Se echan la culpa unos a otros. Unos pocos, enamorados de las palabras como si de pavos reales se trataran, sintieron un "desgarro" por la elección de Scioli como candidato. Como si Randazzo hubiera sido Perón resucitado.
Otros prefieren que se pierda esta etapa para volver con nuevos bríos en la próxima. O reivindicaron estar desorganizados. O creyeron que ser autoconvocado alcanzaba. El resultado demostró lo poco representativos que fueron unos y otros, mientras arreciaban los mutuos pases de factura. A eso hay que sumar la creciente influencia de los medios de comunicación (que tiende a esa homogeneidad que aquí se critica), la desmemoria y la despolitización de un sector de la sociedad.
A continuación, las siempre ajustadas palabras del compañero Teodoro Boot.
A continuación, las siempre ajustadas palabras del compañero Teodoro Boot.
Por Teodoro Boot
Festín caníbal
El
resultado del balotaje debe ser visto desde los resultados de la elección
general del 25 octubre, fruto a su vez de una serie sucesiva de desaciertos de
distinto nivel y calibre, probablemente consecuencia –¿inevitable?– de doce
años de ininterrumpido ejercicio del poder político. No viene al caso aquí
analizar ni pasar revista a lo que acabamos de llamar “desaciertos”, algunos de
gestión, otros de estrategia y los más, de construcción política. Pero resulta
oportuno recordar o parafrasear a Juan Perón: “Las fuerzas políticas no valen
por su número sino por su organización y la capacidad de sus dirigentes”.
En el caso
del Frente para la Victoria, la principal característica de gran parte de su
plana dirigente fue la tendencia al canibalismo. Es que uno de los principales
errores en la acción política es la arrogancia, la soberbia y el menefreguismo
que surgen de la creencia de tener la vaca atada.
Ya desde
los meses previos a las Paso, la dirigencia del Frente para la Victoria olvidó
la realidad, se desentendió del pueblo –tanto de su masa adherente como de los
sectores opositores o desinteresados– y se abocó con fruición a una suicida
batalla campal interna (que, curiosamente, se agravó entre las primarias abiertas
y la elección general) y a estrategias electorales que parecían elaboradas por el
brain storm de un grupo de trabajo reclutado
entre internos del Borda.
El
resultado de la elección general paralizó y prácticamente colocó en estado
catatónico a la dirigencia del FPV. Los pases de factura y ajustes de cuentas
en plena campaña electoral –que no tuvieron lugar únicamente en la provincia de
Buenos Aires, como a primera vista pudiera parecer– produjeron el peor de los
resultados imaginables. Todos los dirigentes y activistas sabían que de no
ganar en primera vuelta, el balotaje sería casi imposible de superar: el
candidato del FpV se enfrentaría solo contra “el resto del mundo”.
A esta
dificultad había que sumarle lo que seguramente fue la política más
abiertamente autodestructiva del FpV: la permanente erosión del propio
candidato, que viene de lejos y que encontró su punto más alto en el asombroso eslogan:
“El candidato es el proyecto”. Si el candidato es el proyecto ¿para qué es necesario un candidato?
Tras las
elecciones generales, esa dirigencia quedó groggy, sin atinar siguiera a levantar los brazos y
devolver los golpes, mientras el Pro, que mediando un resultado ligeramente
distinto en la segunda vuelta por la elección de la jefatura de gobierno de la
CABA, habría estado a punto de desaparecer como fuerza política, recuperaba bríos
y encaraba el tramo final de la campaña con espíritu ganador.
El sopor
dirigencial y la confusión de los activistas fue compensado con un notable fenómeno
de autoconvocatoria y movilización de la base de adherentes, que a falta de una
campaña coherente y sostenida, la tomó en sus manos y la llevó adelante
con los escasos recursos que le era posible conseguir. Los volantes y carteles
manuscritos son realmente conmovedores y deberían llamar la atención de unos y
otros, pues se ha puesto en marcha un movimiento que será difícil detener, pero
que puede ser sencillo malversar.
Aprender a los golpes
Así como a
despecho de la opinión de los sociólogos, para comprender las conductas de la
sociedad argentina actual es muy conveniente la relectura de El medio pelo de Arturo Jauretche, Técnica del golpe de Estado de Curzio
Malaparte conserva tan extraordinaria actualidad que, no obstante haber sido publicado
por primera vez en 1931, debería ser lectura obligada en los ambientes políticos.
Desde las
18 horas del día 22 de noviembre se puso en marcha una manipulación informativa
que contó con la entusiasta –y se supone que involuntaria– colaboración de los
medios y periodistas oficiosos y hasta oficiales. Para muestra, un botón: el
insólito zócalo de la televisión pública que, al tiempo que ponía en pantalla
los resultados de un cinco por ciento de los votos, titulaba: “Argentina eligió
presidente”. Semejante título acompañado de cifras en las que Macri obtenía una
diferencia de entre 7 y 8 puntos era todo un editorial, particularmente porque
tratándose de tan pocos números oficiales, el final no estaba cerrado. El
tiempo verbal que correspondía era el presente: “Argentina elige presidente”.
No había
pasado un minuto desde que se cerraron las puertas de las escuelas cuando C5N
tituló, y mantuvo a lo largo de toda su transmisión: “Ganó Macri”.
Así,
mientras las consultoras y encuestadoras, una tras otra, negaban haber
realizado encuesta alguna luego de la votación (información que NO se
difundió sino hasta horas después), periodistas, autotitulados
politólogos y hasta tipos cuyo
único antecedente en la materia es el título del Iser, realizaban
estrambóticos
análisis políticos y hasta se la daban de expertos psicólogos capaces de
leer
el lenguaje corporal.
Estamos
habituados a la chantada sistemática de los periodistas televisivos, obligados
a llenar el tiempo de ruidos que parezcan palabras, pero este domingo fueron
superadas todas las experiencias: periodistas y falsos expertos sacaban
conclusiones en base a una frase –“Ganó Macri”– sin que existiera ningún dato
que permitiera sostener un afirmación tan categórica.
Y ya en una
desenfrenada caída hacia el ridículo, continuar con la sanata y seguir
sosteniendo la consigna en base a la difusión de un resultado general con
pocas mesas escrutadas. Y, lo que no es menor, sin tomarse el elemental trabajo
de analizar los datos, a disposición de cualquiera con acceso a una computadora
que no fuera tan perezoso. Cualquiera podía advertir que, aun ya con un veinte
por ciento de mesas escrutadas, los porcentajes no se acercaban a lo que sería
el resultado final si, por ejemplo, recién se llevaban computados menos del 1
por ciento de los votos de la Tercera Sección electoral.
En tanto, a
los psicólogos y mentalistas expertos en la lectura del lenguaje corporal no
les llamó la atención la insistencia de los políticos del Pro en invocar extraoficialmente una victoria que no se
podía sostener con seguridad: ninguna boca de urna, ni siquiera el mucho más
preciso sistema de análisis de mesas testigo desarrollado por cada partido, podían
asegurar nada en base a una diferencia tan exigua como la que en realidad
terminó existiendo: 51,40 % contra 48,60, un 2,8 %, apenas 704 mil sobre un
total de 25 millones de votos emitidos.
Cabe
puntualizar que, en un balotaje, cuando los votos que pierde uno, los gana su
rival, a los efectos prácticos ese 2,8 % se reduce a un 1,4%.
Sin
embargo, desde el primer minuto pudo crearse en la sociedad la convicción de un
triunfo de Macri y, lo que es más notable, la idea de la derrota en la
militancia del FpV.
El asombro
se incrementa apenas uno repara en que el gobierno y el manejo de más de un par
de medios de comunicación y del sistema de Inteligencia no se encuentra en
manos del Pro sino –aparentemente– en las del FpV.
Pero esos
medios, sus periodistas y los propios dirigentes del FpV corrieron detrás de
un rumor echado a rodar sin datos que lo sostuvieran.
Les propongo
un ejercicio: imaginen el efecto político de un resultado en el que Scioli se
hubiera impuesto por tan exigua diferencia. Es de cajón que su legitimidad para
gobernar hubiera sido cuestionada de inmediato. Sin embargo, nadie ha
cuestionado la de Mauricio Macri, cuya capacidad y legitimidad son muy
inferiores, habida cuenta que no cuenta con número suficiente en ninguna de las
cámaras.
Reflexiones en chancletas
En los próximos
tiempos surgirán dos tentaciones dentro del FpV: la de fingir demencia por
parte de muchos dirigentes y la de cobrarse cuentas y cortar cabezas por parte
de unos cuantos de los numerosos decepcionados o damnificados por esa dirigencia. A
esto se sumarán las tentaciones de quienes quieren separar y diferenciar el “kirchnerismo”
del “peronismo” y las de quienes quieren separar y diferenciar el “peronismo”
del “kirchnerismo”. Ambas tienen el mismo efecto centrífugo, aunque sus motivaciones son
opuestas, pero a la vez reconocen un elemento en común: la vocación minoritaria.
La
cariocinesis ha sido el tradicional método de crecimiento de los grupos de la
izquierda argentina: al igual que los organismos unicelulares, se reproducen
dividiéndose en dos. Esta peculiar y ciertamente insatisfactoria técnica sexual
se origina en el modo ideológico, o para decirlo mejor, abstracto, de construir
la identidad política: yo soy yo en tanto soy diferente a otro. De ahí ese apego a
los programas, cuando más detallados, mejor, que pongan permanentemente a
prueba el grado de acuerdo alcanzado.
Los
movimientos nacionales de liberación se construyen según un método
opuesto, que,
por indiscriminado, algún zafio podría comparar al de una orgía:
partiendo de
un antagonismo insalvable, el del pueblo y la nación contra la elite y
el
imperio, el camino hacia la construcción de la identidad pasa por la
búsqueda de coincidencias, por encontrar que es lo que tenemos en común
con el otro, y
dejar las diferencias en segundo plano. Y es lógico que sea así, porque
no se
trata de construir un partido sino de poner en marcha las fuerzas
nacionales,
de darles impulso y encontrar una dirección.
De ahí que
el mayor peligro que enfrentan los movimientos nacionales no se
encuentre en su exterior sino en su propio seno, y eso es el sectarismo,
porque el sectarismo
–esa psicótica búsqueda de las diferencias– atenta contra la propia
naturaleza
de un movimiento nacional de liberación que, para serlo, debe ser
necesariamente cada vez más amplio y heterogénero.
Esto asusta
a algunas mentes demasiado cartesianas o inseguras, que reaccionan en busca de
la homogeneidad, en cumplimiento de la sentencia de la viuda a sus hijos en el
velorio del marido: ahora que somos menos vamos a estar más unidos.
Esta
tentación está siempre presente y es siempre igual de peligrosa, tanto cuando se
manifiesta en nombre de la tradición y la pureza doctrinaria, como cuando usa el
pretexto la pureza revolucionaria. Evitarlo y evitar que operen sobre estas
fuerzas centrífugas los intereses externos, es tarea de la conducción y la
plana dirigente, pero es también responsabilidad de militantes y activistas, en
mayor medida en circunstancias como la que atraviesa actualmente el FpV.
La condición
básica, el supremo valor político es el de la unidad. Para preservarla es
preciso conservar la calma y el sentido de las proporciones, evitar la histeria
y las ansias de revancha y castigo, la pasión robespierana por guillotinar a
los propios. Ya llegará el momento, pero, por lo pronto, se impone conservar la
unidad, evitar la frustración y la dispersión de un conjunto político y social,
no sólo de por sí mayoritario, sino lo suficientemente diverso y coherente.
Un enorme
porcentaje de quienes votaron a Daniel Scioli están dotados de firmes
convicciones. La responsabilidad primera, es que no las pierdan. La segunda,
impedir que sectores intrínsecamente minoritarios que sólo tienen en común el
odio que profesan al Fpv, avancen como Pancho por su casa, sin nuestra firme
oposición. La tercera, llevar a ese conjunto social a la victoria a través de
la paciente y sistemática construcción de mayorías.
Y si alguien
tiene un método mejor, que avise.
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