viernes, 22 de julio de 2011

Quien quiera oír que oiga (1)

¿No será la hora de terminar con autocríticas, flagelaciones y catarsis?

El resultado electoral del domingo tiene varias lecturas posibles de las que se han ocupado con mejor fortuna intelectuales kirchneristas, periodistas, medidores de opinión y otros. Podrá ser visto como una derrota más, pero no lo es. O lo será, en todo caso, si no se advierte que se ha agotado un modo de hacer política y un modo de construcción en el campo propio. El triunfo de Macri, de repetir en la segunda vuelta, lo confirma como el principal referente nacional del conservadurismo local, sin arriesgar en octubre, es decir, con economía de fuerzas y mayor eficacia que la del campo propio ya que solo expone un distrito con limitada incidencia en el voto nacional aunque con un eventual alto valor como señal opositora. Por lo cual, no valen ni las catarsis ni las autocríticas si no se advierte que así se ha despertado a un monstruo.
Esto no signfica que cambiemos a Jauretche por Durán Barba o que Christian Ritondo se convierta en ejemplo de lo que se debe hacer. Es en medio de los fracasos cuando uno tiende a creer que el error consistió en no seguir la estrategia del enemigo victorioso, que éste era el dueño de la razón y –peor todavía- que terminenos identificados con él como a veces sucede con las víctimas. Pero en cierta medida, tampoco Jauretche es suficiente si no somos capaces de decodificarlo teniendo en cuenta que, aunque las líneas centrales de su visión continúan en pie, vivió en una época muy distinta de la actual. Y sólo lo cito porque el apagon sufrido por el pensamiento nacional es uno de los núcleos de la actual desorientación de la militancia.
La idea que pretendo desarrollar es que este colectivo militante repite una receta que ya resulta anacrónica y que ese modo de “militar”, a la sociedad actual (sociedad o fragmentos superpuestos de distintas sociedades, si se quiere) le resulta exótico e infecundo. En el discurso criticamos con frecuencia la “crisis de la representatividad” pero la practicamos apasionadamente.              
Las concepciones políticas en boga han impuesto definiciones que es preciso resignificar: militancia social vs militancia política, cuadros políticos vs cuadros técnico-administrativos, política de cuadros vs política de masas, etc.
El modelo universal de agrupación o grupo político es el de una de las tantas variantes del partido leninista al que el mito atribuye la toma del poder en la Rusia de 1917: cuadros (pocos) por un lado, masas por otro, locales (cuando los hay), publicaciones con mayor o menor fortuna de acuerdo a los medios económicos y editoriales disponibles, una variada oferta de extensión cultural pero sin una apropiación efectiva del territorio, sin política por cuanto su presencia significaría algún grado de “transformación” de la realidad circundante o abarcable, y careciendo en general de una práctica de formación siendo esta un aspecto de la acción política, y la acción política la única razón de ser de la organización. Cuando este último factor se invierte, el “cuadro formado” se convierte en el evangelizador de una “verdad”. Tampoco se expresa en poder efectivo (y votos) que los locales partidarios ofrezcan -como sucede- clases de yoga, biblioteca, computación o danzas folklóricas.
El problema no es nuevo y tiene varias aristas.
Se está discutiendo al menos desde los primeros 80, entre la política entendida en su concepto original, que requiere dominio del territorio y relaciones interpersonales, y la telepolítica que se desarrolla en el seno de los grupos primarios e incluso en la conciencia de los individuos a través de los medios de comunicación. Se podrá opinar que nada reemplaza a la primera en el momento de la decisión, pero lo cierto es que el segundo se está profundizando y la campaña antipolítica de Macri lo prueba. El amurallamiento (estos somos nosotros) en la agrupación o grupo político de este tipo requiere unos pocos cuadros o líderes, quizás uno solo. Serían idealmente semilleros de nuevos cuadros políticos, pero en la práctica no siempre sucede.

Ese modelo de organización se adecua a un escenario de resistencia al poder instituido, cualquiera fuera. Su éxito es anacrónico e históricamente falaz, pero funciona bien en una estrategia defensiva.
(El cambio político producido desde 2003 en el gobierno le incorporó otro ingrediente: los recursos siempre escasos para funcionar pueden provenir ahora del Estado, con lo cual las agrupaciones se convertirían en extensiones o puntos de apoyo de la lucha por el espacio en las reparticiones de gobierno, sin que ello necesariamente signifique que confrontan distintas políticas o concepciones. En ese sentido, la universalización de las prácticas de las privatizaciones periféricas (asociadas con la crisis de las “instituciones totales” propias del Estado de Bienestar) a nivel estatal, agregan una dimensión nueva donde con frecuencia se están defendiendo o enfrentando intereses privados que preservan porciones ganadas dentro del Estado o intentan capturar otras. Esta realidad está más allá de nuestra voluntad y en todo caso los cuestionamientos éticos forman parte de otra discusión ajena a lo que aquí se plantea: la ética no es eterna e invariable, sino una construcción histórica del poder y del sentido común dominante).
Otro elemento de confusión es que el modelo organizacional de agrupación o grupo político local tiende a culminar en la conformación de un partido activo, con su política de formación de cuadros, constitución de una burocracia dirigente, etc. El kirchnerismo ha heredado, por su lado, la idea de un partido que sólo funcionaría en épocas electorales y que se desactiva en las que no lo son. Eso facilita, cuando se producen derrotas electorales por ejemplo, las críticas y las culpas sobre las superestructuras en una etapa en la que el adversario, con los recursos casi ilimitados del poder tradicional, abre generosamente las puertas a una “pata peronista”.
Nada nuevo, en realidad, desde aquello del hecho maldito del país burgués (Cooke): un partido domesticado que prioriza la gobernabilidad (la ausencia de política legislativa es la prueba más palpable) habla de una dirigencia que ha confundido su rol y acaba dominada por el adversario.
Sin embargo la confusión no termina allí, porque las críticas desde las agrupaciones locales suele excluir el propio rol en la transformación de la realidad efectivamente abarcable, que eso es el poder. “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre” (sultana Aixa a su hijo Boabdil, año 1492, tras la pérdida de Granada). In extremis, la acción política termina convirtiéndose en comentario, opinión.
A ello se suma la ausencia de hegemonía en los distintos sectores del kirchnerismo porteño, al menos tres, donde es visible no tanto la fragmentación como sí su heterogeneidad. Filmus se afirmó sobre uno de ellos, el progresista de tradición no peronista, que si bien tuvo un mejor desempeño en algunas comunas, no alcanzó a revertir el resultado porque carece de poder interno y no es reconocido por los otros sectores kirchneristas.           

Los dos frentes principales o campos de batalla son al interior del Estado y en el seno de la sociedad.
Desde 2003 se produce una paradoja: por un lado, al incorporar la dimensión (y autoridad) política, el gobierno ya no responde automáticamente al poder diversificado, pero sus cambios no se ven reflejados en cambios simétricos en el seno de la sociedad.
El porqué de esta asincronía obedece a distintas cuestiones: entre ellas, la confusión respecto de cuál es el campo donde se batalla. En la cristalización de esta confusión el gobierno tiene una incidencia relativa, limitada a plantear un cambio de escenario que puede ser comprendido, aprovechado o rechazado en el seno de la sociedad. El kirchnerismo, entretanto, y en él caben tanto las agrupaciones como el fenómeno bloguero, comenta las acciones de gobierno como un amplio y diverso seisieteocho.    

El kirchnerismo combina dos tradiciones: una vocación de mayorías tributaria del peronismo, y su espejo, la de los grupos progresistas de vocación minoritaria y variada tendencia que insisten empecinadamente, aún con todas las autocríticas a través de los años, en pretender que la sociedad se ajuste a sus cosmovisiones.  
Resuenan en ellas todas las variantes del “esclarecimiento”, cualquiera fuera, como una catequesis laica, incluso la de marca propiamente peronista.
Esto genera una desconcierto propicio a los microclimas. En gran medida, un microclima multitudinario es lo que se vivió en la campaña electoral. Porque ciertamente, ningún grupo político supera en número y entusiasmo a esta militancia. Pero es pertinente recordar que el mismo fervor se vivió en 2009, y con eso se cosechó un 11% de los votos (Heller). El fenómeno reconoce cierta similitud con la capacidad de movilización de la ultraizquierda no-kirchnerista o anti-kirchnerista: esos miles de activistas que llenan las calles son los únicos que votan por sus candidatos, pero son vistos como extraños por la sociedad.
Como los resultados se miden en votos y no en claridad conceptual, sería necesario advertir primero que no hay una generación espontánea de los espacios de militancia; por el contrario, estos se inscriben en la historia del peronismo, o si se quiere del campo nacional y popular, marcando la continuidad de un espíritu resistente que podría rastrearse hasta 1955.
Contra la proscripción en las épocas de la democracia restringida y proscriptiva, contra el modelo neoliberal en los 90. En la primera, la crítica más frecuente era que esa capacidad de resistencia impedía la consolidación del enemigo pero no alcanzaba para tomar el poder. Esa limitación llevaba a distintas estrategias cuyo detalle no vale la pena detallar aquí, pero sí es pertinente señalar:
a) que Perón volvió a la Argentina por la lucha de la JP, ya que los sectores políticos del PJ y el sindicalismo estaban dispuestos a acordar con el régimen una suerte de peronismo sin el líder. Esto no significa entrar en la lógica de la traición, sino plantear las limitaciones y la propia naturaleza de esas estructuras. b) que la irrupción de la juventud en la lucha política fue inesperada, pero sobre todo una pura “creación” surgida en los pliegues de la sociedad.     
En la segunda etapa, a la que pertenecen la mayor parte de los militantes actuales, el enemigo (ahora encaramado en la propia cúpula del PJ) se adueñó de la palabra y de las significaciones, degradándolas y convirtiendo a la política en una eficaz herramienta de ascenso social. Frente a ello, “la corrupción es sistémica” (Chacho Álvarez) pero no más que eso. La protesta se invisibilizó y los protestantes, a la defensiva, resistieron cada uno según sus posibilidades y suerte.
La gran apertura marcada por Néstor Kirchner nos ubicó en otro lado, desinvisibilizando esa resistencia de muchos militantes y grupos que no habían sido cooptados por el poder hegemónico.
Esa hegemonía se ha corrido a nivel del gobierno, pero no en el seno de la sociedad.
En el paso de una etapa a la otra, las agrupaciones no se transformaron. Siguieron funcionando con el mismo modelo, con el agregado de que habían cambiado las señales desde arriba, y con ello, una parte del tiempo de militancia comienza a ser usado para comentar o interpretar esas señales sin que se tenga la capacidad para incidir en lo más mínimo en ellas. Y cuando el nivel de comprensión es mínimo o nulo, queda siempre el recurso de explicar las medidas del gobierno como desconocidas “razones de Estado” solo practicables a los iniciados que las explican por no menos desconocidos vínculos con los pliegues del poder.   

La vigencia del “enemigo” en términos de democracia nos debería servir para evaluar cuáles son las herramientas más adecuadas para derrotarlo, teniendo en cuenta que la gran batalla cultural del siglo XXI está en la subjetividad de los ciudadanos.
En efecto, Buenos Aires fue la ciudad culta, opulenta y cosmopolita situada a espaldas del país real, de cara al Imperio y viviendo de las rentas extraídas del interior. De aquella opulencia dio cuenta el 2001, cuando ya las recetas economicistas del Banco Mundial habían desarticulado el sistema educativo, y hoy solo queda su inveterado cosmopolitismo, marcado en la actualidad por redes sociales, medios de comunicación y otras herramientas globales dirigidas desde el Imperio que construyen el sentido común dominante.
El poder imperial tiene tres patas: el dominio militar que funciona como amenaza, la propiedad de la innovación tecnológica y los medios de comunicación (Emir Sader).
La lógica de centro-periferia subsiste en esta etapa del capitalismo, pero de un modo diferente al que se dio en la posguerra y que fuera estudiadas por los teóricos de la dependencia (Furtado, Jaguaribe, etc.).
La tributación de la periferia al centro, el flujo desigual de bienes materiales e intangibles, se realiza ahora entre países y corporaciones, entre países periféricos y centrales, pero también entre ciudad e interior, y dentro de las ciudades, entre sectores de la población.
El flujo desigual de bienes intangibles permite la actual hegemonía del pensamiento neoliberal en sectores sociales que pueden ser sus víctimas objetivas, lo que da cuenta de una subjetividad escindida, marginalidad, indiferencia social, violencia, individualismo, consumismo, etc.

Escisión que no puede entenderse en términos anticuados como “clase social”, ya que víctimas y victimarios se inmolan en la misma hoguera de las vanidades: el mercado. O dicho en otros términos: “todos somos capitalistas”, no hay una alteridad que funcione como contraidentificación.
Esto también permite entender lo que sucede con el macrismo, porque esta “mayoría silenciosa” hoy está en condiciones de imponerse electoralmente y remite a la misma alianza de sectores sociales que consagró al menemismo, donde las víctimas elegían alegremente a sus victimarios. 
....... 

3 comentarios:

Nando Bonatto dijo...

Acuerdo ,sin dejar la reflexión de lado ¿ no sera la hora de la voluntad ?

De todas maneras opto por mi propuesta chulenga tal cual lo explicito en mi blog

Daniel dijo...

Me saco el sombrero!

Anónimo dijo...

Una nota con muchas puntas para reflexionar y debatir. Pero sin duda, es un grave error de diagnóstico político no ver que hoy las campañas se mediatizan y que la militancia incide poco en las mayorias votantes. Hay que evaluar que el 47 % macrista es anti K. Habría que diferenciarse del macrismo en aquello que puede haber similitud de interpretaciones y políticas efectivas en curso y que hace a la vida cotidiana de la gente con propuestas superadoras. Así se captaría al 23 % de votantes no macristas y no anti K viscerales. Creo por allí pasa otro costal de este complejo dilema.

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