A menudo, los periodistas se
enfrascan en abstrusas disquisiciones y polémicas acerca de la naturaleza,
límites y alcances de su oficio.
Nos sorprenderíamos mucho si otro tanto
hicieran los plomeros o los cloaquistas.
Los plomeros y los cloaquistas
suelen ser gentes modestas y conscientes que no suelen filosofar sobre la
naturaleza y alcances de la plomería. Los periodistas en cambio, creen al suyo
uno de los más trascendentes y esenciales de la sociedad, equiparable a la
cirugía de tórax, la pediatría o la obstetricia. Sin embargo, si es posible (y
a veces saludable) pasársela sin noticias, ya no es tan sencillo tener una
canilla rota o tapado el inodoro. Pero ocurre que, a diferencia de los plomeros, debido
a su proximidad y hasta familiaridad con los protagonistas de los hechos que informa,
el periodista (sea político, deportivo, económico, policial) suele a veces
confundir su importancia y significación social con la de esos mismos protagonistas,
lo cual puede llevarlo a no pocas desmesuras.
Esta no es una visión
compartida por la totalidad de las gentes.
Con su proverbial acidez, el
escritor (y periodista) Gilbert K. Chesterton sostenía que el periodismo
vendría a ser el arte de escribir el reverso de los avisos publicitarios. Para
Lepoldo Marechal, por su parte, “el
periodista es un ente, que por fatalidad de oficio, está condenado a escribir
todo de todo, sin saber nada de nada”, mientras que en una historia que se
solía contar alguna vez, estando dos viajeros a bordo de un globo aerostático,
perdidos y sin rumbo en una región desconocida, al pasar sobre un pueblo uno de
ellos se asomó al borde de la canastilla para preguntar a un lugareño:
–¿Dónde
estamos?
–En un globo
–respondió el de abajo.
El viajero
se volvió a su compañero y comentó:
–Este hombre
debe ser periodista, pues contesta correctamente pero no de lo que queremos
saber.
Vaya uno a
saber si alguna de estas definiciones se aproxima a la realidad. Lo cierto es
que el periodismo argentino se esfuerza denodadamente por volverlas reales.
Para quien
en la tarde del 9 de junio haya hecho zapping frente al televisor, agotador
ejercicio del pulgar practicado por los espectadores a velocidad proporcional a su
nivel de aburrimiento, los programas noticiosos mostraban un panorama inquietante.
Por ejemplo, no es materia de interpretación cuántas horas el vicepresidente Bodou había
declarado ante el juez Lijo. Sin embargo, para TN la declaración indagatoria se
había prolongado durante ocho horas, para Crónica TV, nueve, para Canal 26,
siete, y para América TV y Canal 23, cinco. Es difícil saber de dónde pudo
haber surgido tamaña disparidad, como no sea de distintos relojes descompuestos
o de la ingestión abusiva de sustancias tóxicas.
De casi
igual manera, porque sí hay aquí interpretación, mientras para América TV Boudou
contestó las cinco preguntas que le hizo el juez, a juicio de Canal 26 el
vicepresidente habría respondido a sólo cinco de las preguntas del juez.
Y si ya era difícil saber a
qué atenerse, el mismo Canal 26 presentó como “invitado” al gobernador de
Córdoba José Manuel De la Sota, a fin de que comentara la noticia.
“Por fin un experto”, suspiró
quien les habla, cansado de tantos y tan extraordinarios improvisadores, de
creatividad suficiente como para dejar chiquitos así a payadores de la talla de
Ramón Vieytes, Federico Curlando o el mismísimo Gabino Ezeiza.
Una
acreditada experiencia
A fin de mejor calibrar el
conocimiento de José Manuel De la
Sota en todo cuanto se refiera a la impresión de billetes,
vale recordar que en noviembre del año 2001, Olga Ruitort, entonces secretaria general
de la Gobernación
de Córdoba y a la sazón esposa del entonces gobernador y ahora
gobernador y columnista José Manuel, estuvo demorada en el aeropuerto Merino
Martínez de Santiago de Chile al haber sido sorprendida en poder de diez
paquetes conteniendo 100 mil billetes de
50 Lecor cada uno, lo que hacía un total de un millón de billetes por un valor
de 50 millones de pesos-dólar, aunque en Lecor, serie E.
Las autoridades del país vecino la acusaban de contrabando, en razón de que había declarado no llevar carga alguna.
La secretaria general de la Gobernación de Córdoba
permaneció tres días en el aeropuerto de Santiago de Chile a bordo del Fairchild Swearingen Metro III, con capacidad para
1.600 kilogramos de carga, alquilado a la empresa porteña Baires Fly SA por
5.400 dólares, con un costo adicional por día de demora de 1500 dólares, lo que
hizo un total de 9900 dólares. Pero no fue el costo ni el carácter subrepticio
del viaje de la funcionaria ni el contenido de los paquetes (nadie tenía idea
de qué era un “Lecor”) lo que despertó las iras de la oposición y sorprendió a
los cordobeses, sino lo ocurrido después.
A
fin de librarse del grave cargo por contrabando, la esposa del gobernador tuvo
que presentar la factura de exportación de los Lecor emitida por la Casa de Moneda de Chile, de
fecha 2 de noviembre de 2001 con el número 0129326. Según esta factura, la Gobernación de Córdoba
pagó 12,5 centavos de dólar por cada billete de Lecor, precio que, dicho sea de
paso, era tan exorbitante que fue tildado de “estafa” por la mayoría de los observadores y la oposición en su conjunto.
Pero
sería recién el 9 de noviembre y a través de Noticiero Doce, que la oposición, y
la ciudadanía de Córdoba, así como gran parte del oficialismo se enterarían de
que el gobierno de la provincia había mandado emitir cuasimoneda. La revelación
obligó a José Manuel a hacer precipitadamente lo que debía haber hecho desde
un primer momento: declarar a la provincia en estado de emergencia económica y
poner a los cordobeses en estado de psicosis colectiva.
Pero eso ocurrió
algunos días después de que tuvieran lugar otros extraños episodios.
El día 5, por ejemplo, luego de que la esposa del gobernador partiera de Chile, el Swearingen Metro III con los diez paquetes y la única pasajera a bordo, hizo una escala de más de 20 horas en Mendoza, no se sabe bien para qué, ya que, de seguir vuelo la funcionaria habría llegado a Córdoba en menos de dos horas.
Recién
el día 6 la señora De la Sota
arribó al aeropuerto de Pajas Blancas, donde no la esperaba el sonriente José
Manuel sino un funcionario de la
Aduana, que labró un
acta de interdicción a los billetes, puesto que se trataba de mercadería en
infracción, si puede llamarse así a un contrabando, encima, de billetes. De
todos modos, la Aduana
dejó que el gobierno cordobés llevase la mercadería, ya por razones de
seguridad, ya porque tampoco el funcionario de Aduana sabía qué diablos era un
Lecor.
En
la correspondiente acta, el funcionario aduanero dejó constancia de que el
señor Gustavo Fadda, director general de Administración de la Secretaría General
de la Gobernación,
cuya titularidad ejercía la propia interdicta, solicitó le fueran entregados
los diez paquetes “por razones de estricta urgencia del gobierno público”.
La
pregunta del millón (o más bien de los cincuenta millones) era en virtud de qué
la esposa del gobernador traía personalmente a la provincia “un anticipo” del
total de billetes emitidos, ya que, no obstante los argumentos esgrimidos por
el licenciado Gustavo Fadda, no podía haber urgencia de ningún tipo puesto que
ninguna ley autorizaba la circulación ni la existencia de las letras de la
tesorería de Córdoba.
El
gobierno provincial declaró que no respondería a la prensa preguntas sobre ese
viaje. Y ya está.
El
viaje mereció alguna nota en La
Voz del Interior, otra en el matutino Clarín, curiosamente en
su sección Política y no en Policiales y alguna indignada mención de diario de
los Mitre. Pero poco más: a la noticia se la devoró la crisis. Y la amnesia.
Es
la misma amnesia que permite que, a la luz de la experiencia, el gobernador
José Manuel de la Sota
haya devenido en columnista televisivo para comentar la indagatoria judicial a
que en ese día era sometido el vicepresidente Amado Boudou, hasta el momento
acusado de “negociaciones incompatibles con la función pública”.
“Si
es culpable, que pague”, pontificó el periodista-gobernador.
Si Bismarck tenía razón al decir que “El periodista es un hombre que se ha equivocado de carrera”, vista la nueva adquisición periodística de canal 26, no quisiéramos saber qué es un gobernador.
1 comentario:
Películas sobre periodismo y periodistas hay muchas, pero hay una( de la década del 50) de trazo grueso, tosca y áspera que mas o menos pinta con bastante certeza el oficio. Se llama "Cadenas De Roca", con el papel estelar de Kirck Douglas:
http://www.cinefania.com/movie.php/19520/
Cualquier parecido con el chiche, el mauro, el gordo, es totalmente cierta.
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