completamente acorde con los métodos que también utilizaban el Ejército, la Armada, la Policía Federal y otras fuerzas de seguridad.
En 1977 se inició la sucia tarea de quienes integraban la RIBA. El primer lugar de acción de los represores fue la VII Brigada Aérea, ubicada en la actual Av. Eva Perón al 2200, en el límite entre las localidades de Morón y Castelar. Poco tiempo después, los integrantes de la Regional Inteligencia Buenos Aires fueron destinados a un edificio ubicado en pleno centro de Morón, en la calle San Martín al 786. Próximo a ese edificio se encontraba “Mansión Seré” (o “Atila”), en Castelar Sur, un CCDTyE que también dependía de Fuerza Aérea. El film “Crónica de una Fuga” (2006) cuenta la historia, basada en el libro “Pase Libre” de Claudio Tamburrini (ex arquero de fútbol del equipo Almagro). Allí relata su escape junto a otros tres compañeros el 24 de marzo de 1978, “Mansión Seré” fue luego demolida para ocultar cualquier evidencia.
            La mayor parte de la patota de RIBA pasaba buena parte de cada día por aquella zona, el oeste del Gran Buenos Aires. Sin embargo, en no pocas ocasiones, algunos grupos salían del área para concretar operativos. Éstos consistían en “levantar” o “chupar” personas de sus lugares de trabajo, sus casas, sus lugares de estudio o la calle. La metodología adoptada era comenzar a torturar a los secuestrados minutos después de su detención. A veces esto se hacía en comisarías o en algún CCDTyE cercano al lugar de la captura. El objetivo era obtener así “información fresca” (lograr que “canten”) acerca del paradero de sus compañeros de militancia u otras cuestiones. Aplicando rápidamente picana eléctrica, submarino seco u otros tormentos, habían dicho los jefes en el curso del Edificio Cóndor, se evitaba que los militantes todavía libres notasen la desaparición de un compañero y escaparan de los lugares que frecuentaban habitualmente. Luego de ello, los militantes eran secuestrados y mantenidos ilegalmente en cautiverio en los CCDTyE por el lapso de días, meses o incluso años.


La Casona de Virrey Cevallos

            El Centro Clandestino Virrey Cevallos, situado en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, estaba manejado por otra parte de la patota de RIBA. Allí permanecieron algunas de las personas capturadas por los Grupos de Tareas de la Regional. Los prisioneros, luego de estar allí eran eliminados físicamente, trasladados a algún otro lugar de detención o liberados. En Cevallos también había una sala de torturas, que fue usada con algunos prisioneros.
            A Miriam Lewin, secuestrada por Julio César Leston y por lo menos siete hombres más en el cruce de la entonces Avenida del Trabajo y General Paz, la torturan en una comisaría de la zona de Liniers y le preguntan por Patricia Palazuelos, amiga suya y acusada de ser la responsable de un atentado con explosivos en el Edificio Cóndor. Luego, finalmente, la llevan al CCDTyE “Virrey Cevallos”, en pleno centro de la Ciudad de Buenos Aires, donde permanece durante meses detenida ilegalmente.
            Un interrogante que alguien puede hacerse en la actualidad es ¿por qué algunos detenidos fueron enviados al centro porteño y no a los predios de la Fuerza ubicados en zona oeste? Se trata de una pregunta de difícil respuesta. Tal vez haya alguna relación de cercanía entre la ubicación de “Cevallos” y los lugares en donde se producían las detenciones. Pero eso no fue así en todos los casos. Osvaldo López fue secuestrado en San Miguel, un lugar que es más cercano a Morón que al centro de Buenos Aires. Lo que sí se puede afirmar es que Virrey Cevallos tiene una peculiaridad indudable: su cercanía con el Departamento Central de la Policía Federal. Sólo dos cuadras separan a los dos lugares. Leston, en el año 2011, afirmaría que entre la gente del Grupo de Tareas había una persona de Policía Federal, y agregaría: “le decían “el gringo” porque era rubio”. Tal vez allí esté la conexión entre Fuerza Aérea y Policía. De cualquier manera, Leston mismo, reconoce que, en los altos niveles de la Regional, había reuniones con jefes militares de todas las armas y con personal jerárquico de las fuerzas de seguridad.  Miriam Lewin también menciona una posible conexión. Afirma en su testimonio que había un integrante del grupo de tareas, delgado, encorvado, moreno y de pelo largo, que se peinaba con raya al medio al que le decían “Charola” y decía ser un hombre de la Federal.
            Virrey Cevallos tenía relaciones con el Departamento Central, pero también poseía vínculos con otra dependencia ubicada en el centro porteño. Se trata de una vieja casona ubicada en Riobamba y Viamonte que pertenecía a SIFA (“Servicio de Inteligencia de Fuerza Aérea”), que al igual que RIBA, dependía de la Jefatura II-Inteligencia del Estado Mayor General de la Fuerza Aérea Argentina.
Hoy, un vecino de Monserrat que prefiere permanecer en el anonimato, dice que reconoció en la puerta de ese lugar, durante los años ‘70, a los mismos represores que veía entrar en Cevallos. “Nosotros también trabajamos acá” le dijeron en aquél momento. Así es como Osvaldo López, sobreviviente de Cevallos, arriba a una conclusión provisoria: “es posible que parte de los represores que cumplieron funciones en el CCDTyE hayan sido de ‘SIFA’ (“Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea”)”. (…) “Es decir, que no todos hayan pertenecido a RIBA”.
En la actualidad, todos los represores reconocidos por los sobrevivientes pertenecieron a la Regional Inteligencia Buenos Aires y ninguno a SIFA, pero no se descarta encontrarlos en un futuro cercano.
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Los años posteriores

            Veinte años después de que el país alcanzara la democracia, en 2003, se inició la causa del ex CCDTyE en el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional nº3, actualmente a cargo de Dr. Daniel Rafecas. El objetivo es el de identificar a los responsables del lugar y a quienes participaron a sus órdenes como miembros del grupo de tareas.
Como primer antecedente de importancia puede señalarse la causa, a cargo de la jueza Amelia Berraz de Vidal durante los años ‘80, de la casa de Franklin 943, de los mismos dueños que Virrey Cevallos, los hermanos Río.
Como segundo antecedente pueden señalarse las declaraciones como testigos de los represores Julio César Leston y Jorge Ángel Cóceres en 2002, 2006 y 2011, en causas por apropiación de menores. Ambos trabajaron en RIBA y fueron reconocidos por sobrevivientes de Cevallos mediante fotografías que les fueron exhibidas en el expediente a cargo de Rafecas. Leston y Cóceres declararon en la causa de robo de bebés por primera vez en 2002, es decir, antes de la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. En ese momento, además de aportar información sobre los apropiadores de niños (entre ellos Juan Carlos Vázquez Sarmiento, un antiguo compañero de RIBA con el que no tenían buena relación), ambos se autoincriminaron en los secuestros y traslados de Graciela Tauro y Patricia Roisinblit. Luego del cambio de la legislación, en 2003, siguieron testificando, pero con el cuidado de no autoincriminarse. De hecho, en una audiencia de 2011, la Jueza María del Carmen Roqueta tuvo mucha precaución al momento de permitir la lectura en voz alta de fragmentos de la declaración de 2002.
            Pero, estas dos personas no fueron las únicas que fueron reconocidas como represores vinculados al ex CCDTyE “Virrey Cevallos”. A Leston y Cóceres (reconocidos por Miriam Lewin), se les sumaron Daniel Castrogiovanni (también reconocido por Lewin), Roberto Somoza, Francisco Suglia y Aldo de Martino (reconocidos por José Oscar Osuna) y Juan Carlos Vázquez Sarmiento, Nicanor Gómez y Oscar Sende (reconocidos por Vilma Gladys Aoad).
La metodología para el reconocimiento es la siguiente: en el expediente del juzgado a cargo del Dr. Rafecas hay una lista de “Personal de Fuerza Aérea que cumplió funciones en la Regional Inteligencia Buenos Aires (RIBA)”. El juzgado tiene, además, fotos de los años ‘70 de cada uno de ellos. Esas fotografías son mostradas a las sobrevivientes de Cevallos para que efectúen el reconocimiento. ¿Cómo se garantiza la transparencia? Una vez reconocida una persona, e interrogado el testigo acerca de ella, y del porcentaje de seguridad del reconocimiento, se verifica de quien se trata y se asienta en el expediente.
            Hasta el día de la fecha no hay detenidos ni condenados por lo que ocurrió en este CCDTyE. En el tercer piso de los Tribunales de la calle Comodoro Py 2002, la causa suma tomos y fojas de información. Son siete enormes carpetas apiladas. Relaciones, listas, testimonios, pedidos de legajos. No deja de ser paradójico el hecho de que las órdenes que dieron lugar al horror salieron seguramente de un edificio que se encuentra muy cerca de allí, a sólo dos cuadras. Se trata del Edificio Cóndor, sede del curso de capacitación inicial y de las reuniones en donde todo se decidía. La justicia, con todas las garantías que una democracia puede dar, avanza firme aunque lenta ante la barbarie del pasado. 

La Masacre de la calle Nueva York
            Norma Matsuyama era una estudiante del colegio Nacional Buenos Aires. De padre japonés, madre argentina y origen social humilde, era muy inteligente y parecía mayor por su madurez. En el Nacional conoció a Miriam Lewin. Juntas (tenían 13 y 14 años) militaron durante un tiempo en el anarquismo, pero poco después se pasaron al peronismo. Antes de finalizar la escuela secundaria, se “proletarizaron”, es decir, se anotaron como operarias en una fábrica de lamparitas para automóviles de Villa Lugano y con otras compañeras, allí lograrían en poco tiempo sindicalizar a todo el personal.
             En el año 1977, Patricia Palazuelos -otra amiga de Miriam Lewin y compañera del Nacional Buenos Aires, también militante, e hija del Brigadier Néstor Palazuelos- participó de la colocación de un explosivo en el Edificio Cóndor y desde ese momento comenzó a ser buscada insistentemente por el grupo de represores que actuó en Virrey Cevallos.  La Fuerza Aérea consideraba una afrenta gravísima que la hija de un alto oficial militara en las filas del “enemigo”. Por eso el esfuerzo puesto en la detección de Patricia, que estaba en la clandestinidad, era denodado. Para llegar a Palazuelos, los represores siguieron la pista de Miriam. De este modo, ocuparon la casa de la familia Lewin. “Hija, acá hay unos señores que te quieren hacer unas preguntas”, le dijo su madre en una conversación telefónica. Acto seguido, Miriam cortó el auricular de los viejos teléfonos públicos hongo color naranja de Entel, atemorizada y confirmando la sospecha de que estaban tras ella y su amiga, con la que ya no tenía contacto.
            Miriam tomó conciencia de que a través de su casa, y buscando a Patricia, los militares podían  llegar a Norma Matsuyama. Norma, de 18 años, embarazada a término, en ese momento vivía con su pareja, Eduardo “Tito” Testa, también militante peronista. Ocupaban un PH a la calle, con terraza, ubicado en la calle Nueva York al 2825, en el barrio de Agronomía. Miriam intentó comunicarse con Norma para advertirle, pero no sabía cómo, porque la vivienda estaba “compartimentada”. Así es como decidió llamar a la casa de los padres, en Floresta. El teléfono de los Matsuyama fue atendido por un hombre que a las claras no era el padre de Norma, sino alguien que se hacía pasar por éste. Los verdaderos padres de Norma estaban en ese momento detenidos ilegalmente. Su mamá, Angélica Goyeneche, llegó a permanecer quince días encarcelada en una comisaría (“quedaba cerca de la Aduana, yendo para La Plata”, recuerda hoy la señora). . Allí, interrogada acerca de Norma y de su otro hijo militante Luis (secuestrado en esa época y actualmente desaparecido), fue víctima de torturas con picana eléctrica. Miriam pensó que alguien debía avisarle a Norma que no fuera al domicilio de sus padres porque como a ella, la estaban esperando. Es por eso que Lewin, con su novio y compañero de militancia, Juan Eduardo Estévez, decidieron ir personalmente a rastrear la casa de la calle Nueva York, adonde habían estado una sola vez, y habían llegado tabicados, es decir mirando al suelo. Lo hicieron a la madrugada siguiente, porque durante la noche arreciaban los operativos de identificación conocidos como pinzas.
            Cuando llegaron a la zona, comenzaron a percibir que había cintas plásticas cercando las veredas. Una vecina les advirtió que no se acercaran:  “Hubo un enfrentamiento a la noche – les dijo - y mataron a una pareja”. Instantáneamente se dieron cuenta de que se trata de Norma y Tito. Pero… había una tercera víctima: Adriana Gatti de 16 años, uruguaya, también embarazada, que murió horas después en el hospital Alvear a raíz del tiroteo producido por las Fuerzas Conjuntas con todo su arsenal.
            Al día siguiente, el 9 de abril de 1977, la noticia se publicó en la tapa del diario “La Nación”. En la Biblioteca Nacional puede leerse el viejo ejemplar. En letra minúscula, sobre papel ya amarillo, gastado y maloliente, dice: “Efectivos de la Aeronáutica concurrieron a realizar un allanamiento en una vivienda ubicada en Nueva York 2825, pero fueron recibidos con fuego graneado desde el interior de la casa”. El relato continúa: “Los efectivos de la Aeronáutica buscaron refugio en las adyacencias y luego, con la colaboración del Ejército y del Cuerpo Guardia de Infantería de la Policía Federal que llegaron con tanquetas y carros de asalto, rodearon la manzana”. La Nación llega a hablar hasta de dos helicópteros que participan del operativo y una usina parque del Cuerpo de Bomberos. Agrega el diario la siguiente información: “Uno de los testigos dijo que en determinado momento se asomó a la calle una de las mujeres gritando que iban a rendirse, pero cuando se detuvo el fuego arrojó granadas contra las fuerzas de seguridad”. Esa mujer, de acuerdo al artículo, murió por la respuesta militar. La Nación finaliza: “En la finca, las fuerzas de seguridad encontraron a un hombre muerto y a una mujer herida quien fue trasladada al Hospital Alvear, pero falleció al llegar a la sala de primeros auxilios”.
            Lewin leyó las noticias en el matutino la mañana posterior a la masacre y padeció un ataque de nervios. Llamó a su casa y su madre le dijo que aún la estaban esperando “los señores que quieren preguntarle algunas cosas”.  Tiempo después, durante su cautiverio ilegal en la casona de la calle Virrey Cevallos, recibió algunos comentarios de los represores. Ellos le dijeron haber sido los responsables del episodio de la calle Nueva York. Y le agregaron que a Adriana Gatti, que estaba internada en el hospital Alvear, alguien de Montoneros le había desconectado el respirador “para que no hablara” o “cantara” en una sesión de tortura. 
            En la actualidad, entre los investigadores del tema, existen dudas sobre la versión que los militares/policías dieron del fallecimiento de las víctimas. De acuerdo a investigaciones del Equipo Argentino de Antropología Forense, entre los que se encuentra Carlos “Maco” Somigliana, las víctimas fueron ejecutadas con tiros de gracia, hechos desde una corta distancia.
            Lo peculiar del episodio ocurrido en la calle Nueva York fue la publicación del hecho en el diario “La Nación” Además, contó con un acta oficial elaborado por Policía Federal. En eso difirió fuertemente de la casi totalidad de los secuestros en donde se trasladaba a las víctimas a los CCDTyE. Seguramente, por la existencia de algún tipo de enfrentamiento y por la muerte de los protagonistas (y no la detención ilegal) es que se decidió hacer público el hecho.
            El acta, que hoy puede verse en el expediente de la causa de Virrey Cevallos, dice que lo que ocurrió fue un “operativo antisubversivo llevado a cabo por fuerzas conjuntas”. Está firmado por el comisario de la Seccional nº47: José María Mallea. El acta además afirma que la información provenía de “personal militar de aeronáutica”. También, dice que en el enfrentamiento resultó herido un cabo de nombre Alberto Gaggero (perteneciente a la comisaría nº45), quien fue llevado en primera instancia al hospital Zubizarreta y más tarde al Hospital Policial Churruca.
            El episodio de la calle Nueva York es importante ya que en él actuaron los mismos represores que cumplían tareas en Virrey Cevallos. A los jefes del CCDTyE pueden imputárseles también estos tres asesinatos. También se los puede culpar de las torturas aplicadas a Angélica Goyeneche, la madre de Norma Matsuyama. Y de la desaparición de Luis, uno de los hermanos de Norma, estudiante de arquitectura y también militante, visto por última vez en la ESMA. Es positivo para su reconstrucción que el operativo de la calle Nueva York fue difundido tanto por la prensa como también plasmado en documentos de la Policía Federal que mencionan la participación de la Fuerza Aérea.
 

Otros secuestros llevados adelante por la patota

            El grupo de represores que habitualmente actuaba en el ex CCDTyE “Virrey Cevallos” no sólo está sospechado de haber intervenido en la masacre de la calle Nueva York. También se estima cierta vinculación con el asesinato de Patricia Palazuelos y su compañero Eduardo “Tano” Giorello. Y, además, existe una sospecha de que hubo una relación directa con el secuestro de la familia Taub.
            Patricia Palazuelos era intensamente buscada por la Fuerza Aérea. Su participación en el atentado al Edificio Cóndor el 5 de abril de 1977 era el hecho que había motorizado su rastreo frenético. Tanto Miriam Lewin como Norma Matsuyama fueron buscadas como medio para llegar a ella. Hubo incluso secuestros e interrogatorios a otros compañeros de Patricia, tanto del colegio Nacional Buenos Aires como de la facultad de Medicina, donde cursaba las primeras materias.
Patricia era hija del Brigadier Néstor Palazuelos, un alto funcionario de Fuerza Aérea. Había utilizado esa cercanía para poder ingresar con facilidad al Edificio Cóndor, poder estudiarlo y luego colocar el artefacto explosivo. Pertenecía a la agrupación Montoneros y la última vez que vio a Lewin fue en una cita en la estación Libertad del ferrocarril, partido de Merlo – pcia. de Bs. As. - donde le comunicó que no tenía dónde vivir. Por supuesto, ya sabía que estaba siendo buscada y que no podía volver a la residencia de sus padres nunca más.
            Palazuelos estaba embarazada de pocos meses en ese momento y se movía de un lado a otro alojándose donde podía junto a su pareja Eduardo “Tano” Giorello. Huía de la persecución de los represores. Sabía que podía caer, porque buena parte de sus compañeros estaban siendo secuestrados. Y que era un objetivo importante.
En Octubre de 1977 murió en el partido de Lanús, zona sur del Gran Buenos Aires. Allí vivió los últimos meses de aquél fatídico año con Giorello, en un inquilinato. De acuerdo al testimonio que Miriam Lewin dice haber escuchado de un represor dentro de Virrey Cevallos, el conventillo fue abordado por la policía en busca de un criminal común. Pero desde adentro, Palazuelos y Giorello respondieron con armamento pesado. Así es como los uniformados comenzaron a sospechar que se trata de “subversivos”. Acto seguido, concurrieron al lugar las Fuerzas Conjuntas, como en el caso de la calle Nueva York. Tanto Patricia como el Tano resultaron muertos. Según los represores de Cevallos, al terminarse las municiones, los dos se encerraron en el baño y se suicidaron con explosivos.
            La condición de hija de un alto funcionario de Fuerza Aérea no le trajo ningún beneficio a Patricia. Al contrario, los represores le dijeron a Miriam, durante su cautiverio, que “Patricia le había arruinado la carrera” al Brigadier. De acuerdo al testimonio de Lewin, aunque había sobrevivido a dos atentados,  el Brigadier Palazuelos era ingeniero aeronáutico y no estaba relacionado con la represión ilegal, aunque Patricia siempre decía que “tenía que estar al tanto de lo que pasaba”. Los jerarcas de Fuerza Aérea  lo culpaban en cierto modo, del atentado al Edificio Cóndor; “No pudo controlar a su hija”, deben haber pensado.  
            El caso de la familia Taub posiblemente también se encuentre relacionado con “Virrey Cevallos”. Miriam Lewin afirma que en una oportunidad, sus captores le hicieron oír un cassette con una escucha telefónica en idish, el idioma de las comunidades judías del centro de Europa. Por su ascendencia, ellos creían que Miriam podía traducir el mensaje. Pero Lewin no sabía hablar idish, sólo recordaba algunas palabras que le habían enseñado sus abuelas durante su infancia. “No entiendo nada”, dijo a los represores y éstos, creyéndole, no volvieron a preguntarle.
Atando cabos y recordando algunas de esas palabras que entendía, Miriam piensa hoy que se trataba de una conversación relacionada con la familia del empresario Benjamín Taub, del hotel Liberty, situado en Corrientes y Florida y de la casa de cambio Brasilia, una de las de mayor envergadura del país. A estas conclusiones Lewin arriba porque observa que, de acuerdo a la declaración que Beatriz Taub, hija de Benjamín, hace para el Juicio a las Juntas, hay una coincidencia temporal entre el momento de la intervención telefónica y el secuestro de la familia.
Los represores, aparentemente, sospechaban que Taub estaba vinculado con grupos de izquierda, concretamente con el ERP. Miriam Lewin piensa que los militares habían intervenido el teléfono de Taub para tratar de corroborar los vínculos pero que se toparon con el escollo idiomático ya que los Taub eran judíos y por momentos hablaban en idish. “Delitos de subversión económica”, los llamaban los represores. Entendían seguramente que Taub y el ERP tenían una relación similar a la que se le imputaba por esa época a David Graiver con Montoneros. Es decir, se acusaba a ambos empresarios de origen judío de ser administradores de los fondos de las organizaciones guerrilleras.
Tanto Benjamín Taub como su esposa Flora Burevich y su hijo Guillermo Taub fueron secuestrados ilegalmente por la dictadura. Luego de haber pasado un tiempo secuestrados ilegalmente en lugares como los CCDTyE “Pozo de Quilmes” y COTI Martínez, los Taub pasaron a estar detenidos legalmente en las cárceles de Villa Devoto y Caseros, condenados por asociación ilícita. Tiempo después, en el año 1983, fueron liberados definitivamente.
La sospecha de Miriam Lewin está fundada por el momento en el que le fue presentada la intervención telefónica. Ese momento es inmediatamente posterior a la detención de los Taub. Sin embargo, no está clara la presencia de la Fuerza Aérea en el secuestro de la familia. Todos los lugares de detención ilegal pertenecían a la Policía Bonaerense. Además, en la declaración que la hija de Benjamín hace en el Juicio a las Juntas se afirma que los captores de la familia pertenecían al Ejército. Sin embargo, hay un dato que es por demás llamativo, en 2000 el ex hotel Liberty pasó a llamarse San-Vul y comenzó a pertenecer a una sociedad que tenía como integrante al brigadier Julio Santuchone, jefe de inteligencia de Fuerza Aérea.  Indudablemente, es una pista a tener en cuenta para dilucidar si la patota de Cevallos participó de más secuestros.
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