martes, 16 de junio de 2015

16 DE JUNIO

Tengo edad suficiente como para haber sido espectador infantil del bombardeo del 16 de junio de 1955 sobre Plaza de Mayo. La orden era: ¡Maten a Perón!
A diferencia de éste 16, un auténtico día peronista de sol pleno, aquel amaneció gris, lloroso.
Veía desde la terraza de mi casa, ubicada en las inmediaciones de las avenidas Alvarez Thomas y El Cano, los aviones Gloster picando en el horizonte plomizo, y luego de eso, el temblor continuo de las bombas que explotaban. Esos aparatos, modernos bireactores en su época, pertenecían a la Fuerza Aérea creada por el propio Perón: de modo que cuando se sostiene que su bautismo de fuego fue la guerra de Malvinas, mienten vergonzantemente.
También participaron aviones a hélice North American y Beechcraft de la aviación naval.
Había un silencio absoluto en el barrio, y se percibía una inmensa tristeza. Los valientes pilotos, agotada su carga de muerte, volaban a Uruguay y pedían asilo, como ratas que eran. En esos años, la Banda Oriental era muy receptiva a lo que luego se conocería como gorilaje, trasmitienfo sus consignas desde radio Carve.

Uno de esos valientes era el capitán Osvaldo Cacciatore, degradado luego del asesinato masivo, ascendido a brigadier por Aramburu y reivindicado una y otra vez por Mauricio Macri como el mejor intendente que tuvo la ciudad antes de que Durán Barba lo hiciera callar por bocón.
Se arrojaron 14 toneladas de bombas de fragmentación y hubo más de 350 muertos civiles.
Esos cobardes improvisados arrojaron su carga de muerte lejos de la Casa de Gobierno, llegando, como ya se relató aquí, a la Plaza Lorea y a un local del frigorífico La Negra sobre la avenida Santa Fe.
Esos cobardes sentían por Perón un miedo reverencial: por eso recurrieron al expediente del bombardeo, la muerte a distancia. Y un desprecio insuperable por el pueblo que concurrió espontáneamente a la Plaza para defender sus conquistas.
Ese desprecio no disminuiría. Por el contrario, se intensificará en los gobiernos posteriores y tendrá su clímax con la dictadura cívicomilitar en marzo de 1976.
Perón estará 17 años exilado y se convirtió, cuando volvió al país, en el sujeto político del cambio que necesitaba la Argentina para intentar convertirse en una Nación. Lo mismo que hoy va consolidando Cristina Kirchner como heredera de Néstor con sus políticas inclusivas.
Porque ese es el signo distintivo del peronismo: la inclusión social.
Perón estaba viejo (tenía 81 años) y enfermo cuando volvió en 1973. Pero esa, esa es otra historia.




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