By Diego Olivé from New York
Las protagonistas
Cuando se toman dos o tres copas de más -y si es con fondo de rancheras o corridos, mejor- algunos mexicanos que conozco suelen anunciar con el tono, los gestos y la estampa de los oradores de plaza que su país pronto recuperará California. Los más leídos fundamentan esta aseveración en las tasas de inmigración mexicana a ese estado occidental norteamericano y en los índices de natalidad de los chicanos y los recién llegados. El aumento de la presencia mexicana en California pronto llegará al punto de masa crítica, arguyen mis amigos recuperacionistas, debido también al éxodo de los anglos, también conocidos como gringos o blanquitos. Esto es, cuando los mexicanos u otros latinoamericanos -por no hablar de los negros, cualquiera sea su origen-alcanzan una densidad demográfica determinada, los blancos buscan nuevos horizontes. Que muchos de ellos se desplacen a México no es algo que mis amigos inmigrantes mencionen con frecuencia.
Los argentinos que vivimos en los Estados Unidos, en cambio, no parecemos destinados a recuperar nada. Ni siquiera a adquirir algo, territorialmente hablando. Somos centrífugos. Allí donde sentamos nuestros reales, duramos poco.
Desde que el Consulado Argentino en Nueva York se puso de nombre de pila Centro de Desarrollo Comercial, o algún disparate similar, mi único punto de referencia telúrico pasó a ser la panadería El Sol Argentino, en el barrio de Elmhurst, condado de Queens. Antes del advenimiento de la Internet y el correo electrónico, que me permite enterarme ahora a qué hora sale del horno la última pizza de Güerrín, solía llegarme en subte hasta esos andurriales para saciar mis periódicos ataques de sed de Patria y hambre de Bienamada ordenándole una docena de facturas, El Gráfico, dos panes criollos y un pote minúsculo de dulce de leche a la vendedora uruguaya de El Sol Argentino.
Cuando se toman dos o tres copas de más -y si es con fondo de rancheras o corridos, mejor- algunos mexicanos que conozco suelen anunciar con el tono, los gestos y la estampa de los oradores de plaza que su país pronto recuperará California. Los más leídos fundamentan esta aseveración en las tasas de inmigración mexicana a ese estado occidental norteamericano y en los índices de natalidad de los chicanos y los recién llegados. El aumento de la presencia mexicana en California pronto llegará al punto de masa crítica, arguyen mis amigos recuperacionistas, debido también al éxodo de los anglos, también conocidos como gringos o blanquitos. Esto es, cuando los mexicanos u otros latinoamericanos -por no hablar de los negros, cualquiera sea su origen-alcanzan una densidad demográfica determinada, los blancos buscan nuevos horizontes. Que muchos de ellos se desplacen a México no es algo que mis amigos inmigrantes mencionen con frecuencia.
Los argentinos que vivimos en los Estados Unidos, en cambio, no parecemos destinados a recuperar nada. Ni siquiera a adquirir algo, territorialmente hablando. Somos centrífugos. Allí donde sentamos nuestros reales, duramos poco.
Desde que el Consulado Argentino en Nueva York se puso de nombre de pila Centro de Desarrollo Comercial, o algún disparate similar, mi único punto de referencia telúrico pasó a ser la panadería El Sol Argentino, en el barrio de Elmhurst, condado de Queens. Antes del advenimiento de la Internet y el correo electrónico, que me permite enterarme ahora a qué hora sale del horno la última pizza de Güerrín, solía llegarme en subte hasta esos andurriales para saciar mis periódicos ataques de sed de Patria y hambre de Bienamada ordenándole una docena de facturas, El Gráfico, dos panes criollos y un pote minúsculo de dulce de leche a la vendedora uruguaya de El Sol Argentino.
El dueño de la panadería
era -y probablemente aún lo sea- coreano. Coreano de verdad, no coreano
argentino. Coreano de los que no saben ni decir "empanada de humita",
aunque no contenga ningún fonema o diptongo que resulte extraño a su habla
nativa.
Yo no sé quien fue el desamorado que le vendió El Sol Argentino al coreano monolingüe, pero no puedo decir que el gesto me haya sorprendido. Así somos los argentinos en estas lejanas playas - geográficamente desarraigados, culturalmente autárquicos y en lo patriótico-afectivo, bastante inconstantes.
No así nuestras hormigas.
Las hormigas argentinas
Yo no sé quien fue el desamorado que le vendió El Sol Argentino al coreano monolingüe, pero no puedo decir que el gesto me haya sorprendido. Así somos los argentinos en estas lejanas playas - geográficamente desarraigados, culturalmente autárquicos y en lo patriótico-afectivo, bastante inconstantes.
No así nuestras hormigas.
Las hormigas argentinas
Las hormigas argentinas --Linepithema humile
-son las protagonistas desde fines del siglo XIX de un proceso de expansión y
colonización sin parangón en la historia.
Desde su llegada al puerto de San Diego en el decenio de 1890 a bordo de uno o más buques cargueros han creado un imperio de billones de habitantes que se extiende desde esa ciudad portuaria en el rincón sudoccidental de los Estados Unidos hasta otra ex posesión íberomexicana, la ciudad de San Francisco.
Entre San Diego y San Francisco se extienden 600 millas (unos 1000 kilómetros, según quien esté contando) y una geografía accidentada y pletórica de otros venerados y veneradas de la Iglesia Católica
Uno de los secretos de esta campaña inexorable de conquista del lebensraum o habitat ha consistido en que las linepithemas humiles no se han entretenido en someter política o culturalmente a otras hormigas; ni en explotarlas con fines sexuales, artísticos o deportivos, o como mano de obra barata para el cultivo de materias primas; ni en venderles con pingües ganancias productos manufacturados, tecnología obsolescente, armamentos inferiores, ni servicios materiales o intelectuales.
Desde su llegada al puerto de San Diego en el decenio de 1890 a bordo de uno o más buques cargueros han creado un imperio de billones de habitantes que se extiende desde esa ciudad portuaria en el rincón sudoccidental de los Estados Unidos hasta otra ex posesión íberomexicana, la ciudad de San Francisco.
Entre San Diego y San Francisco se extienden 600 millas (unos 1000 kilómetros, según quien esté contando) y una geografía accidentada y pletórica de otros venerados y veneradas de la Iglesia Católica
Uno de los secretos de esta campaña inexorable de conquista del lebensraum o habitat ha consistido en que las linepithemas humiles no se han entretenido en someter política o culturalmente a otras hormigas; ni en explotarlas con fines sexuales, artísticos o deportivos, o como mano de obra barata para el cultivo de materias primas; ni en venderles con pingües ganancias productos manufacturados, tecnología obsolescente, armamentos inferiores, ni servicios materiales o intelectuales.
La hormiga argentina liquida rápida y
eficientemente a cuanto congénere habita las regiones sobre las que avanza. Es
una máquina de matar, conquistar, colonizar y avanzar. La historia de la
Humanidad no ofrece un solo ejemplo de una capacidad expansionista remotamente
semejante.
"Vosotros, los humanos modernos", me comenta un espécimen en una de mis frecuentes charlas con las linepithemas humiles, en este caso en el minúsculo jardín de mi amiga Gail, en la coqueta localidad de Pasadena, en los suburbios de Los Angeles.
"No tenéis noción de la enormidad", continúa una colega.
"de nuestra empresa de conquista", completa una tercera.
Mientras sus compañeras siguen transformando en algo parecido a mantelitos bordados las hojas de las plantas que Gail cuida con amor y cariño, mis interlocutoras departen en un español comparativamente pulcro, que los argentinos perdimos tras sucesivas oleadas de inmigrantes de toda Europa. Suenan, como todas las linepithemas humiles con las que he tratado, como uno se imagina que hablaba Lucio V. Mansilla cuando regresó de su grand tour europeo en vísperas de la batalla de Caseros. Pero en vez del dejo francés que debe haber traído el sobrino de Rozas, las linepithemas humiles tienen un leve acento norteamericano.
Debido a que ignoro el grado de abstracción matemática que puede poseer mi interlocutora, aunque sí conozco mis limitaciones en materia de ciencias exactas, no quiero pedirle detalles más precisos. Pero con la ayuda de la calculadora de mi reloj pulsera y mediante una interminable operación de regla de tres compuesta llego rápidamente a la conclusión de que esos 1000 kilómetros de expansión imperialista de las linepithemas humiles (que casi nunca sobrepasan los 2,5 mm) equivaldrían en términos humanos a la ocupación a sangre y fuego de un territorio de 6,8 millones de kilómetros de largo. Como la Conquista del Desierto, pero 25.000 veces.
Se lo explico en los términos más simples posibles a las hormigas. Mis comentarios motivan una repugnante agitación de extremidades y antenas, chasquidos de poderosas mandíbulas y contorsiones de las diversas secciones de los artrópodos. En su agitación, las hormigas terminan formando un ovillo animado de vida propia que me pone al borde de las arcadas. Las hormigas argentinas están deliberando. Finalmente reaparecen de la maraña de linepithemas humiles mis interlocutoras anteriores y dicen sin ninguna emoción: "A decir verdad", "no nos es dado comprender", "lo que usted nos describe".
Es un alivio saber que las linepithemas humiles por lo menos no son inteligentes.
"Vosotros, los humanos modernos", me comenta un espécimen en una de mis frecuentes charlas con las linepithemas humiles, en este caso en el minúsculo jardín de mi amiga Gail, en la coqueta localidad de Pasadena, en los suburbios de Los Angeles.
"No tenéis noción de la enormidad", continúa una colega.
"de nuestra empresa de conquista", completa una tercera.
Mientras sus compañeras siguen transformando en algo parecido a mantelitos bordados las hojas de las plantas que Gail cuida con amor y cariño, mis interlocutoras departen en un español comparativamente pulcro, que los argentinos perdimos tras sucesivas oleadas de inmigrantes de toda Europa. Suenan, como todas las linepithemas humiles con las que he tratado, como uno se imagina que hablaba Lucio V. Mansilla cuando regresó de su grand tour europeo en vísperas de la batalla de Caseros. Pero en vez del dejo francés que debe haber traído el sobrino de Rozas, las linepithemas humiles tienen un leve acento norteamericano.
Debido a que ignoro el grado de abstracción matemática que puede poseer mi interlocutora, aunque sí conozco mis limitaciones en materia de ciencias exactas, no quiero pedirle detalles más precisos. Pero con la ayuda de la calculadora de mi reloj pulsera y mediante una interminable operación de regla de tres compuesta llego rápidamente a la conclusión de que esos 1000 kilómetros de expansión imperialista de las linepithemas humiles (que casi nunca sobrepasan los 2,5 mm) equivaldrían en términos humanos a la ocupación a sangre y fuego de un territorio de 6,8 millones de kilómetros de largo. Como la Conquista del Desierto, pero 25.000 veces.
Se lo explico en los términos más simples posibles a las hormigas. Mis comentarios motivan una repugnante agitación de extremidades y antenas, chasquidos de poderosas mandíbulas y contorsiones de las diversas secciones de los artrópodos. En su agitación, las hormigas terminan formando un ovillo animado de vida propia que me pone al borde de las arcadas. Las hormigas argentinas están deliberando. Finalmente reaparecen de la maraña de linepithemas humiles mis interlocutoras anteriores y dicen sin ninguna emoción: "A decir verdad", "no nos es dado comprender", "lo que usted nos describe".
Es un alivio saber que las linepithemas humiles por lo menos no son inteligentes.
Y otro alivio es que Adolph Hitler no haya estudiado entomología sino artes
plásticas.
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