Mi tío Leonardo era herrero de bigornia, maza, yunque y
fragua.
En esa época se estilaba que toda la gran familia se reuniera a celebrar las fiestas de fin de año.
A esos festejos solía venir otro tío (de las dos docenas de ellos que tenía en mi lejana infancia), un acordeonista de amplio repertorio,
y después de las 12 todos salíamos bailando tarantella a la vereda -ocupando de a pocp toda la cuadra- en esa amplia casa-taller en la
calle Escobar casi Constiuyentes, Villa Pueyrredón.
De esquina a esquina.
De esquina a esquina.
Nervudo y delgado, Leonardo bailaba junto con su esposa, sus hijos y sus decenas de parientes cercanos y
lejanos: hermanos, tías, cuñados, sobrinos y vecinos. Algunos se habían
disfrazado o embadurnado el rostros con lápiz labial o polvo de carbón de
piedra que abundaba en el taller. Todo el vecindario se sumaba a la festichola) y venía con sidra, turrones o un pan dulce. Se compartía, atendiendo preferentemente a los solitarios.
Leonardo tenía en el fondo de la casa-taller un palomar de
dos pisos, creo yo, de hormigón armado. Su hobby era criar palomas mensajeras
que viajaban a los más remotos lugares y volvían obedientes.
Leonardo fue uno de los herreros que soldó el arco en la entrada
de ese Autódromo Municipal que ahora Macri pretende privatizar.
Corría 1951 o 52.
La mía, en cuanto a eso, fue una infancia feliz.
La Abanderada de los Humildes me sonreía desde los libros de
lectura en la escuela y yo estaba enamorado de una vecinita a la que llamaban la rusita y por supuesto bailaba como la mejor..
Leonardo era y fue peronista hasta sus últimos días. Había algunos "contreras" entre los presentes. Ese día era de diversión.
Nadie podrá privatizar mis recuerdos.
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