miércoles, 4 de junio de 2014

GESTAMP



Ya lo aseguró Karl Marx: la historia primero se presenta como tragedia y después se repite como chiste.

Nueve energúmenos encaramados a un puente grúa en la empresa Gestamp pueden paralizar la industria automotriz local, demostrando por el absurdo que son la vanguardia de una visión demencial de los problemas argentinos: cuanto peor, mejor.




La industria del automóvil atravesaba, antes del conflicto en Gestamp, diversos problemas: a) la demanda de Brasil había bajado. 2) el 60% de la producción local tiene como destino el mercado brasileño. 3) los perspicaces ejecutivos de la industria automotriz local hacen cálculos (la supuesta racionalidad capitalista) basados en un concepto erróneo: Argentina puede absorber anualmente una producción de un millón de unidades. 4) el consumo en Argentina también bajó. 5) las empresas no tienen en su horizonte una estrategia anticíclica, confundiendo autos (bienes de consumo durables) con preservativos (bienes de consumo no durables). Por lo tanto, comenzado 2014, están sobrestockeados y suspenden personal. 6) el gobierno dicta la conciliación obligatoria.

Como las terminales dependen de las estampadoras de Gestamp, y ésta ve reducida su demanda de chapa, despide personal, y hay nueve exaltados que subidos a un puente grúa comienzan, o continúan, el largo camino hacia la revolución permanente y la toma del poder.

Nueve visionarios.


La estrategia de agudizar las contradicciones del sistema es tan antigua como el dulce de leche. Karl Marx aplaudió la destrucción de la industria textil de la India porque competía con el capitalismo feroz de Inglaterra. Engels denostó a Bolívar y su idea de Patria Grande porque iba contra el curso ineluctable de la historia, esto es, que un grupo de republiquetas americanas abastecieran de alimentos y materia prima al proletariado británico que tenía turnos laborales de 16 hs.

Aquí en Argentina el conflicto de Gestamp recuerda la misma estrategia, la misma lógica y los mismos protagonistas, aunque con distintos nombres (aquella vez la lista Marrón, ahora José Saúl Wermus, alias Jorge Altamira) en lo que se llamó el Operativo Serpiente Roja.

Fue en 1975. Las épocas son distintas, esta vez no acabará con represión y desaparecidos (por eso aquello fue una tragedia, este es un chiste), y si Agustín Tosco lideraba a los obreros no-peronistas de Córdoba, Altamira dirige el soviet del bar La Giralda en plena avenida Corrientes.

Cuanto peor, mejor.




La vanguardia de los 9 no ganará las elecciones: al fin y al cabo, las vanguardias proletarias no creen en la democracia representativa (una excrecencia de la burguesía) sino en la dictadura del proletariado, que Altamira conduce leyendo el Financial Times en La Giralda, entre cortado y cortado.

En aquel entonces, la Lista Marrón, considerando que Argentina se volvería socialista por la acción de los obreros marxistas-leninistas, organizó una huelga salvaje en el corredor industrial de Villa Constitución, pues si la Modernidad está marcada por el ser y el querer ser de la burguesía, el próximo paso sería la dictadura del proletariado como paso necesario a una futura sociedad sin clases.

En esa visión sesgada, los obreros peronistas estaban ciegos al avance ineluctable de la historia y ganados por una ideología burguesa o bonapartista.

Las empresas en conflicto estaban encabezadas por Acindar, cuyo presidente (Martínez de Hoz) se refregaba las manos con deleite ante el conflicto sindical: el golpe militar estaba en marcha y sólo quedaba echar leña al fuego de la inoperancia del gobierno constitucional de entonces, agudizando el conflicto. El vicepresidente de Acindar era un general (López Aufranc) especializado en represión.

Abundaban en 1974 palabras como matones y burocracia sindical, las mismas que se usan hoy. En la UOM hay matones, o se es matón por el solo hecho de pertenecer a la UOM, el Pollo Sobrero no es un matón sino un dirigente de base, como Néstor Pitrola, a quien –en su delirio- tiene sin cuidado el acuerdo con el Club de París o la futura incorporación al BRICS. Pablo Micheli no es burócrata, sino un dirigente honesto que apuesta a la anarquización del movimiento obrero.

Hoy no hay un golpe en marcha, pero los comentaristas de los medios concentrados se refriegan las manos con la misma fruición, ocultando la ineptitud de las automotrices para tomar decisiones contracíclicas porque Argentina no puede vender un millón de unidades anuales. El objetivo no es derrocar al gobierno sino limarlo, inundando a la sociedad de descreimiento.

Y como en 1975, estábamos a año, año y medio de elecciones democráticas.

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